jueves, 21 de septiembre de 2023

Meditación ante unas ruinas


La Chanca

AL Sr. D. GASPAR NÚÑEZ DE ARCE

EN TESTIMONIO DE GRATITUD, DE RESPETO Y CARIÑO

I

Saliendo de su lánguido desmayo,
Naturaleza toda resucita
Al fecundo calor del sol de Mayo.
Las entrañas benéficas visita
De la madre común vivido rayo,
Y las semillas que ateridas duermen,
Hinchadas rompen su corteza dura,
Y se hace planta el germen,
Y brota, y crece, y cubre la cañada
De una mullida alfombra de verdura,
De arabescos de flores recamada
Todo obedece al mágico conjuro;

El vendaval se trueca en blanda brisa;
Vestido el cielo de su azul más puro
Se mira absorto en el cristal del río,
Y en el alba a la flor con su sonrisa
Le manda una diadema de rocío;
La yema se hace pámpana frondosa,
Rojo y dorado tul la densa bruma,
La oscura larva blanca mariposa,
La nieve arroyo, el arroyuelo espuma,
El brote tallo y el capullo rosa;
Entona al anidar su cantinela
El avecilla que de amor se abrasa;
El insecto parece flor que vuela
Agitando unos pétalos de gasa;
Naturaleza toda canta en coro,
Y arrastra el aire en sus revueltos giros
Aromas, y suspiros,
Y cascadas de luz en ondas de oro.

Una tarde.........................................

.........................¿Qué hermosa no sería
Siendo de Mayo y en la patria mía?
Ni el país donde se alza el Himalaya,
Granítico atalaya
Que, levantado a la región del cielo,
No haya horizontes y la vista explaya
Cual astro en el cenit por todo el suelo;
Ni la comarca tropical salvaje
Que la luz de un sol tórrido caldea,
En cuyo seno el férvido oleaje
De un mar de lava ruge y serpentea,
Donde ríos, cual mares desbordados,
Se despeñan en rauda catarata,
Y los árboles suben enlazados
A la nube que en rayos se desata;
Ni Italia, nido celestial de amores,
Tan fecundo en artistas como en flores,
Donde repiten en perpetuo idilio
Aves, brisas y lagos tembladores
Los dulcísimos versos de Virgilio,
Reúnen la grandeza y la poesía
Del edén que se llama Andalucía.

Dos mares le tributan vasallaje,
Y al besar las arenas de la playa,
Canta en vez de rugir el oleaje
Y lánguido hecho espuma se desmaya;
De sus márgenes toma arenas de oro
El claro río, y la veloz corriente
Va arrastrando magnifica el tesoro
Y pródiga lo arroja al mar potente.
En sus valles y oteros

Rubias mieses, oscuros olivares
Y verdes limoneros
Vestidos de azahares
Alternan con la parra pampanosa,
Cuajada de racimos y caireles,
Y con la adelfa de color de rosa
Que nace entre las juncias y laureles
Del arroyuelo de la quiebra umbrosa.
Todo el amor allí, luz y armonía,
Cantos el ave, aromas el ambiente,
El prado flores, la mujer poesía,
Y ser parece de esmeralda el suelo,
De amatista la cúspide eminente,
De plata el río, de cristal la fuente,
De oro la nube y de zafir el cielo.

III

Ya el ave oculta en la alameda umbría
Trinaba revolando entre el follaje,
Y escondiendo su pico en el plumaje
Como el niño en la cuna se dormía
Al columpiar el céfiro el ramaje.
Terminada la rustica faena
Tornaban al hogar los labradores
Y el zumbador enjambre a la colmena
Cargado con la esencia de las flores.

Yo estático miraba con asombro,
Pues hallo en cuanto miro algún misterio,
Una fábrica alzar con el escombro
De un viejo y derruido monasterio.
Cada golpe brutal de la piqueta,
Que del musgoso y grieteado muro
Desmoronaba el lienzo mal seguro,
En mi alma de poeta
Hallaba un eco como el golpe duro;
Y con dolor veía
Como el resto de arábiga moldura,
O el trozo del escudo o la escultura,
Todo, con gran estrépito caía,
A los golpes aciagos,
Entre nubes de polvo de la altura
Sobre un lecho de incultos jaramagos.

