Extramuros
A LolaCanto primero
El doctor que a mis males hace guerra
( En quien tengo una fe de mahometano),
Me dijo cierto día :- Amigo, es vano
Que pretenda curarse en esta tierra;
Si quiere verse pronto bueno y sano,
Váyase a tomar aires a la sierra.
(I) habiendo alcanzado con este poemilla tan prosaicamente escrito, allá en mis albores de poeta, más pláceme que con cuantas obras he dado después a la luz, y constándome que todavía hay quien lo retiene en la memoria y lo recita con cariño, se me ha hecho cargo de conciencia descartarlo de este libro, y más aún desfigurarlo a fuerza de lima.
Dejando en la ciudad el cuerpo en calma,
Fatigáis vuestra mente, y es forzoso,
Evitar otro ataque peligroso,
Dando al cuerpo trabajo y paz al alma.-
Y yo, que hasta al error tengo respeto,
Cuando sale de los labios de un sujeto
De años muchos y clara inteligencia,
Siguiendo el buen consejo de la ciencia,
Marché con voluntad muy decidida
A un pueblo que no nombro, con objeto
De alargar la carrera de mi vida.
II
Cuanto más lejos la ciudad dejaba,
Más tranquilo el espíritu sentía,
Que el lazo que en Madrid me retenía
Era un lazo de hierro que me ahogaba;
Y como árbol, que en dichoso día,
Después de haber perdido hoja tras hoja,
Botones mil en Primavera arroja
De vida llenos y de savia henchido,
Así, viendo caer de mis sentidos,
Hojas tras hojas la locura mía,
Y brotar en mi mente nueva idea,
Trocada mi tristeza en alegría,
Ya casi con salud entré en la aldea.
III
Aquellas pobres casas apiñadas
Al abrigo de un templo; rodeadas
De añosos troncos y de espesa breña,
Y en la cima de un monte colocadas;
Pareciéronme un nido de cigüeña,
Que por arte ó milagro incomprensible,
Unido se encontraba a aquella peña
En equilibrio casi insostenible.
En este pueblo alegre y delicioso
El diablo siempre permanece ocioso;
Que en él, desde el más alto hasta el más bajo,
Hombres, mujeres, todos igualmente,
Tienen tostada por el sol la frente
Y callosas las manos del trabajo.
El silencio y reposo de la aldea
No lo turba una voz, como no sea
La risa de un chiquillo
Que juega locamente en la plazuela
Desnudo como un ángel de Murillo,
El gallo que cantando escarba el suelo,
El esquilón que toca el monaguillo,
O la copla que entona una mozuela:
Así que , para darme algún consuelo,
- Es este pueblo, díjome una abuela,
-Un escalón para subir al cielo.-
IV
Hablaba esta abuelita por los codos,
No siempre con cordura,
Y entre – dice la gente – y – se asegura,-
Contaba y recontaba de mil modos,
De cada convecino alguna historia,
Bien fuese inverosímil, bien probable,
Siendo su charla igual a su memoria,
Y ésta, a más de tenaz, infatigable.
Entre los muchos cuentos,
Que a sus ojos pasaba por portentos,
Hablóme cierto día
De un anciano que aquel pueblo habitaba,
A quien de loco y malo motejaba
Y por el mismo lucifer tenia.
-Calculad buen señor, me repetía,
Por estos actos la maldad del loco:
No habla con nadie, ni a la gente mira;
Llora, gime, suspira,
Come sólo verduras, duerme poco;
Por no hablar, ni saluda al señor cura;
Un sepulcro labró en el cementerio,
Y allí pasa los días con misterio
Contemplando su propia sepultura.-
V
Al escuchar la narración aquella
Tuve por cuerdo a él y loca a ella;
Y ya muy vivamente interesado,
-Dígame, repliqué, señora mía,
Cuanto sepa del hombre desgraciado
A quien tiene tan ciega antipatía.-
-Óigame, contestó, llegó un día
De pena general y desconsuelo;
Pues al pisar el pueblo, se moría
Una anciana señora, que en el cielo
Debe gozar de eterna bienandanza,
Si tal premio se alcanza
Por practicar el bien en este suelo.
Siguió el loco el entierro, pensativo,
Y apenas sepultada la señora,
Labró al lado un sepulcro, y reflexivo
Pasa allí, cual si fuese un muerto vivo,
Mientras alumbra el sol, hora tras hora.
