Todavía de los que fueron poetas ante todo, me
incumbe decir aquí algo sobre dos, excelentes ambos, de idéntica mala ventura
durante la vida mortal, poco venturoso el uno aun después de su temprana
muerte, y muy feliz el otro porque logró repentina y extraordinaria fama póstuma,
de la que era por cierto merecedor, pero que nos sorprende a causa de la poca
atención que por aquel tiempo, según ya hemos lamentado, prestaba el público a
la poesía.
El primero de los aludidos poetas fue D. José
Velarde. Crítica desapiadada y acerba se ensañó contra este vate bondadoso y dulcísimo,
y le amargó la vida. Sin duda el incurrió en un error, harto grave, pero
inocente: en el error de creer o más bien de soñar con la posibilidad de que
pudiese alguien entonces ser principal y casi
exclusivamente poeta lírico y
narrativo, como se puede ser abogado, medico, empleado en Hacienda, y ya, a
Dios gracias, hasta dramaturgo y novelista. Velarde se aventuró, pues a una
empresa casi imposible, y tuvo que ser cruel su desengaño. Pero prescindiendo
de esto, debemos hoy hacerle justicia. Preciosos son ss versos e interesantes sus
narraciones. El poema Alegría, lo
mejor en mi opinión, que nos ha dejado, es rico en delicados sentimientos, en
colorido para pintarnos la hermosura del suelo y el cielo de Andalucía, y en
talento de observación y artística flexibilidad de estilo para ver y
representar la vida en aquellos lugares y faenas, regocijos y pasiones
enérgicas de sus rústicos habitadores. A la verdad, yo no comprendo sino como
manía de ensalzar lo extranjero y de denigrar lo propio, que no se estime Alegría y otros poemitas de sucesos
campesinos de la edad presente, aunque las comparaciones son odiosas, como Herman y Dorotea, de Goethe, y Evangelina, de long-fellow.
El otro poeta que vivió acaso en mayor
estrechez que Velarde, pero sobre cuyo sepulcro la muerte, justa dispensadora
de gloria, vertió de súbito esplendores que no se oscurecen y lauros que no se
marchitan, fue Gustavo Adolfo Becquer. Acaso nadie, después de Zorrilla, ha sido tan
popular en cuantos países
de ambos mundos se sigue hablando la lengua
castellana. Acaso en ningún Estado de la América ni en nuestra Península
guarden las gentes en la memoria ni reciten con mayor efusión que los versos de
Becquer los de cualquiera otro poeta del día por celebrado que sea. Menester es,
por consiguiente, que aun digamos algo de Becquer al empezar el siguiente artículo,
aunque se dilate más de lo que pensábamos nuestro trabajo.
Florilegio de poesía castellana, Juan Valera 1824 1905
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