“SOMBRAS Y VOCES EN EL
CASTILLO”
(Homenaje a José
Velarde)
Aprovecho como título de estas líneas el que, -con el complemento de “el
eco de mi voz”-, me parece el más justo, el más amoroso y el más tierno
homenaje que me trae, en mi colaboración de este año, un recuerdo al poeta
local, oído más que visto y leído más que sentido.
Existe un intento de rememorar y homenajear al hijo pródigo, que desde la
Villa y corte evocaba con nostalgia su Conil natal en tantos y tantos poemas
con los que alcanzó la fama.
Debió de surgir esta iniciativa como todo aquello que tiene sensibilidad
histórica como una aparición venida de un fondo del siglo pasado.
Los muros del castillo y la torre de los Guzmanes, erguidos en su cantil
sobre el Atlántico desde hace siglos, batidos por el Levante unas veces y las
más por el Poniente, ha debido de sentir recientemente sombras que cruzaban y
habrán oído voces que resonaban. Sombras del pasado, voces de hoy. ¿Cómo no
iban a levantarse sombras y a resonar voces antes las piedras del Castillo?
Pasarían, quizás por el mar, frente a él, como siempre pasan, según las
leyendas en los Castillos vacíos, sombras múltiples de una larga historia.
Sombras de naves descubridoras, aún tanteando las frontera indecisa de la
novedad; sombras de la flota que venía de Sevilla, rumbo a las indias, y de la
Armada de Barlovento; los barcos piratas ingleses y holandeses, siempre
codiciosos; sombra de Nelson y de Churruca, inmolados en Trafalgar. Desfilaría
también, porque también es historia, las balandras y gabarras de la
Compañía Gaditana de Negros, con su siniestra y dolorida carga de esclavos
africanos, por fortuna, a las sombras del pasado se han juntado las voces de
hoy…
Sea por tanto, su poema alusivo al Castillo, el que cierre esta
colaboración, resonando sus estrofas cual eco melodioso, entre las grietas seculares
y sus bóvedas sombrías:
Ávido aún de belleza
escalo el coronamiento
de la antigua fortaleza,
que hunde en el mar el cimiento
y en las nubes la cabeza;
y a medida que adelanta
mi ascensión, se me figura
que la atlántica llanura
lentamente se levanta
suspendida de la altura.
Estático de placer
miro en las aguas caer,
como en hirviente crisol,
el rojo disco del sol
que se ensancha al descender
y al disiparse sus huellas
de acuarante y de carmín,
aparecen las estrellas
temblorosas, blancas, bellas,
como flores de jazmín.
RICARDO MORA CÁRDENAS
Conil, Septiembre 1987
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