Al fin llegó la hora
Que abandonó el obrero
La pesada herramienta destructora,
Y de su pobre hogar tomó el sendero
Como las aves, despidiendo el día
Con los tristes, monótonos cantares,
Con que engaña el trabajo y los pesares
Y celebra el descanso y la alegría.

Hundióse lento el sol; la blanca nube
Que recibió su beso en el ocaso,
Como el ala de nácar de un querube
Se deslizó por el azul de raso,
Refractando fulgores
De grana, de amaranto y de violeta,
Que reunidos formaron mil colores
Que jamás ve el pintor en su paleta.

Y yo entretanto con afán seguía
De un arco resistente,
Apuntado en segura lacería
Y el único en las ruinas existente,
La sombra que crecía,
Corriendo el valle y escalando el monte,
Hasta que al fin ya pálida moría
En el cielo besando el horizonte.

¡Qué cuadro aquel! En el ruidoso muro
La guirnalda de hiedra;
En el arco, aún seguro
La ancha vena de piedra
Que la ojiva de la bóveda formaba,
Y entre una y otra vena, la hornacina
Donde el santo se alzaba,
¡Hoy nidal de la errante golondrina!
En ruidosas paredes empotrados,
Del ajimez morisco,
Los arcos dentellados;
Donde estuvo el antiguo cementerio
Un ciprés como fúnebre obelisco,
Y un sauce cuyas ramas desmayadas
Cubrían con misterio
Quizás tumbas de santos profanadas;
Después la nueva construcción, el río
Bullendo y murmurando
En el valle el alegre caserío,
Y tras el valle la montaña oscura
Que a la indecisa luz que iba menguando
Tomaba de un espectro la figura.
En torno de los altos mechinales
Chilladora bandada de vencejos.
Y a mis pies, entre ortigas y zarzales,
Pintados azulejos,
Fuste estriado, rotas esculturas,

Vidrios reverberando como espejos
Y mármoles de antiguas sepulturas.

Al contemplar reunidos
La vida y el estrago,
Como en jarrón chinesco brotar flores
En las fauces de piedra de un endriago
Y los calientes nidos
Buscando de las tumbas los horrores,
De miedo en un amago
Aquel cuadro real me parecía
Un fantástico engendro que surgía
Al conjuro diabólico de un mago.

IV

¿Por qué en un dulce arrobo me extasío
Ante toda ruina
Y hasta en erial baldío
Con su inculta aspereza me fascina?
¿Por qué entretengo tanto la memoria,
Yo que la santa libertad ansío,
Del vil tirano en la sangrienta historia?
¿Por qué siendo el progreso el amor mío
Y el porvenir llevando por empresa,
Vuelvo atrás con ahínco la mirada,
Como el enamorado que regresa
De la cita que tubo con su amada?

Con valor lo confieso,
Lo mismo me embeleso
Ante el problema que resuelve el hombre
O ante el misterio mágico del nido,
Que ante una tumba descifrando un nombre
Que el oxido del tiempo ha carcomido.

Mientras me grita <> el pensamiento
Con indomable acento,
Dentro del corazón que ansioso late,
<>me dice el sentimiento
Con voz de muerte que mi arrojo abate,
Y en vano, en vano a dominarme aspiro,
Tuvo siempre y tendrá mi alma indecisa
Para cada esperanza una sonrisa
Y para todo cuanto fue un suspiro;
Que en esta lucha inquieta,
Como el metal en el crisol candente,
Se purifica el alma del poeta.

¿Y qué lo porvenir; qué lo presente?
El tiempo es solo un nombre
Que imaginó la pequeñez del hombre.
Somos brumas de un mar evaporado,
Que al caer formarán otro más puro.
Las cenizas que avienta el pasado
Son gérmenes al par de lo futuro.

