Pilas de la Fuente Vieja
AL GRAN POETA ZORRILLAI
¡Ya en el alto campanario
Vuelve a anidar la cigüeña
Ya florecen los almendros,
Ya viene la primavera!
En vez de anunciar borrasca
En bandadas las cornejas,
O los grajos chilladores
Revolcándose en la arena,
Pinzones y pitirrojos
El soto y el bosque alegran,
Y alondras y cogujadas,
Los surcos y las veredas.
De césped se viste el prado;
Las acacias, de hoja nueva;
En las tablas de los huertos
Pinta madura la fresa,
Y el follaje crece y borra
En la montaña las sendas
Que en forma de laberinto
Trazaron cabras y ovejas.
Celoso bebe los vientos
El toro, bufa y berrea,
Y establo y redil trascienden
Del rico almizcle a la esencia.
Cual los pájaros de pluma,
Cambia de piel la culebra;
Salen al sol los lagartos
De debajo de las piedras,
Y del tronco de la encina,
Las solícitas abejas
A libar en el tomillo,
El romero y la alhucema.
De tajo en rambla y vertiente
El arroyo se despeña,
Hecho espuma, caminando
Entre floridas adelfas,
Y en su curso detenido
Por juncales y mimbreras,
Se remansa en la laguna
Donde las garzas invernan.
Todo a la vida renace:
En planta el germen se trueca,
El fiero huracán en brisa,
En hojas y en flor la yema,
Y en mariposa, que el iris
Pintado en las alas lleva,
La oscura larva que ha roto
Su blanca cárcel de seda.
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Amanece: ya lo anuncian,
Poniendo al rústico en vela,
Los arpegios de la alondra,
Que se remonta a la esfera,
Y los cánticos del gallo,
Que escarba, que picotea,
Y que en el húmedo suelo
Va, al andar, sembrando estrellas.
Para saludar al alba,
Del tendedero en las cuerdas
Se juntan las golondrinas,
Formando una cinta negra.
El ganado se rebulle,
Cencerros y esquilas suenan
Y rompe en toques de gracias
La campana de la aldea.
Echando el yugo a los bueyes,
El rudo gañan bosteza,
Y al barbecho se encamina
Alzada en alto la esteva,
Ó bien, al hombro la alforja
Y el escardillo en la diestra,
Á arrancar va la cizaña
Que trata de ahogar la siembra.
El aura, que de los montes
Desciende, de aromas llena
Y tibia como el aliento
De un niño que se despierta,
Al correr va disipando
El pabellón de la niebla
Y bebiéndose el rocío
En las puntas de las hierbas.
Al fin, en Oriente, el cielo
Un horno ardiendo semeja;
Sale el sol, dora las cumbres,
Alzase, baña la tierra,
Y en el remoto Occidente
Como otro sol reverbera
Los azulejos que visten
La cúpula de la iglesia.
----
El lentisco y la retama
En el ancho hogar se queman,
Precipitándose en ondas
El humo en la chimenea;
Y las mujeres, en tanto
Que la sopa a hervir comienza,
Al aire brazos y cuello
Y desatadas las trenzas,
Se lavan junto a los pozos
En la cuba de agua fresca,
Al sol y al viento dejando
Que enjuguen su tez morena.
En los patios y corrales
Desnudos los niños juegan,
Trocando en canal un charco
O haciendo casas de arena,
Y cercados de gallinas,
Que las migajas esperan
Del pan moreno que comen,
Tan duro como una piedra.
En las horas de trabajo
La paz en el suelo reina,
Y las aves enmudecen,
Ocultas en la maleza.
Sólo se escucha en los campos
El rodar de la carreta,
El rechinar de la noria
Y el golpe de la herramienta,
O los trémulos balidos
De alguna perdida oveja
Que corre hacia la cañada
Donde el pastor apacienta.
Pero ya viene la tarde,
Y el regocijo con ella,
Y el hombre el sudor enjuga
Con que fecunda la tierra.
