jueves, 21 de septiembre de 2023

A Murillo

Antiguo Mercado de Abastos
I

Los dulces tonos con que apunta el día,
Del campo florido los colores,
Los vívidos cambiantes y fulgores
En que quiebra a la luz la pedrería,
Todo cuanto es matiz, destello o brillo,
Hasta el sol de la hermosa Andalucía,
Resplandece en los lienzos de Murillo.
En ellos interpreta
El humano ó divino sentimiento,
Con la luz, con la fe, con el aliento
Del pintor, del cristiano y del poeta.


Los sórdidos afanes del impío;
Los místicos arrobos del asceta;
La profunda mirada del profeta
Buscando el porvenir en el vacío;
La santa caridad consoladora
Cayendo como lluvia de rocío
Sobre quién sufre y resignado implora;
La fe que ciega á lo infinito avanza;
El torvo mal que se arrepiente y llora;
EL plácido soñar de la esperanza,
Todo trocóse en luz bajo la mano
Del pintor peregrino,
Que unió á lo sumo del talento humano
La célica intuición de lo divino.

II

Aquí Moisés, cuando de estéril roca
Hace brotar el agua cristalina
Y la insensata rebelión sofoca
De aquella plebe tornadiza y loca,
Que en un punto le ensalza, le acrimina,
Le bendice, le tiembla y le provoca.
Allá el Dios-Niño, débil, sonriente,
Sin otra majestad que la hermosura,
Tan sólo omnipotente
Por la gracia, el candor y la ternura;
Y los querubes que, entre luz fulgente
Y con la casta desnudez por galas,
Ascienden á la altura
Escudando á la Virgen con las alas

III

Nadie, nadie cual él pintó á María,
La mística azucena,
La fuente del amor y la poesía;
La que las olas de la mar enfrena,
El poder le los rayos desafía
Y el huracán indómito encadena;
La que recuerda al alma extraviada
Los besos maternales
Y la oración dulcísima olvidada.
La que vierte el rocío en el sembrado
Y llenas de racimos los parrales,
De espigas los trigales,
Y de flores innúmeras el prado;
La que, de blanca túnica vestida,
El manto azul al aire desplegado,
La cabellera en ondas esparcidas,
Y en un cerco de soles la cabeza,
Lleva, al tender á lo infinito el vuelo,
En la frente nevada la pureza,
En los labios las mieles del consuelo,
En el pecho un tesoro de terneza,
Y en la mirada el esplendor del cielo

IV

Pintaba lo ideal. Genio profundo,
Comprendía que el genio soberano
Es el que sueña; porque el sueño vano
Es la más grande realidad del mundo.
Lo ignoto, lo impalpable, lo invisible,
Son lo bello, lo fuerte y lo fecundo.
Llena el orbe la luz, que es intangible;
El aroma embriaga y envenena;
Sofoca el humo, y el sonido atruena;
La llama abrasa; el huracán es fuerte,
Y el mar al mundo de terrores llena
Si, irritado, en espumas se convierte.

Así el alma también. ¿Qué es lo sentido
Dónde está lo soñado?
¿Quién no prefiere el porvenir fingido
A los recuerdos del placer gozado,
Y á la verdad de un bien ya conocido
La ilusión de un misterio idealizado?
Humo es la gloria; luz el pensamiento;
El bien, perfume; los recuerdos, bruma;
Nube la pena; la esperanza, viento;
Sombra la dicha, y la pasión, espuma.
¡Ay! que no es más, en suma,
Cuando al mundo conmueve,
Y arrebata, y asombra,
Cuanto á los hombres, á lo grande mueve,
Que humo, viento, perfume, espuma y sombra.

V

Sueñe el artista, pues, con noble empeño:
El pensamiento humano,
Ni aun de las ciencias penetró en lo arcano
Sin las alas quiméricas del sueño.
Sueña Francklin, y atrae las centellas;
Sueña Wat, y el vapor se hace fecundo;
Sueña Newton, y fija las estrellas;
Sueña Colón, y se engrandece el mundo.

Madrid 3 abril de 1882

Se publicó en La Ilustración Española y Americana el día 8 de abril de 1882

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