Como tú, hoy Le contemplo llenando la calle con el sufrimiento contenido y ahí lo tenemos como Lo viera Gabriel Bocángel y Unceta. <<Todo el abril en su cara/ no se niega más se encoge:/ entre alevosas espinas,/ mustias se acechan las flores/ …Entre dos ladrones pena/ …Roca de púrpura herida/ por cuatro bocas, se rompe/ por cinco mil, acusando/ el más sacrílego azote>>.
Miro, miras al Crucificado… Te pediría que lo contemplara a través de la mirada del niño que está junto a su abuelo. Leerás sin esfuerzo en sus ojos, cuando se cruzan con los del Cristo, aquellos versos que dejó caer José Velarde <<Ante un crucifijo>>: <<No pretendo comprenderte/ ni llegar a definirte/ tan solo aspiro a sentirte, / a admirarte y a quererte>>. Y es que no hay nada como el amor de un niño en este Viernes Santo del Crucificad; por eso nada te extrañe que la abuela junto a la nieta por la que ella ha tejido las rosas de muchas auroras y los alelíes de cientos de amaneceres, rece con José María Pemán: <<¡Cristo de la buena muerte, /el de la faz amorosa, /tronchada como una rosa, /sobre el blanco cuerpo inerte/ que en el madero reposa!/ …Señor, aunque no merezco/ que tú escuches mi quejido, /por la muerte que has sufrido, /escucha lo que te ofrezco/ y escucha lo que te pido/ …Dame una vida serena/ y una muerte santa y buena… /¡Cristo de la Buena Muerte!>>.
En el camino del Crucificado, podrás descubrir, mi lector, algunos ojos que, capitalizando la escultura, huyan del rostro divino por miedo a encontrarse con la tortura de la Idea, de la Duda, de la Angustia.. y a mí se me viene a la memoria dos versos de Nicolás Fontanillas: >> Sólo un Dios, al morir crucificado, /puede tener sereno su semblante>> ; y al mismo tiempo me digo, para calzarme el gozo que produce el dolor que redime, el verso que dejara, para la coronación de la luz, Luis Rosales: <<…¡no alzad el llanto! / Ya tiene luz la rosa y gozo el rio/ … ya está el tiempo parado, Cristo mío…>>.
Yo, como lo escribí un día, te lo ofrezco para que, al pasarse lo digas al Crucificado: <<Para robar la muerte y dar la vida/ los ojos claros con amor apagas, /y una bandera entre tus cinco llagas/ al viento ondea de la luz herida. /La voz ausente y carne. Va crecida/ la deuda del amor con que nos paga, /mientras la pena rota nos halagas/ con tu aurora creciente y encendida. /Quédate asi, Señor, y que, espera/ de trasladar mi gloria a tu quebranto/ esta dicha sin alma se me muera, /que bien está, Señor, que en prueba un tanto/ de que el amor aún tiene primavera/ piadosa el alma gima con tu llanto>>
Pasa el Crucificado e infinitas tristuras nos llenan el alma… “No tienes quien bese/ tus labios de grana…”. A mi me cercan tiernamente versos de Luis Guarner: “La espina de la Idea me tortura/ la espina de la Duda y del pecado/ tejieron la corona de [tu] frente>>. Quizás a alguno le pese la pena y sediga interiormente: <<No puedo cantar, ni quiero, / a ese Jesús del madero… “Yo me quedo con Juan Ramón: “Lo que Vos queráis, Señor; / sea los que Vos queráis”.
La tribuna de Ciudad Real. La opinión de Lucrecio Perez Blanco, 14/4/1995
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