jueves, 21 de septiembre de 2023

El hogar

Zaguán c/ Baluarte

POEMA DEDICADO A MI QUERIDO AMIGO
MANUEL CANO Y CUETO

CANTO PRIMERO

EL SUICIDIO

En una tarde de otoño
Triste como la desgracia,
Como el desaliento fría,
Como la tumba callada,
De su quinta de recreo,
Apartado en una estancia,
Meditabundo y sombrío
Federico de Peralta,
Con trémula mano escribe
En papel de orla enlutada
........................................
Por el cielo transparente
Oscura nube se espacia
Y cruzan opacas nubes
Por la mente de Peralta.
El cierzo desapacible,
Azotando las ventanas
Con silbido lastimero,
Por las hendiduras pasa.
Él siente el pecho oprimido,
Y anudado en la garganta
Un sollozo que reprime
Y que a su pesar estalla.
Y cual la lluvia impalpable
Los tersos vidrios empaña
Y condensándose en ellos
En gruesas gotas resbala,
A su enrojecido párpado
Asoma medrosa lágrima,
Crece, se desliza y cae,
Como una estrella en la carta,
En el lugar donde ha escrito
Su pluma: ¡Madre del alma!
.............................................
Al recordar una dicha
Ó al fingir una esperanza
Como ilumina el relámpago
Las nubes en la borrasca,
Da luz un vivo destello
Cruza por su frente pálida,
La rigidez espasmódica

De su faz tórnase blanda.
Brota el sollozo en su pecho
Estallando cual la llama,
Y en el azul de sus ojos
Como un iris de bonanza
Brilla una lágrima herida
Por la luz de la mirada.
.........................................
Mas ¡ay! Que un instante solo
Dura la apacible calma;
Y otra vez a rugir vuelve
En su pecho la borrasca.
A escribir convulso torna
Y su pluma el papel rasga;
Apoya en la mano trémula
La frente ceñuda y pálida,
Y parece que medita
Y que recobra la calma
Cuando del letargo sale
Del asiento se levanta
Y recorre presuroso
Y a grandes pasos la estancia.
Con ánimo decidido
A la mesa se adelanta,
Contrae su triste rostro
Una sonrisa sarcástica,
Hace con el labio un gesto
De desdén o de arrogancia.
Y encogiéndose de hombros,
Como quien no teme nada,
A escribir rápido torna,
Concluye, firma la carta,
La envuelve en sobre enlutado,
Y con letra firme y clara
Pone << Al señor Almirante
Don Jacobo Peralta. >>
..............................................
Cálase un ancho sombrero,
Embozase en luenga capa
Y saliendo sin ser visto,
Por sendas extraviadas
Camina, llegando a un puente
Compuesto de toscas tablas

Y encorvado sobre un río
De corriente sosegada.
En las ondas bulliciosas
La vista atónica clava
Cual si de ellas en el fondo
Algún secreto buscara;
Se despierta, abre los brazos,
Adelante el cuerpo avanza
Y cae como una piedra
En el seno de las aguas.
Se abren a golpe tan rudo
Y con estrépito saltan,
En remolino se agitan,
Forman grandes oleadas,
Después concéntricas olas,
Y por ultimo, ondas mansas
Que lentas se desvanecen
A medida que se ensanchan,
Yendo a morir a la orilla
Entre juncos y espadañas,
Hasta que otra vez sereno
El puro cristal del agua
Los álamos plateados
Y el torvo cielo retrata.

CANTO SEGUNDO


LA CARTA

Pues naufragué en el mar de la amargura,
Me refugio en el puerto de la muerte
Que paz y olvido eterno me asegura.

Si impulsos tienes de llorar, advierte
Lo triste y miserable de la vida,
Y quizás te dé júbilo mi suerte.

Mas temiendo que llames mi partida,
Uniéndote del vulgo al pensamiento,
La deserción cobarde del suicida,

Robo a la muerte el último momento
Para dejar probado en este escrito
Que ignoro que es temor o abatimiento.