Silba el mirlo en los frutales,
La perdiz canta en la breña,
Y el jilguero y la calandria
En los trigos y alamedas.
El perro, que todo el día
Estuvo de centinela
Guardando el hato, retoza
Y caza al ir a la aldea.
Tornan del monte las cabras
Hinchado el vientre de hierba,
Y arrastrando por el suelo
Las ubres, de leche llenas.
En su hogar los campesinos
Hallan dispuesta la cena,
Y los pastores servida
La cuajada en hojas frescas;
Y apenas el sol oculto,
A blando sueño se entregan,
No turbado por el grito
De la pasión ni la pena
Y cuando en hondo silencio
El mundo sumido queda,
Y la luna lentamente
Hacia la altura se eleva,
Los ruiseñores entonan
Sus trinos en la ribera,
Llenando los corazones
De dulcísima tristeza
II
¡Cuanta hermosura en la tierra!
Parece el prado un vivero;
Las rocas están vestidas
De la felpa del helecho,
Y las mieses, ya espigadas,
Cuando las inclina el viento,
Ocultan, formando un toldo,
De las hazas los linderos.
Vénse bardales y tapias
De enredaderas cubiertos,
De amapolas los sembrados,
De juncias los arroyuelos;
Y para colmo la vida,
Crecen cardos en los yermos,
Y malvas y jaramagos
En las calles y los techos.
A los perfumes silvestres
Que en los campos toma el céfiro
Del toronjil y el mastranto,
Del hinojo y el cantueso,
Se juntan los de la albahaca,
El azahar y el espliego,
Que embalsaman el ambiente
De los jardines y huertos.
Ya tusadas crin y cola,
Grabado en el anca el hierro,
Y en brillante pelo corto
Trocado el sucio de invierno,
El potro, cual si sintiera
Hervir en sus venas fuego,
Resopla, piafa, relincha
Y ensaya en correr sus remos.
El rico vellón de lana
Entrega el manso cordero,
Y tábanos zumbadores
Persiguen a los becerros,
Que parten, perdido el tino,
Ijadeando y mugiendo
En busca del valle umbroso
Donde está el abrevadero.
Madura el albaricoque,
Más fino que el terciopelo;
Pica el gorrión la breva,
Que de miel guarda un venero,
Y la mazorca, que agita
Un penacho como un yelmo,
Sus tocas pajizas abre,
Mostrando el grano bermejo.
Pasa el rústico la noche
Los melonares cubriendo
Con paja para librarlos
Del influjo de sereno,
Y frente a las madrigueras,
El arma al brazo, en acecho
De los topos y lirones,
Para su daño despiertos.
Mas pronto la escena cambia:
Derrama el sol vivo fuego,
Y, como al salir de un horno,
Abrasa y sofoca el viento,
Que lleva sobre sus alas,
En vez de aromas, suspenso
El polvo de los terrones
Que al calor va deshaciendo.
En pedregal se convierte,
O en banco de arena, el lecho
Del arroyo, que era un río
Sin vado alguno en invierno.
De la aurora los fulgores
Tiñen de rojo sangriento
La bruma caliginosa
Que se levanta del suelo,
Semejante a la abrasada
Humareda de un incendio,
Y se alza el sol, y se aspira
La atmósfera del desierto.
Entonces, debajo de otro
La testuz guarda el carnero,
La yeguada se mosquea,
Juntándose en coro estrecho,
Y la perdiz y la alondra
Están, con el pico abierto
Y con las alas caídas,
A la sombra de los setos.
Tan sólo el calor resisten
Los zumbadores insectos
Cuyas corazas de oro
Despiden vivos reflejos;
Las tórtolas, que, escudadas
Por el pabellón espeso
De los pinos, siempre verdes,
De uno en otro van gimiendo,
Y las cigarras ventrudas,
Que redoblan su concierto,
Saltando a la espiga seca,
Que se desgrana a su peso.
