Fuente: Internet Archive.
Vida y obra de Juan Ramón Jiménez por Nemes, Graciela (Palaos) 1919
viernes, 31 de mayo de 2024
José Velarde en la Vida y Obra de Juan Ramón Jiménez
jueves, 30 de mayo de 2024
La revista Ilustrada de Nueva York
Había estado leyendo cómo se modifican las hojas de una misma planta, según que las expongan al rayo solar, o las guarden en piezas oscuras, o las obliguen a respirar un ambiente húmedo a vivir sumergidas en el agua. Acostumbrado como estaba a ese vocabulario abundante, lleno de voces técnicas, a ese estilo vivaz y pintoresco, casi plástico de Grant Allen, no echaba de menos las ilustraciones borrosas del libro, y pasaba páginas y páginas como si leyera versos de José Velarde. Tan rápidamente se asimilaba el pensamiento del autor.Fuente: Internet Archive
La Revista ilustrada de Nueva York: historia, antología e índice de selecciones literarias por Chamberlin Vernon A.
sábado, 25 de mayo de 2024
Zaida
ROMANCE MORISCO
Zaida, que al rey de Granada
En red de amor tiene preso,
Á orillas del Darro habita
Un Alcázar tan soberbio,
Que envidia la misma Alhambra
Sus mármoles y arabescos,
Esmaltes y entalladuras,
Techumbres y pavimentos.
Mas si en artesones de oro,
Atauriques pintorescos
Y resaltadas cornisas
Son rico los aposentos,
jueves, 9 de mayo de 2024
El Crucificado
Como tú, hoy Le contemplo llenando la calle con el sufrimiento contenido y ahí lo tenemos como Lo viera Gabriel Bocángel y Unceta. <<Todo el abril en su cara/ no se niega más se encoge:/ entre alevosas espinas,/ mustias se acechan las flores/ …Entre dos ladrones pena/ …Roca de púrpura herida/ por cuatro bocas, se rompe/ por cinco mil, acusando/ el más sacrílego azote>>.
Miro, miras al Crucificado… Te pediría que lo contemplara a través de la mirada del niño que está junto a su abuelo. Leerás sin esfuerzo en sus ojos, cuando se cruzan con los del Cristo, aquellos versos que dejó caer José Velarde <<Ante un crucifijo>>: <<No pretendo comprenderte/ ni llegar a definirte/ tan solo aspiro a sentirte, / a admirarte y a quererte>>. Y es que no hay nada como el amor de un niño en este Viernes Santo del Crucificad; por eso nada te extrañe que la abuela junto a la nieta por la que ella ha tejido las rosas de muchas auroras y los alelíes de cientos de amaneceres, rece con José María Pemán: <<¡Cristo de la buena muerte, /el de la faz amorosa, /tronchada como una rosa, /sobre el blanco cuerpo inerte/ que en el madero reposa!/ …Señor, aunque no merezco/ que tú escuches mi quejido, /por la muerte que has sufrido, /escucha lo que te ofrezco/ y escucha lo que te pido/ …Dame una vida serena/ y una muerte santa y buena… /¡Cristo de la Buena Muerte!>>.
En el camino del Crucificado, podrás descubrir, mi lector, algunos ojos que, capitalizando la escultura, huyan del rostro divino por miedo a encontrarse con la tortura de la Idea, de la Duda, de la Angustia.. y a mí se me viene a la memoria dos versos de Nicolás Fontanillas: >> Sólo un Dios, al morir crucificado, /puede tener sereno su semblante>> ; y al mismo tiempo me digo, para calzarme el gozo que produce el dolor que redime, el verso que dejara, para la coronación de la luz, Luis Rosales: <<…¡no alzad el llanto! / Ya tiene luz la rosa y gozo el rio/ … ya está el tiempo parado, Cristo mío…>>.
