A CAVESTANY
Parécenme los cantos que hoy exhala
Mariposas que a mi llegan volando
Con átomos de sol entre sus alas;
E igual tu acento, por lo vivo y blando,
Al hilo de la fuente cristalina
Que rueda reluciendo y murmurando.
Y es que siempre en su trova más divina
Rompen gozosos, al hacer el nido,
Alondra, ruiseñor y golondrina.
Encuéntrame tu cántico abatido,
Luchando en balde por dejar el suelo,
Cual vencejo que a la tierra se ha venido.
Mas álzome á tu voz, y cruzo el cielo;
Que tengo, en todo igual a esa avecilla,
Si el paso inútil, poderoso el vuelo.
Me crezco ante el poder que a otros humilla,
Y lucho hasta triunfar, cual vencedora
Resiste, endureciéndose, la arcilla
Al fuego que las aguas evaporan,
Los mármoles calcina, el hierro funde,
Y a sí mismo, insaciable, se devora.
Cual levántase el humo y se difunde
Por el cielo, primero que la llama
En resplandor vivísimo lo inunde,
Abatido el poeta gime y clama
Antes que rompa en claridad el fuego
Que su alentado corazón inflama.
¡Ay, que vive sin dicha ni sosiego
Con las pasiones en perpetua lidia!
¡Que en él se ceban con enojo ciego
Los tigres del rencor y la perfidia,
Las bestias del orgullo y la ignorancia,
Y las sierpes del odio y de la envidia,
Y responde del mal a la arrogancia,
Como el incienso al ascua que le quema,
Levantándose en nubes de fragancia!
II
Deja que alabe su virtud suprema;
Por loco el vulgo necio le reputa;
La fortuna le lanza su anatema,
Y la crítica al uso, prostituta
Por el error ganada y la impudicia,
Le amarga y le envenena con cicuta.
Aquel a quien mal crítico acaricia,
Llagado debe estar; porque el gusano
Sólo encuentra placer en la inmundicia.
Del arte eunuco y miserable enano,
Juzga que puede más cuando alborota
Siendo infame, cruel o chabacano.
Y ora impío a los débiles azota
Y ejerce de verdugo las funciones
En altar erigiendo la picota,
Ora halaga del vulgo las pasiones
Plagiando obscenidades de Epicuro,
Muecas de Momo, insulto de bufones,
Que entraron a engendrarle, de seguro,
En contubernio bárbaro y sin nombre,
La hiena, el jimío y el reptil impuro.
Ver en él las mas veces no te asombre
Un cuerpo indigno de abrigar un alma.
Y un alma indigna de animar a un hombre.
III
Mas, ah, perdona si perdí la calma:
Ya vuelvo en mí, como al ceder el viento,
A erguirse torna la abatida palma.
Al poner en tu hogar el pensamiento,
O del mío aplacerme en la dulzura,
El corazón regenerado siento.
Y en himnos mis clamores de amargura
Se truecan, y mis roncas carcajadas
En ahogados sollozos de ternuras.
Las nubes en mi mente condensadas,
Y los dolores en mi pecho fijos,
Cual hiedra en los muros arraigadas,
¿Qué son ante los puros regocijos
Que me brinda el hogar, donde me espera
La santa madre de mis tiernos hijos?
¡Bien haya la bendita compañera
Que mi vida, con su fe amorosa,
Perpetúa la alegre primavera;
La musa fiel, la estrella luminosa
Que me guía en mi vuelo a lo infinito,
Más que el sol pura, como el sol hermosa!
¡Bien haya la que llamas en tu escrito
Alegre turba de mis hijos bellos
Aves y flores de mi hogar bendito!
Lucir miro en la madre los destellos
Que le prestan sus hijos, y el tesoro
De las bellezas de su madre en ellos.
¿Que soy pobre? ¡Que importa! ¿Acaso ignoro
Que el dorado metal desconocía
La edad dichosa que llamamos de oro?
IV
Si el social espectáculo te hastía,
Ven a mi hogar, verás como despierta
Tu espíritu apenado a la alegría.
El ángel de la paz guarda la puerta:
No llames a ella, no, que ya la tiene
La vigilancia del amor abierta.
Ella, al abrir, el paso me detiene,
Y de ella en pos, gritando y sonriendo,
La alegre turba de mis hijos viene.
Uno, amigo de escándalo y estruendo
Con una cuerda mi bastón embrida
Y en tan bravo corcel sale corriendo.
