Castilnovo, Gabriel de la Riva
Variedades
EL
NUEVO POEMA
En
el ateneo obtuvo el domingo una entusiasta y merecida ovación el joven poeta
sevillano* D. José Velarde, con la lectura de su nuevo poema Fernando de Laredo. Es esta una
producción donde abundan, no solo brillantes descripciones llenas de vida y
colorido, sino pensamientos sublimes, trascendentales, que revelan en su autor
u profundo espíritu de observación y análisis.
El
Sr. Velarde, a leer su último poema donde se muestra muy superior a sus
anteriores trabajos literarios, trae a la memoria aquellos modelos notables de
sencillez y corrección que formaron el
sello distintivo de la clásica escuela sevillana.
El
joven poeta fue entusiastamente aplaudido y con ardoroso cariño felicitado por
el distinguido auditorio que asistió a la velada literaria del Ateneo.
He
aquí ahora tres descripciones que escogemos entre otras no menos delicadas y
perfectas del nuevo poema, oído con extraordinario aplauso y celebrado por
todos en la velada.
Ya
de la choza en el ahumado techo
su
nido abandonó la golondrina
de
barro, plumas y granzones hecho.
Sólo
el abrojo de acerada espina
crece
en campos que azotó el ventisco,
y
los rebaños cuando el sol declina,
famélicos
retornan al aprisco.
Ya
gárrulo, al volar, no mece el viento
hojas,
flores y espigasen los prados,
y
en vano pugna el sol sin ardimiento
por
disipar las brumas y nublados.
La
raíz de las plantas se soterra
sin
encontrar el jugo de la vida
congelado
en el fondo de la tierra,
y
arranca por raudo torbellino
muere
al fin la hoja seca, convertida
en
alfombra crujiente del camino.
El
ave teme desplegar el vuelo,
en
la colmena enciérrase el enjambre,
el
hombre en el hogar busca consuelo,
y
trocados, en fin, la hartura en hambre,
en
páramo el verjel, el agua en hielo,
la
luz en sombras y en fragor la calma,
parece
que gravitan sobre el alma
los
nublados que cruzan por el cielo.
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Huido,
en tanto el sol tras de la sierra,
la
oscura noche, del malvado asombro,
va
tendiendo un manto por la tierra.
Sigue
el lebrel, latiendo y rastreando,
al
labrador que, con la azada al hombro,
alegre
torna hacia el hogar cantando.
Deja
al pasar en el brumoso ambiente,
resoplando
la acémila cargada,
anchas
columnas de vapor hirviente.
Camino
del establo, la boyada,
que
siente libre la cerviz del yugo,
ramonea
en los árboles sin jugo,
sacudiendo
la esquila destemplada;
el
mochuelo en el nido se imcorpora,
abre
los ojos, a silbar empieza,
y
la alondra, que oyéndolo se azora,
esconde
bajo el ala la cabeza
y
se duerme soñando con la aurora.
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Acechando
la presa, en la espadaña
rompe
el ave nocturna en un silbido,
al
que responde el lastimero aullido
del
perro del pastor en la montaña.
Lenta
se ensancha al declinar la luna,
perdiendo
en luz lo que en tamaño crece,
como,
menguando en hora, se engrandece
quien
baja al lodazal de la fortuna.
Todo
queda después en calma
que
más miedo produce y más espanto
que
las grandes tormentas en el alma.
Ni
vierte el cielo su nocturno llanto,
ni
luce un resplandor, ni el viento zumba;
denso
nublado el horizonte cierra,
y
al modo de la losa de una tumba
cubre
de sombras y de horror la tierra
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Por
no apartarse de la iglesia santa,
el
cementerio humilde de la aldea
en
medio de los vivos se levanta.
De
negro barro y de ladrillo rojo
un
muro sin reboque le rodea.
que
ya del tiempo destructor despojo,
a
trechos está unido por bardales
de
apisonada tierra, donde crecen
la
pita, la chumbera y los zarzales,
y
donde en verano florecen
espinos
majoletos y rosales.
La
puerta, sin pintura y carcomida,
al
abrirse o cerrarse para el muerto
parece
que solloza dolorida,
exclamando:
“Venid, que este es el puerto
donde
acaban los males de la vida.”
Dentro,
la vanidad aparatosa
las
cenizas en mármoles no encierra,
pues
dulcemente el campesino posa
en
el regazo de la madre tierra
sin
sufrir ni aun el peso de una losa.
Cubierto
por el césped de verdura,
aquel
paraje destinado al duelo
no
lleva espanto al alma ni amargura.
A
no ser por la cruces de madera
que
señalan las fosas en el suelo,
un
huertecillo alegre se creyera,
pues
cubren los sepulcros y el osario
el
limonero, el brótano y la higuera;
y
no hay más ciprés, que se eleva con anhelo
por
encima del mismo campanario,
para indicar la senda que va al cielo*Donde pone sevillano debe poner: Conileño
'El Guadalete periódico literario y de interés general' - Año XXVII Número 7625 09 021881
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