AL SEÑOR DON JOSÉ VELARDE
IINSPIRADO POETA
Lejos del mundo en que un día
Del mundo los dos gozamos,
Y a conseguir aspiramos
Amor, gloria, y alegría,
Hoy mi corazón te envía,
En alas del raudo viento,
Un humilde pensamiento
Con mis lágrimas regado:
¡Pobre flor, que ha fecundado
La sabia del sentimiento!
Destrozada la armadura
Del dolor, que me he vestido;
Nuevo Lázaro surgido
De la triste sepultura,
El caliz de la amargura
Del labio aparto doliente,
Y en el arenal ardiente
Por donde corre sin calma,
Templo de sed de mi alma
De la amistad en la fuente.
Sé que la váría fortuna,
Fecunda en bienes y males,
Nos trató desde la cuna;
No me brindó dicha alguna;
Destino te dió halagüeño;
En ser infeliz me empeñó;
Tu ser feliz has logrado;
Yo vivo desesperado,
Y tú realizando un sueño.
Sé que á vivir en la historia
Del arte tu nombre empieza,
Y que ciñes tu cabeza
Con el laurel de la gloria.
Aun viene a mi memoria
Recuerdo de edad pasada,
Cuando mi palabra honrada
Te alentaba en tu camino;
¡Era cantar el destino
De un alma por Dios templada!
Cantas, y en tu ardiente lira
Se abrasa, al pasar, el viento;
Combates con fuerte aliento
La impiedad y la mentira;
La fé salvadora inspira
Tus más entusiastas sones,
Y alcanzas con tus canciones,
Más que laureles y palmas,
El imperio de las almas,
Reinando en los corazones.
Cual tú quise yo cantar,
Ave que perdió su nido;
Pero mis cantos han sido
Como las olas del mar;
En playas de pena a dar
Corren; los vientos las hieren,
Y aún cuando volverse quieren
A la mar arrepentidas,
En espuma convertidas,
Besando la arena, mueren.
Águila tú, que altanera
Tiene su rápido vuelo,
Cruzar puedes en tu anhelo
La ancha extensión de la esfera.
¿Quién seguirá tu carrera
Por el desierto azulado?
Tanto mi vuelo pesado,
A la tierra me sujeta;
Que sólo sabe el poeta
Al cielo a que tú has llegado.
Tú vuelas por las llanuras,
En las que el sol se recrea;
Bebes la luz de la idea
En celestiales alturas;
En piélagos de amarguras
Mi corazón empapé;
Sobre la dicha pasé
Velos, sin mojar mis alas;
Tus plumas son ricas galas;
¡Negro mi plumaje fue!
Tú cantas a la alborada,
Bendiciendo lo creado;
Yo canto, desesperado,
Cuando la noche es llegada,
Tu voz dulce y regalada
Eco tiene en las ciudades;
Entre recias tempestades
Lúgubre cante se eleva;
Ese es mi canto, que lleva
La voz de las soledades.
Tu canción va en la espiral
De incienso que al cielo sube;
La mía, en la parda nube,
Heraldo del temporal.
Cantas en la virginal
Plegaria que, con misterio,
Alza al pie del presbiterio
La esposa del Redentor;
Yo, en el lúgubre rumor
Del ciprés del cementerio.
Así, por contraria suerte,
Entre los dos repartida,
Tus cánticos son la vida,
Siéndolos míos la muerte.
Logra el mundo comprenderte
Y aplaude tu inspiración;
Nadie escucha la canción
Que apaga mi propio llanto,
Porque yo tan sólo canto
Tristezas del corazón.
Luis Montoto
Y a conseguir aspiramos
Amor, gloria, y alegría,
Hoy mi corazón te envía,
En alas del raudo viento,
Un humilde pensamiento
Con mis lágrimas regado:
¡Pobre flor, que ha fecundado
La sabia del sentimiento!
Destrozada la armadura
Del dolor, que me he vestido;
Nuevo Lázaro surgido
De la triste sepultura,
El caliz de la amargura
Del labio aparto doliente,
Y en el arenal ardiente
Por donde corre sin calma,
Templo de sed de mi alma
De la amistad en la fuente.
Sé que la váría fortuna,
Fecunda en bienes y males,
Nos trató desde la cuna;
No me brindó dicha alguna;
Destino te dió halagüeño;
En ser infeliz me empeñó;
Tu ser feliz has logrado;
Yo vivo desesperado,
Y tú realizando un sueño.
Sé que á vivir en la historia
Del arte tu nombre empieza,
Y que ciñes tu cabeza
Con el laurel de la gloria.
Aun viene a mi memoria
Recuerdo de edad pasada,
Cuando mi palabra honrada
Te alentaba en tu camino;
¡Era cantar el destino
De un alma por Dios templada!
Cantas, y en tu ardiente lira
Se abrasa, al pasar, el viento;
Combates con fuerte aliento
La impiedad y la mentira;
La fé salvadora inspira
Tus más entusiastas sones,
Y alcanzas con tus canciones,
Más que laureles y palmas,
El imperio de las almas,
Reinando en los corazones.
Cual tú quise yo cantar,
Ave que perdió su nido;
Pero mis cantos han sido
Como las olas del mar;
En playas de pena a dar
Corren; los vientos las hieren,
Y aún cuando volverse quieren
A la mar arrepentidas,
En espuma convertidas,
Besando la arena, mueren.
Águila tú, que altanera
Tiene su rápido vuelo,
Cruzar puedes en tu anhelo
La ancha extensión de la esfera.
¿Quién seguirá tu carrera
Por el desierto azulado?
Tanto mi vuelo pesado,
A la tierra me sujeta;
Que sólo sabe el poeta
Al cielo a que tú has llegado.
Tú vuelas por las llanuras,
En las que el sol se recrea;
Bebes la luz de la idea
En celestiales alturas;
En piélagos de amarguras
Mi corazón empapé;
Sobre la dicha pasé
Velos, sin mojar mis alas;
Tus plumas son ricas galas;
¡Negro mi plumaje fue!
Tú cantas a la alborada,
Bendiciendo lo creado;
Yo canto, desesperado,
Cuando la noche es llegada,
Tu voz dulce y regalada
Eco tiene en las ciudades;
Entre recias tempestades
Lúgubre cante se eleva;
Ese es mi canto, que lleva
La voz de las soledades.
Tu canción va en la espiral
De incienso que al cielo sube;
La mía, en la parda nube,
Heraldo del temporal.
Cantas en la virginal
Plegaria que, con misterio,
Alza al pie del presbiterio
La esposa del Redentor;
Yo, en el lúgubre rumor
Del ciprés del cementerio.
Así, por contraria suerte,
Entre los dos repartida,
Tus cánticos son la vida,
Siéndolos míos la muerte.
Logra el mundo comprenderte
Y aplaude tu inspiración;
Nadie escucha la canción
Que apaga mi propio llanto,
Porque yo tan sólo canto
Tristezas del corazón.
Luis Montoto
Fuente: Hemeroteca digital BNE
La Moda elegante (Cádiz)30/1/1881página 6
Foto: Antonio Leal
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