martes, 18 de julio de 2023

Pedro el Bastardo visto por Picón


Teatro Español

            Pedro el Bastardo, drama en tres actos y en verso, original dedon Juan A. Cavestany y don José Velarde.

           

El estreno de este drama había despertado cierto interés, no solo en el público, sino también entre los escritores, justificando la general curiosidad el buen nombre literario de sus autores. Así, que anoche estaba el teatro lleno de mucha y escogida gente: ocupaba los pisos altos ese fuerte núcleo de aficionados en su mayor parte jóvenes, que asiste a todas las primeras representaciones de que se espera algo bueno; y en las butacas y los palcos, había muchos nombres notables, figurando entre ellos Tamayo, Echegaray, Valera, Castro y Serrano, Manuel de Palacios, Ferrari, Sánchez Moguel y varios más, deseosos todos de ver y poder aplaudir la obra hecha en colaboración por el Sr. Cavestany, que tan justo triunfo alcanzó al comenzar su carrera literaria y el Sr. Velarde, que es sin duda uno de los poetas líricos más dignos de elogio que tenemos. Y sucedió que los tres actos de Pedro el Bastardo se escucharon sin la menor protesta de desagrado, con grandes aplausos en los finales y muchas salidas a escena del Sr. Velarde, privado su colaborador de acompañarle por una desgracia para la cual deseamos toda clase de alivios y consuelos.

            Hado constar claramente, y ante todo, que la obra fue aplaudida y que no hubo en el éxito momento de incertidumbre, para declarar enseguida que hay cierta divergencia entre el fallo del público y la humilde opinión que yo formé del drama. Poco fruto creo que puede sacar la crítica cuando es muy severa; con mucha benevolencia se debe acoger la obra de todo principiante, pues nada desalienta tanto al escritor como aquella acritud al señalar defectos que pueden parecer hostilidad; pero cuando está ya fuera de toda duda el mérito del poeta, como ocurre con los autores de El Esclavo de su culpa y de Voces del Alma considero que se hace imprescindible la verdad. Ni el Sr. Cavestany ni el Sr. Velarde deben contentarse con el elogio de unas cuantas frases vulgares; tienen derecho a ser tratados con entera lealtad.

            La colaboración artística, para ser buena, ha de compendiar y reflejar las facultades de los colaboradores: en ella se han de fundir y quedar indisolublemente unidas las bellezas que cada autor aporte, de tal modo que resulta la obra verdadera expresión de mérito y la personalidad de ambos. Si uno tiene conocimiento del teatro, espíritu observador y sentido analítico de las cosas de la vida, y el otro atesora raudales de poesía y exquisito gusto literario, todo junto habrá de resultar en la obra común; de lo contrario la colaboración no pasará de ser pacto de amigos mal emparejados, en que las facultades y condiciones de uno dominará y prevalecerá sobre las de otro, siendo lo peor que el trabajo así realizado acaso no corresponda al mérito de ninguno. Algo de esto sucede, en mi humil opinión, con Pedro el Bastardo, pues de una parte veo que el desarrollo de las pasiones, la acción, el interés que pudo y debió aportar el Sr. Cavestany, no dan la medida del talento dramático que en anteriores ocasiones ha desplegado, y de otra parte tropiezo con que la belleza y galanura del lenguaje que parecen propias del Sr. Velarde, no bastan para que haya drama.

            No pretendo decir con esto que aquel ha pensado mal y este ha escrito bien el drama;  harto sé que lo habrán pensado y escrito tan unidos, que hoy no sepa cada cual lo que realmente le pertenezca; quiero indicar que en conjunto Pedro el Bastardo, antes que verdadero drama me parece sucesión de escenas en que intervienen los mismo personajes y primorosamente escritas, pero con las cuales ninguno de ambos colaboradores ha logrado crear ese roce de caracteres y choque de pasiones que constituyen el drama. Todos los personajes de Pedro el Bastardo tienen sentimientos y afectos bien dibujados, pero descritos a modo de leyenda; le falta el bulto, el relieve, el color que toman los hechos en el teatro cuando cada escena está lógicamente ligada a las anteriores, cuando las frases poéticas brotan, no solo de la imaginación del escritor, sino del trance en que se miran los personajes.           

Indudablemente no está ideado con astucia ni picardía Pedro el Bastardo. En el acto primero el desmayo de Aurora coincide con el alejamiento de su amante, para que venga el seductor y se la lleve; Rodrigo penetra en la cabaña llamando a su padre, y la cabaña debe ser tan grande, que al salir él de registrarla ya está consumado el rapto, cuando dados el nombre y la clase de vivienda, casi una choza, bastaba llamar desde la puerta. Diríase que entra y pide socorro para dar tiempo a que le roben la novia. En el mismo acto nadie dice que Rodrigo sea trovador, bardo, ni cosa que lo valga, y en el segundo se presenta narrando lances y aventuras. En el tercero Aurora declara a Rodrigo que va a ser madre sin tener esposo, y precisamente en aquel momento se le ocurre al padre presentarse en escena. Por último, al final de la obra, dispone Rodrigo que se casen Pedro y Aurora y que todas las gentes del castillo asistan al acto; más enseguida, celoso e iracundo, saca el puñal para matar a Pedro, y entonces sale al paso un escudero que no ha cumplido la orden de presenciar la ceremonia, para poder atajarle el paso y decirle oportunamente que Pedro es hermano suyo.

