miércoles, 3 de junio de 2020

Fernando de Laredo en "El Guadalete" de Jerez

 Castilnovo, Gabriel de la Riva
Variedades
EL NUEVO POEMA

En el ateneo obtuvo el domingo una entusiasta y merecida ovación el joven poeta sevillano* D. José Velarde, con la lectura de su nuevo poema Fernando de Laredo. Es esta una producción donde abundan, no solo brillantes descripciones llenas de vida y colorido, sino pensamientos sublimes, trascendentales, que revelan en su autor u profundo espíritu de observación y análisis.
El Sr. Velarde, a leer su último poema donde se muestra muy superior a sus anteriores trabajos literarios, trae a la memoria aquellos modelos notables de sencillez y corrección que  formaron el sello distintivo de la clásica escuela sevillana.
El joven poeta fue entusiastamente aplaudido y con ardoroso cariño felicitado por el distinguido auditorio que asistió a la velada literaria del Ateneo.
He aquí ahora tres descripciones que escogemos entre otras no menos delicadas y perfectas del nuevo poema, oído con extraordinario aplauso y celebrado por todos en la velada.

Ya de la choza en el ahumado techo
su nido abandonó la golondrina
de barro, plumas y granzones hecho.
Sólo el abrojo de acerada espina
crece en campos que azotó el ventisco,
y los rebaños cuando el sol declina,
famélicos retornan al aprisco.
Ya gárrulo, al volar, no mece el viento
hojas, flores y espigasen los prados,
y en vano pugna el sol sin ardimiento
por disipar las brumas y nublados.
La raíz de las plantas se soterra
sin encontrar el jugo de la vida
congelado en el fondo de la tierra,
y arranca por raudo torbellino
muere al fin la hoja seca, convertida
en alfombra crujiente del camino.
El ave teme desplegar el vuelo,
en la colmena enciérrase el enjambre,
el hombre en el hogar busca consuelo,
y trocados, en fin, la hartura en hambre,
en páramo el verjel, el agua en hielo,
la luz en sombras y en fragor la calma,
parece que gravitan sobre el alma
los nublados que cruzan por el cielo.
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Huido, en tanto el sol tras de la sierra,
la oscura noche, del malvado asombro,
va tendiendo un manto por la tierra.
Sigue el lebrel, latiendo y rastreando,
al labrador que, con la azada al hombro,
alegre torna hacia el hogar cantando.
Deja al pasar en el brumoso ambiente,
resoplando la acémila cargada,
anchas columnas de vapor hirviente.
Camino del establo, la boyada,
que siente libre la cerviz del yugo,
ramonea en los árboles sin jugo,
sacudiendo la esquila destemplada;
el mochuelo en el nido se imcorpora,
abre los ojos, a silbar empieza,
y la alondra, que oyéndolo se azora,
esconde bajo el ala la cabeza
y se duerme soñando con la aurora.

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Acechando la presa, en la espadaña
rompe el ave nocturna en un silbido,
al que responde el lastimero aullido
del perro del pastor en la montaña.
Lenta se ensancha al declinar la luna,
perdiendo en luz lo que en tamaño crece,
como, menguando en hora, se engrandece
quien baja al lodazal de la fortuna.
Todo queda después en calma
que más miedo produce y más espanto
que las grandes tormentas en el alma.
Ni vierte el cielo su nocturno llanto,
ni luce un resplandor, ni el viento zumba;
denso nublado el horizonte cierra,
y al modo de la losa de una tumba
cubre de sombras y de horror la tierra
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Por no apartarse de la iglesia santa,
el cementerio humilde de la aldea
en medio de los vivos se levanta.
De negro barro y de ladrillo rojo
un muro sin reboque le rodea.
que ya del tiempo destructor despojo,
a trechos está unido por bardales
de apisonada tierra, donde crecen
la pita, la chumbera y los zarzales,
y donde en verano florecen
espinos majoletos y rosales.
La puerta, sin pintura y carcomida,
al abrirse o cerrarse para el muerto
parece que solloza dolorida,
exclamando: “Venid, que este es el puerto
donde acaban los males de la vida.”
Dentro, la vanidad aparatosa
las cenizas en mármoles no encierra,
pues dulcemente el campesino posa
en el regazo de la madre tierra
sin sufrir ni aun el peso de una losa.
Cubierto por el césped de verdura,
aquel paraje destinado al duelo
no lleva espanto al alma ni amargura.
A no ser por la cruces de madera
que señalan las fosas en el suelo,
un huertecillo alegre se creyera,
pues cubren los sepulcros y el osario
el limonero, el brótano y la higuera;
y no hay más ciprés, que se eleva con anhelo
por encima del mismo campanario,
para indicar la senda que va al cielo
*Donde pone sevillano debe poner: Conileño
'El Guadalete  periódico literario y de interés general' - Año XXVII Número 7625 09 021881

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