Con sosegado espíritu medito
En mi próximo fin, y la conciencia
Me absuelve plenamente de delito.

¿Tiene el mundo derecho a mi existencia
Cuando robarme, pérfido, le plugo
El amor, la esperanza y la creencia?

¿Acaso del dolor sujeto al yugo,
Como un perro, con blanda mansedumbre,
La mano he de lamer de mi verdugo?

Quizás lo afirme así la muchedumbre,
La que uniéndose al juez y al sacerdote
Llevó Jesús del Gólgota a la cumbre,

La que teniendo la maldad por dote,
Y esclava del horror y el fanatismo
Sirve en el mundo a la virtud de azote.

¡La sociedad! Me irrita su cinismo:
Ella a mi labio arrebató las preces,
Me hizo erigir en Dios el fatalismo,

Arrastrándome tenaz una y mil veces
A las pasiones donde el mal anida,
De las que loco removí las heces,

Y si hoy le pongo término a una vida
Que tanto y tanto emponzoñó, mañana,
Al negarme un sepulcro por suicida,

Bajo el amparo de la cruz cristiana,
Me lanzará su bárbaro anatema
Creyendo ser moral, siendo inhumana.

Siempre en el débil su rincón extrema,
La palabra que sale de su boca
Aun más que el hierro enrojecido quema

Entre los vicios la virtud sofoca,
Los dulces lazos del amor desata,
Marchita y envenena lo que toca,

Y cuando al hombre muéstrase más grata,
Engañadora con halagos hiere,
Con besos vende y con abrazos mata.

¿Extrañas que sañudo vitupere
A la que en vida al hombre martiriza
Y su memoria infama cuando muere?

Si pudiera con ella en tablar liza
Entre mis brazos al morir la ahogara
O al huracán la diera hecha cenizas,


Y muerto, de la muerte despertara
Para iracundo maldecir su nombre
Y escupirles sus vicios a la cara.

¡Ah! Jacobo! Mi saña no te asombre.
¿Alguna vez por el dolor herido
No te has hallado fiera en vez de hombre,

Has hecho por llorar y no has podido,
Buscaste una oración y no la hallaste,
Quisiste sollozar y fue un rugido

Lo que estalló en tu pecho, y deseaste
La total destrucción, tu misma muerte
Y cual Luzbel caído blasfemaste?

Pues que fue un punto tu dolor advierte,
Y que una pena inacabable, impía,
Dios o el mismo demonio me dio en suerte.

Oye el relato de la vida mía,
Y si tan miserable hallaste alguna,
Tu maldición escuche en mi agonía.

Tú bien lo sabes, resbaló mi cuna
En un palacio de riquezas lleno
Siendo mi primer mal tanta fortuna,

Pues de mi madre arrebatóme el seno
Conveniencia social, y el de una extraña
Quizás me dio a beber hiel y veneno.

El destino fatal que en mi se ensaña
Hizo que, niño aún, se me enviase,
Para educarme bien, fuera de España.

Deja que en llanto de dolor me arrase.
La retirada del hogar paterno
De mi triste infortunio fue la base.

Ella privóme del cuidado tierno
De amante madre, sin el cual el niño
Se hiela como planta en el invierno.

De la oración sentida y sin aliño
Que ella tan sólo por instinto sabe,
Religioso poema de cariño

Que repite la infancia como un ave,
Y despierta en su alma el sentimiento
Cerrando al mar del corazón la llave.

Cuartel, hospicio, cárcel y convento
El colegio los ánimos relaja
Con su comunidad y su aislamiento.

Ciegamente se reza y se trabaja;
Los más tiernos anhelos infantiles
Con ruda mano el preceptor baraja;

Los niños, esos ángeles gentiles
Sedientos de ternura y alborozo,
Hallan en vez de amor rostros hostiles,

Y aislados en la pena y en el gozo
Y faltos de los besos maternales
Se truecan en sonrisa sus sollozos,

Al pisar de la vida los umbrales
En sus almas despierta el egoísmo,
Monstruo que engendrará todos los males.