¡Infeliz del campesino
Que, sudando, sin aliento
Y abrasadas las espaldas,
Va por los valles y oteros
El trigo rubio segando,
Que, convertido en pan tierno,
En manos del poderoso
Ha de ver, ¡quizás hambriento!
Pero el triste, con su sino
Resignado y satisfecho,
Apenas sí para mientes
En el día venidero.
Y duerme sobre la hacina
Tranquilo, mientras su dueño
Tal vez procura y no logra
Cerrar sus ojos despiertos.
Cuando repara en que apenas
Proyecta sombra su cuerpo,
¡Con qué placer deja el tajo,
Y en el parral, a cubierto,
Bebe a chorro en el botijo,
Aliña el gazpacho fresco,
Ó abre la roja sandía,
Que cruje bajo sus dedos!
Y cuando llega la noche,
¡Que bullicio, qué contento
En las parvas de las eras,
Que sirven de mesa y lecho!
Hasta el capataz se olvida
De su alto rango empleo,
Y en vez de acallar la zambra,
Alegre baila en el ruedo
Con alguna escogedora
De buen talle y ojos negros,
Que de amapolas y espigas
Orló su rostro moreno.
Aquí un mozo enamorado
Está a solas y en silencio
Ensartando arreboleras
Para aquella que ve en sueños,
Allí las espigadoras
Van buscando por los setos
Luciérnagas encendidas
Para adornar sus cabellos,
Y allá, en la vereda, se oye
Los cantos del pasajero,
Que, más que cantos, parecen
Gemidos que lleva el viento.
Más bien pronto no se escucha
Otro rumor en el suelo
Que el del grillo, que ha tomado
De las cigarras el puesto.
Entonces, de las estrellas
A los fugaces reflejos,
Responden nubes lejanas,
Ocultas tras de los cerros,
Con súbito fusilazos,
Que encienden de grana el cielo,
Y que anuncian otro día
De más calor que el ya muerto.
III
Ya la virgen de septiembre,
Tan hermosa con sus galas,
Cual si del cielo con ellas
Bajado hubiese a las andas
En procesión sale al campo,
Entre vítores y salvas,
Y disparos de cohetes
Y repiques de campanas.
No lleva la faz llorosa
De una madre atribulada,
Sino la alegre y risueña
De los hijos que la aclaman,
Y por joyel en el peto,
Que reluce como un ascua,
Un haz de espigas atado
Con el cairel de una parra.
A ella debe el campesino
Tener las trojes colmadas,
Y abiertos para llenarse
El lagar y la almazara;
Pues ella vertió el rocío
Y apaciguó las borrascas,
Y el valle llenó de mieses
Y de pasto las montañas.
¡Oh, con cuánto afán espera
El rustico que trabaja
Sin descanso el año entero,
La alegre sanmiguelada!
Todo es entonces riqueza
Y contento y algazara:
Se ferian los animales
Y utensilios de labranza;
No queda en el pueblo moza
Que no luzca nueva saya,
Ni zagal que sin dinero
Lleve la bolsa en la faja;
Hasta el mísero mendigo
Con pan blanco se regala;
Se cumple el arrendamiento,
Los pastores se contratan,
Se reponen los ajuares,
Se socorren las desgracias
Y se arreglan los litigios,
Y los amantes se casan.
Mas poco la huelga dura,
Pues ya las aves de entrada
Anuncian el dulce riego
De las otoñales aguas;
Y si bien ardió el rastrojo
Que abona la tierra exhausta,
Y para el invierno crudo
Almacenóse la paja,
Aun las colmenas incitan
Al castrador con su carga,
Y revientan en el árbol
Las encendidas granadas;
Aun los peros y membrillos
Engordan bebiendo savia,
Y el melocotón se viste
De sedosa felpa blanca,
Y aun la cepa sus sarmientos
Por el suelo desparrama,
Rendida a la pesadumbre
De las uvas apretadas.
