viernes, 16 de junio de 2023

Ponces y Guzmanes

El último paral
Ponces y Guzmanes

A la Excelentísima señora Duquesa de Almodóvar de Río
Romance

Al castillo de Marchena,
Que en sombra y silencio está,
Por trochas y por atajos
Llegando jinetes van.
Al instinto de sus brutos
Se entregan para marchar,
Que no rompe ni una estrella
Del cielo la oscuridad.
Preguntan bajo de adentro
A los que vienen:-¿Quién va?
Y muy quedo los de fuera
La seña prescrita dan.
Escuchase del rastrillo
Entonces el rechinar,
La poterna se entreabre,
Luce débil claridad,
Penetra el jinete, se oye
El rastrillo levantar,
Y todo vuelve a quedarse
En sombras y soledad

De una torre del castillo
En la estancia circular,
Que decoran una mesa
Y sillas de cordobán,
Recibiendo a los que llegan
Con abrazos de amistad,
El noble Marqués de Cádiz
Don Rodrigo Ponce está
Rojo y rizado el cabello;
Grata, aunque hoyosa faz;
Gentil de talle, robusto
Y de expresivo mirar;
Todos le estiman:los viejos,
Por entendido y sagaz;
Los soldados, por valientes;
Las mujeres, por galán.
Tan dulce con el vasallo
Como cortés con su igual;
Tan templado en las costumbres
Como ardiente en la piedad,
Y al vencer tan generoso
Como terrible al luchar,
Nuevo Cid llámanle a una
El moro y la cristiandad.

Después de dar el que llega
A los presentes la paz,
Callado como una estatua
Se acomoda en un sitial,
En tanto que Don Rodrigo
Lo mira atento a la faz,
Pretendiendo lo que siente
Con la vista adivinar.
-¿Estamos unidos?-pregunta
Viendo el salón lleno ya.
-Falta el mejor-uno exclama.
-¿Quién decís? - El de Guzmán.-
-¿Qué nos importa su ausencia?-
Replica con sequedad
El Marques, a quien ofende
Que se nombre a su rival.
-Y pues aquí hemos venido-
Repuesto añade – a vengar
El rebato que a Zahara
Puso en manos del Islam,
Que nos exponga sus planes
Y sus nuevas cada cual,
Y los números de soldados
Que a tan noble empresa da.-
De Sevilla el Asistente,
Que es el primero en hablar,
-Falta- dice nos hacía
La mesnada de Guzmán;
Mas sin ella venceremos,
Que una firme voluntad,
El sendero mas fragoso
Convierte en camino real.
Cien lanzas y mil peones
Me esperan en la ciudad,
Que con Ponce por caudillo
A la meca misma irán.-
Desvanecido el aplauso
Que el concurso a Merlo da,
Habla así Don Pedro Enríquez
Del Marqués a una señal:
-En la frontera me aguarda,
Ardiendo en bélico afán,
Entre jinetes e infantes,
De guerreros un millar.
Ir con pocos a la sierra
Lo juzgo temeridad;
Vamos de Málaga al llano
Que dormita en honda paz.
Sólo falta (y me prometo
Lograrlo de su amistad)
Que nos deje el paso libre
Por su estados Guzmán.-
El alcaide de Carmona
Fue de idéntico pensar,
Con el Conde de Miranda
Y otra gente principal.
Y exclama Robles, que rige
La jerezana ciudad:
-No perdamos lo seguro
Por lo incierto ir a buscar.
Dueño el Duque en nuestra ausencia
De Andalucía se hará,
Si con nosotros no viene
O no le pedimos paz.-
El Marqués disimulando
El enojo que le da
Que a la memoria le traigan
Su odiada rivalidad:
Partamos-dijo-al combate,
Que a no ser un desleal,
A que respete mi ausencia
Obligaré al de Guzmán.
-¿Como?-no sé.- Mas entonces...
-En mi palabra fiad.
-Pero...-Ponce lo promete,
Pues Ponce lo cumplirá.
Ni ir debemos las campiñas
Indefensas a talar...
-¿Dónde iremos?-A una plaza
Llena de gente marcial.
-¿Mas combatirla es posible?
-Y conquistarla además.
-¿No se encuentra apercibida?
-Confía en su impunidad.
-¿Quién lo dice?-Ortega Prado,
Que viene de examinar
Piedra a piedra las murallas
Del castillo y la ciudad,
y sabe el número y clase
De los que guardia les dan,
Las horas de los relevos
Y el sitio por donde entrar.
-¿Que plaza decís?-Alhama.
-¡Alhama!-¿Os parece mal?
-¡Si del reino granadino
En el corazón está!
-En el abramos la herida
Para que sea mortal.
¿Se acaba acaso al contrario
Arañándole la faz?
-Empresa tan temeraria
El soldado rehusará.
-Se la tendremos secreta
Hasta el momento fatal.
-Pero ¿a que rendir plaza
Si la hemos de abandonar?
-Nos quedaremos en ella.
-Y allí nos acabarán.
-No, que el ínclito Fernando
A valernos correrá.
-¿Y si no viene?-Los cielos
En nuestro auxilio vendrán.

