jueves, 21 de septiembre de 2023

A mi Padre

Agustín Velarde (Padre de Jose Velarde)

Tu nombre ¡oh Padre! Sírvame de égida:
Otro no acierta a pronunciar mi lengua
En los recios combates de la vida.

No pido al grande, de mi honor en mengua
Arrimo que en la lucha me sustente...
Valor prestado es un valor que amengua:

Me agravia la merced, y solamente
Tu paternal consejo humilde acato,
Y ante Dios y ante ti bajo la frente.


No taches, no, mi orgullo de insensato:
Del grande el triste don sólo se paga
Humillándose vil, o siendo ingrato.

Deja, sí, que en tu gloria satisfaga
El cariño filial, eterna hoguera
Que ni aun el soplo de la muerte apaga;

Y que ponga en mi libro por bandera
Tu nombre, que respeto, que bendigo,
Que endulzará mis labios cuando muera.

Para mi tu eres todo: padre, amigo,
Ejemplo de honradez, fe, sentimiento...
Y en estando sin ti no estoy contigo.

Eco fiel es mi aliento, de tu aliento,
Del tuyo al par mi corazón palpita,
Y pienso con tu mismo pensamiento.

Por ti el amor al bien mi pecho agita,
Y ansioso de verdad, de luz, de ciencia,
Mi espíritu hacia Dios se precipita.

Por ti llevo el dolor de la existencia
Con fe segura, con tranquila calma
Y la paz en el rostro y la conciencia;

Y despreciando la terrestre palma,
Sólo aparto la vista de la altura
Para fijarla en ti ¡Padre del alma!

Tu pura ciencia y tu virtud más pura,
Arrullando mi infancia seductora
Con el eco que presta la ternura,

Despertaron mi mente soñadora,
Como despierta al pájaro en el nido
El rumor de la brisa de la aurora:

Y en mi tierno cerebro adormecido
Fué brotando confuso el pensamiento,
Como el recuerdo brota del olvido.

Disipando las nubes con tu aliento,
Horizontes abriste sin medida
Al afán de mi espíritu violento;

Y con ternura, que mi amor no olvida,
Me enseñaste a pensar, a ser honrado,
A amar a Dios y a soportar la vida.

Así que al escribirte, entusiasmado,
No sé dar a mis frases otro aliño
Que repetir tu nombre idolatrado.

Me pasa a mí lo que le pasa al niño
Que un solo nombre sabe y balbucea
Y tenaz lo repite en su cariño.

Niño grande, no tengo más idea,
Ni más frase en mis labios que tu nombre,
Y sólo el repetirlo me recrea.

Quiero unir, y mi empeño no te asombre,
El corazón del niño y su inocencia,
Al pensamiento lúcido del hombre,

Y el horizonte hacer de mi existencia,
Juntando al océano de mi mente
El cielo todo azul de mi conciencia.

Ser poeta después, y al elocuente
Canto, que el genio al inspirarse lanza,
Hacer sentir lo que mi pecho siente,

Despertar la dulcísima esperanza,
Y abrazando en la fe los corazones,
Ir más allá de donde el hombre alcanza.

Trocar en realidad las ilusiones,
Que lucen como el rayo un solo instante
Y se pierden en lóbregas regiones,

Y al hombre que camina vacilante,
-Marcha hacia Dios sin retroceso-
Gritarle y conducirle hacia delante.

Mas ¡ah! ¡Con cuánta pena lo confieso!
Para empresa tan grande me hallo solo,
Solo y sin fuerzas para tanto peso.

En vano en aras de mi afán me inmolo;
Canto, y muere la voz en mi garganta,
Mientras que atruena y va de polo a polo,

Y un huracán de vítores levanta
El consternado acento del poeta,
Que gime, y llora, y duda cuanto canta.

¡Ah! Si al dolor la vida está sujeta,
¿Qué virtud de grandeza más notoria
Que el oponerle un corazón de atleta

Que combata en la lid, venza con gloria,
Y en vez de lloro inútil del vencido,
Eleve al cielo canto de victoria?

Hoy el campo parece un alarido,
Y el poeta maldito Prometeo
Por fiero buitre el corazón roído.

