martes, 17 de enero de 2023

Baturrillo de FRAYCANDIL


BATURRILLO

O lo sé de fijo; pero por ahí se dice que el Sr. Velarde ocupará el sillón que dejo vacante en la academia D. Antonio Arnao (q.e.p.d.). También he oído decir que doña Emilia Pardo Bazán será quien sustituya al autor de las Gotas de rocío, lo cual sería una honra para la Academia. Pero recuérdese lo que ha pasado con Galdós. Yo no sé si el Sr. Velarde tendrá méritos suficientes para entrar en la asendereada Corporación oficial de la Lengua. Cuando entró Commeleran, por el mero hecho de saber declinar musa, musae, bien puede entrar Velarde, que, si no es un poeta de fuste, tampoco es un zoquete, ni mucho menos. Claro que Cañete le pone por las nubes; pero Cañete no sabe lo que se dice, y eso que cita a Zola a menudo.

            La Academia estará todo lo desacreditada que se quiera (¡Vaya que sí lo está!); pero yo noto que todo el mundo casi quiere ser académico, incluso aquellos que para nada lo necesitan. La gente que menos falta hace en la Academia son los literatos. Con menos literatos y más hombres científicos acaso no hubiera resultado tan defectuoso el último Diccionario… que es deplorable, la verdad por delante.

            Los más de los literatos no saben una palabra de derecho, ni de fisiología, ni de química, ni de botánica. Véanse las definiciones científicas del léxico oficial, última edición ¿Cómo se ha de definir con claridad y exactitud lo que no se conoce? Cada vez que pienso en los académicos (y pienso muy de tarde en tarde), me viene a la memoria aquel saladísimo artículo de Figaro <<D. Timoteo ó el literato.>> Si, los académicos tienen fama de ser unos Licurgos, y resulta que no saben de la misa la media.

            Valbuena, a vuelta de algunas exageraciones y acrimonias, les ha probado que ignoran el significado de las voces más usuales, ó por lo menos, si no lo ignoran, le trabucan y confunden. Y, á pesar de estas críticas, en el fondo justas y discretas, aún hay quien desea ardientemente figurar entre los inmortales.

            Pasa con los escritores originales que se hacen académicos, lo que con las mujeres hermosas que se casan, que pierden la frescura, la gracia y la esbeltez de las formas. Y así como el matrimonio impone a la mujer sagradas obligaciones, por ejemplo la sumisión y fidelidad al marido, la Academia impone su criterio rancio al escritor, sometiéndolo á la despótica servidumbre del pensar y del sentir oficiales. Es perder el tiempo buscar en los escritos académicos la circulación de la sangre, la savia de la originalidad, la audacia del pensamiento, las expansiones de un corazón que late sin hipocresías ni cortapisas, los arrebatos del dolor humano, los gritos del sensualismo; en una palabra, la explosión de la vida psíquica y fisiológica en todas sus manifestaciones. Representan en el arte el vetusto clasicismo, así en el fondo como en la forma; en el retroceso ideológico y morfológico el empantanamiento de la vida intelectual. Si escriben comedias las subordinan á un fin moral, a la manera de Moratín; si se echan a novelistas, no aciertan á pintar pasiones ni a bosquejar siquiera un carácter; si presumen de poetas líricos, garrapatean odas sesquipedales, imitando a Horacio, elegías y silbas calcadas en las de los líricos del siglo XVI Y XVII. Quieren ser castizos y resultan arcaicos y pedantescos; pretenden ser sobrios y floridos y resultan secos, espartosos y vulgares. Ya se sabe: al hablar de unos ojos femeninos, los comparan con los luceros; al hablar de una boca con la amapola; de un talle gentil, con el junco; de unos cabellos rubios, con los rayos del sol, etc. No saben ahondar en la naturaleza:una descripción clásica del campo recuerda esos paisajes cursis que figuran en algunas cajas de pasas ó de tabacos. La emprenden á ripio limpio con los arroyos, con las flores que nacen a sus márgenes, con la selva tupidas, con los montes escarpados, con las estrellas y la luna(con la luna sobre todo), la casta luna, castidad de la cual se burlaba, si mal no recuerdo, Byron, en su Don Juan.

¿Son críticos? Pues juzgan con la retorica en la mano, sin tener en cuenta para nada los adelantos y transformaciones del arte; mucho citar a Horacio y a Boileau y recomendar a los principiantes la asidua lectura de los clásicos antiguos. Para ellos la moderna literatura francesa no vale un grano de anís. Zola es un indecente, un novelista pornográfico. Esa Tierra (que, dicho sea de pasada se está publicando en  Paris  con excelentes ilustraciones), es un montón de porquerías, de inmundicias, capaces de enrojecer a un carromato. Demás está decir que hablan por boca de ganso, porque ellos no leen a Zola. La antipatía que profesan a Daudet está justificada hasta cierto punto. ¿Quién, si no el autor de Safo, les ha dado el golpe de muerte, la puntilla, como si dijéramos?

No tengo para qué decir que no todos los académicos son dignos del eterno desdén. ¡Cómo he de meter en la colada a Valera, á Campoamor, á Menéndez, Pelayo a Echegaray, y tantos otros que son honra y prez de las letras castellanas! Mi crítica, mi sátira, ó lo que sea, va contra los Cañetes, los Guerra y Orbe, los Cheste… y a propósito de Cheste: ¿Han leído ustedes la oda que publica este señor en La Ilustración Española, contra el amor puro, el amor profano? Declaro que cuando leí aquellos esdrújulos disparatados, sentí la tristeza que se siente cuando se ve a un hombre en ridículo, es decir a un hombre que, presumiendo de serio y formal, opina que se están riendo de él.

Por supuesto que Cañete, al hallarse con Cheste en la Academia, le habrá dicho:

-He leído su oda en La Ilustración. Eso es hermosísimo. ¡Oh! ¡Usted es un gran poeta!

Y asi viven los académicos: engañándose los unos a los otros.

¡Los pobres, que Commeleraán les sea leve!

FRAYCANDIL

Fuente: Internet Archive

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