Como sucede al hielo del invierno
Constantemente el fuego del verano
En un círculo eterno
Quizás se agita el pensamiento humano,
Y la misma materia inanimada,
En polvo o en vapor desvanecida,
Tampoco muere, gira trasformada
De ser a ser en perdurable vida

¿Quién dirá que no sea
Idea de algún sabio ya olvidada
Del sabio de hoy la innovadora idea?
¿Quién sabe si hecho nube en el vacío
De nuestros padres el acerbo llanto,
Hoy nos lo vuelve el cielo en el rocío,
Ó si algo de ellos mismo se vislumbra
En el polvo sutil que bulle tanto
En el rayo del sol que nos alumbra?

Es del poeta el corazón el nido
Donde en santa alianza
Vive con el recuerdo la esperanza,
El bien soñado con el bien perdido;
Así que el poeta alcanza
Lo que el sabio jamás ha conseguido,
Que el corazón ansioso palpitando
Preste al labio su rítmico latido
Para que surja el verbo aleteando.

V

Entró con dulce lentitud la noche.
Oprimiendo su broche
La flor triste y celosa de sus galas,
Fue plegando los pétalos suaves
Como pliegan las aves
El sedoso abanico de sus alas.
La brisa entumecida
Lánguidamente desmayó en sus giros,
Y exhalando dulcísimos suspiros
Sobre las flores se quedó adormida,
En tanto que el follaje,
Del sol marchito por la lumbre pura,
Se erguía en el ramaje,
Al sentir de la escarcha la frescura.
La corriente del río sosegada
Producía un susurro lastimero,
Como queja de tórtola cuitada;
Y abriendo Dios el diáfano joyero
Donde guarda sus perlas y diamantes,
Lo derramó por el azul sombrío,
Que se cuajó de estrellas palpitantes
Como trémulas gotas de rocío.

¡Qué amable soledad, qué dulce calma!
Prestóme un roto pedestal asiento,
Y del fondo del alma
Desbordado salió mi pensamiento,
Que penetró en el campo de la historia,
Quiso sondar el cielo y el abismo,
Y creó tanta imagen ilusoria,
Que á vivir todavía en mi memoria
Anduviera espantado de mí mismo.

Arrebatado por el secreto impulso
(Y á explicarme no acierto
Si dormido, somnámbulo o despierto),
De aquesta suerte apostrofé convulso
A gigantesca piedra
Que, ante mi vista atónita, se alzaba
Cubierta a trechos de verdín y hiedra.

<< Lo que el tiempo no acaba
Lo cambia y modifica,
Al orgánico ser lo petrifica,
Al mármol lo desgrana y lo diluye,
Y a ti, peñasco enorme, te fabrica
Con restos de los seres que destruye.
Va acumulando en ti los materiales
De cuanto hiere, pulveriza o mata.
¡Cuán distintas las cosas más iguales!
¡También forma las perlas orientales
Del nácar que a las conchas arrebata!
Al contemplarte acude a mi memoria
De esta comarca la olvidada historia,
Y en el fondo de mi alma resucita
La falange de seres infinita
Que se formó dejándote su escoria.

VI

<< Cuando este campo, bosque tenebroso,
No tenía de senda más señales
Que las que abrió entre zarzas y jarales
El jabalí acosado por el oso,
Ese río, en su curso detenido
Por el árbol tronchado
Y el peñón de la cumbre descendido,
Se espaciaba en el valle dilatado
Hasta llegar de la zanja la vertiente
Y desatarse en rápido torrente;
De aquel monte en la cúspide riscosa
Anidaban las águilas rapaces;
Los hombres, casi bestias montaraces,
Habitaban la gruta,
Palacio conquistado en lid sañosa
Al diente y zarpa de la fiera hirsuta,
Y estuvo toda la natura en guerra
Hasta que vino el héroe fabuloso,
Destrozó el bosque, fecundó la tierra,
Cegó el volcán, encadenó el torrente,
Donde la fiera, desecó el pantano
Y la línea trazó en el continente
Que contuvo al indómito Océano.

