Júlio Cesar (Cáritas)
La fuente del haya(De Lamartine)
Fuente murmuradora y cristalina
Que de la roca, por tu impulso abierta,
Surges, rodando en limpia cascada
Sobre la verde y florecida hierba;
Roto el tazón pulido de alabastro
Donde caías desatada en trenza,
Tu veneno se escapa y va a perderse
A los húmedos bajos de la selva.
No arroja ya por las nasales fosas
Tu delfín, coronado de la hiedra,
En luminosos arcos espumosos
El caudal de tus aguas plañideras;
Ni tienes otro amparo que la sombra
Del haya que en ti viéndose contempla
Cómo su corazón carcome el tiempo,
Su sabia enfría y su ramaje seca.
En otoño sus hojas amarillas
Caen en ti como lluvia de tristeza,
Y el húmedo verdín va de tu estanque
Corroyendo las mal unidas piedras.
Mas tú no dejas de brotar, fecunda
Como esas almas pródigas y tiernas
Que, maltratadas, su dolor olvidan
Por consolar la desventura ajena.
Sobre tu rota pila recostado,
Miro cómo te filtras en la tierra,
O detienes tu curso rumoroso
En las guijas que al paso redondeas.
De tu perpetuo gotear escucho
La acompasada y dulce cantinela,
Triste como suspiro entrecortado,
Engañosa cual canto de sirena.
A esta voz las imágenes doradas
De mi perdida juventud despiertan,
Y el corazón se me hinche de amargura
Cuando derramo la memoria en ellas.
¡Cuántas veces dichoso fui a tu margen!
¡Cuántas se unió tu acento al de mis quejas
¡Cuántas corrió mi llanto con tus olas!
¡Y cuántas me adormiste en la ribera ¡
Yo era aquel que tus ondas alteraba,
Blanco niño de rubia caballera;
Tus ondas, que parecen por lo dulces
Para los jugos infantiles hechas.
Yo, quien dormido bajo el verde toldo
Del haya secular que te sombrea,
Flotar ante mis ojos vi más sueños
Que leves gotas tu venero cuenta.
Mas ¡cuán falso el espléndido horizonte
De aquella edad! Tan engañoso era
Como las nubes que la aurora enciende
Que siendo sombra claridad semejan.
Más tarde, ¡cuántas veces, mal herido
Por las borrascas de la vida fieras,
En la roca en que naces apoyaba,
Buscando tu frescura, mi cabeza!
Entre las manos ocultando el rostro,
Te miraba sin ver; cayendo mientras
En tu cristal mis lágrimas, tan graves
Cual la lluvia en que rompe la tormenta.
Siempre buscó tu dulce compañía
Mi corazón para llorar sus penas;
Que a mis roncos sollozos, con los tuyos
Parece que amorosa me contestas.
Mas ¡ay! Mis pensamientos fugitivos
No siguen de tus ondas la carrera,
Como las hojas que esparció la brisa
Y a los torrentes arrastradas llevas.
Huyen del mundo, sí; pero a tu acento
En el fondo del bosque se congregan,
Y al mundo rayo de la blanca luna
Sobre las flores y tus aguas vuelan.
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Deja que en vez de acompañarte al rio
Que a la amargura de la mar te lleva,
Tu curso haca atrás siga, hasta que encuentre
La mano poderosa que te crea.
Ora te veo vaporosa nube
Que cual nimbo dorado al sol rodea,
Ora nublado que revienta en fuego,
Ora rocío o corredora niebla.
Rugir te escucho ronca en el abismo
Donde te absorbe la abrasada arena,
O veo cual te traga gota a gota
Por sus poros famélicos la hierba.
Filtrada por crisoles misteriosos
Surgen después desmenuzada en perlas,
O en el lago te aduermes donde copias
El azul luminoso de la esfera.
Si apareces, anímase el desierto
Y su encendida atmósfera refrescas,
Y el árbol crece, y hacia ti se inclina
Para ocultarte a la solar hoguera.
Tu murmullo, reclamo cariñoso,
A los errantes pájaros congrega,
Y te bebe en el hueco de la mano
El hombre de rodillas en la tierra.
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¡Cuán diferente el rostro que copiaste
En tu cristal ayer del que hoy contemplas!
¡Es, ay, que el cisne de plumaje cambia!
¡Que el invierno deshoja la arboleda!
Pronto quizás con los cabellos blancos
A tu haya secular pedir me veas
Un báculo piadoso que me ayude
A caminar seguro por la tierra.
A tu margen sentado pensativo
Y presintiendo ya mi hora postrera,
Aprenderé a morir del dulce curso
Con que gozosa hacia la muerte ruedas.
Tus aguas viendo huir gota por gota
Y perderse a oleadas en la arena,
-He aquí el camino-me diré-por donde
Las seguirá corriendo mi existencia.-
¿Cuánto este día tardará? ¿Qué importa?
¡Corre, fuente, te sigo en tu carrera!
Para mi el postrer rayo de esa tarde
Será el primero de la aurora eterna.
Madrid Agosto 1891 José Velarde
Se publico en La Ilustración Española y Americana el 8 de Enero de 1892
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