Otro emprende a mi cuello la subida
Y me besa con ansia, y palmotea
Después de la victoria conseguida.
Aquél, que ni mi nombre balbucea,
Ni en pie se tiene, de su madre en brazos
Por venirse a los míos forcejea,
Y ella, nudo común de tantos lazos,
Entre todos, benéfica, reparte
Dulces sonrisas, ósculos y abrazos .
V
Confabulada en silencioso aparte,
¡Ah, no te rías! Me declara guerra
La turba, ardiendo en el furor de Marte,
Y a mis ropas, belígera, se aferra,
Y tal lucha, que al cabo da conmigo
Y con mi grave autoridad en tierra.
¿Cómo, di, de sus brazos me desligo
Si son cadenas para mis flores?
¿Y cómo, recobrándome, les digo
Que cesen en sus risas y clamores,
Si al oírlos, de júbilo desmayo,
Creyéndome que cantan ruiseñores?
Parece que viveza les dio el rayo;
El brote tierno la salud y el brío;
Color la adelfa, que florece en mayo,
Y que su aliento refresco el rocío,
Y endulzaron sus labios los panales,
Y encendió sus miradas el estío.
Cuando, rendidos en batallas tales,
Sus párpados de rosa cierra el sueño,
Y los sume en arrobos celestiales,
Y el ángel de la paz va con empeño
Luces y ecos dejando adormecidos
Con sus alas cargadas de beleño,
Sonámbulo de dicha mis sentidos,
Embriagados quizá, por doquier hallan
Orgías de colores y sonidos,
Aromas vivos que entre si batallan,
Ondas que bullen, pájaros que trinan,
Alas que zumban, ósculos que estallan.
VI
No sólo estos amores me fascina
Otros, dulces también, me dan consuelo
Y mi mente fantástica iluminan.
Amores que entre si no traban duelo,
Antes, unidos en concordia santa,
Cual mística oración suben al cielo.
Los tengo en un país de gracia tanta,
Que el sol, enamorado de los seres,
Con más rico pincel los abrillanta;
Donde todo convida a los placeres:
Horizontes sin fin, campiñas bellas,
Mares azules, lánguidas mujeres.
¡Allí, donde con más dulces querellas
Se encienden en amor los ruiseñores
Al trémulo irradiar de las estrellas;
Donde son pura miel frutos y flores,
La noche tenue albor, la aurora día,
El día vivo incendio de colores,
Y el culto y el amor idolatría,
La sangra lava, rayo el pensamiento,
Poeta el hombre, la mujer poesía!
¡Ah! que Dios, al tomarte por asiento,
Más dones, patria mía, te ha otorgado
Que estrellas derramó en el firmamento.
VII
Hay en ella un lugar, casi olvidado,
En que amor, como el ave emigradora,
Otro nido me tiene reservado,
La mar besa, allí siempre rugidora,
Los blancos caseríos de una aldea,
Que les parecen, cuando el sol los dora,
Al nauta que al mirarlo se recrea,
Caracoles y conchas nacarinos
Que amontonó en la orilla la marea,
Allí mi nido está: vientos marinos,
Que de las sales el olor intenso
Juntan al resinoso de los pinos,
Manteniendo claro el horizonte inmenso,
Y vencen en perfume y en templanza
Al hálito que brota del incienso
Aquel nido es el iris de bonanza
Que me presta en mis luchas con el mundo
El místico placer de la esperanza,
Y hacia el mirando con amor profundo
Mi corazón, como la tierra, se hace,
Cuanto más lo desgarran, más fecundo.
VIII
¡Oh! deja que me engría y me solace
Trayendo lo pasado a la memoria,
Que a nueva vida así mi alma renace.
Deja que olvide al arte y a la gloria,
Y pinte, y ría, y llore dulcemente
Al narrar episodios de mi historia.
¡Venid, recuerdos míos a la mente,
y brotad y corred, sin orden, puros
Cual surge y corre el agua de la fuente.
Evocaré ante ti con mis conjuros,
Para que al verlo plácido sonrías,
Mi antiguo hogar de enjalbegados muros
Patio espacioso, verdes celosías,
Y blancas azoteas escenario,
De mil pueriles juegos y alegrías.
Las flores hacen de él un incensario,
Y anímanle las palomas en bandadas.
Que se alzan a la voz del campanario.