Diez años vegeté en el ostracismo,
Aislado como palma en el desierto,
Y sujeto a tan rudo despotismo,

Cuando a la vida me encontré despierto
Por carta de mi padre que decía:


Aunque la ausencia el sentimiento enfría
Hirióme la noticia como un rayo,
Y caí balbuciendo – ¡Madre mía ¡

¿Por qué ¡Oh Dios! Desperté de aquel desmayo
Que mi cabeza plateó con nieve
Aun de la vida sin tocar al Mayo?

No viera entonces una mano aleve,
Por respeto al honor en mortal duelo
La vida de mi Padre hacer más breve,

Ni me hallara en la tierra sin consuelo,
Apartado de ti, huérfano, solo,
Y abandonado hasta del mismo cielo.

Mas ya de mis desdichas llegué al polo.
Ya sé que el corazón de las mujeres
Es el altar en donde oficia el dolo,

Que son humo las glorias y poderes,
Que de la caridad tráfico impío
Hacen los religiosos mercaderes,

Y que el fin del placer es el hastío,
La oscuridad el fondo de la ciencia
Y el fondo de los cielos el vacío.

A costa lo aprendí de mi inocencia;
Por cada paso que en el mundo he dado
Ha caído una mancha en mi conciencia.

Corrí tras los placeres desalado,
Y por no hallarlos ni encontré en el vicio
El maldito placer del condenado,

Pues sujeto a un horrible maleficio
Voy rebotando, si hallar el fondo,
De dolor en dolor al precipicio.

Guárdame el mundo su rencor más hondo,
Pero en lucha con él gano la palma:
Con un odio mayor le correspondo.

Tan sólo el sueño mis torturas calma,
Que si llego a soñar, un ángel veo
Parecido a la madre de mi alma,

Me arrulla con suavísimo aleteo,
Me embriago con un dulce parasismo,
Se acalla mi rencor, y a veces creo

Que merced a un engaño de espejismo
Hallo en el mundo los funestos males
Que viven solo dentro de mi mismo.

Mas el rumor de locas saturnales
¡Ay! Despertando de tan dulce sueño
Retorno a mis tormentos infernales,

Y como alud ingente me despeño
Al abismo sin fin de la amargura
Y odio la vida y en morir me empeño.

Mentira es todo; la Virtud más pura
Como al fin es humana, en lo profundo,
Lleva del mal la amarga levadura.

Bien, amor y verdad no son de un mundo
Que hasta a su misma redención contrario,
Ciego, loco, malvado, furibundo,

A Colón considera visionario,
A Galileo la verdad refuta,
A Sócrates condena a la cicuta
Y arrastra al mismo Dios hasta el calvario.

CANTO TERCERO

LA CABAÑA

En lo más alto

De la montaña,
Donde coloca
Su nido el águila
Entre lentisco,
Enhiestas jaras.
Verdes madroños
Y encinas altas,
Se ve una humilde
Choza de paja
Y un espacioso
Cerco de estacas
Que al tímido rebaño
Del lobo guarda.

La madreselva
Tiende sus ramas
Por la techumbre
De la cabaña
(Donde hace el nido
Con barro y granzas
La golondrina
Que alegre canta),
Y abre sus flores
Embalsamadas
Cuando el sol templa
Su ardiente llama,
Yendo a esconderse augusto
Tras la montaña.
Algunos tiestos

Con verde albahaca,
Lirios, geranios,
Rosas y dalias
Forman un cinto
De verdes ramas,
Puestos en torno
De la cabaña,
A donde acuden
A beber ámbar
Las mariposas
Tornasoladas
Y por miel las abejas
De la comarca.