Aquellos bravos entonces,
Dejando de platicar,
Sus voluntades uniendo
Y tan firme voluntad,
-¡A Alhama, a Alhama! Exclamaron
Con decisión singular,
Y del asalto imposible
Consertóse al punto el plan.
-Aquí mañana ala noche-
Dice Ponce al terminar.
Y-¡Aquí mañana!-resueltos
Por respuesta todos dan;
Y requiriendo sus armas,
Después de darse la paz,
Silenciosos una a uno,
Como vinieron se van.

De los pasos del postrero
Apagado al retumbar,
Se quedó Ponce sumido
En honda perplejidad.
-¿Que haré?-después decía,
A la estancia circular
Como una fiera enjaulada
Dando vueltas con afán.
De repente, un pergamino
Cogiendo con ansiedad,
Escribe, los escrito borra
Y a escribir vuelve y borrar,
Hasta que haciendo un esfuerzo,
Por no arrepentirse más,
Sin ver lo escrito, lo sella
Y a un correo se lo da.
-¡En el nombre de Dios vaya!-
Dijo viéndole marchar:
Signóse devotamente,
Se arrellanó en un sitial,
Y durmióse al tiempo mismo
En que, a todo galopar,
Salió el correo llevando
La carta para Guzmán

II

Sereno, valiente, altivo,
Ganoso de empresas grandes,
Muley Hacem con Castilla
Decide romper las paces.
Confía, más que en su estrella
Y en sus huestes de combate,
En la intestina discordia
En que viven sus rivales;
Que en bandos celosos luchan
Los Córdovas y Aguilares,
Los Manriques y Velascos
Los Ponces y los Guzmanes.
Con sus gentes el Rey moro
A golpe seguro sale,
Que el sueño de la paz duerme
Zahara la inexpugnable.
La sorprende en noche oscura,
La entra a saco, y fuego y sangre;
En ella siembra más muertes
Que la peste de Levante,
Y encadenando a los pocos
que libraron del alcance,
A su Corte se los lleva,
A donde el triunfo se parte.

Arde en Júbilo Granada;
Ministriles, atables,
Pífanos, guzlas y adufes
Llenan de sones los aires
Bibarambla, apercibida
A las fiesta populares,
Ostenta estrados cubiertos
De sargas y tafetanes,
Y en sus altos miradores
Y ajimeces orientales,
De brocado y terciopelo
Tapices y cortinajes.
Ansiosa la muchedumbre,
Ventanas y puertas abre,
Corona las azoteas,
Las torres y los adarves
O en tropel se arremolina
Por las plazas y las calles,
Con el vaivén de las olas
Y el zumbido del enjambre.
«¡Viva Muley! ¡Zahara es nuestra!»
La ciudad grita anhelante,
No habiendo en Granada toda,
Al oírse voces tales
Envidias que no enmudezcan,
Rencores que no se acallen,
Trabajos que no se olviden,
Ni penas que no se calmen.

La ciudad engalanada,
La vega cual verde esmalte,
Nevada la serranía
Claro el cielo, tibio el aire,
Galopando en blanca yegua,
Muley se acerca arrogante
Con sus Mazas y Gomeles,
Zegríes y Abencerrajes.
Lleva uno bonete sirio;
Otro, pérsico turbante;
Quién luce albornoz turquesco,
Y quién tunecino jaique.
Rige el potro nacido
De Arabia en los arenales;
Aquél, la jaca andaluza
Que en corvetas se deshace;
Y el ondear de sus tocas,
Banderines y estandartes,
Los encendidos colores
de sus vestidos flotantes,
Y el brillo que el sol arranca
A los arreos marciales
Y al oro de las aljubas,
Marlotas y capellares,
Aturden, deslumbran, ciegan
Con rielar semejante
Al hervidor cabrilleo
De las olas de los mares.