Las olas del Atlántico encrespadas,
Llorando aún de Trafalgar la rota,
Se tienden a sus pies desconsoladas,
Y al surgir de la espuma la gaviota,
Y la aldea al cruzar, con un graznido
Las domésticas aves alborota..
IX
Allí, cuando el mar ruge enfurecido,
La barca pone en salvo y la red deja
Tendida al viento el pescador curtido;
Y aguijando de bueyes la pareja,
Surca, en vez de las aguas con la quilla,
El fértil suelo con la corva reja.
En cambio el labrador, hecha la trilla,
Bajar suele a la pesca del marisco
O a tirar de la jábega a la orilla,
Y el pastor a cruzar de risco en risco,
El retorcido caracol buscando
Con que el hato congrega en el aprisco.
X
De un fuerte que se va desmoronando
Las ruidosas murallas y bastiones
Dan al lugar aspecto venerando,
Aunque, en vez de banderas y cañones,
Corónase de hiedra el almenaje
Y de nubes de gárrulos aviones.
Rompe al pie del castillo el oleaje,
Llegándole a ceñir, cuando se explaya,
Con una cinta de nevado encaje;
Y una y otra fortísima atalaya,
De trecho en trecho en la ribera erguidas,
Dibujan el contorno de la playa.
A espaldas de lugar, vegas tendidas,
Abruptas cumbre, apacibles lomas
Se muestran al trabajo agradecidas,
Y el naranjal esparce sus aromas,
Ufánase la vid, la mies ondea.
Arúllanse en los pinos las palomas,
La cabra en los barrancos ramonea,
Y el arroyo entre mirtos y juncales
Más vivo que el azogue culebrea.
Allí, hasta en infecundos arenales,
Las hiedras y las zarzas lujuriosas
Enrédanse en las pitas y nopales.
En todo el año abril para las rosas,
Y está el espacio transparente lleno
De enjambres de pintadas mariposas.
Dando vida a paisaje tan ameno,
Y belleza y unción, un templo santo
Alza su torre a la religión del trueno.
El templo aquel que con alegre canto
Me saludó al nacer; el que Dios quiera
Que acompañe a mis hijos en su llanto
Cuando, llegado el fin de mi carrera,
Entre los míos, y mirando al cielo,
En la casita de mis padres muera.
XI
¡Mis padres¡¡Ah!¡Si vieras con qué anhelo
Su amor busco, en la sed que me devora,
Como fuente de paz y de consuelo!
Bebo en ella ternura embriagadora;
Mi pecho acongojado se dilata,
Y más lágrimas vierto que la aurora.
Lágrimas dulces y congoja grata,
Como hijas de placer que, cuando es hondo,
En suspiros y en llantos se desata.
Del corazón en el oculto fondo,
En quien lejos del mundo indiferente
Mis amores dulcísimos escondo,
La imagen de mis padres sonriente
Se ve con más pureza retratada
Que el cielo azul en cristalina fuente.
A mí vuelve la luz de la mirada,
En mis secretos íntimos penetra,
Y verás la vehemencia apasionada
Con que del cielo mi cariño impetra
El dejar, siempre que su nombre escribo,
Un pedazo del alma en cada letra.
XII
En medio del escándalo en que vivo,
¡Cuántas veces oir juzgo el acento
De mi madre, tan tierno y persuasivo,
Y hasta me llega aparecer que siento
Mi faz, que ajan las penas y los días,
Acariciada por su dulce aliento!
Entonces, a los triunfos y alegrías
De las artes y el mundo, a la opulencia,
A cuanto sueñan locas fantasías,
Prefiriera el volver a la inocencia
Del tiempo en que ella con afán sembraba
La semilla del bien en mi conciencia,
Y mi razón dormida despertaba
Con leyendas piadosas, y mi sueño
Con besos y cantares arrullaba.
Nadie dijera, al ver mi torvo ceño,
Que aun incólume guardo le terneza
De aquel amor tan cándido y risueño,
Olvidando, al chocar con mi rudeza,
Que cuando más el fruto es delicado
Necesita más áspera corteza.
XIII
¡Cuantas veces también quedo arrobado
Las virtudes trayendo a la memoria
De mi padre y maestro idolatrado!
Con él por guía, al recorrer la historia,
Vislumbré al Hacedor tras el destino,
Al hombre conocí y amé la gloria.
