BATURRILLO
O lo sé de fijo; pero por ahí se dice que el Sr. Velarde ocupará el sillón que dejo vacante en la academia D. Antonio Arnao (q.e.p.d.). También he oído decir que doña Emilia Pardo Bazán será quien sustituya al autor de las Gotas de rocío, lo cual sería una honra para la Academia. Pero recuérdese lo que ha pasado con Galdós. Yo no sé si el Sr. Velarde tendrá méritos suficientes para entrar en la asendereada Corporación oficial de la Lengua. Cuando entró Commeleran, por el mero hecho de saber declinar musa, musae, bien puede entrar Velarde, que, si no es un poeta de fuste, tampoco es un zoquete, ni mucho menos. Claro que Cañete le pone por las nubes; pero Cañete no sabe lo que se dice, y eso que cita a Zola a menudo.
La Academia estará todo lo desacreditada
que se quiera (¡Vaya que sí lo está!); pero yo noto que todo el mundo casi
quiere ser académico, incluso aquellos que para nada lo necesitan. La gente que
menos falta hace en la Academia son los literatos. Con menos literatos y más
hombres científicos acaso no hubiera resultado tan defectuoso el último Diccionario…
que es deplorable, la verdad por delante.
Los más de los literatos no saben una
palabra de derecho, ni de fisiología, ni de química, ni de botánica. Véanse las
definiciones científicas del léxico oficial, última edición ¿Cómo se ha de
definir con claridad y exactitud lo que no se conoce? Cada vez que pienso en
los académicos (y pienso muy de tarde en tarde), me viene a la memoria aquel saladísimo
artículo de Figaro <<D. Timoteo
ó el literato.>> Si, los académicos tienen fama de ser unos Licurgos, y
resulta que no saben de la misa la media.
Valbuena, a vuelta de algunas
exageraciones y acrimonias, les ha probado que ignoran el significado de las
voces más usuales, ó por lo menos, si no lo ignoran, le trabucan y confunden. Y,
á pesar de estas críticas, en el fondo justas y discretas, aún hay quien desea ardientemente
figurar entre los inmortales.
Pasa con los escritores originales
que se hacen académicos, lo que con las mujeres hermosas que se casan, que
pierden la frescura, la gracia y la esbeltez de las formas. Y así como el
matrimonio impone a la mujer sagradas obligaciones, por ejemplo la sumisión y
fidelidad al marido, la Academia impone su criterio rancio al escritor, sometiéndolo
á la despótica servidumbre del pensar y del sentir oficiales. Es perder el
tiempo buscar en los escritos académicos la circulación de la sangre, la savia
de la originalidad, la audacia del pensamiento, las expansiones de un corazón
que late sin hipocresías ni cortapisas, los arrebatos del dolor humano, los
gritos del sensualismo; en una palabra, la explosión de la vida psíquica y fisiológica
en todas sus manifestaciones. Representan en el arte el vetusto clasicismo, así
en el fondo como en la forma; en el retroceso ideológico y morfológico el empantanamiento
de la vida intelectual. Si escriben comedias las subordinan á un fin moral, a
la manera de Moratín; si se echan a novelistas, no aciertan á pintar pasiones
ni a bosquejar siquiera un carácter; si presumen de poetas líricos, garrapatean
odas sesquipedales, imitando a Horacio, elegías y silbas calcadas en las de los
líricos del siglo XVI Y XVII. Quieren ser castizos y resultan arcaicos y
pedantescos; pretenden ser sobrios y floridos y resultan secos, espartosos y
vulgares. Ya se sabe: al hablar de unos ojos femeninos, los comparan con los
luceros; al hablar de una boca con la amapola; de un talle gentil, con el
junco; de unos cabellos rubios, con los rayos del sol, etc. No saben ahondar en
la naturaleza:una descripción clásica
del campo recuerda esos paisajes cursis que figuran en algunas cajas de pasas ó
de tabacos. La emprenden á ripio limpio con los arroyos, con las flores que
nacen a sus márgenes, con la selva tupidas,
con los montes escarpados, con las
estrellas y la luna(con la luna sobre todo), la casta luna, castidad de la cual se burlaba, si mal no recuerdo,
Byron, en su Don Juan.
¿Son
críticos? Pues juzgan con la retorica en la mano, sin tener en cuenta para nada
los adelantos y transformaciones del arte; mucho citar a Horacio y a Boileau y
recomendar a los principiantes la asidua
lectura de los clásicos antiguos. Para ellos la moderna literatura francesa
no vale un grano de anís. Zola es un indecente, un novelista pornográfico. Esa Tierra (que, dicho sea de pasada se está
publicando en Paris con excelentes ilustraciones), es un montón de
porquerías, de inmundicias, capaces de enrojecer a un carromato. Demás está
decir que hablan por boca de ganso, porque ellos no leen a Zola. La antipatía
que profesan a Daudet está justificada hasta cierto punto. ¿Quién, si no el
autor de Safo, les ha dado el golpe
de muerte, la puntilla, como si dijéramos?
No
tengo para qué decir que no todos los académicos son dignos del eterno desdén.
¡Cómo he de meter en la colada a Valera, á Campoamor, á Menéndez, Pelayo a
Echegaray, y tantos otros que son honra y prez de las letras castellanas! Mi
crítica, mi sátira, ó lo que sea, va contra los Cañetes, los Guerra y Orbe, los
Cheste… y a propósito de Cheste: ¿Han leído ustedes la oda que publica este
señor en La Ilustración Española, contra
el amor puro, el amor profano? Declaro que cuando leí aquellos esdrújulos
disparatados, sentí la tristeza que se siente cuando se ve a un hombre en ridículo,
es decir a un hombre que, presumiendo de serio y formal, opina que se están riendo
de él.
Por
supuesto que Cañete, al hallarse con Cheste en la Academia, le habrá dicho:
-He
leído su oda en La Ilustración. Eso
es hermosísimo. ¡Oh! ¡Usted es un gran poeta!
Y
asi viven los académicos: engañándose los unos a los otros.
¡Los
pobres, que Commeleraán les sea leve!
FRAYCANDIL
Fuente: Internet Archive
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