jueves, 21 de septiembre de 2023

Prologo del Romancero de Colón

FRAGMENTO DE LA PARTE PRIMERA

I

¡Arriba el corazón, oh patria mía!
Voy a cantar el día
En que, vencido el bárbaro africano,
Tu aliento soberano
Al mundo viejo estremecer hacía,
Y arrancaba otro mundo al Océano.

No como entonces ¡ay! la fe te enciende,
Ni el bélico entusiasmo te arrebata,
Ni el orbe absorto de tu ciencia aprende,
Ni el arte tus grandezas aquilata.
Cuaja tu sangre el hielo de la duda:
En la inercia tu espíritu se apoca;
Sorda a las ciencias, en las artes muda,
Y manca para aquel que te provoca.
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Ángel maldito que abortó el infierno,
El pesimismo por la tierra cunde,
Asolador como huracán de invierno,
Y en nuestros pechos míseros infunde
La fiebre lenta del dolor eterno.

Rindiendo al mal tributo,
Busca en la rosa la acerada espina,
El gusano en el fruto,
Las heces en la copa cristalina
Y en el humano corazón el luto.
Ve tan sólo en la tierra
La sima aterradora y el baldío,
La traición en la guerra,
Y en el amor los celos y el hastío.

Es la noche su luz, su fiesta el duelo,
El gemido su voz, su altar la tumba,
El arma vil con que atormenta el suelo
La piqueta que todo lo derrumba,
Y sólo en risa trueca su recelo
Cuando ve que, ante el mal que nos azota,
Helado y mudo permanece el cielo.
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¿Quién ¡ay! logra matar la inútil hierba
Que el manantial de la ventura agota
Y el vigor de los ánimos enerva?
La poesía lo alcanza,
Riquísimo venero del que brota
La regalada miel de la esperanza.

Trocando en alegrías los dolores,
Sobre el triste recinto de la muerte
Echa una alfombra de esmaltadas flores;
Y á su mirada avivase lo inerte,
Como ante el sol radioso
Del caracol el rastro glutinoso
En nácar irisado se convierte.

Levántase á su voz los corazones
Brindando al mundo con la fe divina
Y venciendo el rigor de las pasiones,
Cual retando del cielo la crudeza,
Yérguese el árbol en la cumbre alpina,
Por los poros del áspera corteza
Sudando la balsámica resina.

En ser fecunda en el dolor se aplace,
Como al sufrir las otoñales sañas
El airoso penacho de las cañas
En lluvia de simientes se deshace.

Ganosa de sentir, lo mismo apura
En la copa de Horacio la alegría
Que en el cáliz de Cristo la amargura;
É inmaculada cual la luz del día,
Si la obscurece el polvo de la tierra,
Crisálida medrosa,
En su capullo místico se encierra
Y renace pintada mariposa.
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Ni constante es el mal ni prevalece.
¿Qué importa si un momento
Con nubes el espacio entenebrece?
A un suspiro del viento
Disipase el nublado, y reaparece
Con un eterno esplendor el firmamento

Se malogran sus pérfidos afanes
Si contra el pensamiento
Desata furibundos huracanes;
Que a las ideas que vertió la mente,
Como á las secas hojas del camino,
El aura las dispersa blandamente
Y las junta en montón el torbellino.

El bien es perennal. En lo profundo
Del alma descreída
La fe vive, esperando adormecida
La voz de gracia que la llame al mundo,
Como en el huevo, donde inerte anida,
Aguarda el germen que el calor fecundo
Le imprima el movimiento de la vida.

