sábado, 14 de enero de 2023
miércoles, 11 de enero de 2023
José Velarde en la revista LOS MADRILES
sábado, 7 de enero de 2023
Fin de Año
1896/04/15 Diario de Tenerife, Periódico de intereses generales, noticias y anuncios fin del año
viernes, 6 de enero de 2023
La Academia Española
En la Academia
Española
La sesión últimamente celebrada por esta docta Corporación fue presidida por el conde de Casa-Valencia, y a ella asistieron 21 académicos.
El
Sr. Cavestany leyó un favorable informe acerca del libro de D. José Velarde Teodomiro ó la Cueva del Cristo.
El conde de Casa-Valencia designó al
señor Picón para que informe acerca de la obra de D. Enrique Corrales, enviada
por el ministerio de Instrucción púbica, e intitulada Arte de callar en prosa y verso.
Se examinaron, para la próxima
edición del Diccionario, papeletas del académico Sr. Mir.
Fuente: Biblioteca Virtual de Prensa Historica
miércoles, 4 de enero de 2023
La España Moderna
LA
ESPAÑA MODERNA
Otro poeta joven figura en primer término entre los contemporáneos. José Velarde versifica con elegante facilidad, y aunque el asunto de sus composiciones es limitado, no pinta ni describe sino escenas campestres y paisajes; en esto es tan grande y maravilloso, que bastan las producciones que ya tiene publicadas para asegurarle preferente y distinguido puesto en la posteridad.
El Sr. Velarde posee el idioma castellano en toda su extensión. La riqueza de su vocabulario es infinita, y un gusto supremo para elegir los más adecuados, hacen de sus páginas verdadera acuarela. Más que la palabras que indica el color, es el color mismo lo que Velarde pone bajo el tipo de su pluma.
Su
poema Alegría es una de las mejores
pruebas, y a un modo de síntesis de las condiciones distintas que palpitan en
el espíritu del vate. Admirador de la naturaleza andaluza en que se ha criado,
entusiasta paladín de sus méritos, se prosterna como ante un altar ante un jardín:
las flores son para él como divinidades que merecen el holocausto, y ante las
que, en nombre de la religión a lo bello, hay que descubrir la cabeza.
Tiene
Alegría escenas en que admirablemente
se representa la naturaleza en diversos estados y situaciones: ya es el verano
con sus rigores meridionales, cuando la era se halla llena de mies, que cruje
bajo la planta y brilla como si fuera oro. Velarde describe el girar monótono y
lento del trillo; que va separando la espiga de la paja; hace danzar ante los
ojos del lector las briznas doradas que, a impulsos del aire, flotan en el
espacio; y en medio de esta atmósfera luminosa se destacan las siluetas vigorosas
de los gañanes andaluces, de negros ojos, alta estatura y esbeltos talles; el
paso tardo del buey que arrastra el trillo; el alegre paso castellano; el caballo
del emperador, que llega con el avío
de la semana en las anchas alforjas; la noche misteriosa y estrellada en que
aquellos labriegos entonan al compás de las guitarras las endechas de amor; el
amanecer con sus tintas rosadas y pálidas, y la aparición del sol, astro
refulgente y poderosísimo, que inunda de rayos el espacio y viertes sobre
Andalucía sus torrentes de oro derretido, son otros tantos asuntos para
Velarde, que retrata, no sólo la las grande síntesis naturaleza, sino que, con
amor especialísimo, con vehemencia apasionada, va añadiendo detalle a detalle,
y pintando con pacienzudo y colorista pincel aquello que ha visto en su
juventud.
<< Mon
verre est tres petit,
Mais je bois
dans mon verre>>
Así dijo Alfredo de Musset en unas inspiraciones más espontáneas y admirables. En efecto: muy pequeño es el vaso en que bebe Velarde, pero es del más fino cristal, y llénale el líquido dorado de las bodegas jerezanas, que nació, sin duda, un día en que el sol se metió a cosechero de vinos; y así el liquido que saborea el vate, como la refulgente copita de cristal que lleva a sus labios, son tan suyos, tan propios, tan personales, que no podría pasar a otras manos sin romperse y derramarse.
Estos poetas, que, no por falta de
inspiración, se circunscriben a un asunto y eternamente lo están sintiendo, son
en el arte de la literatura lo que el especialista en la ciencia: en fuerza de examinar
siempre iguales escenas y personajes semejantes, la atención produce un aumento
en las facultades perceptivas, que hace que los ojos del escritor penetren a
través de la materia en el fondo de las cosas y extraigan de ese fondo la
quinta esencia maravillosa del arte. Es más; la grandeza del asunto no tiene
nada que ver con la grandeza artística de la obra.