VII

<< ¡El campo de la Historia es este suelo
Aquí se dieron cita,
Por designio del cielo,
El Ario rudo, el bélico Semita,
Las dos razas rivales,
Que con los trances de su eterno duelo
Llenaron los históricos anales;
Aquí empezó la ruina de Cartago;
Aquí de Roma el colosal imperio
Se levantó de Munda en el estrago;
Aquí Europa libró del cautiverio
Del Muslim en las Navas de Tolosa,
Y en Bailén de la férula imperiosa
Del gran Napoleón, dios de la guerra,
Que al hacer gravitar su tiranía,
Sobre los reyes todos de la tierra,
Esclavos de sus francos capitanes,
Cedió ante el pueblo de la patria mía,
El único que vence a los Titanes;
Y aquí luchas homéricas sancionan
Destinos y catástrofes del mundo,
Y escombros sobre escombros se amontonan
Sobre un suelo riquísimo y fecundo
¡Ay! Porque sangre y lágrimas lo abonan!

VIII

<< Lo devasta el Ibero
Que aún del Pirene habita la montaña,
Hoy, como ayer, fanático y guerrero;
Llega el Fenicio en la velera nave
Que el indígena toma por un ave,
Al Estrecho, trayendo la moneda,
Que el poder de los Hércules hereda,
Y la escritura, colosal invento
Que esculpe y perpetúa el pensamiento;
Y en la larga caravana perezosa,
Ávido de la luz del Mediodía,
Deja el Celta su patria nebulosa
Y aquí encuentra quizás la selva umbrosa
Que da por templo a su deidad impía.
¿Y quién sabe si entonces, piedra ingente,
Fuiste el dolmen maldito,
¡Ay! no tan duro, siendo de granito,
Como el alma inclemente
Del fanático Druida,
Que en la noche callada,
De muérdago la frente coronada,
Y la flotante túnica vestida,
Al rayo de la luna,
En el bosque de encinas seculares,
Al triste prisionero sin fortuna
Inmolaba en los rústicos altares?

Pero todo cambió con el Romano,
El fiero Druida y la deidad sañosa
Huyeron de la selva misteriosa,
Que se pobló de sátiros y nínfas,
Y el arroyo y la fuente rumorosa
Náyades vieron en sus claras linfas.
Entonces tú, del dolmen arrancada,
Por mano del artista cincelada,
Fuiste estatua del héroe giganteo
Y en el circo te viste salpicada
¡Ay! otra vez de sangre derramada
Por los hijos del mártir Galileo!
Y cuando ya del vicio la carcoma
Minó el Imperio, y levantóse al solio
El esclavo de ayer, y se hundió Roma,
Y sus brazos abrió en el Capitolio
Sobre el Orbe la enseña del Cristiano,
¡Tú sostuviste! ¡oh piedra! El crucifijo,
Tú, que formaste el ídolo pagano,
Y en el nombre de Dios se te bendijo!

IX

<< Más no te acuso, Roma, madre mía;
No fue el Circo tu espíritu y tu idea,
Cual no es el sol la mancha que lo afea
Y si el eterno luminar del día.
Hoy que adverso el destino
El poder material quita a tu raza
Aunque no el de tu espíritu divino,
¿Qué español, qué hijo noble te rechaza?
Tuya es mi lira, Roma, ¡soy latino!
Pasan siglos, y aquel pueblo salvaje
Que te venció con la razón del hecho,
Hoy te rinde homenaje
Buscando la razón en tu derecho.
Eres madre, eres causa, eres principio;
Aun de ti toman oprimidas greyes
La libre institución del Municipio:
Aun es tu gloria el sueño de los reyes,
Y el arte tuyo al clásico modelo;
Pero, ¿qué más? Tu idioma sin segundo,
La religión que te postró en el suelo
Lo ha hecho lenguaje universal del mundo.