Sopla el vendaval, trayendo
De vapor ligeras gasas
Que se ennegrecen al cabo
En la altura condensada,
Y, tendidas como un toldo
Que en los cerros se apoyara,
Rompen en lluvia copiosa,
Que el suelo bebe con ansia.
A los vientos sofocantes
Suceden brisas templadas;
A las noches sin rocío
Las de fresquísima escarcha,
Y la fuente enriquecida,
Vuelve a dar en la cañada,
El arroyo en la laguna,
Y en la laguna las garzas.
La codorniz deja el surco,
Los rastrojos la calandria,
Y la alegre golondrina
El techo de las cabañas;
Pero, en cambio, cada tarde,
De estorninos nueva banda,
Que el horizonte oscurece,
Desciende como una plaga
Sobre la rica aceituna,
Que se ennegrece y ablanda,
Y el racimo generoso
Que se mostea en la parra.
Viene la alegre vendimia,
De pámpanos coronada;
Por el lagar rueda el mosto,
Y el vino por las gargantas;
Poniendo digno remate
A tanto jolgorio y zambra,
La noche que se celebra
La fiesta de la abundancia.
¡Noche de todos los santos,
Que llega siempre colmada
De frutos y de venturas
Para mozos y zagalas!
Este rapaz come almendras;
Y piñones y avellanas;
Aquel pone en el rescoldo
Un puñado de castañas:
Uno aquí con pan de higos
Y con nueces se regala,
Otro allá monda gozoso
El membrillo y la granada;
Y, en tanto, da entre los hombres
Vueltas y vueltas la jarra,
Y con arrope y compota
Las mujeres se empalagan.
Más ¡ay! que la alegre fiesta
Viene a turbar la campana,
Pidiendo triste a los vivos
Para los muertos plegarias,
Y a la voz de este conjuro
Parece que se derrama
El hálito de la muerte
Por la tierra y por las almas
Todo verdor se concluye,
Las aves parleras callan,
El arroyo se congela
Y el sol sus rayos apaga.
Se rinde el lirón al sueño,
La hormiga sus trojes tapia,
Y mueren las mariposas,
Envolviéndose en sus alas.
Sin pasto el monte, en las pitas
Los bueyes el hambre sacian
Y despuntan los retoños
De los lentiscos las cabras.
El árbol queda sin fruto,
Y el huracán, cuando pasa,
Con los nidos aun calientes,
Las secas hojas le arranca.
Lo que aun con vida persiste,
De muerte y tristeza habla;
Lo mismo el ciprés, que erguido
A los cielos se levanta,
Que la hiedra, que en los muros
Desmoronados arraiga,
Y el sauce llorón, que cubre
Los sepulcros con sus ramas.
Y cuando muere la tarde,
Y el sol de amarilla franjas,
Como a paños mortuorios,
Adorna las nubes pardas,
En vez de los dulces cantos
Del ruiseñor a su amada,
Se oye el silbo del mochuelo
En la torre solitaria.
IV
Ya el pastor con el pellico,
Que del hielo le preserva,
Desde lejos se confunde
Con sus lanudas ovejas,
Y vuelve al redil trayendo
Las tiernas crías a cuestas,
Perseguido de las madres,
Que se empinan para verlas.
Marchan detrás del arado,
Que abre el seno de la tierra,
Las aves beneficiosas
Que de insectos se alimentan,
Y la plaga de trigueros,
Conjugadas y terreras,
Que se comen la semilla
A medida que se siembra,
Y que cantando se burla,
Del labrador que la oxea
O la espanta, convirtiendo
Su roja faja en bandera.
El vapor que por las noches
En los vidrios se condensa,
Y en lágrimas se deshace
Cuando el sol sube a la esfera,
Dice el rústico del llano
Que ya en la montaña nieva,
Que el invierno será crudo
Y hay que atestar la leñera,
Confirmándolo la nube
De aves frías y cercetas,
Chorlitos y alcaravanes
Que de extraños climas llega.
