Lejos estoy de colocar a D. José Velarde en el escaso número de los grandes poetas castellanos de la época presente. Su poesía es la del color y de la línea, la del perfume y de la música, la del dibujo y la armonía; poesía que nada le dice al pensamiento, que nunca le habla al corazón, que no deja en el arma huella alguna. Se oye con el mismo placer con que se escucha el canto del jilguero, con que se mira el rosado celaje vespertino, con que se huele el aroma de la silvestre rosa de los trópicos; pero al pasar el encanto del momento, pasan con él las impresiones recibidas.
En el último tercio de este siglo, en el cual se siente mucho, se piensa demasiado, y el hombre se mantiene vacilante entre la fe y la duda, entre el escepticismo y la esperanza, éntrela negación cuasi absoluta y la consoladora creencia en algún bello ideal, la poesía que no siente, que no piensa, que no guarda en sus estrofas algo que haga palpitar el corazón, no alcanza a producir honda impresión en el alma de los pueblos. No es necesario que sea trascendental pero es preciso que encierre alguna idea, algún problema psicológico nada de trascendental hay en La Pesca, poema del señor Núñez de Arce. Empero, apóstrofe al mar, además de su deslumbradora belleza, está lleno de verdadera filosofía; y aquella incomparable digresión en que se dice lo que el alma experimenta cuando los ojos ven caer a un ser querido bajo la losa del sepulcro, no puede respirar un sentimiento más hondo, ni más universal tampoco. Por otra parte, del desenlace del
poema brota como una explosión de escepticismo, natural en los presentes días. Llega un momento en que el poeta duda de que el inmenso cariño del esposo muerto, sea bien correspondido por la esposa, aunque ese cariño pase a ser sólo un recuerdo. En él se encierra una historia de profundo sentimiento, que debiera ser sagrada, y que quizás llega a profanarse con la volubilidad y el devaneo.
No
es enseñar, pues, lo que se quiere, sino sentir lo que la humanidad siente,
fotografiarla en sus costumbres, revelar sus emociones, llorar con ella en sus
tropiezos y caídas, y acompañarla con los acentos de la lira en sus victorias y
transfiguraciones. La poesía del color y de la línea, la poesía de mera forma
bella, la poesía de la imaginación se va.
El arte es hoy observación, idea, sentimiento; algo que haga meditar, que haga palpitar con fuerza el corazón, sin que la filosofía entre en la obra literaria como sustancia principal, como propósito exclusivo, ni por manera sistemática.
La
poesía de Velarde es esencialmente descriptiva, y en ella aparece la naturaleza
como fotografiada; pero si esto es verdad, puede decirse que carece en absoluto
de la expresión dramática. Las situaciones patéticas, los enérgicos arranques,
los apostrofes robustos, no vibran en sus versos. Ellos deslumbran con el
brillo y distraen con la sonoridad, pero jamás llegan al corazón ni al
pensamiento. Velarde es una especie de Zorrilla, aunque sin la pujanza de
imaginación, sin el maravilloso verbo lírico, sin el poder creador del insigne
poeta leyendario.
Recuerdos gloriosísimo, leyendas romanescas, reminiscencia pastoriles, cuadros de naturaleza, espectáculos esplendidos como el nacer del alba, la caída del crepúsculo, el renacimiento de la vida cuando la primera vuelve cubierta de azucenas y llena de sonrisas; he ahí lo que palpita en los poemas de Velarde. Pero el dolor que hiere, el sufrimiento que desgarra, la amargura que envenena, eso no vibra en las cuerdas de su arpa. Al escribir estas palabras, no se crea que me declaro partidario de aquella poesía que canta solamente el dolor individual, sino de esa otra en que se guardan, como en copa de oro y pedrería, las lagrimas que vierten en su camino de contrariedades y aflicciones el hombre-humanidad.