Aquel que juzgue, por la duda yerto,
Que pasa sobre el mundo, abrumadora,
La noche sin rocío del desierto,
Á la voz del poeta salvadora
Abra los ojos, y verá, despierto,
Llorando perlas despuntar la aurora.
______

¿Qué virtud sucumbió? ¿Qué sacrificio?
Allí, vestida el áspera estameña,
Encarnado en los miembros el cilicio
Y con la cruz por arma y por enseña,
De nuestra fe el intrépido soldado
En regiones extrañas se aventura;
Arrostra denodado
La miseria, el ultraje, la tortura;
Y hallando al cabo muerte desastrosa,
Bendice a sus verdugos cuando muere,
Cual el árbol de savia generosa
Aromatiza el hacha que lo hiere.

Allá esperando días de bonanza
Y premios á su afán, la barquichuela
Á los peligros de la mar se lanza;
Y aunque todo á su paso se rebela,
Segura al puerto sin cesar avanza,
Que va empujando la tendida vela
El soplo bienhechor de la esperanza.
Y allí donde la peste se entroniza,
Ó la miseria cunde asoladora,
Ó feroz el combate se encarniza,
Una santa mujer viste al desnudo,
Cura al enfermo, con el triste llora,
Conforta al débil, atempera al rudo,
Y al par que da á los vivos sus consuelos,
En fe abrasada por los muertos ora
Para abrirles las puertas de los cielos.
_____

¡Que solo reina el mal! Bello querube
Allá va sonriendo la inocencia,
Sin que empañe la sombra de una nube
El cielo todo azul de su conciencia;
Y la virgen hermosa
Conservando integérrimo un tesoro
Tan deleznable como el polvo de oro
Del ala de la frágil mariposa.

Entre lágrimas dulces y lamentos,
Allí nace el amor, como la espuma
Del choque de las aguas y los vientos.
¡El amor, el amor! Próvida llama
Que ilumina la tierra, la perfuma,
Y en procreadores ímpetus la inflama,
Fuerza del débil, del malvado yugo,
Del pobre hacienda, de los cielos guía
Y del estéril ser único jugo,
¡Bendecido el amor que se gloria
En dar á la mudez lengua de fuego,
Al oído cerrado melodía
Y visiones beatificas al ciego!

¡Oh principio del ser y la poesía!
Ora en éxtasis místicos delires
Ó con rivales pérfidos batalles,
Ora gozoso, lánguido suspires
Ó en carcajadas y ósculos estalles,
Que tu aliento fecundo
Jamás nos deje adormecer en calma,
¡Ay! que sin ti se nos anubla el mundo
Y se nos hiela para siempre el alma.
_________

¡Que acaban las virtudes, patria mía!
Aunque acabaran en la tierra todas,
La de amarte jamás acabaría.
¡Patria del corazón! Si hoy te acomodas
Á sufrir la insultante tiranía
Del mercader estúpido y avaro,
La autoridad del charlatán plebeyo
Y las artes capciosas y el descaro
Del venal y cobarde leguleyo;
Sé que mañana, al recordar tu gloria,
De tu suelo bendito
Las barrerás como podrida escoria,
Acabando á tu grito
Confundida la raza de pigmeos
Que en sus redes de araña te encadena,
Y te impone sus cínicos deseos
Y de desdichas y baldón te llena.

Rompiendo en tempestades,
Fulmina el rayo en sus congresos viles,
Sentinas de miserias y maldades,
Y aplasta de gusanos y reptiles
La viva muchedumbre
Que ha corrompido tu fecundo seno
Para saciarse en él de podredumbre.
_______

Alzando á Dios el corazón sereno,
Engendra nueva raza de titanes
Que los hechos emule de los Cídes,
Pelayos, Isabeles, y Guzmanes.
Calpe te está gritando ¡no me olvides!
Inulta aún y palpitando tibia,
Te llama á nuevas lides,
Enrojeciendo la abrazada Libia,
La sangre de tus bravos adalides;
Y de las garras de Leopardo presa,
-Florón de tu corona desprendido,
Ö mejor arrancado por sorpresa-
El orgulloso pueblo te requiere
Donde se oculta nuestro sol vencido
Y nuestro Tajo avergonzado muere

La espada por razón, la fe por guía,
Y del mar con la fuerza soberana,
Dilata tus fronteras, patria mía;
Y como ayer la tierra americana
Corre á buscar, con ánimo atrevido,
De nuestras dudas en el mar sin nombre,
Ese mundo moral desconocido
Por quien suspira desolado el hombre.