Él de los pueblos me enseñó el camino,
Y reguló a mi vista en el espacio
De tanto sol y mundo el torbellino.
Hizo a mi mente caminar despacio,
Ya a las riendas del cálculo sujeta,
Ya a las leyes artísticas de Horacio.
Leyendo en mi interior como profeta,
Me mostró el cielo azul, y fui creyente;
La natura después, y fui poeta.
Y a fin de que pintara vivamente
Y con belleza lo que el alma humana
Mira en torno de si, medita o siente,
Ante mí desplegó la pompa ufana
Y el tesoro de gracias y hermosura
De la robusta lengua castellana.
XIV
Mas ¡cuánto de mi amor a su ternura!
Ellos viven por mí, sueñan conmigo,
Reducen su ambición a mi ventura;
Gozan lejos de mí si la consigo;
Transidos de pesar si me abandona,
Me abren sus brazos para darme abrigo;
Si triunfo, su entusiasmo me corona;
Si desmayo, su acento me espolea;
Si delinco, su gracia me perdona.
Adáptanse a mis gustos y a mi idea,
Cual toma el agua pura de seguida
El color del lugar que la rodea.
Aun más que yo se duelen de mi herida
Si me muerde el rencor, y el de mi muerte
Fuera el último instante de su vida.
XV
Más no pido ni quiero de la suerte;
Que con darme tal bien me dio bastante
Para vivir en paz, dichoso y fuerte.
Quien pretende ambicioso y delirante
Las dichas apurar a todo costo,
Paréceme en locura semejante
Al labrador que por hacer su agosto
Tanto y con fuerza tal prensa el racimo,
Que al fin concluye por agriar el mosto.
Más la humildad que la arrogancia estimo.
Estéril es la roca, aunque bravía,
Y muy fecundo, aunque rastrero, el limo.
La montaña que al valle desafía
Porque en luz y en grandeza le aventaja,
Encuentra castigada su osadía
Por el rayo que airado la desgaja,
El huracán que indómito la azota
Y el hielo que perenne la amortaja.
Débil soy; mas sin miedo a la derrota,
A luchar con los fuertes me aventuro.
Y así como la alígera gaviota
No teme ronco mar ni viento duro,
Y cierta del empuje de su vuelo
Todo lugar parécele seguro,
Afronto cualquier lucha sin recelo,
Cierto de que la fe me da sus alas
Para que pueda remontarme al cielo.
XVI
Más grato que pisar doradas salas
Y verme deslumbrado por el brillo,
Riqueza y hermosura de sus galas,
Me es el hogar de humilde pueblecillo,
Donde el ajuar es pobre, el aire sano,
El pan moreno y el vestir sencillo.
No allí el lenguaje artificioso y vano,
Ni la mortal ponzoña que adereza
Con mieles el astuto cortesano,
Sino el candor y rústica nobleza
De quién todo lo aprende de la pura,
Grandiosa y liberal Naturaleza.
La paz, que es en el mundo la ventura,
Suele habitar callada alguna choza,
De los bosques perdida en la espesura.
Bajo aquel techo de apretada broza,
Que al crujir por los vientos combatido
Parece que se queja y que solloza,
Los días pasa quien allí ha nacido,
Sin sentir otro afán ni otros temores
Que los tiernos del ave por su nido.
Emblema son allí de los amores
Las mariposas que en tranquila calma
Se besan en el cáliz de la flores,
Y llévanse en fructíferos la palma
Que, para ser fecundo, el amor pide
Salud al cuerpo y castidad al alma.
XVII
Nadie allí con zozobra el tiempo mide,
Y pasa tan callado, que parece
Querer que a reposar se le convide.
Como plata bruñida resplandece
En medio del ajuar el limpio acero
Del arado que el ocio no enmohece.
Para avivar la lumbre, en vez de tuero,
En el hogar anchísimo se quema
La mata de tomillo o de romero;
Siendo de lujo la ambición suprema
El vestir limpia ropa perfumada
Por el denso humo azul de la alhucema..
A lo que abarca allí con la mirada
Reduce el hombre la extensión del mundo,
Del que no sabe ni apetece nada.
Para él no existe sabio más profundo
Que quien le asegura, consultando el cielo,
Si el año será estéril o fecundo.
Trabaja todo el día con anhelo,
Sin quejarse jamás del peso grave
Del azadón con que remueve el suelo.