La descripción, vuelvo a decirlo, predomina
en los poemas de Velarde. Aun en aquellos a los cuales ha querido comunicar
alguna acción dramática, el poeta se olvida de la intensión que tuvo, y se deja
llevar del prurito de la descripción, dejando en suspenso muchas veces el
asunto que se propone desenvolver, para desmenuzar destalles verdaderamente
nimios. Al fin y al cabo la descripción fatiga, y se suelta la obra de las
manos con profundo desaliento. El Año
Campestre, por ejemplo, es puramente descriptivo. Desde que empieza hasta
que acaba, no se hace otra cosa que reflejar en sus romances cuadros distintos
de la naturaleza, o incidentes pastoriles. No parece sino que el poeta hizo un
esfuerzo poderoso, para probar así su observación atenta a la vida campesina.
Con
la poesía descriptiva de Velarde sucede lo mismo que con la erótica del
mejicano Flores, en amabas poesías es una misma siempre la vibración que suena,
y al fin cansa uno de la monotonía del sonido. Velarde está casi siempre
describiendo, y Flores cantando un amor desventurado o satisfecho. Y si el
primero se detiene en todos los aspectos, en todos los matices, en todas las
escenas de la naturaleza, el segundo nos cuenta en sus estrofas, henchidas de
pasión y ardiente como el fuego, todos los desconsuelos y dolores que le hace
experimentarla mujer, o las mujeres, por quienes siente amor. Ambos poetas
incurren, por lo tanto, en la repetición de lo que han dicho, lo cual viene a
observarse al apreciar en conjunto sus respectivas poesías.
No obsta lo anterior para asegurar que Velarde es un poeta distinguido. En la poesía descriptiva cabe tanta belleza como en la leyendaria, como en la épica, como en la intensamente lírica. Si admirables se nos muestran Leopardi con su escepticismo, Musset con sus tristezas, Byron con sus grandes amarguras, y Enrique Heine con sus vacilaciones y sarcasmos; admirables son también Zorrrilla en sus románticas leyendas, Lamartine en su desordenado lirismo, Olmedo en su epopeya, y Bello en sus canciones pastoriles. En materia de arte no pueden profesarse doctrinas absolutas, porque en cualquiera de sus géneros, y en todos los aspectos y matices, sobreabunda la hermosura. Las sinfonías de Beethoven despiertan en el alma tan regaladas impresiones como las grandes oberturas de Rosini, como la música esencialmente pintoresca de Gottschalck, como las dulces melodías de Wéber y de Schúber. El misticismo de Murillo causa tan estupenda admiración como el naturalismo de Velázquez, aunque las sensaciones que se experimentan al contemplar los lienzos de los dos grandes artistas, sean distintas. Y lo propio sucede con la arquitectura. ¿Quién que sea admirador fanático de la severidad y gentileza de cualquier orden antiguo, podrá negar jamás la belleza cuasi aérea que existe en los adornos, en la rumbosa pompa, en la ligereza verdaderamente encantadora que se advierte en el conjunto de las catedrales góticas?
La poesía no habla un solo idioma, ni pulsa una cuerda solamente de las que templa en su armoniosa lira. La poesía es una especie de diapasón inexplicable, cuyas tonalidades son las numerosas y distintas vibraciones del sentimiento humano, o las varias impresiones que en la fantasía individual produce la observación atenta de la naturaleza, o de la sociedad. Cualquiera de ellas es hermosa, y puede por sí sola cautivar el corazón. Como elemento generador considerada, la poesía es una en su esencia misteriosa; pero es varia al mismo tiempo en sus manifestaciones. En el simbolismo, en la alegoría, en lo fantástico y sobrenatural, en la epopeya, en el tono pastoril, en lo real y trascendente, en el género amatorio, o en el carácter exclusivamente leyendario, la poesía puede acendrar bellezas igualmente peregrinas, aunque distintas en su manera de expresión. Lo censurable, lo dañoso, lo que rechaza el criterio universal, no es la filiación artística de las obras del ingenio humano, sino la exageración de los géneros poéticos, que es tan inaceptable como los exclusivismos e intransigencias de escuela.
