NUEVAS POESIAS
DE J.F.VELARDE. (SEVILLA, 1878)
Con la mayor
satisfacción hemos leído el reciente libro que con título de
Nuevas Poesías ha publicado en Sevilla el inspirado poeta Sr,
Velarde.
En una época en
que todos los ámbitos de la Península salen a la luz tantos volúmenes de
versos, un tomo de poesías es en acontecimiento que no merece pasar desapercibido.
Con esto queda
dicho que el Sr. Velarde es un verdadero poeta, un poeta espontáneo, si se
permite el calificativo para diferenciarlo de esa pléyade aterradoramente
numerosa de versificadores obstinados en rebelarse contra la naturaleza que les
ha negado facilidad e inspiración.
No es una
colección de poesías sueltas obra que pueda analizarse en conjunto faltando la conexión
y enlace que permitan juzgar en globo una producción.
En general
podremos decir que el estilo y las versificaciones son correctos y fluidos, que
la dicción es pura, que hay novedad en las imágenes, elevación unas veces, y
sencillez y naturalidad otras, cuando el auto lo requiere.
No podremos
afirmar que la obra está totalmente exenta de defectos; pero nunca ligeros
lunares hicieron desmerecer una hermosura.
El Sr. Velarde
será el primero en reconocerlo, y no necesitará que se lo indiquen; fuera de
que como hijo de Horacio: ubi plura nitent in carmina, non ego paucis offendar
maculis, etc.
Penetrando en el
fondo de la obra, vemos en el Sr. Velarde un poeta cristiano, espiritualista,
lleno de fe, de entusiasmo y de esperanza; no le son desconocidos los combates,
los dolores de la vida; pero su inteligencia y su razón ven el puro manantial
del consuelo junto al torrente desolador de las luchas del alma.
Como cada época
tiene sus corrientes filosóficas y literarias, es un hecho que las liras contemporáneas
se encuentran generalmente impregnadas de un pesimismo desconsolador y que apenas se escucha otra
cosa que un eterno renegar de la humanidad y de la existencia.
Se obstinan en
presentar la sociedad como un conjunto de lobos ávidos por comerse unos a
otros, sin considerar que forman parte de ella; y nos pintan la vida como el
más horrible de los suplicios, cuando tal vez ellos, más que otros, disfrutan
de las dulzuras que ofrece.
El Sr. Velarde
ha evitado discretamente este escollo, conservándose en ese justo medio que es,
en nuestro concepto, la única verdad. Hay grandes males en la tierra; hay también
sublimes consuelos que mitiguen nuestra amargura.
La religión le
ha prestado una de sus mejores inspiraciones, y no podemos resistir al deseo de
transcribir una décima de la composición "Ante un Crucifijo,"
radiante de grandeza y de fantasía:
Tú formaste, al crear
del universo el palacio,
con un suspiro el espacio,
con una lágrima el mar;
y queriéndonos probar
que el que te adora te alcanza,
como señal de bonanza
dibujaste en el cielo,
la aurora, que es la esperanza
del universo el palacio,
con un suspiro el espacio,
con una lágrima el mar;
y queriéndonos probar
que el que te adora te alcanza,
como señal de bonanza
dibujaste en el cielo,
la aurora, que es la esperanza
El que
así siente, y piensa de esa manera, aún tiene un mundo entero que explotar; el
que se encierra en un escepticismo frío y desconsolador, jamás podrá pasar del
estrecho límite de una negación o de la vaguedad de una duda.
Descendiendo
a detalles, difícilmente podríamos señalar una composición del libro del Sr. Velarde
que no merezca los honores de una lectura detenida.
Comienza
por una " Introducción del poeta a su musa" que bien merece el lugar
preferente que le concede: Castiza y correcta en la forma, profunda en el
fondo, da a conocer perfectamente la noble y elevada misión del verdadero
poeta:
No el
oído del prócer empalagues,
ni
con bajeza halagues
los
instintos brutales de la plebe;
cual
la alondra remóntate a la altura,
conservándote
pura
como
en el monte altísimo la nieve.
