Pero así como el romanticismo no logró apoderarse por completo del espíritu de nuestros poetas, tampoco el referido género de poesía ocupó en absoluto su atención, pues á tiempo que pisaban sobre los hondos rastros de Quintana y de Gallego de García Tassara y de Aguilera, de Martínez Monroy y de Bernardo López García, imitaban el espiritualismo de Selgas, el escepticismo de Campoamor en sus Doloras, la profunda tristeza de Bartrina, el patriotismo regional de Trueba, la vigorosa energía de los esculturales versos de Núñez de Arce, y el colorido andaluz, lleno de sol, de perfumes intensos de claveles y de regocijados pespunteos de guitarra del malogrado y fecundo cantor que se llamó José Velarde, tan caprichosamente juzgado y zaherido por la critica periodística española, y aun por la académica, ya que es necesario convenir en que los versos de Velarde, a pesar de los rudos prosaísmos que algunas veces los afean, hay blandísima ternura, deslumbradora fantasía, descripciones magistrales, bellas originalidades de expresión, reflejo encantador de las emociones del alma y de los espectáculos de la naturaleza, uno como ambiente de vigorosa juventud que nos llega al corazón embalsamado por los follajes nuevos y fragantes de la adorable primavera, y en ocasiones parece que se escucha el gran desbordamiento como de torrentoso rio del soberano verbo de Zorrilla.
Fuente: Internet Archive
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