jueves, 21 de septiembre de 2023

A la inundación de las Provincias de Levante

Titus Bar
I


IDILIO

No acaba allí jamás la primavera:
El cierzo se entumece
Al dar en la cercana cordillera,
Y templado del sol en los fulgores,
Al llegar a los valles se adormece
Sobre un lecho de espigas y de flores.

Es aquel un jardín todo armonía:
Canta el jilguero en la floresta umbría,
La codorniz entre la mies granada,
Tierna arrulla la tórtola cuitada,
De pino en pino errante,
Y, el trémulo fulgor de las estrellas,
El ruiseñor amante
Entona sus dulcísimas querellas.


Descienden de las lomas por la falda
Formados en hileras, los olivos,
Las cepas retorciendo su guirnalda,
Y de las mieses las movibles olas,
Un tiempo del color de la esmeralda,
De oro luego y cuajadas de amapola.

En el lejano monte,
Que limita el clarísimo horizonte,
La trepadora cabra ramonea,
La vaca muge, bala el corderillo,
Y el céfiro que orea
La salvia, y el cantueso y el tomillo,
Baja lleno de aromas a la aldea.

De las altas montañas
A la cañada umbrosa,
Donde crece la inculta zarza-rosa,
Entre juncias, y mimbres y espadañas,
Viene, sangrado por la acequia, el río:
Sauces, fresnos, acacias, cañizales
Sobre él extienden pabellón sombrío,
Retratándose al par en sus cristales,

Y él corre ledo y manso,
Y dibuja en el valle extraña greca,
Cubierto en el remanso
De verdes ovas y hojarascas seca.

Es la huerta murciana un paraíso
Que el agua del Segura fertiliza.
El arroz, que se cría en los pantanos,
Y la fresca hortaliza,
Se entremezclan con guindos y manzanos;
La morera sus hojas da a la oruga
Para que labre el hilo de la seda
Que adorna a la mujer que nos subyuga,
Y forman espesísima alameda,
Y almácigas frondosas y viveros,
Membrillos y granados a millares
Y naranjos y verdes limoneros,
Siempre llenos de frutos y azahares.

¡Oh, qué noches allí las del estío!
Rutilan, cual los astros en la altura,
Gusanillos de luz en la espesura,
Y al par que corre murmurando el río,
Tañe el huertano alegre la guitarra,
De su albergue al umbral, bajo la parra,
Cuajada de racimos y cárieles,
Y canta, y nos recuerda al sarraceno,
Que en aquel valle ameno
Tuvo zambras, combates, y verjeles.

¿Quién goza del colono la ventura?
Tiene aire puro y estrellado cielo,
Aguas que rieguen el fecundo suelo,
Buen hogar, rico apero de labranza,
En la bodega y en la troj la hartura,
Un huerto, en el que cifra su esperanza,
Que su verdor retrata en el Segura,
Y no va más allá su pensamiento

De la mujer a quién rendido adora,
Murciana bella entre andaluza y mora,
De piel tostada por el sol y el viento,
De dulces labios rojos,
De talle que a la palma desafía,
Y de ojos negros, de rasgados ojos
Con más fuego que el sol de Andalucía.

II

ELEGÍA

Se han dormido en la huerta sin recelo.
Sueña el trabajador con sus labores,
La madre con el hijo, que es su anhelo;
La virgen con purísimos amores,
Y el niño con los ángeles del cielo.

¡Que horrible despertar! Sordo bramido
Se escucha lejos, y se acerca, y crece,
Y uniéndose del trueno al estampido,
Retumba con fragor tan furibundo,
Que a la atónica gente le parece
Que estalla el cielo y se desquicia el mundo.

Es ¡ay! que aquel nublado
Que el sol poniente coloró de grana,
Y que bendijo el hombre alborozado,
Diciendo alegre: <>,
En lluvia torrencial rompió en la altura,
Bajó a los montes y ensanchó al Segura,
Que se derrumba rápido hasta el llano.
¿Quién contendrá su empuje soberano?
Por barrancos y ramblas se despeña,
Arrasa el robledal, salta la breña,
Llega el dique a romper, la vega inunda,
Y es aluvión, torrente y catarata,
Que corre, y ruge, y atropella y mata
Con la fuerza iracunda
De turbulento mar que se desata.

