martes, 14 de diciembre de 2021

El Nacimiento



La tarde de navidad,
Un niño, envuelto en andrajos,
Corría con ansiedad
Por trochas y por atajos
Camino de la ciudad.

Pero la noche cerró
De repente tan oscura,
Que en el monte se perdió,
Y medroso, a la ventura,
Caminando prosiguió.

Cuando ya desfallecía,
Una luz que vio a lo lejos
Le infundió más alegría
Que los rosados reflejos
Que anuncian el nuevo día.

En ella fijo los ojos,
Por el llanto acerbo rojos,
Aligeró el paso breve
Por entre zarzas y abrojos
Que iba bordando la nieve.

Y después de caminar
Tan veloz como un anhelo,
En una casa fue a dar,
Y el triste creyó llegar
A los umbrales del cielo.

De la casa en lo interior
Resonaban a la vez
La zambomba, el almirez,
La guitarra y el tambor.


Y olvidando sus pesares
Absorto quedóse, oyendo
El descomunal estruendo
De músicas y cantares

Cuando de tal abstracción
El hambre le hizo salir,
Empinóse para asir
De la puerta el aldabón.


Mas no lo pudo alcanzar,
Y llamó con débil mano.
Hasta que notó que en vano
Se fatigaba en llamar.

Dentro el bullicio aumentó,
Y el niño, yerto de frío,
Llorando y falto de brío,
En el umbral se sentó.
No lejos de la anchurosa
Chimenea de campana,
Donde está colgado al humo
Lo mejor de la matanza,

Levántase el Nacimiento
De tanto bullicio causa,
Sobre mesas y tarimas
Y orlado de verdes ramas.

¡Cuánto lujo y artificio!
¡Qué obra tan bella y tan magna!
¡Hasta al mismo Churiguera
Envidia y pasmo causara!

La guardia civil asoma
A las torres almenadas
Del castillo, donde Herodes
Tocar a degüello manda.

Junto a San José y la virgen
Que van pidiendo posada,
Vende fósforos un niño
Y un tren de viajeros pasa.

Al lado de un pretoriano
Está un pastor de la Alcarria,
Y un oso blanco a la sombra
De una palmera africana.

Aquí arroyuelos de vidrio
Donde las manolas lavan,
Y allí una iglesia que tiene
Cascabeles por campanas.

Por las veredas angostas
De una altísima montaña,
Hecha de corcho pintado
Y de papeles de estraza,

Con los gibosos camellos,
Los tres Reyes magos bajan
Precedidos de una estrella
Rabuda de hoja de lata.

No muy lejos, los pastores,
Que están de cena, se espantan
Viéndose venir encima
Un ángel de luengas alas;

Y camino del pesebre,
Donde echado sobre paja
Y entre flores y candelas
El Niño de Dios descansa,

Todos los seres del mundo
En tropel revuelto marchan,
Desde el elefante al gallo
Desde el labriego al monarca.

En torno del nacimiento
¡Qué estrepitosa algazara!
Viejos, mozos y rapaces
Todos ríen, todos cantan.

A poco viene la cena,
El vino añejo se escancia,
Y a los cantares suceden
Gritos, y risas, y chanzas.

Tras de la sopa de almendras
Y la rica besugada,
Sírvese el pavo relleno
De aceitunas y de pasas:

Y el mazapán y el hojaldre
Siguen a las empanadas,
Y el turrón y la jalea
A las nueces y castañas.

Hierve el mosto en los cerebros,
Y se rompe toda traba;
Enamóranse los mozos,
Hasta los ancianos bailan,

Y los traviesos rapaces
A porfías y con tal gana
Alborotan, que parece
Que se esta hundiendo la casa.

Y no termina el estruendo
De la jubilosa zambra
Hasta que asoma en Oriente
La primera luz del alba.

¿Qué en tanto del inocente
Que afuera cayó rendido?
Escuchando aquel ruido,
Aturdióse y lentamente
Se fue quedando dormido.

Entonces creyó soñar
Que cada copo nevado,
Que iba cayendo a su lado,
Se trocaba en el manjar
O en el juguete anhelado,

Y que, descorrido el velo
De las nubes, le invitaba
Su madre a subir al cielo,
Y que a ella, en rápido vuelo,
Alegre se remontaba.

Al lucir el nuevo día,
De la casa en el umbral,
El cadáver se veía
De un niño, que sonreía,
En éxtasis celestial.

José Velarde

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