Así que, cuando loco lo llamamos,
Favor grande le hacemos,
Que todos en el pueblo le tenemos,
Por el mismo Satán, y le temblamos.
¿ Pues quién sino el demonio de esa suerte
Persiguiera a una Santa hasta la muerte,
Y osara profanar la sepultura
De aquel ángel, que fue nuestra ventura?
No penséis que exagero en lo que hablo;
El mismo señor cura,
Que es tan sabio y tan bueno, dijo ha poco:
O es un ángel ese hombre, ó es un diablo,
si no es, como parece, un pobre loco.
VI
La noche en que escuché tan triste historia
Ni el beneficio conseguí del sueño,
Ni fui un instante dueño
De poderla borrar de mi memoria.
Aun ignoro que fuerza me robaba
La voluntad y el brío de la mente,
Y por qué a tal extremo me excitaba
La misteriosa vida del demente;
Pero febril, nervioso, delirante,
Pensando de aquel hombre en la amargura,
Tanto y tanto soñé , que hubo un instante
En presa me vi de su locura
Y es que de un alma a otra los dolores
Se transmiten por rara simpatía,
Y sufrió los terribles sinsabores
Del alma de aquel loco, el alma mía.
Gemí, lloré, recé, buqué sosiego
É invoqué a mi razón en tal martirio;
Mas la razón, en torbellino ciego,
Giraba atada a mi tenaz delirio.
Desencajado, pálido, convulso,
Cual si ya me encontrase en la agonía,
Aterido, lloroso, hasta sin pulso,
Me sorprendió despierto el nuevo día
Y cuando la abuelita, con misterio,
Abriendo de mi cuarto la ventana,
Y hallándome vestido todavía,
Me dijo: -¿Dónde va tan de mañana?-
Contesté sin pensar: -Al cementerio.-
Y cual maquina ciega caminando,
Movido por la intensa calentura,
Di en el recinto de la paz, luchando
Mi cansada razón con la locura.
VII
¿ Concluye en este sitio la existencia,
Ó empieza en el la vida?
¿ Librase el alma aquí de la impotencia
a que le arrastra la materia impura,
O a la materia asida
Se consume en la misma sepultura?
Dije, triste, al llegar; mas luego hallando
De bellas flores matizado el suelo,
Insectos que volaban susurrando,
Y alegre el ave y sonriente el cielo,
Exclamé de esta suerte,
Mi horrible duda ya desvanecida:
No es la mansión horrible de la muerte
Sino la cuna de la eterna vida.
VIII
El loco estaba allí ; no me miraba,
Que de un sepulcro donde se leía,
- Aquí yace María,-
Los ojos un instante no apartaba:
Y vi que, contraídas las facciones,
Fue su rostro expresando
De una inmensa pasión las gradaciones,
Ya fiero maldiciendo, ya rezando,
Ya cayendo en tranquilas reflexiones.
IX
Al ver de aquel anciano venerable
La triste faz tocada
Por la mano del tiempo y la amargura,
De sus hundidos ojos la mirada,
Expresando un sufrir inexplicable
Y arrojando por llanto lava pura,
Del volcán de su pecho desbordada;
Su luenga barba y frente despejada
En donde se leía el pensamiento,
Y su mano nerviosa y descarnada
Asiendo algo impalpable como el viento,
Bajé con pena la mirada inquieta,
Y en mi dolor profundo,
Figurábame ver aquel Profeta
Que habrá de predecir el fin de mundo.
X
Recobrado después, tomé su mano,
Fijé en él la mirada,
Y le dije con voz entre cortada:
-Si algún consuelo humano
Puede enjugar el llanto de esos ojos,
Mirad en mi un hermano,
Dispuesto a compartir vuestros enojos
Y ese dolor profundo
Que concentra en un triste cementerio
Cuanto existe en los ámbitos del mundo:
Yo anhelo penetrar este misterio
A explicarlo os provoco... –
É interrumpió, con voz de otro hemisferio:
-¿Acaso no sabéis que soy un loco?
No hay voluntad que mis designios tuerza,
Ni poder que me aleje de mi objeto:
No penséis que sucumba;
He jurado morir con mi secreto,
Y morirá conmigo en esta tumba.-
XI
Sintiendo horrible espanto,
Iba a alejarme ya, cuando a mí vino,
Trocado su furor en triste llanto,
Diciendo: - Pues lo quiere mi destino,
Vais a saber lo que anheláis tanto.