En ellos tiene
Puesta su alma
Y sus amores
Esa zagala
De negros ojos,
De piel tostada,
De esbelto talle,
Robusta y alta
Que en la cabeza
La tosca cántara
Camina alegre
Trayendo el agua
Del manantial copioso
De la cañada

El disco fúlgido
Del sol se agranda,
Buscan las aves
Las enramadas,
Vuelve al aprisco
La agreste cabra
Ramoneando
De mata en mata,
La aguijonea
Con la cayada
El pastorcillo
Que ufano marcha
Con su haz de leña
Sobre la espalda,
Y en espirales
Que el viento ensancha,
La chimenea
Negro humo lanza
Que el sol colora
De oro y de grana
Como a nubecillas
De la alborada;

¡Fugaces nubes
De rosa y gualda
Que nos recuerdan
Por lo galanas,
Los devaneos,
Las vivas ansias,
Las ilusiones,
Las esperanzas,
Todos los dulces sueños
Del alma humana!

II

Tiene la choza
Terrizo el suelo,
Baja la entrada
Y ahumado el techo.
De las paredes,
Como trofeos,
Se hallan colgados
De trecho en trecho
De la labranza
Los instrumentos,
Y entre unas piedras
Puestas en ruedo
Salta hecha espuma
La sabia hirviendo
Del resinoso
Tronco de abeto,
Y lanzando mil chispas
Restalla el tuero.

¡Pobres pastores
Al mundo ajeno;
Es su vajilla
Tosco barreño;
Por festín tienen
El pan moreno
Y el agua pura
Del arroyuelo.
Un trozo de árbol
Le presta asiento,
Y haces de paja
Forman su lecho.
¿Qué les importa?
Viven contentos.
Y en las ciudades
Echan de menos
De las montañas
Su hogar estrecho,
Los ardorosos
Rayos de Febo
Y las esencias
Que arranca el viento
Al hinojo, tomillo,
Salvia y cantueso.

Conquistadores
Que halláis estrecho
Para vosotros
El mundo entero,
Siempre anhelando,
Siempre sufriendo!
Ser ambicioso
Que estás sediento
De honores, glorias
Y altos empleos,
Y al no alcanzarlos
Viven muriendo,
Y al conseguirlos
Te causan tedio;
Y tú, que anhelas
Ver tus deseos
Hechos designios
Del alto cielo,
Mediará siempre
Un mar inmenso
De vuestros triunfos
A vuestros sueños,
Y en la cabaña
Que con desprecio
Veis en al cumbre
Del alto cerro,
De la humana ventura
Vive el secreto.

III

En una triste
Noche de otoño,
Fulgura el rayo,
Con furia el noto
Troncha las ramas
Y silba ronco,
Rueda en los aires
El trueno sordo,
Los corderillos

Balan medrosos,
Y en la cabaña
Puestos de hinojos
Zagalas y niños
A Dios piadoso
Por los tristes viajeros
Rezan en coro.

Luego a la mesa
Se ponen todos,
Cercan el fuego
Formando corro.
La hermana grande
Da vuelta al torno,
Y el padre dice
Cuentos medrosos
De encantamientos,
Brujas y robos,
Que los muchachos
Oyen gozosos
El oído atento,
Fijos los ojos
Con tanta boca abierta
Como unos bobos.

Como entre sueños,
Contempla atónico
El tierno cuadro
Un hombre mozo
Que aquella tarde
Cayó en el fondo
Del manso río
De aquel contorno,
Siendo salvado
Por el arrojo
De aquel buen padre,
Que vigoroso
Llevóle hasta la choza
Sobre los hombros.

