Calle José Velarde
Al recordarte, madre, aunque maltrechoEstá mi corazón, vivo golpea
La quebrantada cárcel de mi pecho;
Mi labio bendiciones balbucea,
Y truécase en suspiro, en leve brisa,
El grito de furor que en mí bravea.
¡Cuán triste llego a ti! ¿Ves mi sonrisa?
Es del dolor la amarga crispatura,
¡Ay! del dolor que hoy llevo por divisa.
En ti busca consuelo mi amargura;
El hombre es sordo a la desdicha ajena;
Tú, fuente inagotable de dulzura.
¿ Quieres, madre, saber cuál es mi pena?
Mi pena es el vivir. ¡Ay! que la vida
Al tormento del mundo me condena.
Tengo en el corazón tan mala herida,
Que cuanto más la curo más se encona.
¡Ay, déjame llorar, madre querida!
¡Sólo el llanto consuelo proporciona!
¡Las lágrimas del triste son las perlas
que engarza el Hacedor a su corona!
No sufras, pues, en mi semblante al verlas:
Cual sombras de dolor en mi alegría,
Hallo placer a veces en verterlas.
La existencia, que es sólo una agonía
Prolongada y cruel, yo la bendigo,
Porque tú me la has dado, madre mía!
Y por hallar en tu regazo abrigo,
Por imprimir mis labios en tu frente,
Decirte ¡madre! Y sonreír contigo;
Por verte, por oírte solamente,
Cien mil veces nacer apeteciera,
Al dolor de la vida indiferente.
¿Dónde dicha más grande y verdadera,
Placer más hondo ni gloriosa palma,
Que un beso en que va la vida entera
Y al espíritu lleva paz y calma,
Confundir de la madre el – ¡hijo mío!-
Con la tierna expresión -¡madre del alma!-
¡Ah! Cuando pienso que el destino impío,
Ese dulce placer a un hombre niega,
Siento, entre accesos de calor y frío,
Un vértigo en la mente que me ciega,
Y en el pecho la angustia pesarosa
Del que quiere llegar y nunca llega.
¿Que es el hombre sin madre cariñosa?
Pájaro triste que perdió su nido
Y en su azorado vuelo no reposa,
Hasta que ya, de revolar rendido,
Plega sus alas y se viene a tierra
De la muerte en los brazos recogido.
¡Huérfano triste! Con su sino en guerra,
Va mendigando amor y no lo halla;
De su espantosa soledad se aterra;
Y al gritar ¡madre!¡madre!... todo calla,
Menos los angustiosos estertores
De su oprimido corazón que estalla.
Pone la muerte fin a sus dolores...
¿Y quién llora en su tumba? Sólo el cielo,
Dulce rocío que se trueca en flores.
¡Cuán feliz soy en cambio en mi desvelo!
Si el grave peso del dolor me abruma,
Llevo a ti la memoria y me consuelo.
A tu vista, disípase la bruma
Y puéblase de flores la enramada
Bebe el aire tu aliento y se perfuma;
Te escucha el ave y canta alborozada,
Te mira el sol y de esplendor se viste,
Y la estrella palpita a tu mirada.
Y es que hallo hermoso y grande cuanto existe
Si lo miro en tus ojos, y en tu ausencia
El mundo es para mí desierto triste.
¡Si vieras con qué dulce complacencia
Entretengo en la muerte la memoria
De mis pasados años de inocencia,
Cuando sólo mirarte era mi gloria,
Cobijarme en tu seno mi ventura,
Y conseguir tus besos mi victoria!
A veces, me parece que aún murmura
Tu boca una oración junto a mi oído,
Llena de fe, de encanto y de ternura;
Y que en tu seno santo recogido,
Y por sonoros besos arrullado,
Soñando con tu amor me hallo dormido.
¿Te acuerdas? Tú feliz y yo a tu lado,
Sin miedo al porvenir que hoy me da miedo,
Libre de la memoria del pasado,
Que de la mente desterrar no puedo,
Y de este ciego ambicionar vehemente
Al que quisiera resistir y cedo,
Mi vida, entonces, plácida y riente
Se deslizaba cual gallarda nave
Por un dormido lago transparente.
Con la inocencia del que nada sabe,
Creía al escuchar de un ave el canto
Que sólo para mí cantaba el ave.
Si teñidas de grana y amaranto
Las nubes se extendían por la esfera
O derramaban su fecundo llanto;
Si el beso de la brisa lisonjera,
En flores los capullos se trocaban,
Saturando de aromas la pradera;
Si las olas del mar roncas bramaban,
Y al dar en los peñascos con estruendo
Deshechas en espumas se irisaban;
Y el sol, tras la montaña apareciendo,
Calor, y vida, y formas, y colores
Iba sobre los seres esparciendo;
Juntando a los del mundo mis clamores
Para mi se han creado-me decias
Aves, aromas, luz, nubes y flores;
¡Ay! que inocente y cándido, creía
Que el mundo era tan sólo un panorama
Que a mi encantada vista se ofrecía.
Una voz que sonidos no derrama
Y distinta en el alma se percibe,
Gritaba en mi interior, diciendo - ama -
Cual hoy la escucho que me dice -escribe-
Y volvía a gritar -ama y espera, -
Añadiendo después - espera y vive. -
Y esperanza y amor, la vida entera
Cifré en ti con pasión inextinguible
Que no puede morir, aunque yo muera,
Y que dulce, serena y apacible,
Brotó en mi corazón, cuando en la cuna
Me arrullaba tu canto indefinible.
Hoy, el sueño de ayer es mi fortuna;
Así cuando en la mente combatida
Lo oscurece una sombra inoportuna,
Siento, al ver mi ilusión desvanecida,
El angustioso afán del moribundo
Que vivir quiere y se le va la vida.
¿Cómo decirte ahora el mal profundo
Que mi pecho desgarra, y el sendero
Por donde van mis pasos en el mundo?
De tal empresa, madre, desespero;
Porque al hablar de ti lo olvido todo,
Y sólo sé decirte que te quiero.
A pintarte mi afán no me acomodo;
¿ Quién –di- si con el cielo está soñando
Baja a la tierra a remover el lodo?
¡Ay, déjame soñar! El soplo blando
del aura, que suspira dulcemente,
tu nombre está a mi oído murmurando,
Y en el cristal de la serena fuente,
Hallo en mi venturoso devaneo
Retratada tu imagen sonriente.
Que es tan grande el poder de mi deseo,
Que a donde quiera que los pasos guío,
Tu nombre escucho o tu semblante veo.
Yo no sé si es verdad o desvarío;
Pero cuando en las noches de desvelo,
Ya fatigado el pensamiento mío,
Como buscando luz, miro al cielo,
Te diviso en la sombra impenetrable,
Mi espíritu va a ti con loco anhelo,
Y cayendo en arrobo inexplicable,
Me parece que escucho en lo infinito
De tu acento la música inefable.
¡ Madre del alma, adiós! Besa este escrito
Reflejo apenas de mi amor profundo,
Que besándolo tú, será bendito,
Y de blasón me servirá en el mundo.
José Velarde
Febrero 1876
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