Pero en quejas se convierten
Los vítores delirantes,
en espanto el alborozo,
Las risas en roncos Ayes.
Por la sed amortecidos
Y la fatiga y el hambre,
En montón atropellados
Hombres, mujeres e infantes,
Van cautivos los zahareños,
En rebaño miserable,
Dejando por donde pisan
Regueros de llanto y sangre.
La guardia negra africana
Pisotea a los que caen,
A los humildes insulta
Y veja a los arrogantes;
A cuya vista, encendidos
En compasión y coraje
Se amotina el pueblo, ahuyenta
A la soldadesca infame,
Y a los cautivos restaura
Con los sabrosos manjares
Al regalo apercibidos
Del ejercito triunfante.

Muley, mientras, jactancioso
En la sala de Comares
Recibe los parabienes
De sus deudos y parciales,
Alamines y santones,
Ulemas, xeques y alcaides,
Lisonjeros, lo comparan
Con Muzas y Abderramanes.
Los alfequís danle incienso
Como si fuera un Arcángel,
Y con zumbas le recrean
Bufonescos albardanes.
Cuando echado en alcatifas
Y turquescos almadraques,
Por la lisonja aturdido,
La mirada lleva errante
De la lámpara chinesca
A los vivos alizares,
Del mote del ataurique
Al casetón del alfarje,
Despiértale de repente
Un acento formidable
Que-¡Ay de Granada-repite-
Para el Muslin acabaste;
De la lucha en que hoy te empeñas
Tu muerte será el remate!-
Todos temblando se apartan
Del anciano venerable
Que prorrumpe lastimero
En augurios tan fatales;
Y éste, los ojos fijando
De Muley en el semblante,
Maldícele, y del recinto
Y de la Alhambra se sale.

El concurso se dispersa,
Y Hacem, en ves de entregarse
Con sus mujeres y esclavos
A los festines y bailes
Manda echar los alamudes,
Redoblar los vigilantes,
Encerrar alas mujeres
Y prevenir los alfanjes.

En tanto el profeta moro
Va con gritos espantables
La pérdida de Granada
Pregonando por las calles.
A su voz, que espanto infunde,
La muchedumbre cobarde
que poblaba los caminos,
Plazoletas y alminares,
Cierra mezquitas y lonjas,
Arria los estandartes,
Descuelga los miradores
Y los estrados deshace.
Y cual si el cielo quisiera
Hacer el terror mas grande,
Que se desata en granizos
Y furiosos huracanes,
En truenos retembladores
Y centellas fulgurantes.

III

Al declinar de la tarde
Llegando van a Marchena
Los caudillos andaluces
Con sus bizarras banderas.
Revístalas Don Rodrigo,
Y encargándoles cautela,
A su frente, ya de noche,
Toma el rumbo de Antequera.
Todo al soldado hostiliza:
El viento, la sombra densa,
El rocío congelado
En las resbalosas sendas,
El zarzal en que se punza,
El peñasco en que tropieza,
El arenal en que se hunde
Y la arcilla en que se atuella.
Y rendir se dejaría
Fatigado a su flaqueza,
Si de constancia y arrojo
Ejemplo el marqués no diera.
De este a la voz soberana
Cobra aliento el que flaquea,
El lenguaraz enmudece
Y el díscolo se atempera,
Que la condición torcida
De la más vil soldadesca
Bajo el dominio de Ponce
A la virtud se endereza.
Se ocultan durante el día
En los barrancos y selvas,
Y de noche van salvando
Las agriuras de la sierra.
No encienden lumbre ni acampan
Porque el humo no se vea,
Y porque no se les oiga
Ata el silencio sus lenguas.
El cuerpo acardenalado
Y los pies heridos llevan,
Embarrados los arneses,
Las vestiduras deshechas.
Cuatro mil son los infantes,
Y tres mil los que ijadean
Buscando paso del diestro
A sus caballos de guerra.
Ocupan el primer día
Del Cantaril la dehesa,
Y el bagaje abandonando
A las orillas del Yeguas,
Entre Lonja y Alfarnate
Al agrio Arrecife trepan,
Dando en el valle de Dona
A la jornada tercera.
De Ponce a la voz de «¡Alto!»
La hueste parada queda,
Sin saber por qué se para
Ni el lugar donde se encuentra;
Y cuando, ya recelosa
Refunfuña de impaciencia,
El noble Marqués de Cádiz
De aqueste modo le arenga:

