El Portillo
A mi querido amigo Juan López ValdemoroI
EL INVIERNO
I
Tan sólo aquello que entristece ó daña
Con vida y fuerza en el invierno frío,
El ciprés, el abrojo y la cizaña.
Seco está el bosque y el nidal vacío,
La fuente pura convertida en hielo,
Muda la alondra, desbordado el río;
Y para colmo de tristeza y duelo,
El viento ruge, brama el Océano,
Y en lluvia y rayos se desata el cielo.
II
Pero no haya temor que al aldeano
La fiera tempestad ate ó restriña;
Llueva o granice, desparrama el grano,
Poda el verde olivar, cava la viña,
En la almazara prensa la aceituna
Ó ara de sol a sol en la campiña.
III
En las noches clarísimas de luna,
Rompiendo el hielo, al chapuzar osado,
Grazna el pato silvestre en la laguna,
Y de clima remoto y agostado,
De grullas llega innúmera bandada
Á saciar su apetito en el sembrado.
IV
¡Mas cuán triste la noche de nevada!
En vano entre las zarzas el raposo
Espera la liebre la llegada
Casi aterido el pájaro medroso,
Sobre la rama que abatió la nieve,
Rebúllese piando, sin reposo.
Ni el mismo búho, cazador aleve,
Que es de las sombras y la lluvia amante,
Su vieja encina a abandonar se atreve.
Ladra medroso el perro vigilante;
Borradas las veredas, se extravía
Y se hiela al par el caminante,
Y hasta aquel que a cubierto desafía
De la noche el rigor, tristeza siente
Y espera ansioso que despunte el día.
V
¡Y despunta tan bello y sonriente!
Bajo el cielo, irisado por la aurora,
En los surcos revienta la simiente.
Tibia el aura, las nubes evapora,
Y al sacudir la nieve, la arboleda
Parece un almendral que se desflora.
La nevatilla corre en la vereda,
Y el mirlo, de la iglesia en la espadaña,
De otras aves los cánticos remeda.
A su guarida vuelve la alimaña,
Y el rebaño, al triscar, deshace el hielo
Y alegra con la esquila la montaña.
Suena del alba el toque de consuelo,
Que hace al hombre marchar a su tarea
Y a las palomas levantar el vuelo,
Y principia a humear la chimenea,
Y los campos se llenan de cantares
Y de gritos de júbilo la aldea.
¡Cuánta dicha en los prósperos hogares,
Cuánto afán en la mísera buhardilla
Y cuántos cataclismos en los mares!
La bien oliente, resinosa astilla
Cruje lamida por la roja llama
Que chispeando se retuerce y brilla,
Y al incierto fulgor de la soflama,
La familia, entre tímida y gozosa,
La narración escucha de algún drama.
Concluida la plática sabrosa,
Ríndese el niño y el anciano al sueño;
Habla el galán con la doncella hermosa;
Y el gato, cerca del ardiente leño,
Con el pelo erizado, desafía
Al lebrel que, roncando junto al dueño,
Sale de su letárgica apatía
Y gruñe con furor, cuando las puertas
Hace crujir la tempestad bravía.
VII
En las calles medrosas y desiertas
En vano los mendigos desgraciados
Tienden para pedir las manos yertas.
Al volver a su hogar desesperados,
Encuentran entre harapos e inmundicia
A sus hambrientos hijos casi helados.
Y dudando de Dios y su justicia,
Éste rompe a llorar, y aquél blasfema
Y la idea del crimen acaricia.
En tanto estudia el sabio algún problema,
Y fiebre inspiradora dicta al vate
Las estrofas rotundas de un poema.
En el regio palacio del magnate
La riqueza, la luz y la armonía,
A las pasiones sirven de acicate;
Y en los vicios buscando alegría,
La loca juventud con ansia apura
Los amargos placeres de la orgía.
VIII
Rompe la tempestad. ¡Con qué amargura
Se acuerda de su hogar el marinero
Que los mares recorre a la ventura!
-<< ¿Qué de la vieja madre que venero,
Y qué de la hermosísima doncella.
Que me aguarda anhelante, si yo muero?>>-
Así el infortunado se querella
Atónito mirando el oleaje
Y el fúlgido zig-zag de la centella.
Y es tanto de las olas el coraje,
Que hasta el mismo alcatraz que en ellas vive
Busca amparo del buque en el cordaje.
No hay quien la furia de la mar esquive;
Al débil barco con su fuerza abruma
Y el marino a la muerte se apercibe.