Yo creo que Velarde sobresale como poeta descriptivo, y que en sus poesías, aunque la descripción esté extremada, y sea muchas veces minuciosa, hay mucho de admirar. ¿Será esto una herejía literaria, una barbaridad un exabrupto? Es muy probable que para los españoles si lo sea, pero no para los americanos, que sienten verdadero regocijo cuando leen los poemas de La Venganza. ¿Acusará estola ignorancia, o falta de sentimiento estético? No puedo resolver el punto, mas valga en cambio la siguiente observación. La crítica española, al juzgar las poesías de Velarde, se muestra siempre dura, satírica y burlona; y cuando aprecia las de Menéndez Pelayo, lo hace en términos lisonjeros y benignos. En Venezuela, por lo menos, la juventud, el pueblo, las gentes de salón, y hasta los literatos de más nombre, se entusiasma cuando escuchan recitar el poema La Venganza, Las décimas Ante un Crucifijo, o la Meditación ante unas ruinas de Velarde; y casi les da sueño la lectura de la magistral Epístola a Horacio, o de cualquier traducción del griego, de Menéndez Pelayo. Esto quiere decir que el primero es entendido por todos, mientras que el segundo no alcanza a serlo sino por los hombres de alguna ilustración. De donde resulta que Velarde, como poeta, goza en Venezuela de popularidad, y el señor Menéndez Pelayo no, Aunque todo el mundo sepa que es un sabio, y le admire como tal. Es muy probable, pues, que los venezolanos entiendan poco de estas cosas, cuando les gusta mucho lo que los españoles no puedan soportar.
II
Velarde
es, ante todo, un poeta genuinamente español.
“Amantísimo
de la patria – ha dicho el escritor Fernández Shaw- de la tierra – la de María Santísima – y del hogar, sus
poesías son un himno a estos grandes sentimientos, vivos siempre en los pueblos
de raza española, por eso Velarde es un poeta popularísimo, lo será aún más con
el tiempo, y es un poeta nacional. Su inspiración halaga y recrea dulcemente
como las tintas de la aurora; atrae con el amor; abriga como el fuego de la
chimenea campesina. Así como el campo todo se perfuma con olor de yerbas y de
flores, y todo este olor trasciende, en los versos de Velarde trasciende aroma
de cariño y honradez”
Velarde apenas cuenta siete lustros en el mundo, y ya la poesía castellana le debe gran número de obras,
Velarde
es andaluz: el primer vagido de su alma se perdió bajo un cielo clarísimo y
sereno, y al venir a este mundo de miserias el dulcísimo poeta, el hijo de la
ardiente Andalucía, los genios de la gloria le besaron en la frente con cariño,
y le dijeron al oído el secreto misterioso de deslumbrar las imaginaciones
soñadoras.
Sus
versos huelen a salvia y a tomillo; tienen la deliciosa frescura del rocío que
tiembla como llanto de luz sobre los verdecidos huerto, y parecen como
empapados en el intenso colorido de los trópicos, en la esplendida luz de
nuestro cielo, y en los embriagadores efluvios que se exhalan del seno de
nuestras vírgenes floresta.
Su
poesía es, como ya he dicho, dulce como el almíbar de las flores, grata como el
rumor de la majada, olorosa como el primer temprano aroma de los lirios;
encantadora poesía ésa, que nos recuerda las geórgicas de Virgilio, y las
perfumadas églogas de Garcilaso.
“Hay una poesía que jamás envejece, que no puede morir, que halla eco en todas las almas y hace latir al unísono todos los corazones; lenguaje universal que entienden el niño y el viejo, el ignorante t el sabio, y es la poesía de la naturaleza [El poeta Zorrilla, por D. José Velarde]
Esa
es la poesía de Velarde, dulce como un idilio de Teócrito, y llena de
resplandores de alba, de temblorosas gotas de rocío, de olor de flores nuevas,
y de acordados acentos de nocturnos ruiseñores.
Su
fecundidad para escribir es asombrosa, y si bien es verdad que sus poemas no granjean
igual estima por la elegancia y los esmaltes primorosos de la forma, en ellos
se advierte en general la nobleza del origen, lo egregio de la cuna, la
distinción y cultura de la estirpe, y sobre todo, aquel sello exclusivo que
imprime a sus creaciones el superior entendimiento.