-Para los bravos se hicieron
Las atrevidas empresas.
Estamos al pie de Alhama;
Es preciso entrar en ella.
En Zahara perdió Castilla
De su corona una perla,
En su lugar engastemos
La de Alhama, que es mas bella.
Llave del reino moruno
Que el paso a Granada cierra,
A vuestro empuje esta noche
Quedará por siempre abierta.
Allí aguardan al valiente
Oro y Plata, vino y sedas
Y la muerte por mi mano
A quien fiero no acometa.
Dios y patria, honor y gloria,
Cífranse en esta bandera;
¡Con ella a vencer corramos
O a morir todos con ella.-

«¡A Alhama, a Alhama!» rugiendo
Las huestes al Marqués contesta,
El corazón palpitante,
Trastornada la cabeza,
Acelerado el aliento,
Y cual de nocturna fiera
La electrizada pupila
Fulgurando en la tinieblas.
Y éste la espada desnuda,
Aquél la malla se aprieta,
Uno la espada requiere,
Otro enristra la ballesta;
Y los cansados bridones
Que oyeron gritos de guerra,
Su marasmo sacudiendo,
Relinchan y manotean.

Reprimiendo Don Rodrigo
De los suyos la impaciencia
(Que todos en el ataque
Ser los primero anhelan),
Trecientos bravos elige
Para que sigan a Ortega,
Que con treinta escaladores
Va a asaltar la fortaleza.
La densidad de las sombras
Impide que se les vea,
Y el ronco Zumbar de viento
Que sus pisadas se sientan.
Bordeando precipicios,
A rastras como las fieras,
Ganan el tajo riscoso
En que el fuerte se cimenta;
Tocan los muros, y hallando
Al vigía sin cautela,
Arroja Ortega su escala
 Y se encumbra a las almenas.
Le siguen Martín Galindo
Con Toledo y Estremera,
Y el alcaide de Archidona
Y otros bravos hasta treinta.
En la garita sorprenden
Y matan al centinela,
Y yendo al cuerpo de guardia
A los soldados degüellan.
Corre a las armas el moro
Repuesto de la sorpresa,
Y los trecientos de Ponce
A ayudar suben a Ortega.
Entáblase cuerpo a cuerpo
entonce tenaz contienda;
Que no seden los que embisten,
ni los embestidos cejan.
Rompe aquí el alfanje corvo
Por la cota milanesa,
Allí el almete traspasa
el aguijón de una flecha;
Y no hay tiro que se yerre,
Ni mandoble que se pierda,
Y la sangre por el suelo
En arroyos culebrea.
Aquí el muerto cota el paso
Y el herido se lamenta,
Allá-¡Santiago!-se grita
Allí-¡Santiago!-se vocifera;
Y crujen las armaduras,
Los arcabuces atruenan,
Los atambores redoblan,
Y ensordecen las trompetas,
El estrépito aumentando,
Burlas, ayes, rezos, quejas,
Alaridos, maldiciones,
Juramentos y blasfemias.

Halla la luz de la aurora
Indecisa la pelea;
Los entradores se acaban
Y los sitiados aumentan;
Y ante tanta muchedumbre,
Ya los de adentro flaquean,
Cuando el Marqués en su amparo
Se lanza con los de afuera.
Embisten como leones,
Aportillan la poterna,
Y entrándolo a fuego y sangre,
Del alcázar se apoderan.
Mas hay que ganar al punto
La ciudad de moros llena,
O correr, volando al fuerte,
En busca de la frontera;
Que pronto, hiriendo caballos,
Vendrán de Granada fuerzas
Que los rinda y los acabe
En el fuerte sin defensas.
Entretanto la morisma
En el pueblo se atrinchera,
Ocupa torres y adarves,
Las bocacalles barrea,
Y aspillerando los muros,
Con espingardas y flechas
Da la muerte a los que asoman
Del Alcázar a la puerta.
Ponce ataca; todo el día
Dura la lucha sangrienta;
Se conquistan palmo a palmo
Muros, calles y azoteas.
Acorralados los moros
En un templo se concentran,
De donde salir los hacen
Los soldados, que lo incendian.
Mueren los más peleando,
Los menos cautivos quedan,
Y se ocultan los que escapan
En las minas y las cuevas.
Libre el pueblo de enemigos,
Su ardiente codicia ceba
En lonjas y en almacenes
La triunfante soldadesca.
Aquí joyas, oro, plata,
Brocados, púrpura y sedas;
Allá miel, y pan y vino,
que en más que el oro se aprecian.
A todo acudiendo Ponce,
A los heridos consuela,
A las mujeres ampara,
A los soldados refrena,
Pone escuchas y vigías,
Se apercibe a la defensa,
Descansar hace a sus huestes
Y velándolas se queda.
Y absorta ve la morisma
Que aquellos contornos puebla,
Cuando de Alhama en los muros
La luz matinal blanquea,
En la mezquita encumbrada
La Cruz redentora enhiesta,
Y flamear en las torres
Las castellanas banderas.

