José P. Velarde Yusti (Conil, Cádiz, 1849- Madrid, 1892) estudió Medicina en Cádiz, se trasladó luego a Sevilla y, hacia 1873, ejercía con poco interés su oficio como médico de la Beneficencia. La literatura fue su verdadera vocación; era asiduo a la tertulia literaria del Liceo y participaba en los periódicos La Tribuna, El Demócrata Andaluz, El gran Mundo o El Liceo Sevillano junto a los jóvenes escritores hispalenses Carlos Peñaranda, Juan José Bueno o Luis Montoto y Rautenstrauch. Este último le evoca en sus memorias y le dedica varias reseñas y semblanzas. Gaspar Núñez de Arce, su primer maestro en las letras, le animó a marchar a Madrid en 1878; «otro Don Quijote en busca de aventuras», glosa Luis Montoto. En la capital abandonó la medicina por la literatura. A su parnaso particular había incorporado a José Zorrilla y a Ramón de Campoamor, quien, en su cargo de director general de Beneficencia, le concedió una credencial de seis mil reales. En 1897, Cánovas del Castillo le dio otro destino más rentable en Hacienda. En Madrid frecuentó tertulias (entre ellas la de Juan Valera), salones y el Ateneo, espacio en el que consiguió grandes triunfos con la lectura de los poemas Fray Juan, A Dios y Laredo. En su «Cacharrería» conoció y trabó amistad con Zorrilla, Valera, Echegaray, Campoamor, Balart, Grilo y Ruiz Aguilera. Siguiendo el patrón común del siglo XIX de literato-político, ingresó en las filas de los liberales junto a Cánovas del Castillo, y fue monárquico convencido defensor de Alfonso XII.
Coincidiendo con la de Zorrilla, su biografía parece llena de infortunios. «Crítica despiadada y acerba se ensañó contra este vate bondadoso y dulcísimo y le amargó la vida», escribe Juan Valera, refiriéndose con probabilidad a los descalificadores comentarios de que fue objeto por parte del temido Clarín, Antonio de Valbuena o Emilio Bobadilla. En la correspondencia con Zorrilla se adivinan los vaivenes en la fortuna (literaria y crematística) del gaditano, que pasa por etapas de amargura y necesidad. La publicación en periódicos y revistas alivió en parte su penuria (por ejemplo, sus colaboraciones en La Ilustración Española y Americana) e intentó triunfar en el teatro (con Juan Antonio Cavestany estrenó con éxito el drama Pedro el Bastardo). No obstante, para mantener a la familia tuvo que valerse de la ayuda de la duquesa de Almodóvar del Río, quién consiguió, al decir de Montoto, que el Marques de Comilla le auxiliase en sus últimos años. Pese a todo, su final fue triste según cuenta E. Martínez de Velasco en la necrológica inserta en La Ilustración Española y Americana: murió en la miseria, dejando viuda y seis hijos. Pocos días antes, había remitido a la dirección de la revista la parte V de su poema «Alegría» y una carta jocosa para Antonio Cánovas del Castillo con motivo de su boda, al que ahora se pide, en su cargo de Presidente del Gobierno, protección para la desamparada familia. « ¡Hambre! ¡Viuda! ¡Huérfanos! […] / ¡Pobre Velarde!/ ¡Cómo en la tumba mendigando brillas!», lamenta Francisco Rodríguez Marín en su soneto a su memoria.
Zorrilla y Velarde tenían algo más en común: su facilidad para declamar en alta voz. Fue proverbial la calidad del recitado zorrillesco en lecturas públicas a lo largo de todo el país. Velarde también compuso versos pensando en esta difusión y actuó en el Ateneo, los salones de la aristocracia y en teatros como El Español. Cuenta Montoto que Zorrilla, tras escucharle en el Ateneo el poema A Dios, le dijo entusiasmado: «Eso no lo ha dicho nadie en castellano: haga usted el favor de repetirlo».
Tal vez lo más interesante de la producción velardiana para el lector actual son los poemas breves y leyendas («El Trovador», «Teodomiro», «Toros y cañas», «El año campestre»), en los que advierte el flujo zorrilesco. En su época fueron muy valorados también los de carácter civil, a la manera de Núñez de Arce, como «El poeta a su musa» y «Tempestades» texto seleccionado por Narciso Alonso Cortés para Las cien mejores poesías del siglo XIX. Juan Valera le había incluido antes en el tomo IV de su Florilegio de poesías castellanas del siglo XIX. Su obra se colecciona en varios volúmenes (Poesías, Sevilla, 1876; Nuevas poesías, Sevilla, 1878, 2ª ed., 1881) y folletos; uno de estos últimos, A orilla del mar (1882), está dedicado «Al gran poeta Zorrilla». El 5 de enero de 1881, Velarde afirmaba en carta a Luis Montoto: Zorrilla, poeta de las entrañas del pueblo, tendrá más vida que todos [le compara con otros vates], a pesar de sus incorrecciones y desmayos». Los libros del autor se reunieron en Obras poéticas (1886, 2 Vols.) con el añadido de los poemas dispersos en revistas.