Sus poesías encierran tal encanto y tal delicadeza, que hacen amar la descansada vida de los campos: son flores nacidas al pie de la colina, a orilla del torrente, cuando la virgen primavera engalana los árboles de fresquísimos retoños, y vuelve a cantar la golondrina en el alero, y tornan al cubrirse de musgo y enredaderas los cercados, el cielo azul de vívidas estrellas, y de sublimes esperanzas el alma entristecida del poeta.
Su
estilo poético es hermoso, muy hermoso, grato al oído y tiernamente delicado:
tiene la sonrisa del albor de la mañana, La melodía de la alondra que se
encumbra hasta los cielos, la frescura del arroyo que gime prisionero entre
márgenes de flores, el candor de la doncella de quince años, el regocijo de una
danza entre zagalas y pastores, y el sonrosado matiz de las tardes estivales.
Cada una de sus estrofas resuena como vibración limpia y sonora de una campana de
cristal, y sus versos palpitan en los aires como dardos de oro lanzados por el
alba.
En el género descriptivo tiene mucho que admirar, porque todo lo reviste con los esplendidos colores de su rica fantasía: cada pincelada suya es un rayo de luz que se desprende de un cielo limpio y sereno, para iluminar hermosísimos paisajes y encantadoras perspectivas. Si duda él ha podido comprender que en este género poético es donde su ingenio sobresale con mayores excelencias, y por esta razón de preferencia lo cultiva.
III
Veamos con qué caudal de inspiración pulsa el poeta su melodiosa lira en la sentida muerte del orador y filósofo español D. José Nieto. Oigámosle en las bellísimas décimas leídas por el mismo en la sesión solemne Que celebró el Ateneo Científico y Literario de Madrid, en honra a la memoria esclarecida de aquel eminente ciudadano.
En las horas de amargura
¡ con qué afán
recordarías
la niñez, las
alegrías
de tu hogar de
Extremadura!
¡La inocente
travesura,
la infantil
animación,
del campo la
seducción,
la ternura
sobrehumana
de aquella madre
cristiana
que te formó el
corazón
--------
Y después la edad hermosa,
cuando, naciendo al
amor,
el capullo se hace
flor
y la ninfa mariposa.
Edad para ti
dichosa,
en que, abrasado en
deseos,
alternabas los
recreos
y fatigas del
trabajo,
con excursiones al
Tajo
y amorosos devaneos.
--------
En Toledo la Imperial,
tu corazón y tu
mente
bebieron con sed ardiente
en artístico raudal;
que allí, la ojiva
ideal
con la greca
pompeyana
junto a la ninfa
pagana
la bizantina
escultura,
y la arábiga
escritura
con la leyenda
cristiana.
-------
Ó bien, con ansia febril,
te acosaban las memorias
de aquella ciudad de
glorias
tan llorada por
Boabdil;
de la que en Darro y
Genil
retratada al par se
mira;
donde aún la guzla
suspira
a compás del
ruiseñor,
y duerme amenazador
el volcán de
Sierra-Elvira.
-------
Allí, los cerros bermejos,
la Alhambra, el
Generalife,
donde agotó el
alarife
los mármoles y
azulejos.
Allá, la vega; más
lejos,
la nevada serranía;
aquí, la alameda
umbría,
pajaros, fuentes y
flores,
¡todo bañado en
colores
por el sol de
Andalucía!
--------
Y evocabas la era grata
en que hollaban los
corceles
la cuesta de los
Gomeles
con herradura de
plata;
y la dulce serenata
que a la odalisca
recrea,
y da celos a la
hebrea
que mira al
Abacerraje
tras los pretiles de
encaje
de la morisca
azotea.
-------
Ora aquel tiempo de luz
en que Isabel la
inmortal
atravesaba el Real
rigiendo un potro
andaluz.
Feliz tiempo en que
la Cruz,
de nuestra Patria
sostén,
después de lograr el
bien
de abrasar a España
entera.
Busco otro mundo en
la esfera
Para abrazarlo
también.
Así es como se produce el verdadero poeta, de esta manera tan delicada y armoniosa, sin amaneramientos y sin trabas importunas, siempre sencillo, insinuante y rico de gratísimas modulaciones, y sin esa afectación tan común en los que quieren apoderarse por asalto y por la fuerza de las alturas del Parnaso.
