jueves, 21 de septiembre de 2023

En el aniversario de la muerte de Alfonso XII


                               Torre Castilnovo
I

Esperanza y anhelos juveniles,
Gloria, fortuna, alteza soberana,
Talentos y osadías varoniles,
Cuanto en un ser acumuló la suerte
Lo derrumba de súbito y lo allana
El soplo no sentido de la muerte.
¡Tan caduca, tan vana
Es con toda su pompa y su ruido
La excelsitud de la grandeza humana!

Más tenebroso que la muerte misma,
Lo que ella no acabó, viene el olvido
Y en sus entrañas lóbregas lo abisma.
Con la falacia de la sierpe artera,
Él es quien lleva al corazón herido
Bálsamo dulce que el dolor tempera,
Quien seca el llanto y vierte en el sentido
El jugo de la blanda adormidera.
Va con dedo nefando,
Hasta el nombre en el mármol esculpido,
Con incansable lentitud borrando;
Que es ¡ay! el fin de su labor callada
Á la nada volver cuanto ha surgido
Del profundo misterio de la nada.

Hambrientos de vivir los corazones,
La tierra de la fosa aun no sentada,
Se vuelve al tropel de sus pasiones;
Y sólo queda con el ser humano
Á quien tantos ayer llamaban (mio);,
El fétido gusano
Que se resuelve en el cadáver frío.

Esos vagos murmullos y rumores
Que turban de la noche la honda calma
Y un mundo de recuerdos y de horrores
Despiertan fatigosos en el alma,
No adioses tristes son á los que yertos
En las entrañas de la tierra moran;
Son ayes de los muertos
Que el negro olvido de los hombres lloran.
¡Qué camino tan triste el de la vida,
Qué horrible confusión, qué desconsuelo,
Á no entrever la tierra prometida
Tras los azules ámbitos del cielo!
Esperanza tan bella
¡Ay! nos resigna á soportar un mundo
Donde todo es mentira menos ella.
Y abriendo á lo inmortal nuestro sentido,
En desprecio profundo
Tenemos los halagos de la suerte,
De las glorias mundanas el ruido,
Las iras implacables de la muerte
Y las sombras perpetuas del olvido.

II

En estos días de duelo
En que viene la hoja á tierra,
Se empieza á nevar la sierra,
Silba el aire y llora el cielo,
Ocultando con anhelo
Al amor y á la amistad
La amargura y la ansiedad
De los males que sufría,
El Rey de España moría
En silencio y soledad.

Ante el mágico poder
De aquel ánimo tan fuerte,
Nadie creyó que la muerte
Le llegaría á vencer.
Que nadie al Rey logró ver
Rendido por el dolor;
Pues venciendo su estupor,
Presetábase arrogante,
Pintados en el semblante
La alegría y el vigor.

Ya la muerte con el peso
De la eternidad le ahogaba,
Y todavía luchaba
De España por el progreso;
Y amándola hasta el exceso,
Por callarle su agonía,
Siendo Rey de Andalucía,
De Barcelona y Valencia,
Del Pardo en la pestilencia
Y lobreguez se moría.

Cuando en oculta mansión
Iba á esconder su quebranto,
¡Qué amargas horas de llanto!
¡Qué horrible desolación!
¡Cuánta pena el corazón
Iríale á combatir!
¡Cuánto pensamiento á unir
Cuidados á su desvelo!
¡Cuántas sombras, cuánto duelo
Vería en lo porvenir!

¡Te pierdo, patria querida-
Diría, al verse acabar-
Sin haber podido dar
Por tu ventura mi vida!
¡Ya no irá á la tuya unida,
De mi reinado la suerte;
Y en vez de gloriosa hacerte,
Como soñaba mi amor,
Quizás á anárquico horror
Te lanzaré con mi muerte!

De tí no aparto el sentido
En el instante en que muero;
¡Ay, que al dejarte te quiero
Más que nunca te he querido!
Fortuna que me has traído,
Vencedor de tanto azar,
Tantas dichas á soñar,
¿Por qué me volviste a España,
Si el favor trocando en saña,
Me ibas tan pronto á matar?

Y tú, esposa, que el vivir
Has consagrado á mi amor
¡Que no te arrastre el dolor
Á enloquecer ó á morir!
Busca, para resistir
Tantos trabajos y duelo,
En nuestros hijos consuelos,
Fortaleza en mi memoria,
En España amor y gloria,
Ayuda y luz en el cielo.

¡Crista! Los males y enojos
Del ciego sufro sin ti;
Que ya no hay luz para mí
Si no la bebo en tus ojos.
¡Que de llorar no estén rojos,
Ni me miren con espanto!
Mi cielo sean, mi encanto,
Hasta el punto en que sucumba,
Y guarden para mi tumba
Su amargo raudal de llanto.

