jueves, 21 de septiembre de 2023

Epístola Moral

Los Inventores; El primero de la izquierda Diego Gil

Al Sr. D. Gaspar Núñez de Arce

Cuando un pueblo en los vicios se encenaga,
Enviado por Dios, surge el profeta
Que con el rayo y con la peste amaga,

Y la indomable perversión sujeta,
Como al indócil bruto con el freno
La vigorosa mano del atleta;

Que quién lleva los vicios en su seno,
Así como los brutos al castigo,
Sólo teme al relámpago y al trueno.

Tú eres poeta, como yo, y testigo
Del mal que a la virtud mina en su base,
Y no debes llorar; canta conmigo,

Aunque el dolor tu corazón traspase,
Y sea nuestro canto un anatema,
Lluvia de fuego y huracán que arrase,

Ha de ser inmortal nuestro poema;
Que bien se expresa lo que bien se siente,
Y cuando la virtud es nuestro emblema,


Con la divina inspiración ardiente,
Como sagrada comunión del alma
Recibimos a Dios en nuestra mente.

Es hasta crimen el mirar con calma
Cómo el mal nos corroe y envenena,
Sabiendo que jamás logra la palma

El que se entrega al llanto y a la pena,
Y sí el que aplica con heroica mano
El hierro enrojecido a la gangrena.

¡Que ruede el mal desde la cumbre al llano,
Como el peñón por la centella herido;
Que huya a la luz del genio soberano,

Como al rayo de sol esclarecido,
La sombra corre a la caverna obscura
Donde el ave nocturna tiene el nido!

Así, ante Dios, Luzbel, que es la locura,
El odio y la soberbia, huyó al profundo,
Presa el alma de insólita pavura.

¿Es invencible el mal, y fue infecundo
El torrente de sangre que vertiera
En el Calvario el Redentor del mundo?

¡Ay! en el hondo afán que nos altera,
Nos parece que al tártaro lanzada
Será por Dios la humanidad entera

Por viles apetitos impulsada,
Se precipita ciega en el abismo,
Sin levantar al cielo la mirada.

Enérvala fatal escepticismo,
Apagada su fe, fuerza divina
Que a los débiles lleva al heroísmo,

Y del vicio en la copa cristalina
Bebe el veneno que traidor, callado,
Entre misterio y sombras asesina.

¿Quién opone, al torrente desbordado
De la humana pasión, valla ni coto,
Si al espíritu débil y angustiado

Agita fiero, cuando el cause ha roto,
Como sacude la espantada tierra
La brusca convulsión del terremoto?

¡Y quién no desfallece en esta guerra,
Si al vislumbrar de lejos la esperanza,
Oscura nube el horizonte cierra,

Y a donde quiera que la planta avanza,
Halla oculta la espina punzadora,
O el lazo que le tiende la asechanza?

¿Quién al ver tanto mal no duda o llora?
Feroz agita la incendiaria tea
En los campos la guerra asoladora,

Y en los ojos del hombre centellea
El odio vil, y del hermano el pecho
Busca el arma homicida en la pelea.

En ruinas todo está, todo deshecho:
Corrompida se vende la justicia,
La fuerza y el favor son el derecho,

La inocencia sucumbe a la malicia;
En tanto que en la plaza se alza el tajo,
De Jesucristo el templo se desquicia;

El ocio vence al redentor trabajo,
Y ve el alma, transida de amargura,
El vicio arriba y la ignorancia abajo.

Para llegar el hombre hasta la altura
No vuela como el ave soberana,
Se arrastra cual reptil en la espesura;

Y convierte en infame cortesana
El lujo a la mujer, ángel bendito,
Mitad divina de la especie humana.

¡Poeta! Combatamos el delito,
Y semejante nuestra voz al trueno
Retumbe en la extensión de lo infinito.

Todo vicio, aunque llegue al desenfreno,
Tiene alguna virtud que le combata,
Como tiene su antídoto el veneno;

Y si el bien es vencido, se desata
La cólera celeste y se desploma
Sobre el mal, como hirviente catarata,

Y llueve luego en la procaz Sodoma,
Hace eriales de Ninive y Palmira,
Y concentra los bárbaros en Roma.

Si nada ¡oh ciega humanidad! te inspira
El Cristo que en la cruz te abre los brazos,
Y por tu amor en el tormento espira;

Si rotos ya de la virtud los lazos
Sin esperanza das al fatalismo
El triste corazón hecho pedazos;

¿Qué te aguarda, infeliz, sino el abismo?
Vuelve la vista a Dios, que Dios perdona
Y es su noble perdón otro bautismo.

Tú que buscas rastrero una corona,
Sabiendo que edificio mal labrado,
Del céfiro al soplar, se desmorona,

Con saciar tu ambición ¿qué habrás logrado
Si es el hombre un puñado de ceniza
Y el diamante carbón cristalizado?

Mujer que a tu hijo das madre postiza
Por conservar la efímera hermosura
Que provoca al placer o escandaliza,

¿No ves que la belleza un soplo dura,
Y que el hijo prolonga tu existencia,
Y es tu sangre, tu ser, tu misma hechura;

Y tú que te entregaste a la licencia,
¿Puede ahogar el estruendo de la orgía
El grito acusador de la conciencia?

Imbécil muchedumbre, turba impía,
Que del trabajo y la honradez al fruto
Ladras como famélica jauría,

Y la indomable condición del bruto
Tomas por libertad, por luz la hoguera
Y el mundo llenas de terror y luto;

Tirano que, en la sed que te exaspera
De dominar la tierra, airado clavas
En tus pueblos las garras de la fiera;

Juez al favor vendido, sacerdote
Que sacrílego manchas los altares,
¿Ya no teméis el vengador azote

De quien dio al firmamento luminares,
Lava al volcán, arenas al desierto
Y borrascosas olas a los mares?

Buscad el bien que de la vida es puerto,
Y no os invadirá la podredumbre
Que devora insaciable cuanto ha muerto,

Ni caerá, como alud desde la cumbre
Sobre todo el que manche su memoria,
Rodando con inmensa pesadumbre
La maldición del cielo y de la historia.

31 diciembre 1877

José Velarde

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