En esas décimas hay algo de misterioso que nos recuerda la ciudad de Baobdil con amargo desconsuelo desde la cumbre del Padul; algo de los aéreos villancicos que resonaron un día por las calles de la gentil Granada; algo de los fragantes aromas del limonero y del naranjo, que esparcen las brisas voladoras en las sierras del Darro y del Genil; algo de los trémulos arrullos que palpitan en los espléndidos vergeles del Generalife; de la pompa y majestad de los muros de la Alhabra, cargados de
orientales arabescos; de los cármenes que adornan con los variados matices de sus flores la tierra siempre suspirada de los Gomeles y los Abencerrajes; de aquellos brillantísimos harenes, henchidos de perfumes y olorosas resinas del Oriente, donde todavía parece que se escucha la carcajada voluptuosa,
Y
resbalada temblando por los aires el sublime rumos de apasionados besos; algo,
en fin, de la zambra deliciosa que entona la bella zagala granadina al son de
la armoniosa guitarra, que gime y se querella de amor, y de las castañetas de
ébano, cuyo sonido inexplicable armoniza blandamente con las divinas cadencias
de la música española: de esa música sencilla, en la cual se confunden, por
manera indefinible, el regocijo y el dolor, el desconsuelo y la alegría, el
alborozo del corazón enamorado y la más honda tristeza del espíritu abatido.
Oigamos,
por último, a Velarde cuando habla de su hogar, dirigiéndose al poeta
Cavestany, a quien dedica el poema intitulado Mis amores.
Si el social espectáculo te hastía,
ven a mi hogar,
verás cómo despierta
tu espíritu apenado
a la alegría.
El ángel de la paz
guarda la puerta:
no llames a ella,
no, que ya la tiene
la vigilancia del amor
abierta.
Ella, al abrir, el paso me detiene,
y de ella en pos, gritando, y sonriendo
la alegre turba de
mis hijos viene.
Uno, amigo de
escándalo y estruendo,
con una cuerda mi
bastón embrida,
y en tan bravo
corcel sale corriendo.
Otro emprende a mi
cuello la subida,
y me basa con ansia,
y palmotea
después de la victoria conseguida.
Aquel, que ni mi
nombre balbucea,
ni en pie se tiene,
de su madre en brazos
por venirse a los
míos forcejea.
Y ella, nudo común de tantos lazos,
entre todos benéfica
reparte
dulces sonrisas,
ósculos y abrazos.
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¿Cómo, di, de sus
brazos me desligo,
si son cadenas para
mí de flores,
y cómo recobrándome les
digo
Que cesen en sus
risas y clamores,
si al oírlos, de
júbilo desmayo,
creyéndome que
cantan ruiseñores?
Parece que viveza
les dio el rayo,
el brote tierno la
salud y el brío,
color la adelfa que
florece en mayo,
Y que su aliento
refrescó el rocío,
y endulzaron sus
labios los panales,
y encendió sus
miradas el estío.
Bastarían
solamente los tercetos apuntados, para comprender hasta dónde puede llegar la
naturalidad, la inspiración y la delicadez de Velarde. No puede hablarse con
mayor ternura y sencillez de los goces que germinan al calor de la familia.
Para encontrar algo más bello en este género de poesía, es necesario leer los Cantos del hogar, de Juan de Dios Peza,
IV
A
pesar de ser un poeta distinguido, y un consumado artista del lenguaje, Velarde
tiene también caídas desastrosas, e incurre en defectos garrafales: exagera las
sinalefas, escribe versos faltos de cadencia y de número amplifica demasiados
las ideas, adolece en no pocas ocasiones de frases repugnantes por vacía, en otras
se olvida por completo del ritmo en la versificación, y rueda lastimosamente
por el suelo muchas veces, después de haberse remontado hasta la cumbre de la
divina inspiración. Tampoco es extraño encontrar en sus poemas, junto a
descripciones bellísimas, divagaciones de mal gusto y delirantes gongorismos.
Galimatías atroz e incomprensible forman los versos que enseguida copio. No pueden ser más detestables. Ya verá el lector que no tiene nada de injusto el aplicarles el adjetivo que les corresponde.
