lunes, 1 de junio de 2020

Fray Juan en "El Guadalete" de Jerez

CANTO SEGUNDO
Diez años han transcurrido desde que Fray Juan abandonó su patria buscando olvido a la pasión que abrasaba su alma; ni los rudos trabajos, ni la larga ausencia, hicieron mella en su vivir, ni acallaron los ímpetus de aquella pasión pura y fugaz que una vez traspasó su corazón y al retornar a los campos de verde esmeralda de olivares, donde negrea la aceituna pendiente de sus aromas que el mirlo picotea silbando al posarse entre ellas; vislumbra a su través el terruño y la iglesia parroquial.

En este templo cristiano
Todos cumplen sus deberes;
A requebrar la mujeres
No va ante Dios el liviano
El curioso busca en vano
Esplendores y grandezas;
Sólo inspira su pobreza
Recogimiento y ternura
Y sólo en su nave oscura
El pecador llora y reza.

Llega el fraile a su aldea natal, su cobijo es la iglesia bajo cuyas naves dióle el bautismo el nombre de cristiano y en la penumbra del atardecer cae de hinojos a los pies de un Niño Dios, de cera, cubierto de arrebol la faz que el pueblo venera y lo encuentra más bello que el sol; así como a Madona del Carmelo, vestida de terciopelo tachonado el manto de lentejuelas.

La iglesia casi en ruinas
Ostenta como primores
En sus altares las flores
Que llevan las campesinas.
Y coronado de espinas
Lleno de sangre y sudor,
Se ve en el altar mayor,
De una lámpara a la luz,
Agobiado por la cruz
Al Divino Redentor.

A Fray Juan, calada su capucha, se le oye quedo, muy quedo rezar; la luz de la lámpara que esta próxima a espirar, reverbera a intervalos  sobre la severa faz del Cristo y no se nota otro rumor que el del vendaval que azota los ventanales.
De repente aquella calma se interrumpe; lamentos de dolor violento arrancan del fondo del alma del fraile y una mística embriaguez se convierte en desvarío del mal que creyó vencido.

Vuelvo después de diez años
Ya tranquilo el corazón
Y ahogada aquella pasión
En un mar de desengaños.
Y otra vez sueños extraños
Exalta mi fantasía
Y elevado a idolatría
Mi amor ha vuelto a estallar,
Solamente al contemplar
La reja donde la veía

En vano sus fuerzas ya agotadas, sus carnes demacradas por el ayuno y el cilicio que la fustigó; en vano de implorar sobre la tumba de su difunta madre podía deshacerse de una infiel que a su pesar lo abandonó por su padre.

La fiebre devoradora
Invade su cuerpo yerto
Y exánime, casi muerto,
Le sorprende allí la aurora.
Poco a poco se incorpora
Al volver en su sentido.
Y al arrastrarse aturdido
Buscando el confesonario
La esquila en el campamento
Rompe en fúnebre tañido

Rechina lentamente la pesada puerta del templo dejando entrever por sus resquicios los albores matutinos, y en esa semiluz del amanecer entra en la nave desierta hermosa mujer de altiva frente, esbelto porte y quebrado color; penitenta que fija en Dios sus negros ojos orlados de círculos morados que solo el dolor dale tinte.

Oculta la feligresa
Su triste faz bajo el manto,
Besa el hábito del santo
Y se arrodilla a sus pies.
Padre, murmura después;
Pecadora contumaz,
Vengo aquí a buscar la paz:
Y es de su voz el murmullo
Aun más dulce que el arrullo
De la paloma torcaz

Y entre sollozos y amargos pesares que embargan el alma de la penitenta, deposita arrodillada a los pies del confesor los secretos del dolor que agudo puñal traspasó su corazón y el ansiado remedio que busca, le pide para sosegar su intranquila existencia.

Aun no era, Padre, mujer
Cuando un hombre conocí,
Y al conocerle sentí
Mis alas de ángel caer.
Era cuando empieza a ver
La niña por otro prisma
Y su alma en sueños se abisma
Y sin motivo está triste
Y a su muñeca no viste
Para vestirse a si misma.

Tras breve pausa, para dar tregua a enjugar las lágrimas que a raudales vencían sus ojos, enjugándolas en fino pañuelo de rico olan y reprimir los gemidos de su pecho, indecisa y con dolorido acento, prosiguió su confesión.

Mi padre, como una esclava
En un claustro me encerró,
Y en matrimonio me dio
A un hombre que yo no amaba.
Mi amor en la guerra estaba
En aquel terrible instante
Y habrá ¡oh Dios! Quien no se espante
Pensando en lo que he sufrido
Al hallar que mi marido
Era el padre de mi amante.

Al fraile le invade el terror; los gemidos luchan en lo hondo de su ser; titánicos esfuerzos hace para no gritar en la tortura inmensa que le oprime, ¡Clara sois vos! Viene el  deber en pos y quebrando por el dolor en alto grado fija su vista en Dios,

Y sigue: Al hombre aquel
A ver no he vuelto jamás
De pena murió??, quizás!!!
Creyendo a su amada infiel
Yo impura sueño con el
Vos santo y de vos tan dueño
Decid; ¿cómo una pasión
Se arranca del corazón
Y se destierra del sueño?

Sientése el fraile ahogarse en su desventura… huye… le faltan brios… y pronunciando el nombre de Dios rueda exánime y sin vida a los pies del altar.

“Socorro” quiso gritar
La penitenta angustiada,
Mas fijando su mirada
En el semblante del Santo
¡Es él! Gritó con espanto
Y dio en tierra inanimada.

En tanto escarbando el suelo
La casa el gallo alborota
Sale del surco la alondra
Cantando al alzar el vuelo;
El obscuro azul del cielo
Se trueca en vivo arrebol
Mira a Oriente el girasol
Suena la esquila en el monte
Enciéndese el horizonte
Y surge radiante el sol.
Por la transcripción,
Isabel García Pérez
Jerez, Agosto, 1929  


El Guadalete  periódico literario y de interés general - Año LXXVII Número 24440 18 08 1929

No hay comentarios:

Publicar un comentario