            Bastan estos detalles para comprender que en la estructura del drama es mucho lo convencional y falto de fundamento.

            Un carácter tiene, sin embargo, mejor trazado que los otros: el de Pedro, ambicioso, soberbio, altivo, concebido con cierta grandeza, lógico consigo mismo, imbuido por las preocupaciones propias de su tiempo, tirano mientras puede mandar, y tan rabioso dueño de su energía que prefiere matarse a recibir perdón de in enemigo. Si todas las figuras del drama fueran como esta, y entre ellas hubiera verdadero engarce y engranaje, Pedro el Bastardo sería obra de alto vuelo.

            En realidad, los Sres. Cavestany y Velarde se han equivocado al escoger tal asunto.

            Deben desengañarse nuestros poetas: el señor feudal que seduce a la villana, el hijo abandonado que da con su familia poco antes de caer el telón, el escudero que recibió encargo de matar un niño y lo confía a un pastor para que lo crie y eduque, el guerrero que partió pobre y viene de Oriente, ó de cualquier otra parte, gran señor, el padre destinado desde el primer acto a que lo deshonre la niña en el segundo para que el llore en el tercero la mancilla de sus canas; todo ello aderezado con parlamentos de amor y diálogos de gentes enfurecidas por el rencor, pero que en el postrer momento lloran con repentina ternura, son cosas que nuestro gusto y nuestro tiempo rechazan: ya no interesan ni conmueven.

            Estas exageraciones románticas fueron oportunas hace muchos años, cuando vinieron tras de aquella tragedias pseudoclásicas, frías lánguidas, interminables y sosas; pero hoy que si no verdad, se exige en el teatro poco convencionalismo y mucho estudio de la vida, los hombres del mérito de Velarde y Cavestany no deban empeñarse en  resucitar aquella Edad Media falsa que ha producido tanta pastora burlada, tanto castillo roquero y tanto cruzado a quien le roban la muchacha mientras él pelea con los infieles, lo cual ciertamente no da ganas de ir a Palestina.

            Después de ver representada una tragedia como La Virtud, aun entre persas, lauros y honores grangea, cualquier drama romántico, por endeble que sea, resulta vigoroso,lleno de fuego y de vida; pero cuando se han escrito obras como algunas de Ayala, Ventura de la Vega y García Gutiérrez (para no citar sino a los muertos), no se deben buscar modelos en ninguna escuela que si durante otros años fue adelanto, hoy representa retroceso; y en arte, como en todo, lo que no progresa muere. Literatura que no cuenta los latidos del tiempo en que se reproduce, es agua que deja de correr; asi que se estanca, secorrompe.

            Junto a estas censuras debe ir el elogio que merece la forma literaria de Pedro el Bastardo. En toda la obra no hay rasgo de mal gusto, frases feas, ni concepto bajo; todo en ella poesía, elegancia, buen decir, gallardía, pasión y delicadeza. Son muchos los trozos de verificación que aquí reproduciríamos gustosos si lo permitieran las condiciones del periódico.

            En resumen, Pedro el Bastardo, sino es un drama modelo, será probablemente la ocasión de que el Sr. Cavestany vuelva con nuevo ardor a las luchas en que conquistó la envidiable reputación que tiene, y también de que el señor Velarde, animado por los aplausos de ayer, dedique a la literatura dramática el talento que todos confesamos que posee para la lírica.

            Si ambos lo hicieren, ya que ambos viven la existencia propicia al conocimiento y estudio de la sociedad, fíjense en las gentes y cosas de nuestro tiempo; vean los gérmenes del dolor y el placer, de vicio y virtud que se agitan en el fondo de cuanto les rodea, y no volverán a acordarse para nada de lo que pensaban los señores y villanos cuyos huesos están mondados bajo tierra hace ocho o nueve siglos. Se dirá que las pasiones son de todos los tiempos y que con cualquier traje es dado vestirlas; pero téngase en cuenta, que a cada estado social corresponden costumbres, ideas, preocupaciones distintas, y que ni conocemos ni es posible conocer las épocas pasadas tan bien como deben ser conocidas, para calcular cómo latía el corazón o funcionaba el cerebro de cada hombre. El honor no es hoy lo que era en el siglo XII. ¿Quién sabe si como esta idea, habrán variado las demás?

J.O.Picón.

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