martes, 17 de diciembre de 2019

Nuevas poesias, en "La Mañana, Periódico Político y Literario"


NUEVAS POESIAS
DE J.F.VELARDE. (SEVILLA, 1878)
Con la mayor satisfacción hemos leído el reciente libro que con título  de Nuevas Poesías ha publicado en Sevilla el inspirado poeta Sr, Velarde.
En una época en que todos los ámbitos de la Península salen a la luz tantos volúmenes de versos, un tomo de poesías es en acontecimiento que no merece pasar desapercibido.
Con esto queda dicho que el Sr. Velarde es un verdadero poeta, un poeta espontáneo, si se permite el calificativo para diferenciarlo de esa pléyade aterradoramente numerosa de versificadores obstinados en rebelarse contra la naturaleza que les ha negado facilidad e inspiración.
No es una colección de poesías sueltas obra que pueda analizarse en conjunto faltando la conexión y enlace que permitan juzgar en globo una producción.
En general podremos decir que el estilo y las versificaciones son correctos y fluidos, que la dicción es pura, que hay novedad en las imágenes, elevación unas veces, y sencillez y naturalidad otras, cuando el auto lo requiere.

No podremos afirmar que la obra está totalmente exenta de defectos; pero nunca ligeros lunares hicieron desmerecer una hermosura.
El Sr. Velarde será el primero en reconocerlo, y no necesitará que se lo indiquen; fuera de que como hijo de Horacio: ubi plura nitent in carmina, non ego paucis offendar maculis, etc.
Penetrando en el fondo de la obra, vemos en el Sr. Velarde un poeta cristiano, espiritualista, lleno de fe, de entusiasmo y de esperanza; no le son desconocidos los combates, los dolores de la vida; pero su inteligencia y su razón ven el puro manantial del consuelo junto al torrente desolador de las luchas del alma.
Como cada época tiene sus corrientes filosóficas y literarias, es un hecho que las liras contemporáneas se encuentran generalmente impregnadas de un pesimismo  desconsolador y que apenas se escucha otra cosa que un eterno renegar de la humanidad y de la existencia.
Se obstinan en presentar la sociedad como un conjunto de lobos ávidos por comerse unos a otros, sin considerar que forman parte de ella; y nos pintan la vida como el más horrible de los suplicios, cuando tal vez ellos, más que otros, disfrutan de las dulzuras que ofrece.
El Sr. Velarde ha evitado discretamente este escollo, conservándose en ese justo medio que es, en nuestro concepto, la única verdad. Hay grandes males en la tierra; hay también sublimes consuelos que mitiguen nuestra amargura.
La religión le ha prestado una de sus mejores inspiraciones, y no podemos resistir al deseo de transcribir una décima de la composición "Ante un Crucifijo," radiante de grandeza y de fantasía:
Tú formaste, al crear    
del universo el palacio,
con un suspiro el espacio,
con una lágrima el mar;

y queriéndonos probar
que el que te adora te alcanza,
como señal de bonanza
dibujaste en el cielo,
la aurora, que es la esperanza
El que así siente, y piensa de esa manera, aún tiene un mundo entero que explotar; el que se encierra en un escepticismo frío y desconsolador, jamás podrá pasar del estrecho límite de una negación o de la vaguedad de una duda.
Descendiendo a detalles, difícilmente podríamos señalar una composición del libro del Sr. Velarde que no merezca los honores de una lectura detenida.
Comienza por una " Introducción del poeta a su musa" que bien merece el lugar preferente que le concede: Castiza y correcta en la forma, profunda en el fondo, da a conocer perfectamente la noble y elevada misión del verdadero poeta:
                                           No el oído del prócer empalagues,
                                           ni con bajeza halagues
                                           los instintos brutales de la plebe;
                                           cual la alondra remóntate a la altura,
                                           conservándote pura
                                           como en el monte altísimo la nieve.
                                           Tu plectro arranque vibracion sonora;
                                           suspira, canta, llora
                                           con la fe y entusiasmo del profeta:
                                           entre el cielo y la tierra está la nube
                                           que espaciándose sube,
                                           y entre Dios y los hombres el poeta."
Sería preciso copiar el libro entero para dar a conocer las innumerables bellezas en que abunda; pero no siendo ese nuestro propósito, ni queriendo perjudicar los intereses del editor, nos atreveremos únicamente a transcribir, como, como fin de citas, y ya que tenemos el libro abierto, el siguiente pensamiento del pequeño poema "El Hogar" que bien merece el trabajo de la copia:
                                           Conquistadores
                                           que halláis estrecho
                                           para vosotros
                                           el mundo entero,
                                           ¡siempre anhelado
                                           siempre sufriendo¡
                                           Sér ambicioso
                                           que estás sediento
                                           de honores, glorias
                                           y altos empleos,
                                           y al no alcanzarlos
                                           vives muriendo,
                                           y al conseguirlos
                                           te causan tédio;
                                           y tú que anhelas
                                           ver tus deseos
                                           hechos designios
                                           del alto cielo,
                                           mediará siempre
                                           un mar inmenso
                                           de vuestros triunfos
                                           a vuestros sueños,
                                           y en la cabaña
                                           que con desprecio
                                           veis en la cumbre
                                           del alto cerro,
                                           de la humana ventura
                                           se halla el secreto.
Los tercetos a su padre y madre están escritos con el sentimiento y la verdad naturales al dirigirse a los seres más amados, sentimiento y verdad que hace poetas aun a los que jamás escribieron un verso.
¡Júzguese cuáles serán sus efectos en un alma susceptible de inspiración!
Por no ser molesto al lector que desconozca la obra, que mal puede digerirse una crítica cuando no tiene conocimiento del objeto sobre que recae, renunciamos a analizar una por una las restantes poesías, puesto que todas realmente lo merecen.
Aun así, no podemos resistir a la tentación de terminar nuestro trabajo dando a conocer algunas cuartetas de los bellísimos consejos a Carmen:
 ¡Ser mujer! ¡Ay! No sabes lo que quieres,
Por la inocencia tu razón velada;
En el mundo en que sólo ves placeres,
Es, Carmen, ser mujer, ser desgraciada.

Su destino es amar, y el desengaño
Tan solo queda al fin de los amores;
Cual quedan solo espinas que hacen daño,
Al deshojarse las marchitas flores.

Si una falta comete, siempre el mundo,
Que se fija en el mal y el bien olvida,
La escarnece frenético, iracundo,
Gozándose en mirarla envilecida.

No ve que es culpa suya aquel delito,
Pues de mil seducciones la rodea;
La empuja, y al caer da siempre el grito
De ¡Maldita mujer, maldita sea!
En suma Sr. Velarde está llamado a ayudar al sostenimiento del vistoso pabellón de la línea española, cuya desaparición proclaman en vano y hace tiempo algunos Aristarco descontentadizos. La obra es grande, la gloria es segura, el provecho material casi nulo; pero tampoco lo necesita quien sigue los impulsos de su corazón  y de su conciencia.
Felicitamos sinceramente al Sr. Velarde por su última obra, y deseamos verle autor de muchas otras de igual mérito para gloria suya y honra del Parnaso español!
Casto VILAR y GARCIA.



4/9/1878 La Mañana, Periódico Político y Literario

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