Yo, como lo escribí un día, te lo ofrezco para que, al pasarse lo digas al Crucificado: <<Para robar la muerte y dar la vida/ los ojos claros con amor apagas, /y una bandera entre tus cinco llagas/ al viento ondea de la luz herida. /La voz ausente y carne. Va crecida/ la deuda del amor con que nos paga, /mientras la pena rota nos halagas/ con tu aurora creciente y encendida. /Quédate asi, Señor, y que, espera/ de trasladar mi gloria a tu quebranto/ esta dicha sin alma se me muera, /que bien está, Señor, que en prueba un tanto/ de que el amor aún tiene primavera/ piadosa el alma gima con tu llanto>>
Pasa el Crucificado e infinitas tristuras nos llenan el alma… “No tienes quien bese/ tus labios de grana…”. A mi me cercan tiernamente versos de Luis Guarner: “La espina de la Idea me tortura/ la espina de la Duda y del pecado/ tejieron la corona de [tu] frente>>. Quizás a alguno le pese la pena y sediga interiormente: <<No puedo cantar, ni quiero, / a ese Jesús del madero… “Yo me quedo con Juan Ramón: “Lo que Vos queráis, Señor; / sea los que Vos queráis”.
La tribuna de Ciudad Real. La opinión de Lucrecio Perez Blanco, 14/4/1995
lunes, 6 de mayo de 2024
Casa Velarde
Fuente: Conildelafronteraenlaprensa.blogspot.com
domingo, 5 de mayo de 2024
Dura crítica a Velarde
POEMA EN DOS CANTOS, POR DON JOSÉ VELARDE
No he podido asistir a la velada poética que el señor Velarde ha dado no hace muchos días en el Ateneo; aquella noche estuve en el teatro Real a escuchar al señor Ortisi. Buena voz, pastosa, extensa, bien timbrada. A pesar de eso el señor Ortisi no alcanza éxitos muy lisonjeros; el público se empeña en que reine un silencio discreto a continuación de la última nota que sale de su garganta. Si las cosas continúan de ese modo, creo que el señor Ortisi se va a ver en la precisión de suplicar al señor Sánchez Moguel que le presente en el Ateneo y le haga cantar una noche en el salón de sesiones, a fin de que alguna vez siquiera reciba su brillante talento el fervoroso aplauso que merece.
No es posible figurarse hasta que punto mejoran los artistas al pasar por el Ateneo de Madrid. Les acaece lo mismo que a los vinos después que han atravesado el mar. Y si no, ahí tienen ustedes al señor Velarde, que es un ejemplo bien claro de lo que afirmo. El señor Velarde antes de leer en el Ateneo, había ya publicado muchas poesías, que no lograron darle a conocer como un poeta eminente; más tarde se leyó por el señor Calvo, en el teatro Español, uno de sus poemas titulado Meditación ante unas ruinas, y el público lo dejo leer resignadamente a condición de que no se le mostrase nuevamente; pocos días después, el señor Revilla manifestó en El Globo que el tal poema era una producción endeble e insignificante. Y así quedaron las cosas. Mas he aquí que al cabo de bastante tiempo sube el señor Velarde a la tribuna del Ateneo para leer aquel mismo asendereado poema, y (¡caso memorable!) los versos que el público y la crítica habían hallado pobres y anodinos se transformaron por arte mágico en soberbios, sublimes, asombrosos, dignos de Homero.Los señores socios allí congregados aplaudieron, trémulos y delirantes, las magníficas estrofas que iban fluyendo de los labios del joven poeta. La prensa al día siguiente, reflejando fielmente la profunda impresión de los señores socios, anunció a todos los súbitos españoles que tenían un nuevo poeta para endulzar las amarguras que los crecientes recargos de la contribución territorial les produjesen. No hay más remedio que confesar que es un caso raro, inaudito; pero por mucho que repugne a la razón y al sentido común, contra el hecho positivo, tangible, no vale argumento de ninguna clase. Y el hecho positivo, innegables, es que el poema del Sr. Velarde, en el espacio que mediara entre la lectura del teatro Español y la del Ateneo, había adquirido los requisitos que señalan para un buen poema, y que antes no tenía; argumento interesante, novedad en la forma, profundidad en el pensamiento, ideas brillantes y originales, etc., etc. Desde entonces, la gloria del señor Velarde se va dilatando como la onda, merced a los impulsos que periódicamente le suministran las veladas poéticas del Ateneo.
