¿A dónde irá, caballero
En su yegua jerezana,
Tan de noche y de camino,
El mancebo Gómez Arias?
No a buena parte, le juro,
Cuando el semblante recata,
Recela de quien le mira
Y todo le sobresalta.
Recelo engendra el delito,
Busca sombra la acechanza;
Que la virtud no huye el rostro,
Ni teme conciencia honrada.
Va el mozo tan preocupado,
Que consigo a solas habla,
Abre el labio a la sonrisa,
Frunce el seño, jura o canta,
Como si a un tiempo en su mente
Recio combate libraran
El placer y la amargura,
La cólera y la esperanza.
Hidalgo de poca hacienda,
Aunque de ilustre prosapia,
Estima en poco el linaje,
Y la hacienda estima en nada;
Que a la par honra y fortuna
En burdeles despilfarra,
Y ahoga escrúpulos en vino,
Y pesadumbres en zambras.
El ayer le importa un bledo,
Jamás piensa en la mañana,
Cifra en los dados su suerte,
Y su derecho en la espada.
No hay, sin él, motín, querella,
Francachela, ronda o danza,
Ni reja, garito o barrio
Que no cuente sus hazañas;
Y con bravos y rufianes,
Y mozas de rompe y rasga,
Sin miedo a Dios ni al demonio
Bebe y riñe, triunfa y gasta.
Pero pródigo, de ingenio
Y de apostura bizarra,
Dulce en el mirar, y dulce,
Más que la miel, en el habla,
Moza en quien fija los ojos
En red de amor enmaraña,
Y el afán que en seducirla,
Pone luego en olvidarla.
De Córdoba a corto estrecho,
En sus cristales retrata
Guadalquivir, un castillo
Que tiene honores de alcázar.
Cual su tesoro el avaro,
Don Juan de Leiva en él guarda
Una niña, cual no hay otra,
Ni andaluza, ni africana.
Viudo, viejo y maltratado
Del hierro en muchas batallas,
La dulce paz del retiro
Busca al fin de su jornada;
Y allí vive, la memoria
Puesta siempre en sus campañas,
En doña Luz su amor todo,
Y en el cielo su esperanza.
Doña Luz frisa en los quince,
Y niña de cuerpo y de alma,
Más bien que rosa es capullo,
Y más bien que un sol, el alba.
Es como un junco flexible,
Cual ramo de sauce lánguida,
Tímida cual la violeta,
Y cual la azucena pálida.
Tiene los ojos muy negros,
Mucha luz en la mirada,
Ondulante cabellera,
Que puesta de pie le arrastra;
Su sonrisa es una aurora,
Y hay música en sus palabras;
Alondra que lo que dice,
Más que lo dice, lo canta
¡Pobre niña! No hace mucho
Que juegos, rizas y danzas
Eran su vida, que hoy forman
Suspiros, miedos y lágrimas.
Conoció en mal hora a un hombre
Y perdió ventura y calma;
Que amor suele herir los pechos
Con flechas envenenadas.
¡Que soñar con el que adora,
Y qué sufrir cuando tarda,
Y qué temer cuando llega,
Y qué llorar si se marcha!
Acude al rezo, y el nombre
De su amante el rezo acaba;
Que ya no sabe la lengua
Pronunciar otra palabra.
La hostiga el remordimiento,
Que a su viejo padre engaña,
<< No he de verlo más, lo juro>>,
Se dice cada mañana,
Y antes que llegue la noche
Lo espera desesperada
En el alféizar calado
De la morisca ventana.
Un día que el torpe amante
Quiere atrevido besarla,
Como flor que inclina el viento,
Da en sus brazos desmayada;
Y el vil, con carga tan dulce,
La vieja pared escala,
En la noble yegua monta,
Espuelas pica y escapa;
Y parece de tal guisa,
Salvando montes y zanjas,
A la luz de las estrellas,
Demonio que lleva un alma.
II
No tiene rival Sevilla
En hermosura y grandeza,
Y es tan gloriosa en las armas
Como inmortal en las letras.
Un Dios echa sus cimientos,
La hace fuerte Julio Cesar,
La gana el moro y la adorna,
Un Santo la recupera,
Y don Pedro de Castilla,
Con sus justicias acerbas
Y sus dulces amoríos,
De tradiciones la siembra.
De mármoles y azulejos
Ricos palacios ostenta
Y gallardos alminares,
Donde la Cruz señorea.
Allí las columnas de Hércules,
Allí la Giralda esbelta,
Y el Alcázar primoroso,
Y la Catedral inmensa.
Rica noble y muy cristiana,
No hay calle sin lonja abierta,
Ni casa sin un escudo,
Ni barrio sin una iglesia.
