Conil desde el mar
A Grilo con motivo del nacimiento de su hija Magdalena
I
Con respeto y amor tu hogar contemplo,
Que al encanto dulcísimo del nido
Une la augusta majestad del templo.
En él no atruena el mundanal ruido,
Ni el mefítico ambiente se respira
De este social pantano corrompido.
De tierna madre, que de amor delira
Por el ser de su ser, se escucha el canto,
Dulce como el acorde de tu lira,
Y el oprimido pecho se abre en tanto
A un aire tibio y lleno del aroma
Que esparce en nubes el incienso santo.
Cual se esponja en el nido la paloma,
Las alas bate y cubre a su polluelo,
Que entre el plumaje la cabeza asoma,
Así Fuensanta, con amante anhelo,
De dicha tiembla, en su regazo hallando
Un ángel puro que bajó del cielo.
Ángel que al mundo despertó llorando,
Sintiendo la nostalgia de la gloria,
Y que, al tibio calor del seno blando,
Perdió en el primer sueño la memoria
De otra vida feliz, por ser con ella
Imposible esta vida transitoria.
Mas siempre deja en nuestras almas huella.
¿Quién no recuerda un sueño no soñado?
¡Ay, yo tengo recuerdos de una estrella!
II
Y tú, padre feliz, ¡cuán extasiado,
Cuán lleno de ternura y noble orgullo
Miras el ser a quien la vida has dado.!
Agólpase a tus labios el murmullo
De la que fue olvidada tantos días,
Ternísima oración, a cuyo arrullo
En el regazo maternal dormías,
Y en sueños con los ángeles jugabas,
Y en un místico arrobo sonreías.
Si en la tierra algo célico buscabas,
Ya tienen realidad las ilusiones
Que en quiméricos sueños te forjabas;
Has visto que, del mundo en las pasiones,
Suele la misma mano que acaricia
Desgarrar nuestros tristes corazones,
Y buscas el encanto y la delicia
Del hijo tierno en la primer mirada,
Que en misterios del cielo nos inicia.
Cuando en su blanca cuna perfumada
Tu Magdalena en ti fija los ojos
Donde brilla la luz de una alborada,
¿No es cierto, di, que el mundo te da enojos,
Que cayendo en extático embeleso,
Están los tuyos por el llanto rojos,
Y que, de amor en el febril acceso,
Dieras hasta tu gloria de poeta,
Que vale el mundo, por lograr un beso?
III
Con invisibles lazos nos sujeta
El hijo a nuestro hogar; le da armonía,
Lo alumbra, lo perfuma y lo completa.
Ante su faz, radiante de alegría,
Huye el dolor que nos devora y mata,
Como la sombra ante la luz del día.
Nuestra madre en su rostro se retrata;
Es de dos seres la divina esencia;
Nuestro ser que en el tiempo se dilata;
Nos habla como Dios en la conciencia;
Al par que a las virtudes nos convierte,
Nos toma por su augusta providencia,
Y nos presta el poder del hombre fuerte,
Que, haciendo un sacerdocio de la vida,
Aspira a hallar el cielo tras la muerte.
IV
Mira a tu Magdalena; está dormida:
En la flor de granado de su boca
Guarda la miel que al beso te convida,
Como al beso asimismo te provoca
El terciopelo de su faz nevada,
Que aromatiza al labio que lo toca.
Por la vena ligera y azulada
Que serpea en su frente de querube
Corre la sangre de tu esposa amada,
Con la que ardiendo a tu cerebro sube,
Para encender la luminosa idea,
Que surge como el rayo de la nube.
¿Qué fulgor en su cuna centellea?
¡Ah, los ojos abrió! Los labios mueve....
¡Quizás tu nombre en sueños balbucea!...
V
El nebuloso otoño vendrá en breve
A aniquilar la herencia del estío,
Que el triste invierno enterrará en la nieve;
Y ya se finge el pensamiento mío
En tu modesto hogar risueña escena
En las noches de escarcha, y viento frío.
Dormirá sonriendo Magdalena,
Tranquila, sin que cruce sombra alguna
Por su frente que envidia la azucena;
Fuensanta bordará junto a la cuna,
Y , anudado el suspiro en la garganta,
Bendecirá, al miraros, su fortuna.
Tú entonces, al pintar la escena santa,
Los ojos llevarás con embeleso
De la cuna a los ojos de Fuensanta,
Y uno y otro, de amor en un acceso,
Iréis hacia la cuna con vehemencia,
Y se verán fundidos en un beso
El Genio, la Virtud y la Inocencia.
Madrid agosto del 78
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