II

Tu nombre al escuchar, triste Edad Media,
Se azora el corazón más alentado,
Y el más alegre espíritu se atedia;
Tan lúgubre y terrible te ha pintado
El siglo ingrato que bebió en tu seno
El licor de la vida regalado;
Siglo que niega, á la verdad ajeno,
Que, á modo de arcaduz, cuando en ti sonda,
Baja vacío y se remonta lleno.
_______

Así, para su mengua,
Te increpa, sin hallar quién le responda
Ni quien le arranque la atrevida lengua:

De tus sombras reniego y tus horrores,
Maldita edad, que sólo me legaste
Absurdos, y miserias y dolores.
Cuando al mundo asomaste
Al frente de los bárbaros del polo,
Selló Palas el libro de la ciencia;
Rompió su lira Apolo;
Enmudeció en Mercurio la elocuencia,
Quien de Oriente con púrpuras y gomas
No volvió más, ni fatigó á Neptuno
Corriendo á Hesperia por doradas pomas;
Rasgóse el velo de la casta Juno;
Negóse á derramar Ceres, airada,
De su cuerno abundante fruto alguno,
Y Venus, aterrada,
Montó en su concha de cuajada espuma,
Y en alas de sus cisnes y palomas
Se perdió para siempre entre la bruma.;
Se encastilla en la cúspide roquera
De la nobleza el águila bravía;
Como mancha de aceite por el llano
Extiéndese ambiciosa la abadía,
Y sólo esperará quién nació villano,
Dar en las fauces de la sierpe fría,
Al caer de las garras del milano.

Aquí el infame que embadurna á Apeles
Y pone la piqueta
Donde Fidias sus mágicos cinceles;
Allá demente asceta
Que sueña apocalípticos horrores
Y predice la muerte del planeta.
En todas partes sombras y dolores:
El hombre siervo, la mujer vendida,
El arte mudo, la verdad ignota
Y apercibidos ¡ay! contra la vida
El tormento, la hoguera y la picota.

 No eres mi madre, no; de ti abomino,
Maldita edad que en Agustín comienzas;
Vas cayendo de Atila á Saladino;
Con Kempis, de la vida te avergüenzas;
Abdicas tu razonen el de Aquino;
En Dantes te retuerces dolorida,
Y retas desde Roma al mundo entero
Para morir, por Gutenberg herida,
Ahogada entre los brazos de Lutero.
__________

Así el siglo te ultraja,
¡Ah! Porque sabe que á azotar su rostro
No te has de alzar, rasgando la mortaja.
Mas yo la empresa de humillarle arrostro,
Y sí á cantar tus glorias se resiste,
Trocando por el látigo la lira,
Con la hipócrita piel de que se viste,
Le arrancaré del alma la mentira.

¿Que el mundo entero luchará contigo?
Con todo el mundo lucharé animoso;
Cuando á luchar hasta vencer me obligo,
No pregunto si es fuerte ó numeroso,
Sino donde se encuentra el enemigo.

¿De mi voz y mis luces desesperas?
Quien reviste á las aves pasajeras,
Para el amor, de peregrinas galas,
Les da también fortísimas remeras,
Con que tiendan al trópico las alas,
Él hará, remontándome á su seno,
Que mi idea deslumbre como el rayo
Y mi voz ensordezca como el trueno.