Llora, suplica, tiembla como el reo,
Ruge al dudar, maldice, desespera,
Y ya sin voluntad y sin deseo,

Sin luz que le ilumine en su carrera,
Sin entusiasmo que su pecho inflame,
Deshonra, al deshonrarse, su bandera.

¡Padre del alma! (deja que te llame
Con este nombre, que me da consuelo,
Yo que a tus plantas mi perdón reclame).

Yo también delinquí, mi noble anhelo
Vencido en los instantes de amargura,
Tuvo mil veces que abatir el vuelo.

Perdónenme tu ciencia y tu ternura:
Si el hombre tiene alientos de gigante,
Al fin es una débil criatura.

Nada en la tierra es fijo ni constante:
Siguen las tempestades a las calmas,
Como el olvido a la protesta amante:

No hay luz perenne, ni inmarchitas palmas:
Hasta el sol, que da vida a tantos mundos,
Sufre eclipses también como las almas.

Arranques de maldad, bienes fecundos,
Esperanzas, funestas decepciones,
Momentos de placer, llantos profundos,

Forman en alternados eslabones,
De la vida del hombre la cadena
De virtudes y pérfidas pasiones.

No temo que me impongas grave pena:
Es para ti ser juez, ser bondadoso,
Y la bondad perdona y no condena:

El que sabe lo rudo y escabroso
Que es el sendero de la vida humana,
Para el caído es siempre generoso;

Que hasta el que más de su virtud se ufana,
Si ayer pudo evitar una caída,
Al fin caído se verá mañana.

¡Es tan horrible del dolor la herida!
¡Es tan fuerte y tan ciego el sentimiento...
El sentimiento, Padre, que es mi vida!

Que ante su empuje indómito y violento,
Cede la voluntad inobediente,
Y se oscurece el claro pensamiento.

Siempre el hombre al efecto, al accidente,
Al hecho material les rinde culto:
La causa no la ve ni la presiente.

Y yo, que nunca lo que siento oculto,
Dudo, lloro y maldigo en ocasiones,
Y a mi razón y a mi conciencia insulto.

¡Más dichosos aquellos corazones,
Que alcanzan, aunque heridos, la victoria
En su lucha cruel con las pasiones!

Ser herido y vencer, esa es mi historia:
Senténciame; la pena no me irrita,
Ni me envanece el lauro de la gloria.

Aquí en mi libro la hallarás escrita,
Unas veces con sangre, otras con llantos,
Otras con luz de inspiración bendita.

Al entusiasta, arrebatado canto
Que ensalce la virtud y el heroísmo,
Verás, con desconsuelo o con espanto,

Seguir otro de amargo escepticismo,
Como sobre la tierra a ver se alcanza
La cumbre al lado del profundo abismo.

Al ronco son de guerra o de venganza,
Suspiros seguirán consoladores,
Que el corazón enamorado lanza;

Y del loco placer a los clamores,
Los gemidos del alma que se anega
En desatada lluvia de dolores.

El adiós del que parte, el del que llega,
El llanto la sonora carcajada,
El tembloroso acento del que ruega,

La réplica por la ira entrecortada,
El brindis del festín; cuantos sonidos
Lanza la muchedumbre alborotada,

Hallarás en mis cantos esparcidos
En revuelta y monstruosa algarabía,
Cual vienen a azotar nuestros oídos.

Mas si en tal confusión y gritería,
Percibes una voz dulce, inefable,
Esa es la voz de la esperanza mía.

Si otras escuchas serena, inalterable,
De mi fe brota, de mi fe potente,
Como el destino mismo incontrastable.

Yo creo en ese Dios, grande, omnisciente,
Que no define la razón humana,
Y que en el alma palpitar se siente;

En la santa virtud que de Él emana,
Y mantiene del hombre en la conciencia
El puro rosicler de la mañana;

En la verdad que brota de la ciencia
Y en la absoluta que a los cielos guía;
En el amor que endulza la existencia,
Y en ti, mi bien, mi orgullo, mi alegría,

Dulce consuelo que mis penas calma,
Perpetua luz de la existencia mía,
¡Padre del corazón! ¡Padre del alma!

José Velarde

Enero 1876

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