Datos de interés sobre la imagen de Nuestra Señora de las Virtudes
Se trata de un gracioso grupo escultórico de la Virgen con el niño, de apenas unos treinta centímetros de altura, que data de finales del siglo XIII. La virgen aparece en actitud levemente mayestática con aire de empaque risueño, tan característico del periodo gótico. Sostiene al Niño en su brazo izquierdo y este, apoyado en la Madre ensaya una bendición con su mano derecha.
Su origen puede ser aragonés y quizás traída de Italia, lo que evidencia una airosa lazada tallada sobre loa cabellos cuyos extremos caen hacia atrás.
Tradicionalmente se ha tenido en Conil como objeto de una donación de la casa de Medina Sidonia, Señores de la Villa, cuando ese lugar era frontera del Reino de Castilla.
Se quiere incluir esta imagen entre las denominadas de arzón o batalladora, todo ello dentro de lo legendario.
De todos modos hay testimonio de haber estado ubicada en el siglo XVI o XVII, en el convento de los Mínimos y ser objeto de donación de los Duques. Un testimonio devocional del Prelado gaditano de la segunda mitad del siglo XVIII, Fr. Tomás del Valle, nos refiere como celebró la festividad de la Virgen en una de sus estancias en la Villa, donando valiosas joyas a esa imagen.
Estructura de la imagen
Esta imagen enhiesta fue realizada para su contemplación frontal pues tiene mas pormenorizada su talla en el adverso que por detrás, sobre todo desde la zona escapular hasta los pies. Podemos asegurar que ha llegado hasta nuestros días gracias al recubrimiento integro de que constaba, un cono de plata en torno a su figura.
Su policromía está compuesta con pigmentos jacinto y azules la zona de vestidura, que es la que mejor se conserva, destacando el interior de los pliegues donde se ha hallado una tonalidad azul ultramar luminoso. En la restauración se renovó el rostro de ambas figuras repintándose los arcos siliares bocas y ojos.
Siempre que me hallo en la tierra
Hermosa donde nací,
Que aun á los moros aterra,
Alzada frente a la sierra
Del imperio marroquí,
Me suele el sol encontrar,
Cuando declina y desmaya,
Absorto viendo llegar
Á la arena de la playa
Las roncas olas del mar.
Ya sigo la blanca estela
De la bien ceñida nave
Que al dar al viento la vela,
Sobre las espumas vuela
Rozándolas como un ave;
Ya á algún pájaro marino
Que va tras el pez sin tino,
Zambulléndose en las olas,
E imitando con su trino
Dulcisimas barcarolas.
Ávido aún de belleza
Escalo el coronamiento
De una antigua fortaleza,
Que hunde en el mar el cimiento
Y en las nubes la cabeza;
Y á medida que adelanta
Mi ascensión, se me figura
Que la atlántica llanura
Lentamente se levanta
Suspendida de la altura.
Bien me pongo a contemplar
Los árboles de un pinar
Que parecen, inclinados
Ejércitos derrotados
Que van huyendo del mar
Estático de placer
Miro en las aguas caer,
Como en hirviente crisol,
El rojo disco del sol
Que se ensancha al descender,
Y al disiparse sus huellas
De amaranto y de carmín,
Aparecen las estrellas
Temblorosas, blancas, bellas,
Como flores de jazmín.
Llama en esto a la oración
El destemplado esquilón
De la ermita donde mora
La Virgen, dominadora
Del furibundo aquilón,
Y al escuchar el sonido,
El adusto marinero,
Que quizás juraba fiero,
Calla y se quita, vencido,
De la cabeza el sombrero;
Pues no existe en derredor
Marinero ó pescador,
Que al desamarrar la lona,
No le rece con fervor,
Una salve a su patrona;
Virgen santa, que presume
De no usar otra presea
Que de corales no sea,
Ni otro incienso que el perfume
Embriagador de la brea.
Y que por ricos ex-votos
Y por galas en su altar,
Quiere los vestidos rotos
De los náufragos devotos
Á quienes salva del mar.
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