Parra
A MI QUERIDO AMIGO FRANCISCO ALVAREZ Y ARANDA
I
Natura
Arrogante, esbelto, airoso,
Rosado y blanco color,
Los ojos azul de cielo
Y tan vivos como el sol,
La cabellera ondulante
Acariciando el jubón,
Y rubia cual las espigas
Que el seco julio tostó,
Pendiente el hierro del cinto,
En el bonete el airón
Y el laúd tañendo ufano,
Errante va el trovador,
De monasterio en castillo,
Entonando su canción.
Se ignora quien fue su madre;
No se sabe si nació
Como Venus de la espuma
Ó cual Minerva de un Dios
Muy niño, huérfano y solo
En el mundo se encontró
Sin más caudal que su acento
Y su ardiente inspiración;
De un laúd abandonado
Las dulces cuerdas hirió,
Le acariciaron las Musas
Y al vibrar su clara voz,
La oropéndola, el jilguero,
La alondra y el ruiseñor
Oyeron mudos y absortos
Su peregrina canción.
Desde entonces vaga errante,
Llueva, truene o luzca el sol,
Entonando cantinelas
De esta suerte el trovador.
<< Tierra sagrada,
Madre querida,
Todo la encierras,
Color y vida,
Ricos mentales,
Aguas sonoras
Y las semillas
Germinadoras.
En los bochornos
Del seco estío
La sed apagas
Del labio mío;
Me ofreces frutos,
Y me das flores
Para la reina
De mis amores;
¡Ay! y en muriendo,
Tu seno abriendo
Con santo amor,
Caerás piadosa
Sobre la fosa
Del trovador.
>> Son mis hermanas
Las golondrinas
Cual yo cantoras
Y peregrinas,
Y mis maestros
Los ruiseñores,
Como yo libres,
También cantores.
A amar aprendo
De la paloma,
Que va arrullando
De loma en loma;
Me da sus sombras
El bosque umbrío,
Su miel la abeja,
Su linfa el río,
Su voz el viento
Y el alma siento
Llena de amor
Por la natura,
La amada pura
Del trovador. >>
>> Resuenan juntos
En mis cantares,
Fieros rugidos
De roncos mares;
Notas perdidas,
Rumores vago
De secas hojas
Y ocultos lagos,
Gemidos sordos,
Tiernos arrullos,
Suspiros tristes,
Dulces murmullos,
Trinos alegres,
Ayes, lamentos
De aves y selvas,
Ondas y vientos;
Que la natura,
Mi amada pura,
Mi tierno amor
Es quien me inspira,
Y ella es la lira
Del trovador. >>
II
Patria.
A las puertas de un castillo
Cantando el bardo llegó,
Y los pajes y escuderos
De la señorial mansión
El rastrillo levantaron
Para dar paso al cantor,
A quien llevaron gozosos
Hasta un gótico salón.
De jabalí todo un cuarto
Volteaba el asador,
Ardiendo en la chimenea,
Enteros de dos en dos,
Los olivos y chaparros
De los bosques del señor.
El gato arisco mayaba,
Graznaba el montés halcón,
Y los sabuesos gruñían
Del vivo fuego al calor.
En los muros denegridos,
Entre blasón y blasón,
Se veían huecas trompas,
El venablo matador,
La alabarda, la armadura
Reluciente como el sol,
La silla del noble bruto,
Y del jabalí feroz
Y del ciervo, las cabezas
Disecadas sin primor.
En lengua mesa de roble
Blanco lienzo se tendió;
Y apetitosa cecina,
Rancio vino de color,
Grandes platos y ancha copa,
Lindo paje colocó
En ella, cuando acercóse
El poderoso señor
Del castillo, que ceñudo
A la mesa se sentó,
Diciéndole al bardo - << canta
Los timbres de mi blasón,
De mis famosos abuelos
La nobleza y el valor,
Y de mi patria las glorias
Que, más altas, las de Dios. >>-
<
León y castillo
Eres señor de haciendas,
De horca y cuchillo:
Entre cabezas moras
Se halla este mote:
<< Del infiel islamita
Soy el azote. >>
Tiene un pendón glorioso
Y una caldera,
Que dicen que levantas
Gente guerrera,
Ostentando asimismo
La cruz divina
Que llevaron tus padres
A Palestina.