Tal poeta, entonando sus himnos de triunfo y recordando las proezas de Alejandro Macedón, acaso no acierte sino a producir insignificante e insustancial fárrago rimado. En cambio, otro poeta, cantando las desdichas de un niño ciego y huérfano, que ni tuvo nombre en la sociedad ni fatigó jamás a la historia con los hechos de su triste y corta vida, eterniza la propia inspiración, dejándola perdurablemente arraigada en el corazón de los lectores. Así como el arquitecto vulgar que construye edificios modernos morirá con sus obras y nadie tendrá curiosidad en saber como se llamaba, así también el artífice prodigioso que esculpió un sepulcro como el del cardenal Talavera de Toledo, tanto vivirá en la imaginación de las gentes cuanto viva el sepulcro mismo, y aun después que las ruinas le anonaden, en la historia de las artes figurará con excelsos resplandores su apellido.
jueves, 29 de diciembre de 2022
La Noche-Buena de los lobos
La noche es oscura y fría:
Baja el lobo de la sierra
Cauteloso olfateando
Y al viento dada la oreja.
Cual fuegos fatuos relucen
Sus ojos en las tinieblas,
Y con paso no sentido
Al callado redil llega.
Descuidados los pastores
La Natividad celebran,
Y el perro deja la guarda
Atraído por la cena.
De pronto tristes balidos
A los pastores despiertan.
Que ¡al lobo! gritan y azuzan
Los perros contra la fiera.
Pero tarde: llega el lobo
A su cubil con la presa,
Y tiéndese jadeante
Clavando la zarpa en ella.
En una casa mezquina
De entrada oscura y estrecha,
Sobre un mostrador echado
Está un hombre de faz seca.
Ojo avizor, oído atento,
Como el lobo cuando acecha,
Todos los sentidos pone
De su tugurio en la puerta.
Ábrese, al fin, lentamente,
Y una pobre mujer entra,
Que la manta de su lecho
En manos del hombre deja.
-Esta noche tendré frío
- Dice al bajar la escalera, -
Mas los hijos de mi alma
Cenarán, que es Noche-Buena.-
Aun más desgraciado el pobre
Que las tímidas ovejas,
No tiene contra los lobos
Ni perros que le defiendan.
José Velarde
miércoles, 28 de diciembre de 2022
El Defensor de Granada
Viajera. Acompañada de sus hijos, ha llegado a esta ciudad la distinguida señora Dª Lucía de Castro Pinzón, Viuda del inolvidable poeta D. José Velarde
domingo, 25 de diciembre de 2022
Juegos del Alma, en el Defensor de Granada
Fuente: Internet Archive
viernes, 23 de diciembre de 2022
martes, 20 de diciembre de 2022
José Velarde visto por Luis Montoto
X
Unos jóvenes entusiastas de las buenas letras, inteligentes y activos, acordaron fundar una sociedad a modo de liceo, para lucir sus talentos y continuar la tradición de la culta Sevilla.
Al
intento, arrendaron una casa en la antigua calle de las Armas, cerca de la
Puerta Real; la alhajaron con cuatro sillas y un par de mesas – la colecta no
dio para más- y bajo la égida de don Juan José Bueno y de algún otro literato
de nombre, comenzaron sus tareas.
Al
principio, como Juan Palomo, ellos se lo guisaban y ellos se lo comían; esto
es, la vida de la sociedad no traspasaba los muros de la casa. Se leía y se
altercaba entre los partidarios de la vieja tradición y los heraldos de la
buena nueva. Fueron los más batalladores Juan Martos, Francisco Caso y José
Velarde; y, mediábamos, para avenirlos, don Eloy y yo, Manolito de ponía del
lado de los que gritaban más; y Carlos Peñaranda, que dedicó su primer libro de
versos a Víctor Hugo – el cual le dio las gracias en una misiva breve, pero
sustanciosa- como ardiente defensor de la república, partía las mejores peras
con Martos y con Velarde.
-Este Pepito Velarde- me decía Manolito- es un poeta de cuerpo entero. ¿No ves en su cara inquieta, en sus ojillos, que parecen puntas de ajugas, y en su frente espaciosa, algo extraordinario? Es un manojito de nervios… ¡Qué versos nos leyó anoche! Rotundos y correctos… ¡Qué sentimiento y qué gusto! En una composición dedicada a Carmen, una niña a quien el poeta da consejos, la dice:
y no como el león, que ama rugiendo.
-Gonzalito
Segovia lo tiene en mucha estima. Gracias a él, es médico de la beneficencia de
Sevilla, aunque se me antoja que no tiene mucha afición a la medicina.
