lunes, 5 de junio de 2023

José Velarde, en la Literatura Española de los últimos Cien Años (desde 1859)


27.  José Velarde

(1849 -1892)

Nació en Conil (Cádiz). Estudió medicina; Pero renunció a ella para dedicarse a las letras, para lo cual se radicó en Madrid, donde solo el favor de Alfonso XII lo preservó de la miseria. Fue amigo de los grandes poetas de entonces. Murió en Madrid.



“Críticas desapiadada y acerba –escribió Valera- se ensañó contra este vate bondadoso y dulcísimo, y le amargó la vida”. En sus poemas liricos y leyendas, siguió ora a Zorrilla, ora a Núñez de Arce. Brilló por la fuerza descriptiva y tierna emoción. Merecen citarse sus libros: Fray Juan (1880), La velada (1881). Voces del alma (1884), Alegría (1888), etc.

A.
   De Alegría
(Cuadro descriptivo)

    Mirando al mar, y viéndose en el río
las horas en que lo alza la marea,
al fin el pueblo, entre feraz plantío,
una casa humildísima blanquea.

    Compónenla una sala y dos alcobas,
en las cuales, por gala,
de cal consume al año cien arrobas
la mujer que sin tregua las encala.
Mansiones que están siempre en penumbra,
pues sólo por la puerta de la sala
entra la claridad que las alumbra.

    Se levanta al lado
Pajar, cocina, cuadra y cochiquera,
Y todo está cercado
Por extenso y altísimo vallado
Que coronan la pita y la chumbera.
Pero ¡cuánta hermosura allí no mira
quien, como yo, del campo enamorado,
los pormenores rústicos admira?
    
    Allí lechosa y quebradiza higuera
que al suelo tiende su follaje umbrío
y acoge placentera,
en las horas del sol, al averío,
pone el fruto al alcance de la mano;
el vecino azufaifo lo recata
para rendirlo, al fin, como villano,
al varejón cruel que lo maltrata,
y un moral de los dos se enseñorea
que harta de moras y las caras pinta
a todos los chiquillos de la aldea.

    Al muro de la casa, cual precinta,
se ciñe floridísimo arriate,
que arisca esparraguera y buen cañizo
libran de todo animalesco embate;
Forma sobre la puerta cobertizo
el parral, rico en hojas y caireles;

de tejas adaptadas a los muros
cuelgan lánguidas matas de claveles,
y el pie aromatizado que la humilla,
del empedrado entre los guijos duros
florece la olorosa manzanilla.

    El gorrión, atrevido ladronzuelo,
allí, chillando sin cesar, revuela
de rama en rama y del tejado al suelo;
el pichón, que a su tierra amante cela,

la sigue andando y la persigue al vuelo.
Chacharean sin fin las golondrinas;
hace la rueda y alborota el pavo;
revuélcanse en el polvo las gallinas;
los polluelos, por ver quién es más bravo,
se enredan en terribles sarracinas,
que el gallo viene a terminar al cabo
corriéndoles con miras asesinas;
los patos, cuneándose con gozo,
se congregan al ruido del carrillo,
agua pidiendo en derredor del pozo;
y cuando a tan alegre baturrillo
término dan las luces vespertinas,
comienza el dulce chirrear del grillo,
y vienen al moral los ruiseñores
de las huertas vecinas
a cantar sus ternísimos amores.



B. De ¡ALERTA ESTÁ!


Lentamente de los valles
La noche subiendo va,
Y al quedarse todo en sombras,
Y silencio y soledad,

-¡Centinela alerta!- se oye
A lo lejos exclamar,
Y otra voz más a lo lejos
Responder: -¡Alerta está!-

Aquella triste comarca
A un tiempo azotada está
Por las furias de la guerra
Y la estación invernal.

La nieve quema los brotes,
Crece el río como el mar,
Y los árboles arranca
De raíz el huracán.

Pero hace la guerra sola
Más estrago, mucho más
Que todos los elementos
Desatados a la par.
Aquí casas en ruinas,
Bosques talados allá,
Y en astillas y cascajos
El apero y el ajuar.

En graneros y bodegas
Ni rastro de vino y pan,
Y los árboles del huerto
Ardidos en el hogar.

Trocados en foso y fuerte
Arroyo y molino están,
Los vallados en trincheras
Y la iglesia en hospital.

Cantares, música, risas,
De allí huyeron con la paz,

Cuando el hórrendo estampido
Creen las gentes escuchar
De una descarga, en la puerta
Que sacude el huracán,

El clarín en el chirrido
De la veleta al girar,
Y en el tropel de una ronda
El del asalto final;

Y el hombre, asiendo de un hacha,
Corre a ponerse detrás
De la puerta decidido
A no morir sin matar,

Y la madre tiembla y llora
Por el ser angelical,
Que en su regazo sonríe
Soñando con Dios quizás;
    
Entonces sólo a las gentes
Infunde seguridad
Y vuelve el sueño a los ojos
El tranquilo: - ¡Alerta está...!

Porque aquel grito les dice:
-¡Hay quién vela descansad! -
Y se duerme bendiciendo
Al soldado que lo da.

¡Bien bendito el centinela
Que envía a las almas paz,
Desde el reducto lejano
En donde helándose está!..

Frente tiene al enemigo,
Acechándole quizás,
La lluvia fría le cala,
Le envuelve la oscuridad;

Es casi un niño; el recuerdo
Asáltale pertinaz
De la madre que llorando
Por él reza con afán,

Y temor desecha y sueños,
Y vigila sin cesar,
Y firme en su puesto, grita
Con voz fiera: - ¡Alerta está! –

Si, bendecid ese grito,
Nunca lo dejéis de amar,
Es la patria quien lo pide
Y un valiente quien lo da;

Y mientras fe y honor sean
Quienes lo hagan resonar,
Habrá Dios, y patria, y honra
Y familia y libertad.

Fuente: Internet Archive

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