Tu estirpe noble
Tiene el tiempo y la fuerza
De añoso roble.
<< El pecho revestido
De férrea cota,
Llevando en la cimera
Blanca garzota,
Al cinto la tajante
Bruñida espada,
Y en la diestra nervuda
Fuerte ferrada,
De la tierra que pisas
Conquistadores
Fueron tus valerosos
Progenitores,
Fueron tus valerosos
Progenitores,
Y del bruto enfrenando
Los escarceos,
En los juegos de cañas
Y en los torneos,
Honor y gloria
Dejaron en sus hijos
Y en nuestra historia.
<< Fue la patria bendita
De tus mayores
Valladar a los fuertes
Conquistadores.
Las águilas romanas,
La media luna,
No alcanzaron en ella
Victoria alguna.
Aquí el hombre es valiente,
La mujer bella
Da la flor más aroma,
Más luz la estrella,
Por eso sus llanuras
Y sus montañas,
Sus feudales castillos
Y sus cabañas
Recorre amante,
Cantando dulces trovas
El bardo errante. >>
III
Fides
Alejóse del castillo
El inspirado cantor,
Y a una abadía cercana
Sus pasos encaminó.
Hizo sonar de la puerta
El gigantesco aldabón
Y del claustro en las crujías
El eco se prolongó.
- Dios venga con vos, hermano, -
Dijo el lego que le abrió
A lo que el bardo repuso:
- Que guarde esta casa Dios.-
Y replicóle el buen lego:
-¿Hermano, sois trovador?
Pues venios a la huerta,
Allí están de recreación
Los hermanos, y podréis
Cantar las glorias de Dios.-
Y siguiendo lentamente
Sus pasos el trovador,
Los corredores del claustro
Admirado atravesó.
Que eran de admirar los vidrios
De diferente color
De la gótica ventana
Que en la ojiva se perdió,
Los pintados azulejos,
El sonoro surtidor,
Los frutos y bellas flores
De rica vegetación,
Los lienzos representando
La vida del fundador,
Y de un ángulo en la altura
Y en cruz tosca, a nuestro Dios
Como si abrasar quisiera
Para ofrecer el perdón.
En la huerta penetraron,
Donde se hallaba el prior
En su breviario leyendo,
Sentado de cara al sol,
Y al ver al bardo le dijo:
-Canta, hermano trovador,
Nuestra fe y a nuestra madre
La santa Iglesia de Dios.-
La comunidad se hallaba
En completa dispersión,
Y al estremecer el aire
Del bardo la dulce voz,
Cual se acerca a la colmena
El enjambre en confusión,
Fueron llegando los monjes
Donde se hallaba el cantor.
<< Como el sol a las sombras,
Llegó el Mesías
Ahuyentando las ciegas
Idolatrías,
Y en la diestra de Jove
Se apagó el rayo
Y salió el oprimido
De su desmayo.
¿Qué importaron las fieras
Persecuciones,
De impíos Dioclecianos
Y de Nerones?
¿Quién vence la fe heroica
Del alma humana?
Al fin, tras los martirios,
La grey cristiana,
Alzó su solio
Desde las catacumbas
Al Capitolio.
Esa fe que os ha hecho
Dejar el mundo
Y que a mí me ha llevado
Siempre errabundo,
Labra las catedrales
Y monasterios,
Hace vibrar las cuerdas
De los salterios,
Inspira las salmodias
De los profetas
Y los cantos profanos
De los poetas,
Y antes que abandonarla,
Morir prefieren
Los buenos de la tierra,
Que cuando mueren,
Ven un querube
Que viene por sus almas
En blanca nube.