Tu
plectro arranque vibracion sonora;
suspira,
canta, llora
con
la fe y entusiasmo del profeta:
entre
el cielo y la tierra está la nube
que
espaciándose sube,
y
entre Dios y los hombres el poeta."
Sería
preciso copiar el libro entero para dar a conocer las innumerables bellezas en
que abunda; pero no siendo ese nuestro propósito, ni queriendo perjudicar los
intereses del editor, nos atreveremos únicamente a transcribir, como, como fin
de citas, y ya que tenemos el libro abierto, el siguiente pensamiento del
pequeño poema "El Hogar" que bien merece el trabajo de la copia:
Conquistadores
que halláis
estrecho
para
vosotros
el mundo
entero,
¡siempre
anhelado
siempre
sufriendo¡
Sér
ambicioso
que estás
sediento
de
honores, glorias
y
altos empleos,
y al
no alcanzarlos
vives
muriendo,
y al
conseguirlos
te
causan tédio;
y tú
que anhelas
ver
tus deseos
hechos
designios
del
alto cielo,
mediará
siempre
un
mar inmenso
de
vuestros triunfos
a
vuestros sueños,
y en
la cabaña
que con
desprecio
veis
en la cumbre
del
alto cerro,
de la
humana ventura
se halla
el secreto.
Los tercetos
a su padre y madre están escritos con el sentimiento y la verdad naturales al
dirigirse a los seres más amados, sentimiento y verdad que hace poetas aun a
los que jamás escribieron un verso.
¡Júzguese
cuáles serán sus efectos en un alma susceptible de inspiración!
Por no
ser molesto al lector que desconozca la obra, que mal puede digerirse una
crítica cuando no tiene conocimiento del objeto sobre que recae, renunciamos a
analizar una por una las restantes poesías, puesto que todas realmente lo
merecen.
Aun así,
no podemos resistir a la tentación de terminar nuestro trabajo dando a conocer
algunas cuartetas de los bellísimos consejos a Carmen:
¡Ser mujer! ¡Ay! No sabes lo que quieres,
Por la inocencia tu razón velada;
En el mundo en que sólo ves placeres,
Es, Carmen, ser mujer, ser desgraciada.
Su destino es amar, y el desengaño
Tan solo queda al fin de los amores;
Cual quedan solo espinas que hacen daño,
Al deshojarse las marchitas flores.
Si una falta comete, siempre el mundo,
Que se fija en el mal y el bien olvida,
La escarnece frenético, iracundo,
Gozándose en mirarla envilecida.
No ve que es culpa suya aquel delito,
Pues de mil seducciones la rodea;
La empuja, y al caer da siempre el grito
De ¡Maldita mujer, maldita sea!
Por la inocencia tu razón velada;
En el mundo en que sólo ves placeres,
Es, Carmen, ser mujer, ser desgraciada.
Su destino es amar, y el desengaño
Tan solo queda al fin de los amores;
Cual quedan solo espinas que hacen daño,
Al deshojarse las marchitas flores.
Si una falta comete, siempre el mundo,
Que se fija en el mal y el bien olvida,
La escarnece frenético, iracundo,
Gozándose en mirarla envilecida.
No ve que es culpa suya aquel delito,
Pues de mil seducciones la rodea;
La empuja, y al caer da siempre el grito
De ¡Maldita mujer, maldita sea!
En suma
Sr. Velarde está llamado a ayudar al sostenimiento del vistoso pabellón de la
línea española, cuya desaparición proclaman en vano y hace tiempo algunos
Aristarco descontentadizos. La obra es grande, la gloria es segura, el provecho
material casi nulo; pero tampoco lo necesita quien sigue los impulsos de su
corazón y de su conciencia.
Felicitamos
sinceramente al Sr. Velarde por su última obra, y deseamos verle autor de
muchas otras de igual mérito para gloria suya y honra del Parnaso español!
Casto
VILAR y GARCIA.
4/9/1878 La Mañana, Periódico Político y Literario
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