-Ni
mucha ni poca. Dice él que Dios no lo trajo al mundo para que cada hijo de
vecino le enseñe la lengua, más o menos sucia. Si el demonio coge a un mancebo
por la irresistible vocación poética, se acabó para el mozo todo lo demás, y
las profesiones que dan de comer le son odiosas. Rodríguez Marín lo dice con
mucha sal: << La profesión –la medicina o la abogacía-, es como la mujer
propia, y la poesía, como la querida: para la primera, desdén o malos modos;
los mimos y los halagos para la segunda>>
Grande
amistad tuve con Velarde. Seguí los pasos de su vida desde que de Conil, su
tierra natal, vino a Sevilla, después de haber estudiado en Cádiz la carrera de
medicina, hasta que, en Madrid, murió de mal de corazón.
No
sé quién buscó a quien; pero desde que nos encontramos nos ligó lazo tan
fuerte, que aún no se ha desatado.
No
contaba yo más años que él, ni le superaba en cultura, y menos en inteligencia;
pero quizás porque mi benevolencia no sofocaba ni adulteraba en mi boca la
verdad, y porque jamás sentí envidia .sólo noble emulación-, especialmente
porque había estudiado con algún fundamento el arte literario; por todas estas
razones, sino ya por la potísima de su caballerosidad, fue lo cierto que pasaba
sus composiciones por el tamiz de mi menguada crítica. Dócil escuchaba mis
consejos y me toleraba que tachase o enmendase sus obras. Fue muy estimado en
Sevilla, donde publicó sus primeros versos que editó Álvarez, el librero de la
calle Tetuán, y redactó <<La Tribuna >>, periódico que mantenían
Rafael Laffite y sus amigos políticos.
Republicano en un principio, díjome cierto día: <<Mis ideas se han modificado. Fui republicano, pero el republicanismo es para los jóvenes lo que el sarampión para los niños: una epidemia de que pocos se libran. >>
Admirador de Núñez de Arce, le siguió las huellas.
Se aventajó al maestro en la delicadeza del pensamiento y en la pintura de la
naturaleza; pero le fue a la zaga en la elección de los asuntos, en lo enérgico
de la expresión y en la cincelada factura del verso.
Intimó con el gran poeta y, ya alentado por este, ya
porque ansiaba más espacio en que volar, renunció su oficio en la Beneficencia
y se partió a Madrid: otro Don Quijote en busca de aventuras.
Su vida en la corte en los primeros meses fue oscura
y fatigosa. Ni su educación, ni sus gustos refinados, se compadecían con las
andanzas de la bohemia. Aposta huía de la mesa del café y del tugurio donde se
cobijaban el hambre y la ambición. No mendigó un aplauso ni una gacetilla
laudatoria. Fiaba de sus fuerzas, y no buscó el oropel de una falsa reputación.
Vivir de los versos era cosa imposible y, para
comer, aceptó un destinillo. Entonces se entregó de lleno en brazos de la
querida –la poesía-, con olvido de la mujer propia – la Medicina.
Fue muy amigo de Campoamor y adoró a Zorrilla, el
bardo viejo y pobre que sólo tenía, para echarlos en la olla, marchitos
laureles de sus coronas.
Frecuentaba la tertulia de don Juan Valera, y se le
abrieron los salones aristocráticos, donde se le aplaudió, como al melifluo:
Fernández Grilo.
Compadecido de la pobreza en que vivía su admirado
cantor, se indignaba –la exaltación era atributo de su carácter- y escribía en
los periódicos, especialmente en <<El Imparcial>>, para levantar el
espíritu público y mover al Gobierno con el fin
de que las Cortes señalaran una pensión al glorioso autor del poema
<<Granada>>.
Zorrilla lo quiso mucho, como lo querían cuantos lo trataban. Aparte su natural irritable por el predominio de los nervios, era un niño en intensiones y palabras.
A más de unas colecciones de versos, en que incluyó
buen número de los publicados en Sevilla, dio a luz en Madrid poemas al modo de
los de Núñez de Arce, que se leyeron en
el Teatro Español y fueron muy celebrados. Escribió también y se presentó con
aplauso, un drama y varios cantos del poema <<Alegría>>. ¡Lástima
grande que la muerte le sorprendiera sin haber terminado la obra en que ponía
su amor y sus esperanzas! Puedo decir –conservo los apuntes de puño y letra del
autor- que de haber escrito los últimos cantos de aquel poema, su labor sería
de las más acabadas de la literatura moderna.
Doblase de la crítica inconsiderada que toma empeño
el ridiculizar al escritor, hiriéndole con las armas del ridículo. Un crítico,
Leopoldo Alas (a) Clarín, arremetió
contra él desde el primer momento. Lo ridiculizaba sin piedad para atraer la
atención de los lectores más sobre el crítico que sobre el criticado. Para Clarín solo había en España dos poetas:
Campoamor y Núñez de Arce, y 0,50 de poeta, Manuel de Palacio.
Velarde sufrió con mansedumbre las virulencias de
Leopoldo Alas, y contra el no esgrimió más armas que el desdén.
