domingo, 12 de agosto de 2012

La Ilustración Española y Americana 29 febrero 1882

Calle Cádiz
En el Círculo de Bellas Artes, mirando la exposición de panderetas, recibimos la noticia de la muerte del poeta don José Velarde: allí estaba adornado de cintas y cascabeles el juguete en que nuestro fecundo colaborador había estampado su última firma. El que esto escribe no había hablado sino dos veces al poeta, y no puede dar pormenores personales de su vida y carácter; bajo la fe de los periódicos que se ocuparon de aquella pérdida, repetiremos que era sevillano¹, que había abandonado al carrera de medicina por la de las letras, y que deja una viuda y cinco huérfanos desamparados que necesitan y merecen protección: aseguran sus amigos íntimos que era en extremo sensible a los ataques e injusticias de la crítica, y que estos han contribuido a agravar sus padecimientos: no nos extrañaría, sin que culpemos del daño a sus causantes, que seguramente no tuvieron intención de producirle. De estatura baja de cuerpo delgado y rostro enjuto y mirada melancólica, era Velarde un andaluz triste, pero joven aun, y que juzgábamos en la plenitud de su fuerza y de su vida los que no teníamos noticia de su dolencia. Trece años hace nada más que decíamos en nuestra crónica del 8 de Marzo del año 1879: - El Sr. Calvo en sus lecturas, ha presentado al público del Español un buen poeta sevillano, antes solo conocido en los círculos literarios, el Sr.: Velarde -; y en el inmediato mes de Abril consignábamos, aunque de pasada, por no haberlo presenciado, el buen éxito que tubo el poeta leyendo en el Ateneo. En dicho año 1879, publicó el Sr. Velarde su primera leyenda,
Teodomiro, y en portada leemos que sus obras anteriores eran las siguientes: Poesías, un tomo (agotado); Nuevas Poesías, un tomo; Meditación ante unas ruinas. La colección de Escritores Castellanos publicó en 1884, en su sección de líricos, otro tomo de poesías titulado Voces del Alma, que suponemos reproducción de las más selectas, con fragmentos de algunos poemas, como el Relato de Gómez Arias, la Carta de Teodomiro al rey D. Rodrigo, y algún otro. No tenemos ocasión de repasar en nuestros tomos toda su colaboración poética, por lo cual nos limitaremos a citar la de nuestros almanaques, por ser trabajos más extensos y cuidados. La Niña de Gómez Arias, leyenda escrita en romances, en el año 1880; La Venganza, poema en décimas, dedicado a Rafael Calvo, en el año81; en el 82, El Año Campestre, poesía dedicada al gran maestro Zorrilla; en el 83, La Odalisca, fragmento de una leyenda entonces inédita; en el 84, Mis Amores (a Cavestany ), epístola en tercetos; en el 87, Prólogo del Romancero de Colón, fragmento de la parte primera, en estrofas endecasílabas; en el 88, Alegría, poema, canto II; en el 89, canto IV del mismo poema; en el 90, Pareos y Guzmanes, romance dedicado a la Duquesa de Almodóvar del Río; en el 91, el canto V del poema Alegría, y en el 92, Fragmentos de Ramayana.

Finalmente el P. Blanco García² cita los siguientes poemas o leyendas: La Velada, Fray Juan, El Último Beso, El Capitán García y A Orillas del Mar.

Estos son los datos de la producción poética de D. José Velarde que podemos reunir en la precipitada redacción de nuestros apuntes. El P. Blanco le llama el poeta más discutido de los procedentes de la ciudad del Betis, y esto es cierto: pero ha de tenerse en cuenta que vino al certamen en tiempos muy difíciles, de crítica excesiva, y con ideales que molestaban a los críticos; sin esta explicación, se podría deducir la inferioridad de Velarde respecto de otros poetas andaluces que no le exceden en inventiva y trascendencia, y le son inferiores en facilidad y poesía. Reconocemos que sintió la influencia de Zorrilla y Núñez de Arce, y sobre todo la del último, porque necesitaba caminar por sendas conocidas y abiertas. No era un innovador; pero si en los metros que elegía, y en el parecido de los asuntos, se veía el propósito de imitar a Núñez de Arce, o de competir co él acaso la índole distinta de su talento le hacía producir poemas o leyendas por completo diferentes, y que tienen en sus aciertos un sabor original y suyo propio. Por estas cualidades, Velarde ocupa un puesto honroso en el Parnaso contemporáneo, y su versificación tiene analogías con la de Hurtado, y pocas o ninguna con la del maestro a quien seguía. Este fenómeno se repite con frecuencia en las obras literarias; todo el que, pretendiendo imitar a otro escritor, carece de las condiciones necesarias, y tiene en cambio otras positivas y diferentes, producirá siempre obras de género diverso, resultando original sin pretenderlo; la crítica debe fijarse, a mi nuestro juicio, no en lo que el autor se propuso, sino en lo que realizó; pues en el arte, los resultados, no los intentos, son los que dan carácter al artista. Ayala quiso imitar a Calderón, e hizo un diálogo que no tiene nada que ver con el de su modelo, éste oriental por sus imágenes, el otro de clásica majestad. La muerte ha cortado por la mitad la existencia de Velarde, impidiendo que diese todos los frutos que eran de esperar de su talento. Ha sido combatido con exceso cuando necesitaba que lo animasen; ha vacilado ante el clamoreo; ha seguido tal vez al que obtenía más aplausos, creyendo que no había otra manera de conseguirlos; se le aturdió cuando necesitaba serenidad; llegó a descomponerse en la epístola que en 1884 dirigía a Cavestany; pero de sus obras elegidas podrá hacerse un grueso volumen que leerán siempre con gusto los amanes de lo bello. Velarde deja un nombre honroso en las letras, como versificador y poeta; como hombre honrado y moralista, él dijo en el prólogo de Teodomiro:

No hay belleza en el mal. Toda poesía
Sin esperanza, amor, ni noble anhelo,
Es voz sin melodía,
Es un paisaje donde falta el cielo.
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¹ Le creemos de Cádiz, porque dice el poeta en Teodomiro:
Jamás olvido
El modesto lugar donde he nacido.
De Trafalgar las olas arrullaron
De mis primeros sueños la honda calma.

² La Literatura Española del siglo XIX. Tomo II pags. 68,69 y 70
Si desea ver el original de la Ilustracion Española y Americana puede entrar en este enlace

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