Ya vencido el desmayo,
Mi corazón en cóleras estalla,
Rivalizando en impaciencia suma
Con el bridón que, oyendo la batalla,
Desempiedra, piafando, el pavimento,
El labio baña en jabonosa espuma
Y arroja en nubes su encendido aliento.
_________

Eres glorioso y grande, siglo mío,
Pero es mayor tu orgullo que tu gloria,
Mayor que tu saber tu desvarío.
¿De tu madre en el campo de la historia
No ha de haber una flor, si hasta el baldío
Se engalana con musgos en invierno,
Se cuaja de amapolas es estío?
Al caer como furia del averno
Sobre Roma el Escita y el Germano,
No era el Imperio caudaloso río,
Sino fuente dormida en el pantano.
Jove, en vez de vibrar sus rayos de oro,
Ya extinguidas las fraguas de Vulcano,
Brutal mugía, convertido en toro.
En lugar de acudir á las alarmas,
Sin fuerza Marte y sin valor el pecho,
Huía del estruendo de las armas.
Al sofisma y al rabo y al cohecho
Se entregaba Mercurio.
Apolo, trastornado, prefería
Al habla virgiliana el verso espurio
Que la moral y el arte corrompía.
Minerva en el absurdo deliraba;
Y haciendo de sus gracias mercancía,
La diosa del amor se revoleaba
En el inmundo cieno de la orgía.

Igual aquella religión al gozo
Del amor terrenal que la inspiraba,
Nace de un beso y muere en un sollozo;
Mas, fugaz como el lúbrico embeleso,
Prorrumpe fatigada en el suspiro
Cuando aun vibra el estrépito del beso.
De la social vorágine en el giro
Ve rodar hasta hundirse en lo profundo
Artes y ciencias, leyes y costumbres,
Estremecido de terror el mundo.
- ¿En dónde están las fuentes del consuelo,
Que me siento morir? – grita en su duelo.-
Y una voz bendecida
- Alza – le dice – la mirada al cielo,
Inagotable manantial de vida. –

Á acento tan sublime,
Sus armas cuelga el bárbaro temido,
Halla consuelo el que apenado gime,
Levántase del polvo el oprimido,
El poderoso sus riquezas dona,
Se ablanda el corazón empedernido,
Y ardiente fe pregona
Quién en el foro blasonó de ateo;
Que al cielo se dirige, redimida
Por la sangre del Mártir Galileo,
La triste humanidad, antes perdida
En el mar sin orillas del deseo.

Ya la cabeza de la sierpe hallada,
La mujer, como Aspasia, no se entrega,
Para ser de los hombres adorada.
Castamente en su manto se repliega,
Por pura más que por hermosa amada,
Y cual árbol que en Mayo reflorece,
Por Dios bendita, cuando á madre llega,
De nuevo inmaculada resplandece.

El bárbaro se trueca en caballero;
Deifica á la mujer, por ella justa;
Acoge, cariñoso, al pordiosero
Y al peregrino en su morada adusta;
Del monje aprende; escucha placentero
Del bardo los cantares,
Y con valor que arrebatara á Homero,
Fatigando las tierras y los mares,
Corre á Salem, sus muros desmorona,
Y cambia, vencedor de mil azares,
Lanza y casco por cetro y por corona,
Ó sube como santo á los altares.

Los errores reducen al silencio
Ya Agustín, ya Atanasio, ya Basilio;
Con religiosos cánticos Prudencio
Santifica la lengua de Virgilio;
La mística Paloma, que en Nicea
El mundo transformó, sigue arrullando
Aun después de ahuyentada en Basilea;
Estremécese el orbe ante Hildebrando;
En alas del ardiente misticismo
Á Dios vuelan las almas con denuedo,
Y encarnan la virtud y el heroísmo
En el Cid, Carlo-Magno y Godofredo.