¡Qué horror!¡qué lobreguez!¡qué noche aquella!
En el valle, de un mar el desenfreno,
Y en el cielo, cerrado, ni una estrella;
¡El rayo, que habla con la voz del trueno!
Ciega, desnuda, del hogar se lanza
Pavorida la triste muchedumbre;
Mas el torrente rebramando avanza,
Y muere quien no alcanza
El árbol, la colina o la techumbre.
Pero no hay salvación; rebasa el río
La cumbre de la loma,
Arrastra el árbol con pujante brío,
Y al golpe cruel, con que el cimiento ataca,
El muro cede, el techo se desploma,
Y se hunde retemblando la barraca.

Halla el hombre las fuerzas del atleta,
Y lucha hasta morir. -¡Pobre hijo mío! –
Clama la madre; al corazón aprieta
Al tierno niño, loca, desolada,
Y cuando ya donde pisar no tiene,
Y las aguas la cubren, ¡casi ahogada,
Sobre el río en sus brazos le sostiene!
Ve aquí el amante a la doncella hermosa
Hundirse en el hirviente remolino;
Allí lucha sin tino
El hijo por la madre cariñosa,
Y el triste esposo por la amada esposa;
Y el raudo torbellino
Arrollándolos pasa,
Y el árbol, y la casa,
El apero y la rueda del molino,
El ganado y mil seres miserables,
Todo, arrastrado en colosal balumba,
Corre a encontrar su tumba
Del mar en los abismos insondables.

En la comarca amena,
De alegres pueblos y sembrados llenas,
El tremendo aluvión lo arrasa todo,
Tras sí dejando pestilente lodo,
Duros guijarros e infecunda arena.

Y alumbra, sonriente, la alborada,
Aquí el pueblo desierto,
Allá el cadáver yerto,
La huerta feracísima talada,
El hogar, tan amado, derruido,
Y a inmensa multitud que grita y nada,
O lucha y muere o corre desalada,
¡Ay, como el ave que perdió su nido!

III

CÁNTICO

¿Quién, comarca infeliz, tu triste suerte
En venturosa a convertir alcanza?
Ese lúgubre espectro que a ti avanza,
Es la miseria, hermana de la muerte.
Pero no temas, no; cobra esperanza;
Mira la Caridad, cómo abandona,
Con un nimbo de estrellas por corona,
Su trono de la altura,
Y vuela a remediar tu desventura,
Trayendo entre sus manos un tesoro,
En el labio las mieles del consuelo,
Y llorando a par que enjuga el lloro.

Más que tú triste, quien llora no sabe,
Ni mitigar del desdichado el duelo:
Que el alma sin piedad, es como un ave
Sin alas ¡ay! para subir al cielo.

Pero, ¿qué corazón habrá tan duro,
Que en sollozos tristísimos no estalle?
¿Qué grito de rencor que no se acalle?
¿Qué mano tan cerrada,
Qué a ti no se abra y tienda
Con la piadosa ofrenda,
En raudales de lágrimas bañada?

A tu horrible alarido,
Como a la voz de mágico conjuro,
Un eco en cada pecho ha respondido.
La discordia civil templa la saña;
É impulsada de un mismo sentimiento,
La nación en tu duelo te acompaña;
Que, ante el dolor, un solo pensamiento,
Un corazón tan sólo tiene España.

Nadie de lo que da forma inventario,
Ni en límites estrechos se sujeta:
Abierta tiene el arca el millonario;
Da el obrero su abrigo y su salario;
El alma, con sus versos, el poeta;
La mejor perla del joyel, la dama
- Perla que menos al lucir subyuga
Que las benditas que al llorar derrama; -
La ropa de sus hijos, tierna madre;
El huérfano hasta el lienzo donde enjuga
Las lágrimas que vierte por su padre:
Y llanto y caridad, todo lo mueve
Une palanca inmensa:
Poder, y voz, y luz, la noble prensa,
¡El Hércules del siglo diez y nueve!

Madrid, noviembre 1879.

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