Pero no todo es motivo
De abatimiento y tristeza,
En el corral gruñe atado,
Pudiendo moverse apenas,
El gordo lechón, que estuvo
Ha poco de montanera,
Y que llenará muy luego
De regalos la despensa;
En la almazara prosigue
Sin descanso la molienda
Y el alpechín va corriendo
Por las calles de la aldea;
Y ya mozos y zagalas
Componen, compran y aprestan
Almireces y zambombas,
Guitarras y panderetas.
Y cuando al fin luce el día
Alegre de Noche-Buena,
Los muchachos en arrobo
El Nacimiento contemplan,
Que arreglaron las mujeres,
Colocando en una mesa
Verdes matas de lentisco
Sobre un puñado de arena.
Y allí los tres Reyes Magos
Caminando tras la estrella,
Sobre arroyuelos de vidrio
Y montañas de madera,
Y en el fondo, con la Virgen,
El niño Jesús, y cerca
La mula y el buey de barro,
Que al resoplar le calientan.
Viene la noche; ¿qué importa
Que truene, granice o llueva?
Toca a la misa del Gallo
La campana de la iglesia,
Entonándose el villancico,
Repican las castañuelas,
El ronco tambor redobla
Y el órgano trompetea.
Al volver ya está servida
La rica sopa de almendras
Y escanciado el vino añejo,
Que con su aroma marea.
En las mismas gañanías
La Navidad se celebra
Con migas y con madroños
En vez de pavo y jalea;
Y hay tal bullicio en las casas,
Que las aves se despiertan
Y unen su voz al concierto
De júbilo de la tierra.
Mas cuanto en torno se mira
Es señal de lluvia cierta:
El circulo blanquecino
Que el disco lunar encierra,
El gato que maya y brinca,
La sal que en agua se trueca,
El hollín que se desprende,
La torcida que chispea,
Y el graznido de las grullas,
Que, al extender la cabeza
Al par que el tarso y el ala,
Parecen cruces que vuelan.
Y tan tenaz es la lluvia,
Que se hunde en fango la reja,
Y el buey se queda atollado
Hasta en las mismas veredas.
Hecho torrente el arroyo,
En cascadas se despeña,
Se sale de madre el río
Y la campiña se anega.
Entonces ¡ay! se suspenden
En el campo las faenas,
Y los pobres que tan sólo
Con un triste jornal cuentan,
Acosados por el hambre,
Mendigan de puerta en puerta,
En las horas de la noche,
Para ocultar su vergüenza.
¡Con qué afán es acogido
El solano que dispersa
Los nubarrones oscuros
Y el suelo encharcado seca!
Brota entonces la simiente,
La laguna se deshiela,
Y vuelven con el trabajo
El regocijo a la tierra.
Ya el alivio de la cuadra
No necesita la yegua,
Ni la vaca el del establo
Ni el del aprisco la oveja;
Pues vigorosa en el monte
Ha retoñado la hierba,
Y el rigor de la alborada
El rocío no congela.
Al rayo de sol que lucha
Por desvanecer la niebla.
El viento de la montaña
En las llanuras se templa,
Y desentume al insecto,
El suelo mojado orea,
Hace circular la savia,
Y los gérmenes despierta.
Dice, al correr, el arroyo
Que arrastra nieve deshecha,
En los árboles tempranos
Apuntan rojas las yemas,
Algunos pálidos lirios
Florecen en la pradera.
Y se aventura el enjambre
A salir de la colmena.
Ä poco en el campanario
La zanquilarga cigüeña,
Con un reptil en el pico
Ruidosa castañetea;
De flor se viste el almendro,
Empurpúrase la fresa,
Y al aire da su perfume
Regalado la violeta,
Hasta que al fin aparece
La golondrina, y con ella
El regocijo, las flores,
La vida, la primavera.
Conil, agosto de 1881
José Velarde
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