En la cabaña
Reina el reposo,
Se apaga el fuego,
Se duermen todos,
Acalla el austro
Sus silbos roncos,
Lejos resuenan
Los truenos sordos,
Y al pie del lecho,
Vertiendo lloro,
Y entre las manos
Oculto el rostro,
Federico el suicida
Puesto de hinojos
Confunde sus plegarias
Con sus sollozos

CANTO CUARTO

LA REDENCIÓN

Cuando al primer fulgor del nuevo día

La campesina gente dejó el lecho,
Federico rezaba todavía
En llanto copiosísimo desecho;
Y saliendo al umbral de la cabaña,
De la familia entera rodeado,
Que le mira con fijeza extraña,
De esta manera habló:
-Pastor honrado,
Pues que a mas de librarme de la muerte
Al bien tornó por mi el alma perdida,
Quiero que vaya unida
A tu suerte mi suerte
Y regular por tu virtud mi vida.
Dueño de la extensísima comarca
Que nuestra vida abarca,
Soy más pobre que tú, porque no tengo
Con toda mi riqueza y mi abolengo
Ni tu fe que se escuda en la inocencia,
Ni el puro amor que a la virtud te exalta,
Ni la profunda paz de tu conciencia...
Yo soy don Federico de Peralta.
¿Qué pensabas de mí? ¿Qué era tu dueño,
Que tesoros inmensos poseía
Y que, siendo tan rico, viviría
En mis palacios realizando un sueño?
No sabes, (yo tampoco sabía).
Que cuando el alma está de fe desnuda
En la amorosa llama encuentra el frío,
En la ciencia la duda
Y en las mismas riquezas el hastío.
Falto de la dulcísima esperanza
Que columbra en la tierra algo del cielo,
De sentimiento el corazón vacío,
Victima fui del punzador recelo
Y en al honrada intención vi la asechanza,
En la mujer, que es ángel, sierpe artera,
En la existencia insoportable yugo,
En Dios una quimera
Y el género humano mi verdugo.
Y cuando ya cegóme el torbellino
De mi loca pasión, busqué la muerte
Maldiciendo del mundo y de mi suerte;
Y de este crimen acusé al destino,
(Que así llamaba yo a la providencia),
Para callar la voz de mi conciencia,
Que ¡asesino! gritábame, ¡asesino!...
Tu sabes lo demás, pero no sabes
Que al verte en la pobreza sin desvelo,
A tus hijos alzando, cual las aves,
Sus plegarias o cánticos al cielo,
A esta zagala en su estrechez contenta,
Y en torno del hogar todos en calma
En tanto que rugía la tormenta,
Se desbordó abundoso el llanto mío
Tanto tiempo encauzado,
Y fue tan bienhechor para mi alma
Como la fresca lluvia y el rocío
Para el sediento valle calcinado
Por el sol ardoroso del estío.
Quiero vivir; la vida tiene objeto
Cuando del vicio se desoye el reto
Y se busca el placer en la templanza;
Cuando se tiene amor, hogar, familia
Y se cifra en el cielo la esperanza.
Lo he aprendido de ti: tras la vigilia,
Libre del ocio que enmohece el alma,
A tu hogar vuelves, donde está la calma
Y donde un sueño de ángel se concilia.
Tendré mi hogar y mi familia amada;
Mi sangre mezclaré de caballero,
Tan azul como débil y enervada,
Con la plebeya de mujer honrada
Que en concha de virtud queda escondida
Como en el mar la perla nacarada.
Así enjerta entendido jardinero
En árbol débil, para darle vida,
El árbol virgen del inculto otero.
Emplearé la existencia
En hacer bien al hombre, que es mi hermano
Y cuando sienta peso en la conciencia,
De esta montaña tomaré el camino
Y beberé en el hueco de la mano
El agua del arroyo cristiano,
Aspiraré el aroma del romero,
Me sentaré al hogar que me ha salvado,
Y volveré otra vez regenerado
De la virtud al áspero sendero.
De hoy mas eres mi padre;
Puesto a tus pies tu bendición exijo.
¡Por la memoria santa de mi madre
En el nombre de Dios, bendice a tu hijo!
Todos por un impulso sobrehumano
Cayeron de rodillas en el suelo:
El honrado pastor alzó su mano.
Y, de la bruma descorrido el velo,
El sol apareció en el horizonte,
Iluminó la cúspide del monte
Y lentamente remontóse al cielo.

Junio 1878

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