¡Salve, Iglesia que guardas
Ciencias y artes,
Que extiendes tus raíces
Por todas partes,
Y sigues la doctrina
De la paloma,
Que arrulla en los Concilios
Y anida en Roma!
Tienes la Santa Virgen
Pura, inocente,
Que aplasta la cabeza
De la serpiente,
La caridad que anuda
Con fuertes lazos
Y la Cruz que extendiendo
Sus santos brazos
Cobija el mundo,
Como una madre llena
De amor profundo.>>
IV
Amor
El peregrino incansable
Del monasterio salió,
Llevando las bendiciones
Del venerable prior.
Y sin temer la inclemencia
Del furibundo aquilón,
Ni las sombras de la noche
Que al pecho infunden pavor,
Hasta llegar a las rejas
De un palacio caminó,
Y convulso, tembloroso
(Que hace temblar el amor),
Con acento enternecido
De aquesta suerte cantó.
Viene a entonarte
Su serenata
El triste bardo,
Mujer ingrata.
Sé que por pobre
¡Ay! no me quieres.
¡Funesto achaque
De las mujeres!
Yo te prometo,
Si al fin me amas
Y con favores
Mi amor inflamas,
Dejar mis cantos,
Ir a la guerra,
Y conquistarte
Toda la tierra,
En los combates
Y en los torneos
Colores tuyos
Siempre vestir.
En ese día
¡Ay! de alegría
Voy a morir.
¿Pero no escuchas
Mi serenata?
Es amor vida
Y amor me mata.
Como ave amante
Sal al reclamo;
Mira, ángel mío,
Que yo te amo
Como la umbría
Los ruiseñores,
Como la abeja
Las gayas flores
Como a la Virgen,
Nuestro tesoro,
Los querubines
Del olmo coro;
Que eres mi encanto,
Mi vida entera...
¿Pero no sales?
¿Quieres que muera?
Sal, que te espera
Tu tierno amor.
Fresco capullo,
Sal al arrullo
Del trovador.
Mas ¡ay!¡no escuchas
Mi serenata!
Adiós por siempre,
Mujer ingrata;
Adiós encanto
Del alma mía,
Preciada rosa
De Alejandría,
Fúlgida estrella,
Blanca paloma,
Lirio del valle,
Fragante poma,
Búcaro lleno
De frescas flores,
Reina encantada
De los amores,
Espejo puro
Que á Dios refleja,
Por siempre el bardo
De ti se aleja.
Hoy al albor,
Tenlo por cierto,
Habrá ya muerto
Tu trovador.
V
Dolor.
Una impía carcajada
A la trova respondió
Y helada quedó en las venas
La sangre del trovador;
Que con fuerza el laúd sonoro
Apretó a su corazón
Y entre breñas y jarales
Por los montes se perdió;
Hasta que al cabo rendido
A la fiebre y al dolor,
En los duros peñascales
Casi exánime cayó.
Era más de media noche,
Helaba el cierzo traidor,
Densa nube los fulgores
De los astros ocultó,
Al dilatarse en el cielo
Como fúnebre crespón,
Y congelada en la altura,
Copos de nieve lanzó,
Que trocaron en sudario
La capa del trovador,
Quien los miembros ateridos
Y perdida la razón,
El silencio de la noche
Con un canto interrumpió,
Que las fieras de los montes
Escucharon con pavor.
-<< Me hallé, al venir al mundo,
Huérfano y solo,
Lo recorrí cantando
De polo a polo
Sin encontrar consuelo,
Calor ni abrigo
En brazos de su amada
Ni del amigo.
¡Oh! ¡qué horrible amargura
Vivir cantando
Á tiempo que está el alma
Triste llorando!
Nadie adivina
Que aguda espina
Vivo dolor
Turban la calma
Hieren el alma
Del trovador.
Mujer siempre difícil
Á mi deseo;
Madre no conocida,
Pero á quien veo
Retratada en la fuente
Donde me miro,
Recibid mi angustiado
Postrer suspiro!
