jueves, 10 de agosto de 2023

Fray Juan en el periodico "El Guadalete"

 

FRAY JUAN

Fragmento de un poema del laureado poeta D. José Velarde, a la memoria del malogrado Rey Alfonso XII


CANTO SEGUNDO

Diez años han transcurrido desde que Fray Juan abandonó su patria buscando olvido a la pasión que abrasaba su alma; ni los rudos trabajos, ni la larga ausencia, hicieron mella en su vivir, ni acallaron los ímpetus de aquella pasión pura y fugaz que una vez traspasó su corazón y al retornar a los campos de verde esmeralda de olivares, donde negrea la aceituna pendiente de sus ramas que el mirlo picotea silbando al posarse entre ellas; vislumbra a su través el terruño y la iglesia parroquial.
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En este templo cristiano
Todos cumplen sus deberes,
A requebrar las mujeres
No va antes Dios el liviano.
El curioso busca en vano
Esplendores y grandeza:
Sólo inspira su pobreza
Recogimiento y ternura
Y sólo en su nave oscura
El pecador llora y reza.
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  Llega el fraile a su aldea natal; su cobijo es la iglesia bajo cuya nave dióle el bautismo el nombre de cristiano y en la penumbra del atardecer cae de hinojos pies de un niño de Dios, de cera, cubierto de arrebol la faz que el pueblo venera y lo encuentra más bello que el sol; así como a la Madona del Carmelo, vestida de terciopelo tachonado el manto de lentejuelas.

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La iglesia casi en ruinas
Ostenta como primores
En sus altares las flores
Que llevan las campesinas.
Y coronado de espinas,
Lleno de sangre y sudor,
Se ve en el altar mayor,
De una lámpara a la luz,
Agobiado por la cruz
Al Divino Redentor.

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A fray Juan, calada su capucha, se le oye quedo, muy quedo rezar; la luz de la lámpara que está próxima a expirar, reverbera a intervalos sobre la severa faz del Cristo y no se nota otro rumor que el del vendaval que azota los ventanales.
De repente aquella calma se interrumpe; lamentos de dolor violento arrancan del fondo del alma del Fraile y una mística embriaguez se convierte en desvarío del mal que creyó vencido.

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Vuelvo después de diez años
Ya tranquilo el corazón
Y ahogada aquella pasión
En un mar de desengaños
Y otra vez sueños extraños
Exaltan mi fantasía
Y elevado a idolatría
Mi amor ha vuelto a estallar,
Solamente al contemplar
La reja donde vivía

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En vano sus fuerzas ya agotadas, sus carnes demacradas por el ayuno y el cilicio que la fustigó, en vano de implorar sobre la tumba de sus difunta madre podía deshacerse de una infiel que a su pesar lo abandonó por su padre.

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La fiebre devoradora
Invade su cuerpo yerto
Y exánime, casi muerto.
Le sorprende allí la aurora.
Poco a poco se incorpora
Al volver en su sentido.
Y al arrastrarse aturdido
Buscando el confesionario
La esquila en el campanario
Rompe en fúnebre tañido

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Rechina lentamente la pesada puerta del templo dejando entrever por sus resquicios los albores matutinos, y en esa semiluz del amanecer entra en la nave desierta hermosa mujer de altiva frente, esbelto porte y quebrado color: penitencia que fija en Dios sus negros ojos orlados de círculos morados que sólo el dolor dale tinte.

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Oculta la feligresa
Su triste faz bajo el manto,
Besa el hábito del santo
Y se arrodilla a sus pies.
Padre, murmura después:
Pecadora contumaz,
Vengo aquí en busca de paz:
Y es de su voz el murmullo
Aun más dulce que el arrullo
De la paloma torcaz

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Y entre sollozos y amargos pesares que embargan el alma de la penitenta, deposita arrodillada a los pies del confesor los secretos del dolor que agudo puñal traspasó su corazón y el ansiado remedio que busca, le pide para sosegar su tranquila existencia.

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Aun no era Padre, mujer
Cuando un hombre conocí,
Y al conocerle sentí
Mis alas de ángel caer.
Era cuando empieza a ver
La niña con otro prisma
Y su alma en sueños se abisma
Y sin motivo está triste
Y a su muñeca no viste
Para vestirse a sí misma.

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Tras breve pausa, para dar tregua a enjugar las lágrimas que a raudales vertían sus ojos, enjugándolas en fino pañuelo de rico olán y reprimirlos gemidos de su pecho, indecisa y con dolorido acento, prosiguió su confesión

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Mi padre como una esclava
En un claustro me encerró,
Y en matrimonio me dio
A un hombre que yo no amaba.
Mi amor en la guerra estaba
En aquel terrible instante,
Y habrá ¡Oh Dios! Quien no se espante
Pensando en lo que he sufrido
Al hallar que mi marido
Era el padre de mi amante.

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Al fraile le invade el terror; los gemidos luchan en el hondo de su ser; titánicos esfuerzos hace para no gritar en la tortura inmensa que le oprime. ¡Clara sois vos! Viene el deber en pos y quebrantando el dolor en alto grado fija su vista en Dios.

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Y sigue: Al hombre aquel
A ver no he vuelto jamás
De pena murió?, quizás!!!
Creyendo a su amada infiel
Yo impura sueño con él
Vos santo y de vos tan dueño
Decid: ¿Cómo una pasión
Se arranca del corazón
Y se destierra del sueño?

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Siéntese el fraile ahogarse en su desventura… huye… le faltan los bríos… y pronunciando el nombre de Dios rueda exánime y sin vida a los pies del altar.

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Socorro quiso gritar
La penitenta angustiada.
Más fijando su mirada
En el semblante del Santo
¡Es él! Gritó con espanto
Y dio en tierra inanimada.

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En tanto escarbando el suelo
La casa el gallo alborota
Sale del surco la alondra
Cantando al alzar su vuelo;
El obscuro azul del cielo
Se trueca en vivo arrebol
Mira a Oriente el girasol
Suena la esquila en el monte
Enciéndese el horizonte
Y surge radiante el sol.


Por la transcripción
Isabel García Pérez
Jerez, Agosto. 1929

Fuente: Internet Archive

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