Los naranjos la embalsaman
A la par que la hermosean,
Y Guadalquivir la arrulla,
Y la retrata y la besa.
Brotan flores en sus fuentes,
Y sus fuentes donde quiera,
Y de las flores en torno
Mariposillas y abejas.
Los campos que la circundan
De frutos sus trojes llenan,
Y entonan a la sultana
Dulcísimas cantinelas
La codorniz en las mieses,
El jilguero en la alameda,
La tórtola en los olivos,
Y el ruiseñor en la selva.
Allí no hay nube en el cielo,
Ni crece abrojo en la tierra,
Ni el huracán troncha el árbol,
Ni la nieve el fruto seca.
Blandos céfiros susurran
En constante primavera,
Y el suelo es plantel de flores,
Y el firmamento de estrellas.
Hay de San Pedro en el barrio
Una casa solariega,
El patio como una plaza,
El jardín como una huerta,
El zaguán como una calle,
La alta torre con almenas,
La puerta cual la de un templo
Y el blasón sobre la puerta.
En aquella casa vive,
Si es vida morir de pena,
Doña Luz, la niña hermosa
Del noble don Juan de Leiva
Como no entiende de infamias
La angelical inocencia,
Doña Luz tan sólo mide
Su pesar y no su afrenta,
Pero que llore y que rece
Le dice una voz secreta,
Y cual una mártir llora,
Y cual una santa reza.
El infame Gómez Arias
Cien mil historias le cuenta,
Y le jura ser su esposo
Ante Dios y ante la tierra.
Y la niña, que le quiere,
Ningún engaño recela,
Pero está triste, muy triste,
Y del color de la cera
Planta que crece viciosa
A su peso se doblega;
Que es el fuego que la anima,
El incendio que la seca.
Las amorosas pasiones
Que el apetito alimenta,
El desvío las enciende
Y la posesión las hiela
No así las pasiones puras;
Como el cariño es su esencia,
El logro y el tiempo añaden
Más combustible a la hoguera
Lo que ayer tanto anhelaba,
Hoy Gómez Arias desdeña;;
Ya de la niña se aburre,
Le enoja cuando se queja,
Le cansa si le acaricia,
Si llora le desespera,
Y halla fealdad su hermosura,
Y necedad su inocencia.
Y doña Luz corresponde
A la esquivez con finezas
Cada día más amante,
Más inocente y más tierna.
Pierde el mancebo jugando
Lo que de bienes le resta,
Y cuando todo lo pierde,
Excepto querida y yegua,
Con ambas parte una noche,
Buscando bosques y sierras,
Y camina hasta encontrarse
De Benamejí a las puertas.
Al alcaide de la plaza
Manda recado que venga,
Y el alcaide, noble moro,
Sale al campo a darle audiencia.
De doña Luz se retiran,
Que está viendo que le entrega
A su amante el sarraceno
De oro una bolsa repleta.
Oye el alcaide que dice:
<< Ya es mía la nazarena>>;
Ve a Gómez Arias que parte,
Al alcaide que se acerca,
Y dando un grito, que haría
Estremecerse a las piedras,
Como herida por el rayo,
Viene rodando por tierra.
III
Quien camina sin reparo
Por la pendiente del vicio,
Al cabo se precipita
Del crimen en el abismo.
Y no hay fiera como el hombre
Que la conciencia ha perdido,
Porque pone el pensamiento
En ayuda del instinto.
Cuanto más inteligente
El criminal, más inicuo;
Satanás es tan malvado
Porque fue casi divino.
¿Quién imaginar pudiera
Que un hidalgo bien nacido,
En esa edad generosa
Del amor y el heroísmo,
Cometiese desalmado
Un crimen tan inaudito
Como vender a una niña
Tras de haberla seducido?
La fiera mata, no vende;
Pero el hombre es más impío.
¡Siempre por treinta dineros
Habrá un Judas para un Cristo!
Y en tanto que Gómez Arias,
En el burdel y el garito,
Gasta el precio de la venta,
¿Qué habrá de la niña sido?
La llevó aquel golpe horrible
De la muerte al borde mismo:
Y al verla morir de pena
Y desordenado el juicio,
En lástima se trocaron
Del moro los apetitos,
Y de piedad llena el alma,
Volverla a su padre quiso.
Pero a este tiempo, la reina
Más grande que el mundo ha visto,
El sol de la hispana historia,
La abuela de Carlos quinto,
A Benamejí se acerca,
Y después de corto sitio,
La rinde, y toma; y rescata
A los míseros cautivos
Años, desdichas y achaques,
Aun abatir no han podido
Del noble don Juan de Leiva
Los caballerescos bríos.