¡Y tú, Dios de los cielos
Y de la tierra
Si muero en este trance
Mis ojos cierra,
Y si cumplida
No fue la vida
De tu cantor,
Tu enojo calma,
Y acoge el alma
Del trovador!>>-
VI
Mors
En los ecos de los montes
Fue apagándose la voz,
Un suspiro oyóse á poco
Parecido á un estertor,
Después una nota aguda
Que el laúd triste lanzó,
Y por último, tan sólo
El rugir del esquilón.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Cuando la aurora rosada
Al horizonte asomó,
Estaba yerto el cadáver
Del mísero trovador,
Que aun el laúd apretaba
Con ahínco al corazón;
Y en sus labios azulados
La sonrisa se encontró
De quien espira en la nieve
Ó muere en gracia de Dios.
Una nubecilla blanca,
Á la salida del sol,
De aquel tronco inanimado
Á los cielos ascendió.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Quién sabe si en ella iría
El alma del trovador?
Enero 1878
En mis cantares,
Fieros rugidos
De roncos mares;
Notas perdidas,
Rumores vago
De secas hojas
Y ocultos lagos,
Gemidos sordos,
Tiernos arrullos,
Suspiros tristes,
Dulces murmullos,
Trinos alegres,
Ayes, lamentos
De aves y selvas,
Ondas y vientos;
Que la natura,
Mi amada pura,
Mi tierno amor
Es quien me inspira,
Y ella es la lira
Del trovador. >>
II
Patria.
A las puertas de un castillo
Cantando el bardo llegó,
Y los pajes y escuderos
De la señorial mansión
El rastrillo levantaron
Para dar paso al cantor,
A quien llevaron gozosos
Hasta un gótico salón.
De jabalí todo un cuarto
Volteaba el asador,
Ardiendo en la chimenea,
Enteros de dos en dos,
Los olivos y chaparros
De los bosques del señor.
El gato arisco mayaba,
Graznaba el montés halcón,
Y los sabuesos gruñían
Del vivo fuego al calor.
En los muros denegridos,
Entre blasón y blasón,
Se veían huecas trompas,
El venablo matador,
La alabarda, la armadura
Reluciente como el sol,
La silla del noble bruto,
Y del jabalí feroz
Y del ciervo, las cabezas
Disecadas sin primor.
En lengua mesa de roble
Blanco lienzo se tendió;
Y apetitosa cecina,
Rancio vino de color,
Grandes platos y ancha copa,
Lindo paje colocó
En ella, cuando acercóse
El poderoso señor
Del castillo, que ceñudo
A la mesa se sentó,
Diciéndole al bardo - << canta
Los timbres de mi blasón,
De mis famosos abuelos
La nobleza y el valor,
Y de mi patria las glorias
Que, más altas, las de Dios. >>-
<
León y castillo
Eres señor de haciendas,
De horca y cuchillo:
Entre cabezas moras
Se halla este mote:
<< Del infiel islamita
Soy el azote. >>
Tiene un pendón glorioso
Y una caldera,
Que dicen que levantas
Gente guerrera,
Ostentando asimismo
La cruz divina
Que llevaron tus padres
A Palestina.
Tu estirpe noble
Tiene el tiempo y la fuerza
De añoso roble.
<< El pecho revestido
De férrea cota,
Llevando en la cimera
Blanca garzota,
Al cinto la tajante
Bruñida espada,
Y en la diestra nervuda
Fuerte ferrada,
De la tierra que pisas
Conquistadores
Fueron tus valerosos
Progenitores,
Fueron tus valerosos
Progenitores,
Y del bruto enfrenando
Los escarceos,
En los juegos de cañas
Y en los torneos,
Honor y gloria
Dejaron en sus hijos
Y en nuestra historia.
<< Fue la patria bendita
De tus mayores
Valladar a los fuertes
Conquistadores.