Tomad esta cartera,
En ella va mi historia,
Dedicadle una lagrima sincera
Y borradla después de la memoria,
Si os es posible, hasta que yo muera.-
...........................................................
Y al notar aquel cambio inesperado,
Y aquella confianza ilimitada,
Aunque estaba mi mente trastornada,
Comprendí que era loco el desgraciado.
CANTO SEGUNDO
Estaba amaneciendo;
El sol, sus tibios rayos desplegados,
La niebla iba ahuyentando
Y el rocío en las flores deshaciendo
Flores que abierto el broche,
Cerrado a las tinieblas de la noche,
Su cáliz perfumado presentaba
A las abejas que alrededor zumbaban,
Mezclando su murmullo
Al trino del jilguero,
Del céfiro al susurro lisonjero
Y de la triste tórtola al arrullo.
Y en tanto que, yaciendo en dulce calma,
La natura mostraba su belleza,
Torturaba el dolor del loco mi alma,
Rugía un huracán en mi cabeza.
II
Buscando en la cartera,
Encontré unos papeles ordenados,
De puro releídos destrozados;
Eran cartas, y abriendo la primera
Por el tiempo amarilla,
En ella vi estampada,
En letra más que escrita dibujada,
De una pasión sencilla,
La primera luciente llamarada.
<< Mi querida María:
Como nunca al hablarte me haces caso,
Y yo de afán me abraso,
Al verte indiferente en tu alegría ,
Esta carta te escribo,
En que quisiera retratar , al vivo,
Cuanto sufre y padece el alma mía.
¿Por qué, di, no me quieres?
¿por qué jugar prefieres
A estar quieta a mi lado,
Como habrás reparado
Que con otros están otras mujeres?
Yo quiero ser tu novio, que me quieras,
Que al loco de Perico me prefieras,
Y que comprendas, vida de mi vida,
De mi pasión la enérgica violencia.
Contéstame enseguida,
No amargues con desdenes mi existencia,
Que sólo porque te amo me es querida.
III
En el respaldo de la misma carta,
En torpes e ilegibles garabatos,
La niña contestó: Me tienes harta,
Te lo digo de veras, con reñirme.
¿Por qué, si soy tan chica, has de exigirme
Que me porte cual lo hacen las mujeres?
¿Mis juegos son extraños?
¿Gozan de otros placeres
Las niñas que, cual yo, tienen diez años?
¡ Y por esto no es cierto mi cariño!
¡ Ay, Pablo! ¿Cómo quieres que te quiera?
¡ Te quejas y jamás contigo riño!
Pues yo no sé querer de otra manera.
Tener novio no puedo todavía,
Soy muy niña y mamá me reñiría,
Pero igual que a Perico, yo te quiero,
Y decir lo contrario es gran simpleza;
Si juego más con él, es que prefiero
Su carácter alegre a tu tristeza.
Rompe esta carta mía,
Porque me da vergüenza haberla escrito:
No vuelvas a ser tonto, te repito,
Y no me escribas más. Adiós. MARÍA.
IV
Y después de haber visto el sentimiento
Del niño que el amor trocara en hombre,
Herido por la lógica sin nombre
Que encierra el pensamiento
De una inocente virgen de diez años,
Que aun bebe inspiraciones de la Gloria,
La lectura seguí de aquella historia
De dolores y tristes desengaño.
V
Hará diez años que una carta mía,
(Otra carta empezaba)
Fue a turbar la inocencia y la alegría
Que tu alma pura en su niñez gozaba.
Sencilla entonces tú, no comprendiste
De mi pasión el habla prematura,
Y en mis ardientes frases solo viste
De algún juego infantil la travesura.
Y era aquél de mi amor el primer grito,
Amor que en un progreso interminable,
Ha llegado a ser hoy casi infinito,
Y a fuerza de ser grande, inexplicable.
Nació conmigo, se meció en mi cuna,
Turbó de mi niñez la dulce calma,
Y después ha ocupado una por una
Las facultades todas de mi alma.
Cuando nos separó la suerte impía,
Hice del corazón altar sagrado,
En el te coloqué, y allí, alma mía,
En diez años de ausencia te he adorado.
>> Y recorriendo continentes, mares,
Y pueblos y desiertos visitando,
Jamás me separé de tus hogares,
Porque siempre contigo fui soñando.