Ya alza la nave como leve pluma
A la región del firmamento mismo
Sobre montañas de hervidora espuma,
Ya implacable en su fiero despotismo,
La vuelca, la destroza, la anonada,
Y la sume en el fondo del abismo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Al primer resplandor de la alborada,
Aun aferrado rígido a un madero,
A merced de las olas sobrenada
El cadáver del triste marinero.
II
EL NACIMIENTO
La tarde de navidad,
Un niño, envuelto en andrajos,
Corría con ansiedad
Por trochas y por atajos
Camino de la ciudad.
Pero la noche cerró
De repente tan oscura,
Que en el monte se perdió,
Y medroso, a la ventura,
Caminando prosiguió.
Cuando ya desfallecía,
Una luz que vio a lo lejos
Le infundió más alegría
Que los rosados reflejos
Que anuncian el nuevo día.
En ella fijo los ojos,
Por el llanto acerbo rojos,
Aligeró el paso breve
Por entre zarzas y abrojos
Que iba bordando la nieve.
Y después de caminar
Tan veloz como un anhelo,
En una casa fue a dar,
Y el triste creyó llegar
A los umbrales del cielo.
____
De la casa en lo interior
Resonaban a la vez
La zambomba, el almirez,
La guitarra y el tambor.
Y olvidando sus pesares
Absorto quedóse, oyendo
El descomunal estruendo
De músicas y cantares
Cuando de tal abstracción
El hambre le hizo salir,
Empinóse para asir
De la puerta el aldabón.
Mas no lo pudo alcanzar,
Y llamó con débil mano.
Hasta que notó que en vano
Se fatigaba en llamar.
Dentro el bullicio aumentó,
Y el niño, yerto de frío,
Llorando y falto de brío,
En el umbral se sentó.
__________
No lejos de la anchurosa
Chimenea de campana,
Donde está colgado al humo
Lo mejor de la matanza,
Levántase el Nacimiento
De tanto bullicio causa,
Sobre mesas y tarimas
Y orlado de verdes ramas.
¡Cuánto lujo y artificio!
¡Qué obra tan bella y tan magna!
¡Hasta al mismo Churiguera
Envidia y pasmo causara!
La guardia civil asoma
A las torres almenadas
Del castillo, donde Herodes
Tocar a degüello manda.
Junto a San José y la virgen
Que van pidiendo posada,
Vende fósforos un niño
Y un tren de viajeros pasa.
Al lado de un pretoriano
Está un pastor de la Alcarria,
Y un oso blanco a la sombra
De una palmera africana.
Aquí arroyuelos de vidrio
Donde las manolas lavan,
Y allí una iglesia que tiene
Cascabeles por campanas.
Por las veredas angostas
De una altísima montaña,
Hecha de corcho pintado
Y de papeles de estraza,
Con los gibosos camellos,
Los tres Reyes magos bajan
Precedidos de una estrella
Rabuda de hoja de lata.
No muy lejos, los pastores,
Que están de cena, se espantan
Viéndose venir encima
Un ángel de luengas alas;
Y camino del pesebre,
Donde echado sobre paja
Y entre flores y candelas
El Niño de Dios descansa,
Todos los seres del mundo
En tropel revuelto marchan,
Desde el elefante al gallo
Desde el labriego al monarca.
En torno del nacimiento
¡Qué estrepitosa algazara!
Viejos, mozos y rapaces
Todos ríen, todos cantan.
A poco viene la cena,
El vino añejo se escancia,
Y a los cantares suceden
Gritos, y risas, y chanzas.
Tras de la sopa de almendras
Y la rica besugada,
Sírvese el pavo relleno
De aceitunas y de pasas:
Y el mazapán y el hojaldre
Siguen a las empanadas,
Y el turrón y la jalea
A las nueces y castañas.
Hierve el mosto en los cerebros,
Y se rompe toda traba;
Enamóranse los mozos,
Hasta los ancianos bailan,
Y los traviesos rapaces
A porfías y con tal gana
Alborotan, que parece
Que se esta hundiendo la casa.
Y no termina el estruendo
De la jubilosa zambra
Hasta que asoma en Oriente
La primera luz del alba.
______
¿Qué en tanto del inocente
Que afuera cayó rendido?
Escuchando aquel ruido,
Aturdióse y lentamente
Se fue quedando dormido.