Hijas mías sin ventura,
Mi bien, mi orgullo, mis galas,
Que fuerais, á tener alas,
Serafines en la altura;
Sin mi amparo y mi ternura
Y mi solícito afán
¿Qué de vosotras harán,
Capullos de frescas rosas,
En las horas tormentosas,
El rayo y el huracán?

¿Y qué de ti, niño tierno,
A quien dejo, á mi partida,
Tomando espíritu y vida
En el regazo materno?
¡Con cuánto afán al Eterno
Pedí ese ser de mi ser
Que tan pronto va á nacer,
Al que ya comencé á amar,
Y á quien no podré besar,
Ni siquiera conocer!

¡ Adiós, seres de mi vida!
¡Adiós, venturas, empeños,
Esperanzas, glorias, sueños
De la juventud florida!
¡España, España querida!
¡OH QUÉ CONFLICTO¡-exclamó
Y para siempre calló,
Pues de la muerte traidora
La serpiente constrictora
Al cuello se le enroscó.

¡El Rey se muere!-dijeron
En el Pardo roncas voces;
Y otras, corriendo veloces,
¡Se muere el Rey!- repitieron.
Mil más la nueva cundieron
Que á cuantos la escuchan hiere,
Y va alzando un miserere
De imprecaciones, quebrantos,
Suspiros, preces y llantos
El grito de (el Rey se muere)

Hirió á la Reina, certero,
Y corrió á su esposo , loca,
Á recoger de su boca
El suspiro postrimero.
¡Qué cuadro tan lastimero
El de Cristina de hinojos,
Abrazada a los despojos
De aquel ser idolatrado
Á quien tan sólo ha dejado
La muerte vida en los ojos!

Trocada, al fin, la ansiedad
Del Rey en místico anhelo,
Alzando la vista al cielo,
Durmióse en la eternidad:
Y se oyó con claridad,
Entre los llantos profundos
Y los ecos gemebundos,
El golpe con que caía
Sobre una cuna vacía
La corona de dos mundos.

III

Yo que jamás te adulé
Ni a tu favor acudí
Cuando halagado me vi
Por la amistad que en ti hallé,
No este día mancharé,
Lisonjero, tu memoria:
Para quien la limpia gloria
Que tú conquistaste alcanza,
Es la mejor alabanza
La justicia de la Historia.

Generoso cual ninguno,
Todo cariño ó favor
Pagabas, como señor,
Volviendo ciento por uno.
Y jamás te hizo importuno
Del grande el orgullo aleve,
Que á encastillarse se atreve
En la doctrina menguada
De que á nadie debe nada
Porque todo se le debe.

Reina con más excelencia
Que quien se eleva mil codos,
Quien va acercándose á todos
Para ser su providencia.
Quien, como tú, ante la ciencia
Y las artes se rindió,
Y al caído se bajó,
Y vivió con el soldado,
Y se juntó al apestado
Y con los tristes lloró.

Mas, capaz de toda hazaña,
Hidalgo y aventurero,
Temerario y altanero
Como buen hijo de España,
Cuando opusiste á la saña
De la chusma parisién
El olímpico desdén
De un corazón castellano,
Brotó el laurel más lozano
En los campos de Bailén.

No temas que la pasión
Turbe la plácida calma
De tu amado hijo del alma
Con el trueno del cañón.
Todo noble corazón
Se irá á alistar á su enseña.
¿Qué furor no se domeña,
Qué odio no se hace cariño
Ante la cuna de un niño
Que con los ángeles sueña?

En pueblos donde el valer
Se aprecia de la hidalguía,
Ningún hombre desafía
Al niño ni á la mujer.
¿Quién contra el dulce poder
De un serafin se levanta?
¿Y á quién no rinde y encanta
La que junta á su grandeza,
Su desdicha y su belleza,
Las virtudes de una santa?

Quien contra ellos del engaño
Se valga ó de furia acerba,
Segará en amarga hierba
Las mieses del desengaño.
Ya empieza á sentir el daño
Con que ofenderlos procura,
Y dando en defensa dura
Perderá, cual la serpiente
El emponzoñado diente
En la inútil mordedura.

Descansa, Alfonso, en quietud,
Que siempre, para sus fueros,
Tendrán aquí caballeros
La inocencia y la virtud;
Y en creciente excelsitud
Brillará en tu dinastía
La corona que en el día
De tu muerte memorando
Cayó ruidosa rodando
Sobre una cuna vacía.

Madrid, Noviembre 1886

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