>> Como mi mente a comprender no alcanza,
Que se pueda olvidar a quien no olvida,
He mantenido siempre la esperanza
De que has pensado en mi toda la vida.
>> Adiós , adiós; con sólo una palabra
Vas a probar mi acierto o mi locura;
Ya al pronunciarla sabes que ella labra
La desdicha de Pablo o su ventura.
VI
He visto con sorpresa
(contestaba una carta de María
Escrita con esmero en letra inglesa)
Que tu amor, que recuerdo como un sueño,
Y que siendo tan niña no entendía,
Creció en tu corazón y de él es dueño,
Yo lo ignoraba, Pablo, y en tu ausencia
Con Pedro me he casado,
Y aunque deploro el mal que te he causado,
No me arguye tranquila la conciencia,
De haber una promesa quebrantado.
Olvídame; quizás otras mujeres
Puedan darte el amor que yo no puedo,
Y buscando en el bien dulces placeres,
Queda tranquilo, cual tranquila quedo.
VII
Esta otra carta a la anterior seguía :
<< Aunque han pasado ya cuarenta años
Desde mi ultima carta, y soy un viejo,
Como aumentan mi amor los desengaños,
Ni te he olvidado , ni de amarte dejo.
Muy niña llegué a ti, y en tu inocencia
El alma ya tenias entregada;
Cuando volví, después de larga ausencia,
¡Ay! Con otro hombre te encontré casada.
Desde aquel día mi dolor es tanto,
Que robo jugo a mis exhaustas venas,
Para verte entre el amargo llanto
El ponzoñoso virus de mis penas
La ventura turbar que disfrutabas,
Y solo, con mis penas he vivido
En tanto que feliz tú me olvidabas.
De Pedro para siempre te ha alejado,
Une, mujer, tu suerte con mi suerte,
Por lo mucho que te amo y te he amado.
No temas, no, que el tiempo desastroso
Haya cambiado en nada mi cariño;
Como en mi juventud es hoy fogoso,
Y es hoy tan puro como siendo niño.
Y por si alguno a murmurar se atreve,
Cómo al amor en la vejez me entrego,
Di, que mis canas, que parecen nieve,
Son la ceniza que resguarda el fuego.
<
Que el desengaño la herirá en su cuna,
Pues siempre el desgraciado llega tarde
Cuando reparte bienes la fortuna.
No pienses, no, que de dolor sucumba,
Que ese mismo dolor me dará vida
Para regar con lagrimas tu tumba.
VIII
La ultima carta que guardaba había,
Escrita en caracteres desiguales
Por mano que la edad estremecía,
Daba contestación a frases tales
De esta manera sentenciosa y fría:
Dios a todos los seres da su sino
Al darle la existencia.
El no poderte amar fue mi destino;
Amar sin esperanza tu sentencia.
A mi edad achacosa,
Y a la promesa, para mi sagrada,
De ser solo del hombre aquel esposa.
marcho a un pueblo olvidado;
Allí pediré a Dios que te dé la calma
Que involuntariamente te he robado.
<< Vuelve la vista a Dios; como yo olvida
Esta mundana suerte,
Que es un crimen pensar tanto en la vida,
Cuando se está tan cerca de la muerte;
IX
Habiendo terminado la lectura,
Revolvía en mis manos la cartera,
Cuando el loco dejo la sepultura,
Y acercándose hablo de esta manera:
-Pues por mi voluntad sabéis mi historia,
Cumplid vuestra promesa;
No volvedla traer a la memoria
Hasta no verme de la muerte presa.
Perdí la voluntad, y de este modo
Entregué a esa mujer con mi cariño
El alma, el corazón, la vida, todo;
Que movido por fuerza irresistible
Que mi poder a contrastar no acierta,
Persiguiendo tenaz un imposible
Ámela viva y aun la adoro muerta;
Y que su nombre no maldije fiero
Al ver desvanecida mi esperanza;
Pues la mujer querida, cual yo quiero,
Es un Dios que se adora y no se alcanza.-
X
Él, llorando volvió a la sepultura,
Llorando salí yo del cementerio,
Y aun es hoy para mi duda y misterio,
Si aquello era pasión o era locura.
Diciembre 1874
Desde muy niño escuchaba este poema recitado por la mujer que me crió.A mis 72 años aún resuenan en mis oidos y finalmente lo encuentro. Con placer lo releo y me siento como el niño que fuí entonces.
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