En la última, el Sr. Velarde leyó un poema en dos cantos, titulado Fernando de Laredo, del cual voy a dar cuenta en breves términos. Antes debo confesar que es el mejor, a mi juicio, de los que el Sr. Velarde ha escrito hasta ahora. Por más que se revele en él todavía el poeta adocenado, no cabe duda que, dentro de la imitación del Sr. Nuñez de Arce, consiguió el Sr. Velarde señalar algunos toque enérgicos, que le acreditan como un pintor distinguido de la Naturaleza, y como un versificador fluido y elegante.
En el primer canto describe el poeta las ansias y las cavilaciones de un mancebo que desea apartarse de los sitios donde su infancia se deslizó risueña, y donde gozaba una vida dulce al lado de su madre. Este joven, que se llama Fernando de Laredo, inmediatamente después de maldecir de su suerte como un desesperado, hace una visita a su novia, y se despide. Y termina el canto primero.
En el segundo, pinta el Sr. Velarde la llegada a su pueblo de Fernando, cansado del mundo y de sus pomas y vanidades, pobre, viejo y quebrado. Pregunta por su casa, y había desaparecido; su novia se había casado y tenía un niño muy guapo; su madre ya estaba muerta. Arrepentido de haber abandonado la vida tranquila de su hogar por los placeres efímeros del mundo, llora Fernando su error y se va al cementerio donde reposa su madre, y muere.
Como se advierte, el argumento del poema es de una materia tan sutil, que solo los ojos muy perspicaces y avezados a contemplar argumento lograran percibirlos. No le hago cargos al Sr. Velarde porque emplee argumentos sencillos, aunque bien pudiera hacérselos, porque la sencillez no está reñida con los intereses dramáticos. Sencillos son los argumentos de las leyendas de Zorrilla, y sin embargo, no es posible que haya nada más interesante y hermoso. Además, en la sencillez es necesario establecer diferencias.
La sencillez que proviene de una fantasía rica y poderosa, la cual desecha las complicaciones estériles porque la apartan del pensamiento que aspiran a presentar con el mayor relieve posible, no es lo mismo que la que se deriva de una imaginación pobre y anémica, impotente en absoluto para crear, de la misma suerte que nada tiene que ver la sobriedad de los hombres robustos con la que procede de poseer un estomago débil o enfermizo. No censuro, pues, el argumento del poema Fernando de Laredo por sencillo, sino por insignificante, vulgar y pueril. Me ha recordado los argumentos de la leyendas que se fraguan en las cátedras de Retórica y Poética por encargo del profesor.
Pero en esto convienen los admiradores del Sr. Velarde, y no hay para que insistir en ello. En cambio dicen que sus descripciones son portentosas, y que los poemas ha de considerarse como pretexto para ellas y nada más. En verdad que el enemigo más encarnizado del Sr. Velarde, no podría decir cosa que más le vejase. ¡Un poema pretexto para unas cuantas descripciones! Yo siempre tuve entendido que las descripciones servían en los poemas como auxiliares del argumento, bien para hacernos comprender por los rasgos personales el el temperamento y hasta el carácter de un personaje, o ya para presentar oportunamente a los ojos del lector el escenario donde los acontecimientos se efectúan, que tanta influencia suele ejercer en ellos por la estrecha dependencia en que el hombre vive respecto de la Naturaleza. Por lo visto, los poemas del Sr. Velarde son distintos a todos los demás, y no hay que pedir en ellos más que puestas de sol, tempestades, auroras, y en general efectos meteorológicos.