Quién abre nuevas vías
Con nuevas lenguas al talento humano;
Quién funda poderosas monarquías
Que convierte al ciervo en ciudadano;
Este amasa la pólvora estallante;
Vence aquél con la aguja al Océano;
Las horas, otro, instante por instante,
Con maquinaria complicada mide;
Gutenberg con la imprenta se levanta,
Y el porvenir del mundo se decide,
Al surgir entre palmas y laureles,
Á coronar magnificencia tanta,
Copérnicos, Colones é Isabeles.
____________

Ante la obra cristiana, siglo mío,
Que todo lo invadió cual la marea,
Tu trabajo de análisis impío
Es labor mujeril de taracea.

Todo entonces la anima y embellece,
Alma del mundo, la cristiana idea,
Que cuando el sol sin nubes resplandece,
Hasta el húmedo fango centellea.

Acallado la voz de la Sibila,
- Ámame _ dice el mundo – cual te amo -
Y ni tan sólo un corazón vacila
En volar presuroso á su reclamo;
Y al cielo á velar sube
Por el débil, el triste, el oprimido,
Cual la alondra que está desde la nube
Con la mirada custodiando el nido.

Levanta el hospital para el enfermo
Que en olvidado muladar yacía;
Á la apacible soledad del yermo
Los conturbados corazones guía;
Al huérfano que gime abandonado,
_ ¡ No llores más – le dice cariñosa; -
Yo tu madre seré, vive á mi lado
Y en mi seno amantísimo reposa! –
- ¡Acabaron tus penas,
Vuelve á tu amado hogar! – dice al cautivo,
Quebrantando sus ásperas cadenas;
Que no deja tras sí, por donde avanza,
Boca sin pan, dolor sin lenitivo,
Alma sin luz, ni amor sin esperanza.

A todos presta amparo. El comerciante
Á la alta catedral pega su lonja;
Á los atrios del templo el comediante
Va á buscar del aplauso la lisonja,
Y alimento y abrigo el mendicante.
El reo a la picota condenado,
Libre se encuentra si tocar consigue
Las cadenas de un pórtico sagrado;
Y si á las artes y al saber persigue
De la noche vandálica el nublado,
Se acogen, cual palomas, al convento
La ciencia y la poesía,
De donde salen á cruzar el viento,
Aun más hermosas al romper el día.

Al partir, se encomienda
Á su amparo también el peregrino,
Que ella en el bosque le abrirá la senda,
Le indicará con creces el camino,
Y lo mismo en la arena del desierto
Que en el helado ventisquero alpino,
La Ermita le pondrá, seguro puerto
Que hallará á toda hora
Á su fatiga y su desgracia abierto.

Que así el que muertas ilusiones llora,
Como el que en balde en trabajar se afana,
Ó el que se pierde en soledad traidora,
Todo infeliz acude á la campana
Con que á los tristes dice halagadora:
- ¡ Venid á mí! – la religión cristiana.
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¡Iglesia de Jesús, madre bendita,
Feliz quien en tu seno
Nace, vive, fallece y resucita!

Con eco amante de promesas lleno,
Si me aparto de ti, llama á mi oído,
Y si no acudo, con la voz del trueno;
Que al hombre como al pájaro engreído,
Si no el reclamo dulce, la tormenta
Le hace volver precipitado al nido.
Haz que encuentre mi boca regalado
El pan que me sustenta,
Con lágrimas y hieles amasado.
Haz que la débil alma que me alienta
Mire gozosa, al vuelo apercibida,
Cómo la muerte, del dolor armada,
Va destorciendo el hilo de mi vida;
Y al ver mi hora llegada,
Acude presurosa á mi retiro,
Como acogiste mi naciente lloro,
Á recibir mi postrimer suspiro.

Después, madre amorosa,
Si no al pie del altar, como lo imploro,
Cava cerca de ti mi humilde fosa;
Muy cerca, donde el órgano sonoro
Me arrulle con el ronco Miserere;
Donde oyendo los cánticos del coro
De mis errores el perdón espere;
Donde acudan mis hijos en su duelo
Á implorar del señor que el alma mía
Con alas de ángel se remonte al cielo.

Madrid 1886

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