miércoles, 4 de enero de 2023

La España Moderna


LA ESPAÑA MODERNA

Otro poeta joven figura en primer término entre los contemporáneos. José Velarde versifica con elegante facilidad, y aunque el asunto de sus composiciones es limitado, no pinta ni describe sino escenas campestres y paisajes; en esto es tan grande y maravilloso, que bastan las producciones que ya tiene publicadas para asegurarle preferente y distinguido puesto en la posteridad.

El Sr. Velarde posee el idioma castellano en toda su extensión. La riqueza de su vocabulario es infinita, y un gusto supremo para elegir los más adecuados, hacen de sus páginas verdadera acuarela. Más que la  palabras que indica el color, es el color mismo lo que Velarde pone bajo el tipo de su pluma.

Su poema Alegría es una de las mejores pruebas, y a un modo de síntesis de las condiciones distintas que palpitan en el espíritu del vate. Admirador de la naturaleza andaluza en que se ha criado, entusiasta paladín de sus méritos, se prosterna como ante un altar ante un jardín: las flores son para él como divinidades que merecen el holocausto, y ante las que, en nombre de la religión a lo bello, hay que descubrir la cabeza.

Tiene Alegría escenas en que admirablemente se representa la naturaleza en diversos estados y situaciones: ya es el verano con sus rigores meridionales, cuando la era se halla llena de mies, que cruje bajo la planta y brilla como si fuera oro. Velarde describe el girar monótono y lento del trillo; que va separando la espiga de la paja; hace danzar ante los ojos del lector las briznas doradas que, a impulsos del aire, flotan en el espacio; y en medio de esta atmósfera luminosa se destacan las siluetas vigorosas de los gañanes andaluces, de negros ojos, alta estatura y esbeltos talles; el paso tardo del buey que arrastra el trillo; el alegre paso castellano; el caballo del emperador, que llega con el avío de la semana en las anchas alforjas; la noche misteriosa y estrellada en que aquellos labriegos entonan al compás de las guitarras las endechas de amor; el amanecer con sus tintas rosadas y pálidas, y la aparición del sol, astro refulgente y poderosísimo, que inunda de rayos el espacio y viertes sobre Andalucía sus torrentes de oro derretido, son otros tantos asuntos para Velarde, que retrata, no sólo la las grande síntesis naturaleza, sino que, con amor especialísimo, con vehemencia apasionada, va añadiendo detalle a detalle, y pintando con pacienzudo y colorista pincel aquello que ha visto en su juventud.

<< Mon verre est tres petit,

Mais je bois dans mon verre>>

 

Así dijo Alfredo de Musset en unas inspiraciones más espontáneas y admirables. En efecto: muy pequeño es el vaso en que bebe Velarde, pero es del más fino cristal, y llénale el líquido dorado de las bodegas jerezanas, que nació, sin duda, un día en que el sol se metió a cosechero de vinos; y así el liquido que saborea el vate, como la refulgente copita de cristal que lleva a sus labios, son tan suyos, tan propios, tan personales, que no podría pasar a otras manos sin romperse y derramarse.

            Estos poetas, que, no por falta de inspiración, se circunscriben a un asunto y eternamente lo están sintiendo, son en el arte de la literatura lo que el especialista en la ciencia: en fuerza de examinar siempre iguales escenas y personajes semejantes, la atención produce un aumento en las facultades perceptivas, que hace que los ojos del escritor penetren a través de la materia en el fondo de las cosas y extraigan de ese fondo la quinta esencia maravillosa del arte. Es más; la grandeza del asunto no tiene nada que ver con la grandeza artística de la obra.

           

Tal poeta, entonando sus himnos de triunfo y recordando las proezas de Alejandro Macedón, acaso no acierte sino a producir insignificante e insustancial fárrago rimado. En cambio, otro poeta, cantando las desdichas de un niño ciego y huérfano, que ni tuvo nombre en la sociedad ni fatigó jamás a la historia con los hechos de su triste y corta vida, eterniza la propia inspiración, dejándola perdurablemente arraigada en el corazón de los lectores. Así como el arquitecto vulgar que construye edificios modernos morirá con sus obras y nadie tendrá curiosidad en saber como se llamaba, así también el artífice prodigioso que esculpió un sepulcro como el del cardenal Talavera de Toledo, tanto vivirá en la imaginación de las gentes cuanto viva el sepulcro mismo, y aun después que las ruinas le anonaden, en la historia de las artes figurará con excelsos resplandores su apellido.

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