Va Isabel contra Granada,
Y fuera bien fementido
Hidalgo que tal empresa
Mirase desde el retiro.
Ahogando dentro del pecho
Sus penas, cuelga del cinto
El acero toledano,
A luchar apercibido.
De la nobleza de Córdoba
Como hidalgo más antiguo,
Le hacen alcalde, y el cargo
Lleva como fuerte y digno.
¡Que alegría la del viejo
Al hallar su ángel perdido,
Y qué angustia al encontrarlo
En la infamia y el ludibrio!
El pesar y la vergüenza
Lo hubiesen muerto de fijo,
A no llamarlo a la vida
De la venganza los gritos.
Obedeciendo al reclamo
De un poder desconocido,
Allí acude el delincuente
Donde cometió el delito.
¿Es ceguedad del culpado?
¿Es la fuerza del destino?
Parece que el crimen tiene
Conciencia y busca el castigo.
A Córdoba en son de guerra
Fue Gómez Arias solícito,
Más que el campo de batalla,
Buscando campo a sus vicios:
Pero habiendo acuchillado
A otro mozo en desafío,
De la nobleza al alcalde
Lo sometieron al juicio.
Al verlo don Juan de Leiva
Fue a matarle decidido;
Pero ¿cómo darle muerte
Dejando el agravio vivo?
De Isabel se echó a las plantas,
Diciendo: << Justicia pido, >>
Y le respondió la Reina:
<< La he de hacer mañana mismo. >>
IV
La gran catedral cristiana,
Que ayer fue mezquita mora,
Por mandato de la reina,
Hoy luce sus galas todas.
Cubren los muros del templo
Cortinas de felpa roja,
El pavimento alcatifas,
Y pabellones las bóvedas.
Ricos flameros de plata
Esparcen nubes de aroma,
Que en el crucero sombrío
Se pierden en leves ondas.
Los retablos estallados
Con labores caprichosas;
Los vivísimos esmaltes
Que las arcadas decoran;
Las preseas de los santos
Cuajadas de fino aljófar,
A la luz de los blasones
Color, bulto y brillo toman
En el ancho presbiterio,
Bajo un dosel con corona,
Se alza un sitial blasonado
De prolija labor gótica,
Y dos blandos almohadones
De terciopelo, con borlas
Y flecos de oro, descansan
Sobre granadina alfombra.
Entre ciriales y cruces
De plata y bruñido azófar,
Prestes, abades y obispos
En el presbiterio asoman,
Y a poco Isabel primera,
Como el sol esplendorosa,
El imperio en la mirada
Y la sonrisa en la boca.
Lleva un rico brial de seda
Azul celeste, con blondas
Y recamos de oro y plata,
Que el blasón de España forman;
Pendiente del albo cuello,
Que da envidia a la paloma,
Los collares de las órdenes,
Que son sus preciadas joyas,
Y sobre la frente altiva
El encaje de la toca
Sujeto con la diadema,
Que es en su frente aureola.
Magnates y ricos homes,
Pajes y damas hermosas,
Letrados y capitanes
En derredor se colocan;
Y soldados, labradores,
Mercaderes de las lonjas,
Frailes, sopistas, mendigos
Invaden las naves todas.
El arnés, el sayo burdo,
La cuera, la oscura loba,
El sombrero de alas luengas,
El almete con garzota,
Arcabuces, alabardas,
Estandartes, banderolas,
Galas, insignias, libreas,
Cascos, plumas, randas, cotas,
En revuelto torbellino
Se confunden, se amontonan,
Se agitan, lucen, ondulan,
Y reverberan y flotan.
Ante el dosel de la Reina,
Severa la faz rugosa
Y severo el continente,
El de Leiva puesto toma.
Doña Luz está a su lado,
Muy pálida, y temblorosa,
De blanca seda vestida
Y echada al rostro la toca;
Y Gómez Arias, que viste
Raso blanco que oro borda,
Y birrete de velludo
También blanco y pluma roja,
En el pomo del estoque
La siniestra mano apoya,
Y por el templo pasea
La mirada desdeñosa.
Del órgano dulcemente
Se escapa un raudal de notas;
Las campanas en la altura
Parecen tocar a gloria,
Y estos clamores, unidos
A las preces y salmodias,
Llenan las naves del templo
Y hacen retemblar sus bóvedas.
A Gómez Arias la niña
La blanca mano abandona;
Y apenas del sacramento
Termina la ceremonia,
Cuando alzándose la Reina,
Dice con voz imperiosa:
<< ¡ Ballestero: Gómez arias
Vaya al punto a la picota!
Madrid, Julio del 79
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