Mas no te acuso, Roma, madre mía:
no fue el circo tu
espíritu y tu idea,
cual no es el sol la
mancha que te afea
y si el eterno
luminar del día.
Hoy que adverso el
destino
el poder material quita a tu raza,
aunque no el de tu
espíritu divino,
¿Qué español, qué
hijo noble te rechaza?
Tuya es mi lira, Roma: soy latino
Pasan siglos, y aquel pueblo salvaje
que te venció con la
razón del hecho,
hoy te rinde
homenaje,
buscando la razón en
tu derecho.
Eres madre, eres
causa, eres principio:
aun de ti toman
oprimidas greyes
la libre institución
del municipio;
aun en tu gloria el
sueño de los reyes,
y el arte tuyo el
clásico modelo;
pero …¿qué más?...
tu idioma sin segundo,
la religión que te
postró en el suelo
lo ha hecho lenguaje
universal del mundo.
En
esos versos todo es malo: los endecasílabos, las sinalefas, los epítetos, la
colocación de los acentos rítmicos, la expresión de las ideas, la razón del hecho, y sobre todo aquello
de que
aun de ti toman oprimidas greyes
la libre institución
del municipio.
Velarde, como casi todos los poetas, adolece también del defecto de la aliteración, que cuando es exagerado en demasía, se hace insoportable al oído, como en el siguiente caso:
¿Por qué el botón de oro
abre la flor al beso
de la aurora?
¿en dónde guarda el gnomo su tesoro?
¿dónde nace la fuente bullidora?
Verdad
indiscutible es que en las regiones de la poesía entra por mucho la forma en
que ella se desenvuelve, y que debe meditarse por tal motivo cuidadosamente,
antes de entregarlas a los vientos de la publicidad.
En ella la idea no debe sacrificarse nunca a la forma, pero al mismo tiempo es necesario que esta se produzca siempre digna de revestir a aquella. Sucede cuando se hace lo contrario, lo que son algunas de nuestras hermosas campesinas: que cuando visten traje de gala, lo ostentan con desaliño, sin que jamás pueda llevarlo a lo cortesano.
La
más exacta expresión de las ideas que se desbordan de la mente como un raudal
de cristalinas aguas; la propiedad en los epítetos empleados para darle
cadencia y melodía; la suficiente intensidad del colorido en las imágenes, de
modo que la vista no se ofusque y el alma se extasíe en vez de fatigarse; todo
esto de acuerdo con los más altos principios de la estética y con las reglas
establecidas por el arte, que es el supremo legislador en asuntos literarios,
es lo que hace digna del aprecio de las gentes las notables creaciones del
ingenio.
No
quiere decir esto que yo sea partidario del clasicismo exagerado, ni mucho
menos del fastidioso rigorismo que nos imponen como ley las academias, el cual
no contribuye a realizar como se quiere las producciones de la humana fantasía,
sino a marchitar su espléndida hermosura, a paralizar los naturales ímpetus del
sentimiento, a acortar los vuelos gigantescos de la imaginación, y a herir de
muerte las brillantísimas ideas que brota el pensamiento empapadas en la vívida
luz de la belleza.
La sencillez debe ser la primera cualidad en el que aspira al dictado de poeta, al mismo tiempo que a vivir la vida de prestigio y la alabanza en la memoria de los pueblos: pero también es necesario que, a la más alta perfección de la hermosura, contribuyan los esfuerzos de arte literario.
Por
eso es grandioso Núñez de Arce, porque sabe encerrar grandes ideas en una forma
pura, correcta, majestuosa, bella como una estatua griega, y al mismo tiempo
iluminada por los fulgores de su potente fantasía. Es difícil encontrar un
verso duro, un epíteto mas puesto, un ripio inaguantable, o una estrofa de
falso colorido, en las obras de este insigne poeta.
“La
forma – según la acertada expresión del señor Laverde Ruiz – lejos de ser un accidente, lejos de ser un elemento accesorio, es tan esencial como el fondo
en las producciones artísticas. En la
esfera de las bellas artes, dice Villemain, la forma pertenece al alma tanto como el mismo sujeto.”
Caracas
-1886
Internet archive , Bibliotecas Americanas. Páginas sueltas, semblanzas y estudios
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