IV

De la ciudad de Sanlúcar
A los alcázares regios,
Que del Duque de Medina
Son retiro predilecto,
Todo es llegar con premura
Emisarios y correos,
Con avisos y con cartas
De los magnates del reino.
Al recibirlos, el Duque
Se agita nervioso y fiero
O abísmase largas horas
En profundos pensamientos.

De ojos grandes y ancha frente,
Barbicastaño, moreno,
Y tan ágil y membrudo
Como arrogante y apuesto;
Si alguno tan hazañoso,
Ninguno más caballero
Que el ilustre descendiente
Del bravo Guzmán el Bueno.
El birrete encasquetado,
Calzadas botas de cuero,
Y sobre el fino justillo
El ancho tabardo suelto,
De codos ante una mesa,
Al ir las cartas leyendo,
El de Guzmán, impaciente,
Con las calzas hiere el suelo.
-Todos me avisan-exclama-
De Don Rodrigo el aprieto;
Aguilar, Cabra, Manrique,
Girón, Ureña y Pacheco.
Me dicen los jerezanos
Que han bajado los rondeños
Y en Arcos a la Marquesa
Amenazan con un cerco.
Mi honor y mi fe cristiana
Me impulsan a socorrerlos;
Mi paz, mi hacienda, mi vida,
A que los deje en el riesgo.
¡Me escribió al partirse a Alhama
Don Rodrigo tan severo!-
Y sacando un pergamino
De este modo va leyendo:

«Me parto a tierra de moros
A vengar a los zahareños,
Sólo dejando en mis tierras
Mujeres, niños y viejos.
»Despojadlas si queréis,
Que hallaré el despojo bueno,
Con tal que Dios me conceda
Desbaratar a esos perros.
»El no haber con vos contado
No fue olvido ni desprecio,
Sino temor que la empresa
Malograsen nuestro celos.
»Paz no cabe entre nosotros,
Lo sé bien, porque recuerdo
La algarada de Sevilla,
De Jimena el escarceo,
»De Jerez el alboroto
De Carmona el desafuero,
El rebato de Medina
Y el choque naval del Puerto.
»Mas visto que tales luchas
Dan vida a los agarenos,
Heme jurado olvidarlas
Hasta arrojarlos del reino.
»Mi deber único es este:
Lo he jurado, y cumplírelo.
La hidalguía castellana
Os dirá cual es el vuestro.»

-¡Por Dios- el duque me dice,-
Que probaré a este soberbio
Que ni me gana a valiente,
Ni a hidalgo ni a caballero!
¡Hola!¿aquí mis servidores!-
Exclama con ronco acento,
Y se le llena la sala
De pajes y de escuderos.
-¡Vamos de guerra!-les grita;-
Que lo anuncien los correos
A los justicias y alcaides
De la marina y fronteros.
Estas cartas se contesten
A esos magnates, diciendo
Que armados de todas armas
En Sevilla les espero.
Mientras allá acuden todos,
Nosotros castigaremos
A la morisma rondeña
que estrecha de Arcos el cerco.
De Alí Macer se recuerdan
Las predicciones infaustas,
Y se maldice al rey moro
Que se encastilla en la Alhanbra.
Muley, por calmar al pueblo,
Convoca a la guerra santa;
Cincuenta mil hombres junta
Y los lleva a la venganza.
La soberbia con que salen
Conviértese en viva rabia
Cuando dan en los contornos
De la ciudad conquistada;
Que en las eras del ejido
Un sin fin de perros hallan,
De sus muertos compañeros
Devorando las entrañas.
Irritado el rey, ordena
El asalto de la plaza,
Y se arrojan como tigres
Los moros a la muralla.