Entonces creyó soñar
Que cada copo nevado,
Que iba cayendo a su lado,
Se trocaba en el manjar
O en el juguete anhelado,
Y que, descorrido el velo
De las nubes, le invitaba
Su madre a subir al cielo,
Y que a ella, en rápido vuelo,
Alegre se remontaba.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Al lucir el nuevo día,
De la casa en el umbral,
El cadáver se veía
De un niño, que sonreía,
En éxtasis celestial.
III
La noche-buena de los lobos
La noche es oscura y fría:
Baja el lobo de la sierra
Cauteloso olfateando
Y al viento dada la oreja.
Cual fuegos fatuos relucen
Sus ojos en las tinieblas,
Y con paso no sentido
Al callado redil llega.
Descuidados los pastores
La Natividad celebran,
Y el perro deja la guarda
Atraído por la cena.
De pronto tristes balidos
A los pastores despiertan.
Que ¡al lobo! gritan y azuzan
Los perros contra la fiera.
Pero tarde: llega el lobo
A su cubil con la presa,
Y tiéndese ijadeante
Clavando la zarpa en ella.
En una casa mezquina
De entrada oscura y estrecha,
Sobre un mostrador echado
Está un hombre de faz seca.
Ojo avizor, oído atento,
Como el lobo cuando acecha,
Todos los sentidos pone
De su tugurio en la puerta.
Ábrese, al fin, lentamente,
Y una pobre mujer entra,
Que la manta de su lecho
En manos del hombre deja.
-Esta noche tendré frío
- Dice al bajar la escalera, -
Mas los hijos de mi alma
Cenarán, que es Noche-Buena.-
Aun más desgraciado el pobre
Que las tímidas ovejas,
No tiene contra los lobos
Ni perros que le defiendan.
IV
LOS SUEÑO
Ya el nacimiento del niño
La familia festejó.
Todos duermen, todos sueñan;
¿Mas cuales sus sueños son?
Junto al pecho de su madre
El niño sueña con Dios,
Y ella sueña que le nutre
Con su propio corazón.
Sueña el rapaz con los juegos,
La doncella con su amor,
El padre con los fantasmas
Brillantes de la ambición,
Y el abuelo, como el niño,
En Dios sueña con fervor;
¡Que es toda la vida un sueño
Que empieza y termina en Dios!
LA FELICIDAD Y LAS ESTACIONES
Para ser feliz – decía
A sus nietos una anciana. —
Es preciso que el invierno
Jamás penetre en la casa;
Que el verano esté en los trojes,
El otoño en las tinajas,
Y la alegre primavera
En el interior del alma.
VI
EN LA CARCEL
Tendido en el duro suelo
De un húmedo calabozo,
Duerme un criminal, tan malo
Como feroz es su rostro.
De guitarras y zambombas
Despiértale al alboroto,
Y - << ¡Madrecita del alma! -
Dice, rompiendo en sollozos.
VII
UN ALMA EN EL MAR
¿Por qué mientras todos brindan
Cantando y riendo al par,
Aquella mujer hermosa
Tan triste y callada está?
Es ¡ay! que la Noche-Buena
Es noche de tempestad,
Y el hijo de sus entrañas
Los mares cruzando va.
VIII
EL EXPOSITO
De un grandísimo edificio
En una sala muy grande,
Desvelados en sus lechos
Están doscientos rapaces.
¡Cuánto dieran por unirse
Á los que van por la calle
Entonando villancicos
Y haciendo sonar el parche!
Mas ¡ay! Que de aquella casa,
Cuartel, hospital y cárcel,
Salir no pueden, so pena
De ser victimas del hambre.
Un niño de pocos años,
Cuyas mejillas de ángel
Á voces está pidiendo
Las caricias de una madre,
Incorpórase en el lecho
Para escuchar los cantares,
Pero un celador que llega
Le reprende con coraje.
Y el niño tiembla de miedo
Al ver tan duro semblante,
Y llora y dice: -¡Dios mío,
Por qué no tenemos padres?
IX
FIN DE AÑO
¡Oh cuánto nombre de grandeza vana,
Que se creyó inmortal, desvanecido
Al extinguirse el último tañido
Con que anunció la muerte la campana!
¡Cuánto magnate de hoy, polvo mañana,
Que barrerá la mano del olvido,
Como barre el simún embravecido
Las huellas de perdida caravana!
¡Que gloria, qué poder que no sucumba?
Cuanto más alto el muro, menos fuerte
Y con mayor estruendo se derrumba.
Todo al fin en cenizas se convierte,
Y á todos deja iguales en la tumba
El nivel del olvido y de la muerte.
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