Halla sueño en la noche largo y suave,
Y cuando el alba azul toca sus ojos,
Se despierta cantando como el ave.
XVIII
Ante tal majestad caigo de hinojos,
Desprecio la mundana logrería,
Los héroes de la fama danme enojos,
Y ansioso de verdad y de poesía
Busco en la gran Naturaleza asilo,
Como en el seno de la madre mía.
Rompiendo entonces, para mí, el sigilo
Que cierra sus arcanos, abrillanta
Los apagados tonos de mi estilo;
Con sus grandezas mi ánimo levanta.
Con sus dulces amores me enajena,
Y con su pura sencillez me encanta.
XIX
Muéstrame aquí la singular escena
De los nuevos enjambres zumbadores
Que, al salir en tropel de la colmena,
Se apiñan en racimos bullidores
Y parten en tendida caravana
En busca de otro asilo y otras flores.
La oruga que en su cárcel se arrellana,
Allí espera el instante lisonjero
De convertirse en mariposa ufana,
Y disipado el súbito aguacero,
Sus víveres de larvas asolea
La hormiga en derredor del hormiguero.
Allí el pino me llama y lisonjea,
Imitando, al mecerse en el espacio,
El rumor y el vaivén de la marea,
Ofreciéndo a las tórtolas palacio,
Y abriendo el duro tronco a la resina,
Que se cuaja en botones de topacio.
Allá encuentro a la alegre golondrina,
Que hasta que el nido abandonado toca,
Por desiertos y mares peregrina.
O la alondra, que canta como loca,
Bañándose en el agua que el rocío
Deposita en los huecos de la roca.
XX
Aplázcome los días del estío
Recorriendo los altos matorrales
Que se alzan en las márgenes del río
Donde flore me ofrecen los rosales,
Agraces uvas la silvestre parra
Y zarzamora dulce los zarzales,
En oír cómo canta la cigarra,
Sobre las mies saltando de ola en ola,
Hasta que al fin sus élitros desgarra;
En escuchar la alegre batahola
Del gallo pendenciero, cuya cresta
Parece, en lo encendida, una amapola,
Y en buscar en el soto o la floresta
Manso arroyuelo y pabellón de flores,
Que alivien los bochornos de la siesta.
XXI
Aguas, hojas y pájaros cantores
Me acuerdan los afanes de la vida,
Con sus varios y múltiples clamores.
Miro la paz del alma apetecida
En la fuente que muda se dilata
Quedándose en el lago adormecida;
La ambición que a los hombres arrebata,
En el estruendo y en el polvo vano
Con que viene a morir la catarata;
Y el batallar del pensamiento humano,
En el constante hervir y en el eterno
Bramar y rebramar del Océano.
Cuando aparecen en el brote tierno,
Escucho en los rumores de las hojas
La voz del niño y el cantar materno.
En el otoño, ya sin savia y rojas,
Las oigo que murmuran del destino,
Y me lloran tristísimas congojas
Cuando van a merced del torbellino,
O el haz inmenso de apretada leña
Las barre, despiadado, del camino.
El duro traquear de la cigüeña
Imita los ruidos del trabajo
Y el sonoro pisar de la almadreña.
El codicioso afán habla en el grajo;
En el mirlo la burla descarada,
Y en la fiel golondrina el agasajo.
Contrastan del pinzón con la balada,
Del mochuelo el pronóstico que aterra
Y el llanto de la tórtola cuitada.
Es del gallo el cantar grito de guerra:
La alondra entona la oración más pura
Que al cielo se levanta de la tierra,
Y el ruiseñor oculto en la espesura
Llena la triste noche de armonía
Y el corazón humano de ternura.
XXII
Sencillez, majestad, gracia, poesía
Adónde quiera que a mirar acierto;
Y mueven por igual mi fantasía
Las mudas soledades del desierto,
La sublime altitud de la montaña
Y de huracanes y olas el concierto,
Que e gárrulo murmullo de las cañas,
El prado que de fértil hace alarde
Y el calor patriarcal de las cabañas.
Tan hermoso hallo el sol cuando en la tarde,
Cansado de su altura y poderío,
Lento declina y sin fulgores arde,
Como al surgir con indomable brio,
Limpiando de vapores el ambiente
Para verse y quebrarse en el rocío.
Y tanto cual la risa de la fuente,
Las auras ledas, el azul sereno
Y el canto de las aves elocuente,
Amo la tempestad, en cuyo seno
Los vientos chocan, cuájase el granizo,
Fulgura el rayo y se revuelve el trueno.
