jueves, 30 de noviembre de 2023

Apunte de "Tres poetas de posguerra"

En época reciente Antonio Machado en el poema “La tierra de Alvargonzález”, por ejemplo, Campos de Castilla (1912), sería quien volvería a la misma forma popular del romance. El mismo Machado, como después Celaya en “España en marcha” y en otras composiciones de Cantos iberos, utilizó también el verso hexadecasílabo. Pueden encontrarse precedentes de esta medida silábica en Machado. Entre los poetas más destacados que igualmente se sirvieron de esta misma forma métrica evocadora se podría citar a Rosalía de Castro, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rubén Darío y Alfonso Reyes. En definitiva, Celaya conoce las combinaciones métricas menos rigidas del romance; pero además está muy consciente de la eficacia expresiva más bien fundada en el lenguaje hablado. Por eso en tranquilamente hablando tachaba a Nuñez de Arca y José Velarde de “tan retóricos” y a Bécquer de “tan inteligente,/ tan pobre de adornos,/ tan directo, vivo”. La aspiración de Celaya: “quisiera ser el Bécquer de un siglo igual a otros”.

Así al hermanar formas estróficas tradicionales con un lenguaje de sabor coloquial y espontáneo, siempre expresivo, Celaya en “España en marcha” adapta cualidades del romance al gusto del pueblo como una expresión directa del espíritu popular, y, a la vez, afirma los valores de la patria, los de la Oposicíon en este caso. Visto desde su forma y fondo, el poema, así como todas las composiciones de Cantos iberos, es sin duda un logro artístico que no compromete la calidad poética. Este planteamiento estructural del libro juega un papel significativo en el hecho que varios de los poemas de la colección, entre los cuales se incluye “España en marcha”, se hayan prestado fácilmente a un arreglo musical. A esto se debe el éxito de estas composiciones.

Fuente: Internet Archive

jueves, 23 de noviembre de 2023

Hogar con Hijos


HOGAR CON HIJOS

Con invisibles lazos nos sujeta
el hijo a nuestro hogar, le da armonía,
lo alumbra, lo perfuma y lo completa.

Ante su faz, radiante de alegría,
huye el dolor que nos devora y mata,
como la sombra ante la luz del día.

Nuestra madre su rostro se retrata
es de dos seres la divina esencia,
nuestro ser que en el tiempo se dilata.

Nos habla como Dios en la conciencia
al par que a las virtudes nos convierte,
nos toma por su augusta providencia.

Y nos presta el poder del hombre fuerte
que, haciendo un sacerdocio de la vida,
aspira a hallar el cielo tras la muerte.

José Velarde
Fuente: Internet Archive

martes, 7 de noviembre de 2023

Los Madriles, "Toros en el Puerto"

Toros en El Puerto

Sr. D. José Navarrete:

Afirma usted que el trabajo del torero es ridículo. ¡séa todo por Dios, que la ha vuelto a usted la vista del revés! ¿Son más artísticos nuestros pantalones, más airosas nuestras levitas? Y si la moña le parece repugnante, por tener algo de femenino, ¿qué no debe parecerle nuestro clásico sombrero de copa alta, que a cada paso nos recuerda un mueble, llamémosle así, de inexcusable servicio?

Pero venga usted acá: ¿cómo quiere usted que tengan fuerza sus argumentos contra el toreo, si al lado les pone este bellísimo cuadro?

-Trenes y faluchos, diligencias y vapores, vomitaban millares de pasajeros en el Verjel y en la Victoria.

-Eran de ver, dos horas antes de ir a la plaza, el Colmado, la Fuentecilla, y, sobre todo, el patio y los comedores de la fonda de Vista Alegre, de bote en bote. Encontrábanse allí, y allí cambiaban abrazos y cañas, la gente de Cádiz, la gente de Sanlúcar, la gente de Jerez, la de Lebrija, la de Puerto

Real, la de Rota… todos en pie, todos en movimiento, en torno de aquellas mesas cubiertas de langostinos, debocas de la Isla, de ostiones de conchas, de botellas de vino… ¡Qué voces! ¡Qué ruido de cristal! ¡Qué atmosfera llena de vapores del menudo y del perfume del oloroso y de la manzanilla!

-A las tres y media quedábanse desiertos los paseos, las tiendas de montañés y la fonda, e interminables hileras de almas iban para la corrida por las aceras de las calle de Palacio y de la Luna. Inundaban la plaza de la Iglesia, concluían formando una masa compacta, una columna inmensa en la calle de Santa Lucía, y continuaban hasta el circo entre las filas de puestos de abanicos de calaña que alternaban con las espuertas de avellanas, cuyos tíos desgañitábanse gritando: ¡A dos reales la grande, y a probarlas!