Pero aún en el terreno de las descripciones es preciso decir cosas desagradables al Sr. Velarde. Se advierte en la mayor parte de sus descripciones, que no son tomadas de la Naturaleza, sino de otras que han pasado a ser lugares comunes poéticos, donde los aprendices de genio suelen beber su inspiración. Semejan además catálogos o inventarios donde se van enumerando en versos los objetos que hay en una iglesia, en una calle etc., etc.: falta en ellas la unidad que debe comunicarles la percepción instantánea , ayudada por el esfuerzo de la fantasía. Y la prueba de que falta esta unidad es que las descripciones del Sr. Velarde pueden volverse del revés (como ha hecho ya con alguna un distinguido crítico), y quedan tan bien como estaban. Bien seguro es que no se hará otro tanto con las del Sr. Nuñez de Arce, ni con las de ningún verdadero poeta.
Voy a terminar.
He dedicado tanta prosa al poema del Sr. Velarde, no porque tenga, a mi entender, mas importancia que la nube de leyendas, pequeños poemas y colecciones de todo linaje de poesías que diariamente se exponen en los escaparates de los libreros, sin logra una mirada compasiva del público, sino por la circunstancia de haberse leído en el Ateneo, y haber excitado por ende la atención de la prensa. Cuando dentro de la poesía lirica que el Sr. Velarde cultiva, yacen oscurecidos y olvidados nombres como el de Ruiz Aguilera, el sublime cantor de las Elegías, mientras se fabrican a toda prisa monstruosas reputaciones que deslumbran a los incautos, el deber de la crítica es avisarlos y colocar las cosas en su verdadero sitio.
Si quieres leer Fernando de Laredo, pica aquí
Fuente: Internet ArchiveLa Literatura
miércoles, 1 de mayo de 2024
Campo neutral
I.
Ya sé yo que al señor Gavidia, poeta del Salvador, y a otros Gavidias por el estilo que sean poetas de Guatemala no ha de parecerles bien, ni medio bien siquiera, que un americano elogie a Clarín.
—¡Cómo! —dirán ellos— ¡cómo se atreve un americano a darle lustre a ese critiquillo sordo y atraviliario [sic] que nos ha llamado sinsontles de los trópicos, a nosotros, los poetas que escribimos versos tan etéreos tan etéreos....
Eso es, digo yo ahora, tan etéreos, que ni siquiera se entienden.
Pero el caso es que a los poetillas de por acá no les gusta Clarín, porque no les anda llamando geniazos a cada momento, como Don Juan Valera.
—¡Don Juan Valera! Ese sí que es crítico, dirán Gavidia y Calixto Velado, ése sí que nos hace justicia, ése nos dice genios; nosotros le acabamos de mandar unos versitos recortados de periódicos y no se pasará mucho tiempo sin que nos vengan unas nuestras cartas como las que le escribió a Rubén..... Pero Clarín.... ¿y quién es Clarín! .... un envidiosillo que insulta a Velarde y que se burla de Cánovas y de todos los grandes poetas, porque no es capaz de comprenderlos.
En resumen: para los poetas chirles y para los escritores ramplones de par[a] acá, lo mismo que para los de España (lo cual prueba que los tontos son iguales en todas partes). Clarín no es más que un zazcandil [sic literario que se burla de los que escriben versos y que no les escribe car-tas rimbombantes sino que, al contrario, les llama zinzontles [sic] de los trópicos, y los trata con merecido desdén. Los pobres creen como cierto escritor de Cobán de quien ya tuve el honor de burlarme, que la crítica debe ser benévola, y por eso les encanta Don Juan Valera desde que se puso chocho, y por eso mismo les disgusta Clarín.
ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO A LA DEFENSA DE CLARÍN
JOHN W. KRONIK
Cornell University
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