Calle Cádiz
Dirigida al Sr. D. Gonzalo Segovia Yardizone con motivo de la muerte del Sr. José Fernández-Espino
El mismo soplo que apagó su vida,
Encendió la que existe tras la muerte.
¿ A qué llorar, Gonzalo, su partida,
Si despojado ya del polvo inerte,
Que en el mundo al espíritu encadena,
Goza del justo la envidiable suerte;
En tanto que la vida nos condena
De las pasiones al combate rudo,
A trabajo cruel y amarga pena?
Llore aquel triste que, de fe desnudo,
A comprender un más allá no alcanza,
Después de roto de la vida el nudo;
No el que alienta en su pecho la esperanza
De que, al ir a la muerte caminando,
Va hacia lo eterno y hacia Dios avanza.
Mas te estoy neciamente aconsejando:
Sé que no ha muerto, que a vivir empieza,
¡Que no debo llorar, y estoy llorando!
Tal es del ser humano la flaqueza;
Luchan en el razón y sentimiento,
Y vence el corazón a la cabeza.
¿ Qué me importa que aún viva, si no siento
De su voz las caricias en mi oído,
Ni reverbera en mí su pensamiento,
Y sólo resta, de su ser querido,
Cenizas que mañana serán nada,
Y un hombre que camina hacia el olvido?
Y grítame la fe con voz airada:
Calla, infeliz, y tiende a lo infinito
De tus nublados ojos la mirada;
Allí con soles el Señor ha escrito:
- Sólo cambia la forma, todo es vida; -
Y tan solo dudarlo es un delito.
¿Qué parte de su ser está perdida?
Ninguna: la materia deleznable,
Que ya juzgas en nada convertida,
Vaga a tu alrededor, tenue, impalpable,
Y en su eterno bullir se transfigura,
Conservando su esencia inalterable.
Gira de ser a ser a la ventura;
De la tierra a la flor, la arrastra el viento,
Truena en las nubes, en el sol fulgura,
Y al hallarte, en su raudo movimiento,
Quizás da brío a tu cansada mente,
Llanto a tus ojos y a tu vida aliento.
Y, si hasta el mismo polvo es persistente
Y sus débiles átomos fecundos,
¿ Podrá morir el alma inteligente?
Surcando va los ámbitos profundos
De la inmensa creación, a Dios subiendo
Por la infinita escala de los mundos.
¡Su muerte lloras con afán tremendo!
Mas al llorarlo con angustia tanta,
¿No está en el fondo de tu ser viviendo?
Y hasta tu lira, cuando triste canta
Y el lenguaje del genio balbucea,
¿La voz del profesor no se levanta?
¿Qué sonido dará que eco no sea
Del que prestó a tu mente fantasía,
Fuego a tu corazón, luz a tu idea?
Y aunque llegase, al fin, el triste día,
Que su nombre cayese en el olvido,
¿El fruto de su ingenio moriría?
Cuando la humanidad ha producido
Es eterno también: la voz primera,
Que lanzó el primer ser, no se ha perdido;
Retumba aún en la celeste esfera,
Con las voces mezcladas y confundida
Que dio después la humanidad entera.
Gota a gota la fuente toma vida,
Forma el arroyo, se convierte en río
Y los mares ensancha engrandecida.
¿Quién dirá al resistir con débil brío,
Esas olas de empuje soberano,
Que fueron leves gotas de rocío?
Pues gota a gota el pensamiento humano,
Fuente, y arroyo, y río que alborota,
Forma, al fin, de la ciencia el océano.
¿Y el hombre acaso, en su ceguera, nota,
Que ese mar que hacia Dios se precipita,
Se ha formado también gota por gota?
¡Qué ha muerto dices! No: doquier se agita;
Eternos son su nombre y su memoria,
Vive en el todo y en tu ser palpita.
Aquí, el ejemplo de su noble historia
Y el fruto de su ingenio permanecen;
Su espíritu está con Dios, lleno de gloria!
¿Oyes, Gonzalo? Pues mi pena acrecen
De la fe y la razón las voces santas
Y mi abatido espíritu estremecen.
¿De mi punible ceguedad te espantas?
¡Las voces con que grita el sentimiento
Son tan irresistibles y son tantas!
Do quiera escucho funeral lamento;
El arroyo, la fuente bullidora,
Las secas hojas que arrebata el viento,
El ronco mar, el ave arrulladora,
Dan cánticos de pena y de amargura;
Todo reza, suspira, gime y llora.
Ya murió el justo, la virtud murmura,
El sabio sucumbió grita la ciencia,
Gime el arte en su triste sepultura,
Enmudecen poesía y elocuencia,
Y encuentro en todo soledad y calma,
Esa calma terrible de la ausencia.
Y apenas veo, en mi dolor, la palma
Que alcanzó su saber. ¡La luz no existe
Cuando se llevan sombras en el alma!
Cuanto miran mis ojos luto viste,
La risa del placer la juzgo llanto
Y el suspiro de amor gemido triste...
¿Qué hacer sino dar rienda a mi quebranto,
Si en vano la razón vencerlo trata,
Y nada me consuela, y sufro tanto?
El raudal de tus lágrimas desata
Y, como yo, tu duelo satisface;
Que tan vivo dolor, sólo no mata
Cuando en llanto y suspiro se deshace.
José Velarde
Mayo 1875
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