Campo de sus triunfos fue el Ateneo, donde leyó los
poemas <<Laredo>> y <<Fray Juan>> y las rotundas
décimas <<A Dios>>. Zorrilla que lo escuchaba, al oír una de
aquellas, exclamó entusiasmado: <<Eso no lo ha dicho nadie en castellano.
Hágame usted el favor de repetirlo.>>Moreno Nieto, abrazándolo decía:
<<Hace quince años que no se ha visto en esta casa triunfo semejante.>>
También Sánchez Moguel echaba a vuelos las campanas, repicando en honra del
poeta andaluz.
Tres editores le ofrecieron en el acto imprimir
aquellas poesías. Poco antes, uno de ellos después de oír la lectura del poema
<<Meditación ante unas ruinas, le había dicho: Dentro de cinco años no
tendré inconveniente en imprimir un libro de usted. >>
Requerido y solicitado para que leyera sus versos en
los salones aristocráticos, le repugnaba, tanto porque era enemigo de toda
exhibición, cuanto porque no gustaba de las costumbres de la corte. Sólo en los
primeros meses de su residencia en Madrid leyó en casa de Virginia Bumel, dama
muy amante de las Letras y las Artes, y después de la muerte de su egregia
amiga, en el palacio de la duquesa de Medinaceli, que lo halagaba mucho.
Republicano primero y liberal después, ingresó, por último en el partido que acaudillaba don Antonio Cánovas del Castillos, subyugados por las peregrinas dotes de talento e ilustración que adornaron al restaurador de la Monarquía constitucional de España, y como rendimiento a don Alfonso XII, con cuya amistad se honró.
Un día, en la ocasión de haber dedicado unos versos
al Rey, inspirados por los sucesos de París,
Don Alfonso XII, que lo recibió en su palacio para darle las gracias le
dijo:
-No se va usted de aquí sin pedirme algo, y algo
importante, que yo pueda en el acto…
Creyó Velarde que aquello era como ofrecerle dinero,
y, cegado por su dignidad, replicó al soberano:
-Señor, el día que conocí a vuestra majestad le
prometí que nunca le pediría cosa alguna, y nada le he pedido, porque de nada
necesito. Mis aspiraciones son modestísimas, y me basta con la amistad de
vuestra majestad y mi trabajo.
Salió el poeta del palacio todo mohíno y caviloso,
tanto, que iba por la calle hablando entre sí y preguntándose: << ¿Me
ofrecería el Rey dinero? ¿Creerá que soy capaz de aceptarlo?>> Sumido en
estas cavilaciones, estuvo algún tiempo alejado del Palacio Real.
Vivía con estrechez, y a duras penas remediaba sus
necesidades y las de su familia.
Su pobreza y el desdén de la crítica fueron
robándole energías e ilusiones, al estremo de que perdió su carácter alegre y
comunicativo.
Cuando se le cerraban todas las puertas, llamaba a
las del periódico <<La Ilustración Española y Americana>>, que de par
en par se le abrían.
Una dama tan buena como hermosa, la Duquesa de
Almodóvar del Rio, influyó en el marqués de Comillas para que remediase los
apremios del poeta en los días que a éste se le escapaba la vida y crecían sus
ansias. ¿Qué hubiera sido de Velarde, en sus postrimerías, sin la generosidad
de aquel potentado?
Era humilde y soberbio con los poderosos.
Apremiado un día por la necesidad, se decidió,
venciéndose, a pedir un destino que le diese holgura para acabar de escribir
con reposo y tranquilidad el <<Romancero de Colón>>. No mucho antes
fue aplaudido en su drama <<Pedro el Bastardo>>, escrito con la
colaboración de Juan Antonio Cavestany.
Fuese al Ministerio, preguntó por el ministro,
hiciéronle guardar antesala, y cuando se disponía a volver las espaldas –
porque él, no era hombre cachazudo-, el portero anunció que su excelencia lo
esperaba.
Entró en el despacho del ministro y lo saludó
diciéndole:
-Soy Velarde, servidor de vuecencia, y vengo…
El ministro le miró de arriba abajo, enarco las cejas,
frunció el ceño y dijo:
-Velarde… Velarde…¡Ah, si…! Velarde, el arquitecto…
Y nuestro poeta, montando en cólera y olvidando que
iba a pedir un destino, pronunció estas palabras, que fueron como agua fría
vertida sobre la cabeza de S. E.:
-Cuando el ministro de Fomento no conoce ni de nombre a un autor que acaba de estrenar un drama en el Teatro Español y vende al año cuatro mil volúmenes de sus obras, ni le pido nada, ni puedo esperar nada de él.
En aquel tiempo, de Luis Montoto y Rautenstrauch, 1851-1929
Fuente: Internet Archive