XXIII
Mas no hay belleza, majestad ni hechizo
Que tanto me fascinen cual las glorias
De la patria que adoro y divinizo.
Llena mi mente está de sus memorias;
Lleno mi corazón de amor por ella,
Cual la tierra y el mar de sus victorias.
Mas ¡ay1 que al evocar la edad aquella
En que sus hijos, grandes y viriles,
La hicieron fuerte, respetada y bella;
Al verla hoy presa de congojas miles,
Los grandes sabios charlatanes hechos
Y los caudillos mercaderes viles,
Sin fe las almas, sin valor los pechos,
La honra sin culto, bárbaro el idioma,
Y los altares de Jesús deshechos,
Del Dios imploro que los vicios doma,
Que arroje sobre tanta villanía
Las llamas que arrasaron a Sodoma.
XXIV
¡Quién hubiera logrado ver el día
En que el fiero león de nuestro escudo
Los campos castellanos recorría,
La crin revuelta y el mirar sañudo,
De ira en la boca sanguinosa baba,
Y desgarrando con zarpazo rudo
El corazón de la morisma brava,
Que, huyendo de la muerte con espanto,
A los desiertos líbicos tornaba!
Escarmientos de infieles y quebranto,
Los persiguió en Oran y hasta en las olas
Del golfo alborotado de Lepanto,
Y anheloso de luchas y aureolas,
Hallando a sus hazañas poco grandes
Los lindes de las tierras españolas,
Clavó con garras en Italia y Flandes,
E hizo de asombro enmudecer la tierra
Al rugir en las cumbres de los Andes.
XXV
Mil veces con amor pensé en la guerra,
Como vivo cauterio al ocio blando
Que de los pechos el valor destierra.
Y otras mil veces me dormí soñando
Que el polvo de la muerte sacudía
En la tumba el Apóstol venerando,
Y en pro y en honra de la patria mía,
Y recobrando el bridón de la armadura,
A combatir magnánimo volvía.
Surgir le vi de la honda sepultura
Y recorrer del templo el laberinto
En el silencio de la noche oscura,
Medrosos retumbando en el recinto
De su paso el rumor, y el resonante
Crujir del hierro que llevaba al cinto.
Después en fortaleza semejante
Al ariete que el muro desportilla,
Desencajar la puerta rechinante;
Echar, al fin, a su corcel la silla,
Y al grito de << ¡Santiago y cierra España! >>
Lanzarse hacia los campos de Castilla.
XXVI
Iba bufando su corcel con saña:
Sobre la suelta crin floja la brida;
Turbia la vista que el furor empaña;
La cola al viento; la cerviz tendida;
El ijar palpitando con anhelo;
La ancha nariz al aire apercibida;
En su carrera, superior al vuelo,
Encendiendo los duros pedernales,
Y con vigor desempedrando el suelo
Del Santo al grito y a pisadas tales
Alzábanse los muros arruinados
De castillos y viejas catedrales,
Y los antiguos héroes esforzados
La losa sepulcral volcaban fieros,
Aun por la muerte misma no domados.
Seguíanle los bravos caballeros,
Los monjes predicando la cruzada,
Y en apretados grupos los pecheros;
Y, bullendo cual mar alborotada,
Y creciendo en caudal, la muchedumbre
Corría tras del Santo desalada,
Quien, de un momento subiendo a la ala cumbre,
Con la viva aureola de su frente
Encendió a España entera en clara lumbre.
XXVII
En torno de él llegaron de repente
Los del Salado y Navas de Tolosa,
La cruz por guarda al corazón valiente.
El Cid, cuya epopeya portentosa
De los siglos resiste a la balumba,
Y enciende toda sangre generosa,
Y aun cubiertos del polvo de la tumba,
Guzmán, en patrio amor sin semejante,
Y el no igualado el capitán de Otumba.
Dando celos al gran Carlos de Gante,
Allí Cisneros, tras la férrea cota
Ocultando la púrpura brillante.
Con los suyos Colón, que en débil flota
De no surcado mar venció la saña
Y halló un mundo al final de su derrota,
Y entre innúmeros héroes por compaña
La reina más grandiosa entre los reyes,
La primera Isabel, madre de España.
Allí el Rey sabio promulgando leyes;
Teresa con sus vivas oraciones
Al Divino Pastor llevando greyes.