De las recientes refriegas
Las torres desmoronadas,
La población en escombros,
Y aportillado el Alcázar;
Faltos de ingenios de guerra,
Las municiones escasas,
Los víveres consumidos
Y los aljibes sin agua,
Al ataque de los moros,
Si Cristo no les ampara,
Sucumbirán los valientes
Conquistadores de Alhama.
Mas no, que oponiendo al golpe
En vez de muros y adargas
El pecho, fortalecido
En el amor a la patria,
Vale por cien cada infante
De la hueste castellanas,
Y por cien mil el guerrero
Invencible que la manda.
Con empuje incontrolable
Los agarenos atacan,
Durante el día de frente
Y por la noche en celada,
Inútil siendo su astucia
Y su valor y su rabia,
Que en vez del triunfo es la muerte
Quien les espera y acaba.
Viendo imposible el asalto,
Minar quieren el Alcázar,
Mas también Ponce concluye
Con sus trabajo de zapa.
Entonces Muley decide,
Para conquistar la plaza,
Torcer el curso del río
En que el pueblo la sed sacia.
Mas Ponce, en vez de arredrarse,
 Se embravece y agiganta,
Y en el río cada día
Libra terrible batalla.
Él increpa al que se abate,
Apacigua a los que rabian,
Conforta a los que pelean,
Dirige a los que trabajan,
Ayuda a enterrar a los muertos,
A los cautivos ampara;
Por darlo a quien desfallece,
Su pan de la boca aparta;
Adonde quiera que acude,
Resucitando en las almas
Las virtudes fenecidas
Y las muertas esperanzas.

Mas ¡ay! que se consumieron
Ganado, harina y cebada,
Y cuesta un río de sangre
Conseguir un sorbo de agua.
En esqueleto los hombres,
No pudiendo con las armas,
Arrastrándose caminan
A defender las murallas:
Éste enferma, aquél sucumbe,
Pero ninguno desmaya;
¡Que mueren, mas no se rinden,
Los defensores de Alhama!

Pero Dios por Ponce vela.
A la luz de la mañana
Que alumbrará eternamente
La historia de nuestra patria,
En lugar de oír de los moros
Los insultos y jactancias
Y de ver la media luna
Amenazándole airada,
Oye el grito de «¡Santiago!»
Retumbar en las montañas,
Y ve tremolar en torno
Las banderas castellanas.
Un ejército cristiano
Iba acercándose a Alhama,
Y aterrado el sarraceno
A los muros de Granada.
¡Qué alborozo el de la hueste
Que a la morisma ahuyentara,
Y qué ventura tan grande
La de la hueste sitiada!
L salvadora, con vivas
A la de Ponce animaba,
Marchando al son de trompetas
Y a banderas desplegadas.
La de Ponce, reviviendo,
De regocijo lloraba
Y recibía con tiernas
Bendiciones a su hermana.
«¡Viva el Rey-Rodrigo dice-
Que en tal trance nos ampara!»
Y tomando una montura,
A recibirlo se lanza.
El caudillo valeroso
Que la otra hueste comanda,
Al verlo, su rostro aguija
Y a encontrarlo se adelanta.
De entrambos los corazones
Retemblar hacen sus mallas,
Se juntan... mas don Rodrigo
Absorto y mudo se para.
Que no es el Rey, como piensa,
Quien de la muerte le salva,
Sino el rival enemigo
Que toda la vida odiara.
Hablar quiere y de los labios
Se le mueren las palabras;
Mirar al Duque, y se nublan
Por el llanto sus miradas.
A su vez el noble Duque,
De ternura llena el alma,
Hablar quiere, y el anhelo
Le echa un nudo en la garganta.
Hasta que entrambos desmontan
Movidos de iguales ansias,
Y llorando como niños
En un abrazo se enlazan.
«¡Viva Guzmán!¡Viva Ponce!»
Los ejércitos exclaman,
Y responden abrazados
Los dos héroes:«¡Viva España!»
Surgiendo de aqueste grito
Que hizo temblar a Granada,
La perseguida ventura
De la unidad de la patria
José Velarde

No hay comentarios:

Publicar un comentario