Las águilas romanas,
La media luna,
No alcanzaron en ella
Victoria alguna.
Aquí el hombre es valiente,
La mujer bella
Da la flor más aroma,
Más luz la estrella,
Por eso sus llanuras
Y sus montañas,
Sus feudales castillos
Y sus cabañas
Recorre amante,
Cantando dulces trovas
El bardo errante. >>
III
Fides
Alejóse del castillo
El inspirado cantor,
Y a una abadía cercana
Sus pasos encaminó.
Hizo sonar de la puerta
El gigantesco aldabón
Y del claustro en las crujías
El eco se prolongó.
- Dios venga con vos, hermano, -
Dijo el lego que le abrió
A lo que el bardo repuso:
- Que guarde esta casa Dios.-
Y replicóle el buen lego:
-¿Hermano, sois trovador?
Pues venios a la huerta,
Allí están de recreación
Los hermanos, y podréis
Cantar las glorias de Dios.-
Y siguiendo lentamente
Sus pasos el trovador,
Los corredores del claustro
Admirado atravesó.
Que eran de admirar los vidrios
De diferente color
De la gótica ventana
Que en la ojiva se perdió,
Los pintados azulejos,
El sonoro surtidor,
Los frutos y bellas flores
De rica vegetación,
Los lienzos representando
La vida del fundador,
Y de un ángulo en la altura
Y en cruz tosca, a nuestro Dios
Como si abrasar quisiera
Para ofrecer el perdón.
En la huerta penetraron,
Donde se hallaba el prior
En su breviario leyendo,
Sentado de cara al sol,
Y al ver al bardo le dijo:
-Canta, hermano trovador,
Nuestra fe y a nuestra madre
La santa Iglesia de Dios.-
La comunidad se hallaba
En completa dispersión,
Y al estremecer el aire
Del bardo la dulce voz,
Cual se acerca a la colmena
El enjambre en confusión,
Fueron llegando los monjes
Donde se hallaba el cantor.
<< Como el sol a las sombras,
Llegó el Mesías
Ahuyentando las ciegas
Idolatrías,
Y en la diestra de Jove
Se apagó el rayo
Y salió el oprimido
De su desmayo.
¿Qué importaron las fieras
Persecuciones,
De impíos Dioclecianos
Y de Nerones?
¿Quién vence la fe heroica
Del alma humana?
Al fin, tras los martirios,
La grey cristiana,
Alzó su solio
Desde las catacumbas
Al Capitolio.
Esa fe que os ha hecho
Dejar el mundo
Y que a mí me ha llevado
Siempre errabundo,
Labra las catedrales
Y monasterios,
Hace vibrar las cuerdas
De los salterios,
Inspira las salmodias
De los profetas
Y los cantos profanos
De los poetas,
Y antes que abandonarla,
Morir prefieren
Los buenos de la tierra,
Que cuando mueren,
Ven un querube
Que viene por sus almas
En blanca nube.
¡Salve, Iglesia que guardas
Ciencias y artes,
Que extiendes tus raíces
Por todas partes,
Y sigues la doctrina
De la paloma,
Que arrulla en los Concilios
Y anida en Roma!
Tienes la Santa Virgen
Pura, inocente,
Que aplasta la cabeza
De la serpiente,
La caridad que anuda
Con fuertes lazos
Y la Cruz que extendiendo
Sus santos brazos
Cobija el mundo,
Como una madre llena
De amor profundo.>>
IV
Amor
El peregrino incansable
Del monasterio salió,
Llevando las bendiciones
Del venerable prior.
Y sin temer la inclemencia
Del furibundo aquilón,
Ni las sombras de la noche
Que al pecho infunden pavor,
Hasta llegar a las rejas
De un palacio caminó,
Y convulso, tembloroso
(Que hace temblar el amor),
Con acento enternecido
De aquesta suerte cantó.
Viene a entonarte
Su serenata
El triste bardo,
Mujer ingrata.
Sé que por pobre
¡Ay! no me quieres.