Herrera y Riojas, y Leones,
En fe, piedad y bélico entusiasmo
Encendiendo los patrios corazones.
Quevedo, hiriendo al mal con el sarcasmo
Calderón, inundando en luz la tierra,
Y Cervantes llenándola de pasmo.
De nuevo el grito resonó de guerra,
Retumbando, en mil tonos repetido,
Por las cóncavas hoces de la sierra.
Rompió la muchedumbre en un rugido,
Rechinó estremecida la armadura,
Vomitó la bombarda el estampido,
Y a estruendo tal, la realidad impura
De la España del logro y la miseria
Desvaneció mis sueños de ventura.
XXVIII
Hoy patria, y honra, y Dios todo se feria.
Y ¡ay! donde vierte su ponzoña el agio
Se extiende corrosiva la lacería.
Indiferente al público sufragio,
Siempre sea tu hogar un mundo aparte
Donde vivas seguro del contagio,
Y las horas alígeras comparte
Entre la paz del nido que te has hecho
Y los goces dulcísimos del arte.
Á soberbia ambición no abras el pecho;
No sea que, abrasado por su lava,
Insomne te revuelques en el lecho.
La más grandiosa condición y brava,
Como el fuego que vivo nos deslumbra,
En humo empieza y en ceniza acaba
Mas si de dulce y pálida penumbra
La suerte amiga, por honesto modo,
A las regiones de la luz te encumbra,
Sé en todo grande, como puro en todo;
Que sólo los infames o insensatos
Arrastran su grandeza por el lodo.
No calme generosos arrebatos
En ti la ingratitud, pues de los hombres
El mejor es el que hace más ingratos.
Para herirte el inicuo (no te asombres)
Recogerá del suelo las espinas
Cuando de rosas su camino alfombres;
Y si del bueno esperas, desatinas:
Hoy habla la bondad quedo, muy quedo,
Y la envidia y la infamia con bocinas.
En la sierpe engañosa está el denuedo;
El león de la verdad amordazado,
En estrecho cubil tiembla de miedo.
XXIX
El arte, que fue siempre inmaculado
Como la nieve, y tuvo a vanagloria
Ser, como el ángel del amor, alado,
Hoy adrede se arrastra por la escoria;
Y Apolo, en vez de conducir seguro
El coro de la musas a la gloria,
Sin estro ya y el corazón impuro,
En campo de inmundicias apacienta
La cínica manada de Epicuro.
Quien en sus obras la maldad fomenta,
Y en soez blasfemia contra Dios estalla,
Y la impudencia por blasón ostenta,
Turbas de necios y malvados halla,
Que genio le proclamen, al ruido
Del aplauso brutal de la canalla.
¿Juzgas por siempre el público perdido?
Ya Hércules vendrá que le contunda
Y a su carro triunfal le llave uncido.
Más potente es la bestia furibunda
De los circos y al trueno de las hondas
Rinde ánimo y cerviz a la coyunda.
No se logra ser genio echando sondas
En las conciencias lóbregas e impuras
Para hallar y mover heces hediondas.
¿Y qué hallar en el fango y yendo a oscuras?
El genio sólo es genio cuando asciende
A conversar con Dios en las alturas.
XXX
¡Oh Dios! El rayo vengativo enciende,
Y ciega la memoria que te olvida,
Y abrasa el labio impuro que te ofende,
O libra del tormento de la vida
A quien pone en tu gloria sus afanes,
Y negada la ve y escarnecida.
¿No te obedecen ya los huracanes,
Ni el rayo vibras, ni la mar revuelves,
Ni hace hervir el fuego en los volcanes?
¿Por qué nos abandonas y no vuelves
Por tu templo, que al golpe se desquicia
De los malvados, que, inactivo, absuelves?
Mas detén, Padre mío, tu justicia;
Que al increparte soy más temerario
Que el mismo que te niega o maleficia.
¿ A quién fue el mundo nunca tan contrario
como a Ti, que naciste en un pesebre
y acabaste en la infamia del Calvario?
Dame aliento, Señor, con que celebre,
Antes que tus justicias y rigores,
Tu dulce gracia y amorosa fiebre.
Más haz que contra todos los rencores
Hallen en Ti seguro baluarte
Patria y Hogar, Naturaleza y Arte,
Que son, después del Tuyo, mis amores.
Madrid, agosto 1883
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