Zurciendo redes (Fontanilla)
ICuando el fiat de la nada
Salir hizo el Universo,
Y a un soplo de Dios los seres
En la tierra aparecieron,
A la fuerza poderosa
Del instinto obedeciendo,
El águila, al sol mirando,
Salvó las nubes de un vuelo;
Encrespada la melena,
Corrió el león al desierto,
El jabalí a la montaña,
Y la gamuza a los hielos;
El pez surcó el Océano,
Perseguido y persiguiendo;
Púsose astuto el raposo
Bajo el zarzal en acecho;
La hormiga labró sus trojes
Y comenzó su acarreo;
La abeja voló zumbando
Hacia la flor del romero,
Y arrancándose la alondra
Sedosas plumas del pacho,
Bajo la grama hizo el nido
Y se alzó, cantando, al cielo.
II
Á poco, con lino blando
Fue modelado un ser nuevo,
Que por débil e ignorante,
Los demás escarnecieron.
Miró hacia el sol, deslumbróse;
Corrió, faltóle el aliento;
Probó un fruto le halló amargo;
Fue hacia otros seres, le huyeron;
Bajó al llano, se hundió en lodo;
Subió al monte, le hirió el hielo;
Se guareció en una cueva,
Y las fieras le embistieron;
Hasta que, al cabo, rendido
Y espantado, cayó al suelo
Con el caos en la mente
Y la congoja en el pecho.
¡Oh, cómo entonces cambiara
Por los músculos de acero
Del tigre y de la pantera
Los de sus débiles miembros;
Por la hirsuta piel del oso,
La suya, que helaba el cierzo;
Su carrera fatigosa,
Por la rápida del ciervo,
Su inteligencia dormida,
Por el instinto certero,
Y sus brazos, por las alas
De los halcones soberbios!
III
Confuso anonadado
Permaneció largo tiempo,
El suspiro en la garganta,
De llanto los ojos llenos,
Y su faz entristecida,
Absorto, copiada viendo
De una fuente rumorosa
En el tembloroso espejo;
Cuando obligáronle, a un punto.
Á alzar la vista a los cielos
La fúlgida luz del rayo
Y el estampido del trueno.
Y al ver a los seres todos
Horrorizados huyeron,
En tanto que él contemplaba,
Alta la frente y sereno,
Cómo las nubes corrían
Impulsadas por el viento,
Y cómo se desgarraban
En pabellones de fuego,
Rompió en un grito salvaje
De entusiasmo y de contento;
Grito que fue la plegaria
Primera que oyó el Eterno.
IV
Ante el rayo despertóse
El humano pensamiento,
Ave audaz que a lo infinito
Se lanzó del primer vuelo.
Y, desde aquel punto, el hombre
Tuvo a los seres por siervos,
Por esclava la materia,
Y la inmensidad por templo.
Albergue buscó en la gruta,
Vistió su desnudo cuerpo,
Armóse y venció a la fiera,
Robó la lumbre al incendio.
Apacentó los rebaños,
La tienda alzó en los desiertos,
Amasó la blanca arcilla,
Tramó la red, forjo hierro,
Y surcó las bravas olas
De los mares con el remo,
La tierra con el arado,
Y con la mente los cielos.
V
De entonces nada resiste
A sus trabajos de Ateneo,
Y a la verdad y a la dicha
Va de progreso en progreso.
Ayer mirando a la altura,
El campesino caldeo
Daba a los astros los nombres
De sus ganados y aperos;
El marino recorría
Los mares sin rumbo cierto,
A merced del oleaje
Las corrientes y los vientos;
Una cordillera, un bosque
Enmarañado y espeso,
Eran muros que encerraban
Al hombre en limite estrecho;
Siendo su ciencia el absurdo,
Y su culto el sacrilegio,
Y la memoria su libro,
Y la fuerza su derecho.
Hoy mide y pesa los astros,
Conoce sus derroteros,
Analiza su materia
Y descubre sus misterios.
Con la brújula por guía,
Surca los mares soberbios
Tan seguro como el ave
La región del firmamento;
Mina las altas montañas
Con la pólvora y el hierro;
Salva el abismo con puentes;
Hace de un istmo un estrecho,
Y por un hilo de alambre
Trasmite su pensamiento,
Con la rapidez del rayo,
De un continente al opuesto.
VI
El trabajo es ley forzosa;
Todos los hombres obreros;
Éste que guía un rebaño,
Aquel que gobierna un pueblo;
Lo mismo el que ara la tierra
Que el que interroga a los cielos;
El que piensa, y el que imprime
En el libro el pensamiento.
¡Bendito el trabajo sea;
Fuente de paz y consuelo.
Nobleza de los humildes,
Y de los malvados freno!
Él dio a conocer a Newton
Las leyes del firmamento,
Y la carrera del globo
Al insigne Galileo;
Él dio a Guttemberg la idea
De inmortalizar el verbo,
Y entregó a Franklin el rayo,
Y á Colón un mundo nuevo;
Y él, en fin, prestando fuerza,
Constancia y luz a los genios,
Levantó las catedrales,
Dictóle estrofas a Homero,
Esculpió el mármol con Fidias,
Pulsó la lira de Orfeo,
Con Velásquez pintó al hombre,
Y con Murillo los cielos.
Madrid junio de 1882
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