Boletín de la Real Academia Española Tomo LXXXVIII Cuaderno CCXVIII Julio-Diciembre de 2008
Cartas de José Zorrilla al poeta José Velarde (1881-1891)
Marta Palenque
Coincidiendo con la de Zorrilla, su biografía parece llena de infortunios. «Crítica despiadada y acerba se ensañó contra este vate bondadoso y dulcísimo y le amargó la vida», escribe Juan Valera, refiriéndose con probabilidad a los descalificadores comentarios de que fue objeto por parte del temido Clarín, Antonio de Valbuena o Emilio Bobadilla. En la correspondencia con Zorrilla se adivinan los vaivenes en la fortuna (literaria y crematística) del gaditano, que pasa por etapas de amargura y necesidad. La publicación en periódicos y revistas alivió en parte su penuria (por ejemplo, sus colaboraciones en La Ilustración Española y Americana) e intentó triunfar en el teatro (con Juan Antonio Cavestany estrenó con éxito el drama Pedro el Bastardo). No obstante, para mantener a la familia tuvo que valerse de la ayuda de la duquesa de Almodóvar del Río, quién consiguió, al decir de Montoto, que el Marques de Comilla le auxiliase en sus últimos años. Pese a todo, su final fue triste según cuenta E. Martínez de Velasco en la necrológica inserta en La Ilustración Española y Americana: murió en la miseria, dejando viuda y seis hijos. Pocos días antes, había remitido a la dirección de la revista la parte V de su poema «Alegría» y una carta jocosa para Antonio Cánovas del Castillo con motivo de su boda, al que ahora se pide, en su cargo de Presidente del Gobierno, protección para la desamparada familia. « ¡Hambre! ¡Viuda! ¡Huérfanos! […] / ¡Pobre Velarde!/ ¡Cómo en la tumba mendigando brillas!», lamenta Francisco Rodríguez Marín en su soneto a su memoria.
Zorrilla y Velarde tenían algo más en común: su facilidad para declamar en alta voz. Fue proverbial la calidad del recitado zorrillesco en lecturas públicas a lo largo de todo el país. Velarde también compuso versos pensando en esta difusión y actuó en el Ateneo, los salones de la aristocracia y en teatros como El Español. Cuenta Montoto que Zorrilla, tras escucharle en el Ateneo el poema A Dios, le dijo entusiasmado: «Eso no lo ha dicho nadie en castellano: haga usted el favor de repetirlo».
Tal vez lo más interesante de la producción velardiana para el lector actual son los poemas breves y leyendas («El Trovador», «Teodomiro», «Toros y cañas», «El año campestre»), en los que advierte el flujo zorrilesco. En su época fueron muy valorados también los de carácter civil, a la manera de Núñez de Arce, como «El poeta a su musa» y «Tempestades» texto seleccionado por Narciso Alonso Cortés para Las cien mejores poesías del siglo XIX. Juan Valera le había incluido antes en el tomo IV de su Florilegio de poesías castellanas del siglo XIX. Su obra se colecciona en varios volúmenes (Poesías, Sevilla, 1876; Nuevas poesías, Sevilla, 1878, 2ª ed., 1881) y folletos; uno de estos últimos, A orilla del mar (1882), está dedicado «Al gran poeta Zorrilla». El 5 de enero de 1881, Velarde afirmaba en carta a Luis Montoto: Zorrilla, poeta de las entrañas del pueblo, tendrá más vida que todos [le compara con otros vates], a pesar de sus incorrecciones y desmayos». Los libros del autor se reunieron en Obras poéticas (1886, 2 Vols.) con el añadido de los poemas dispersos en revistas.
Boletín de la Real Academia Española Tomo LXXXVIII Cuaderno CCXVIII Julio-Diciembre de 2008
Cartas de José Zorrilla al poeta José Velarde (1881-1891)
Marta Palenque
Sabia parte de la vida de jose velarde , mas hoy cuanto lucho en la vida literaria. No sabia que tuvo cinco hijos ...de ahi que tenga decedencia en hispanoamerica.. mas crei que falleciera mayor , como alberti o celaya..., mas fue bastante joven. La vida es asi de cruel . Su poesia me gusta y que sea gaditano mucho mas de ahi esa especial sensibilidad tan especial de nuestra tierra . El internet aun no me adopto , mas la vida sigue , aunque para mi nada es igual... juana maria heras sevillano , para mis companeros de azahar .
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