X

<< ¿Y qué de Roma en pos? La triste noche.
En tanto que la aurora se acercaba
Fuiste, piedra, la almena del castillo
En donde el ciervo mísero colgaba
El terrible señor de horca y cuchillo,
O el techo en que el austero cenobita
Soñaba apocalípticos errores,
Viendo sombras, tormentos y dolores
¡Ay! en la cruz bendita,
Que es vida, y luz, y amor de los amores ¡
Y ¡qué contraste! llega el Islamita,
Y en un harem, remedo de la Alhambra,
Guardador de las célicas huríes
De ojos de fuego y labios de rubíes,
Tú, lecho del dolor y el misticismo,
En la morisca zambra
Fuiste lecho quizás del sensualismo.

La noche, la edad media,
Tendió sus negras alas sobre el mundo;
¿Pero qué labio habrá que la reproche,
Si el porvenir fecundo
Se engendró en las tinieblas de esa noche?

En las cumbres castillos giganteos,
Y en los valles grandiosa abadías;
Derecho, honor, concilios y herejías;
Cruzadas, penitencias y torneos;
Barbarie, sentimiento y heroísmo;
Godofredo y el Cid y Carlomagno
Forman aquella edad, cielo y abismo
De donde surge el sol de un nuevo día,
Y la brújula guía,
La ciencia se hace luz, el arte canta,
La imprenta el Verbo a lo futuro envía,
A la vista del hombre se abre el cielo,
América en los mares se levanta
Y no se pone el sol en nuestro suelo.

XI

<< Si gigante Almanzor, el Cid coloso,
Cede la cimitarra a la tizona,
El impúdico harem se desmorona,
En sus muros se eleva el monasterio,
Y de la zambra al eco estrepitoso,
Suceden la oración de religioso
Y los místicos cantos del Salterio.
Mas del tiempo el ariete poderoso
Como cayó sobre el harem profano,
Cayó también sobre el altar divino,
Y hoy todo es polvo vano
Que huella indiferente el peregrino.

Si todo ha de sufrir la misma suerte
¡Ay! ¿para qué nacer me hizo el destino
Si al darme la vida condenóme a muerte?
¿Qué lo pasado? Escombros:
Lo futuro esperanza fementida
Que muere en lo presente; y en la vida,
¿Quién no lleva una cruz sobre sus hombros? >>
Así dije con eco gemebundo
Que de la noche se perdió en la calma,
Y en letargo profundo,
Rendido gladiador, cayó mi alma...

XII

Mas no es el sueño muerte, sí descanso;
Que el alma, como el río,
Necesita parar en el remanso
Para correr de nuevo con más brío

Al beso desperté de la mañana,
Concierto de la luz y la armonía,
Y con la sombra vana
Se disipó el pesar del alma mía,
Que unió su voz al cántico de hosanna
Con que saluda la creación al día.

Y exclamé: << Nada muere; ya a destajo
Con la piedra del templo derruido
Se alza el taller, el templo de trabajo,
Que nube de humo denso
Espaciará por el azul fluido.
Humo tan grato a Dios como el incienso.

¿Qué ha muerto aquí? Los pueblos que pasaron
Su espíritu y su gloria nos legaron.
Del Fenicio el amor a la aventura
Del Ibero su indómita bravura,
Del Griego el aticismo,
Del Godo la hidalguía,
Del Sarraceno la oriental poesía,
Del Romano el saber y el heroísmo
Forman el alma de la patria mía,
Y es el pueblo español hidalgo, atleta,
Galante, aventurero,
Libre, conquistador, sabio, poeta,
Y en glorias y en desdichas el primero.

De una raza otra raza es heredera,
Y la obra del progreso engrandecida
Jamás puede morir; la voz primera,
Que lanzó el primer ser, vibra en la esfera
Con las mil y mil voces confundida
Que dio después la humanidad entera:
Nada acaba en la altura, ni en el suelo;
El despojo de un ser da a otro ser la vida,
Y el alma libre se remonta al cielo;
La humanidad sin detener avanza,
La razón es su guía en el camino,
Su fuerza la esperanza,
Su estímulo el amor, Dios su destino. >>

Febrero 1879

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