jueves, 21 de septiembre de 2023

El poeta a su musa

Calle Ortega y Gasset 1
(Terraza Titus Bar)
Introducción

I

No seas, no, la víbora maldita
Que muerde y deposita
Dentro del corazón letal veneno;
Ni la ebria bacante desgreñada
Que arrastra desbocada
Honor y vestiduras por el cieno.

II

No sirena que llame engañadora
Con cántiga sonora
A las sirtes fatales de la duda;
Ni el pudor virginal mires esquiva,
Para ir provocativa
Buscando torpe meretriz desnuda.
III

No el oído del prócer empalagues,
Ni con bajeza halagues
Los instintos brutales de la plebe:
Cual la alondra remóntate a la altura,
Conservándote pura
Como en el monte altísimo la nieve.

IV

Tu plectro arranque vibración sonora:
Suspira, canta, llora
Con fe, con entusiasmo de profeta:
Entre el cielo y la tierra está la nube
Que espaciándose sube...
Y entre Dios y los hombres el poeta.

V

Fiera castiga hasta que sangre brote,
Con atlético azote
A la musa del siglo envilecida,
Que al error y a la duda incienso quema
Y bárbara blasfema
Renegando de Dios y de la vida.

VI

A la que llama a lo inmoral realismo,
Y canta el sensualismo
Que el corazón y la conciencia estraga:
Musa de la ignorante muchedumbre
Que de la fe la lumbre,
Dejando helado el corazón, apaga:

VII

Que vive y se revuelca en lodo inmundo,
Que el ¡ay1 del moribundo
Exhala triste, que rezar no sabe:
Esa no es musa, que aunque ostente galas
Y tenga también alas...
¡Alas tiene el murciélago y no es ave!

VIII

Al lúbrico cantar de esa ramera
Opón tu voz severa,
Acallando sus gritos de venganza,
De duda, de rencor y de sarcasmo,
Con himnos de entusiasmo
Al amor, a la fe y a la esperanza.

IX

Mina de la maldad el edificio
Y caiga al precipicio,
Cual de los siglos lenta la carcoma
Va minando la torre en su cimiento,
Que a un suspiro del viento
Tiembla, vacila, cede y se desploma.

X

Cuanto más combatidos, más constantes,
Los poetas gigantes
Homeros y Petrarcas, entonaron
Cantos a la virtud, hija del cielo,
Y bienhechor consuelo
Sobre las almas tristes derramaron.

XI

Si muchedumbre estúpida en tumulto,
Grosero y torpe insulto
Lanza a la virgen celestial poesía
Y quema incienso ante el becerro de oro,
Prodiga tu tesoro
Y su poder cantando desafía.

XII

La ronca tempestad, la mar sonora,
La hinchada ave canora
Que abriga a sus polluelos en el nido,
La nube que ondulando se dilata,
El lago que retrata
El cielo a donde eleva su gemido;

XIII

Del mártir el callado sufrimiento,
Del héroe el ardimiento,
Del campesino hogar la dulce calma,
Los sueños, los placeres, los dolores
De los vivos los amores
A cuyo fuego se enardece el alma;

XIV

De la infancia inocente el alborozo,
El profundo sollozo
Que en el deshecho corazón no cabe,
La plegaria que va buscando el cielo
Con el ardiente anhelo
Que el calor de su nido busca el ave;

XV

Esas son tus riquezas, y con ellas
Podrás sembrar de estrellas
La noche de los tristes corazones:
Canta, y que el aire en sus revueltos giros
Lleve besos, suspiros,
Himnos de amor y santas bendiciones.

XVI

Allí donde el dolor alce su imperio,
Ve envuelta en el misterio,
Impalpable, invisible, y llega en calma
Cual ráfaga de luz esplendorosa,
Cual nota cadenciosa,
Cual pura esencia al interior del alma.

XVII

A la madre a quién pérfida fortuna
Arrancó de la cuna
El fruto de su amor, que era su hechizo,
Hazle al cielo mirar, rasga la nube
Y muéstrale el querube
De ala de nácar y de blondo rizo.

XVIII

Al viejo que a la muerte avecina
Y a la tierra se inclina
Cual si buscase en ella sepultura,
Dale la eternidad como esperanza,
Y dile que se alcanza
Allí la juventud que siempre dura.

XIX
Al pecho juvenil préstale amores,
Derrama frescas flores
Sobre la triste tumba solitaria,
Y ensalza de la virgen la pureza,
Tan bella en su grandeza
Como en labios del niño la plegaria

XX

No te pido laurel para mi frente:
La alzaré noblemente,
Si mi obra tiene la virtud por buena,
Aunque deje tan sólo mi memoria
La huella transitoria
Que el viento barre en movediza arena.

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