¡Funesto achaque
De las mujeres!
Yo te prometo,
Si al fin me amas
Y con favores
Mi amor inflamas,
Dejar mis cantos,
Ir a la guerra,
Y conquistarte
Toda la tierra,
En los combates
Y en los torneos
Colores tuyos
Siempre vestir.
En ese día
¡Ay! de alegría
Voy a morir.
¿Pero no escuchas
Mi serenata?
Es amor vida
Y amor me mata.
Como ave amante
Sal al reclamo;
Mira, ángel mío,
Que yo te amo
Como la umbría
Los ruiseñores,
Como la abeja
Las gayas flores
Como a la Virgen,
Nuestro tesoro,
Los querubines
Del olmo coro;
Que eres mi encanto,
Mi vida entera...
¿Pero no sales?
¿Quieres que muera?
Sal, que te espera
Tu tierno amor.
Fresco capullo,
Sal al arrullo
Del trovador.
Mas ¡ay!¡no escuchas
Mi serenata!
Adiós por siempre,
Mujer ingrata;
Adiós encanto
Del alma mía,
Preciada rosa
De Alejandría,
Fúlgida estrella,
Blanca paloma,
Lirio del valle,
Fragante poma,
Búcaro lleno
De frescas flores,
Reina encantada
De los amores,
Espejo puro
Que á Dios refleja,
Por siempre el bardo
De ti se aleja.
Hoy al albor,
Tenlo por cierto,
Habrá ya muerto
Tu trovador.
V
Dolor.
Una impía carcajada
A la trova respondió
Y helada quedó en las venas
La sangre del trovador;
Que con fuerza el laúd sonoro
Apretó a su corazón
Y entre breñas y jarales
Por los montes se perdió;
Hasta que al cabo rendido
A la fiebre y al dolor,
En los duros peñascales
Casi exánime cayó.
Era más de media noche,
Helaba el cierzo traidor,
Densa nube los fulgores
De los astros ocultó,
Al dilatarse en el cielo
Como fúnebre crespón,
Y congelada en la altura,
Copos de nieve lanzó,
Que trocaron en sudario
La capa del trovador,
Quien los miembros ateridos
Y perdida la razón,
El silencio de la noche
Con un canto interrumpió,
Que las fieras de los montes
Escucharon con pavor.
-<< Me hallé, al venir al mundo,
Huérfano y solo,
Lo recorrí cantando
De polo a polo
Sin encontrar consuelo,
Calor ni abrigo
En brazos de su amada
Ni del amigo.
¡Oh! ¡qué horrible amargura
Vivir cantando
Á tiempo que está el alma
Triste llorando!
Nadie adivina
Que aguda espina
Vivo dolor
Turban la calma
Hieren el alma
Del trovador.
Mujer siempre difícil
Á mi deseo;
Madre no conocida,
Pero á quien veo
Retratada en la fuente
Donde me miro,
Recibid mi angustiado
Postrer suspiro!
¡Y tú, Dios de los cielos
Y de la tierra
Si muero en este trance
Mis ojos cierra,
Y si cumplida
No fue la vida
De tu cantor,
Tu enojo calma,
Y acoge el alma
Del trovador!>>-
VI
Mors
En los ecos de los montes
Fue apagándose la voz,
Un suspiro oyóse á poco
Parecido á un estertor,
Después una nota aguda
Que el laúd triste lanzó,
Y por último, tan sólo
El rugir del esquilón.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Cuando la aurora rosada
Al horizonte asomó,
Estaba yerto el cadáver
Del mísero trovador,
Que aun el laúd apretaba
Con ahínco al corazón;
Y en sus labios azulados
La sonrisa se encontró
De quien espira en la nieve
Ó muere en gracia de Dios.
Una nubecilla blanca,
Á la salida del sol,
De aquel tronco inanimado
Á los cielos ascendió.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Quién sabe si en ella iría
El alma del trovador?
Enero 1878
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