viernes, 3 de enero de 2025

Velarde en el Programa de Feria de 1987


“SOMBRAS Y VOCES EN EL CASTILLO”

(Homenaje a José Velarde)

Aprovecho como título de estas líneas el que, -con el complemento de “el eco de mi voz”-, me parece el más justo, el más amoroso y el más tierno homenaje que me trae, en mi colaboración de este año, un recuerdo al poeta local, oído más que visto y leído más que sentido.

Existe un intento de rememorar y homenajear al hijo pródigo, que desde la Villa y corte evocaba con nostalgia su Conil natal en tantos y tantos poemas con los que alcanzó la fama.

Debió de surgir esta iniciativa como todo aquello que tiene sensibilidad histórica como una aparición venida de un fondo del siglo pasado.

Los muros del castillo y la torre de los Guzmanes, erguidos en su cantil sobre el Atlántico desde hace siglos, batidos por el Levante unas veces y las más por el Poniente, ha debido de sentir recientemente sombras que cruzaban y habrán oído voces que resonaban. Sombras del pasado, voces de hoy. ¿Cómo no iban a levantarse sombras y a resonar voces antes las piedras del Castillo?

Pasarían, quizás por el mar, frente a él, como siempre pasan, según las leyendas en los Castillos vacíos, sombras múltiples de una larga historia. Sombras de naves descubridoras, aún tanteando las frontera indecisa de la novedad; sombras de la flota que venía de Sevilla, rumbo a las indias, y de la Armada de Barlovento; los barcos piratas ingleses  y holandeses, siempre codiciosos; sombra de Nelson y de Churruca, inmolados en Trafalgar. Desfilaría también,  porque también es historia, las balandras y gabarras de la Compañía Gaditana de Negros, con su siniestra y dolorida carga de esclavos africanos, por fortuna, a las sombras del pasado se han juntado las voces de hoy…

Sea por tanto, su poema alusivo al Castillo, el que cierre esta colaboración, resonando sus estrofas cual eco melodioso, entre las grietas seculares y sus bóvedas sombrías:

Ávido aún de belleza

escalo el coronamiento

de la antigua fortaleza,

que hunde en el mar el cimiento

y en las nubes la cabeza;

y a medida que adelanta

mi ascensión, se me figura

que la atlántica llanura

lentamente se levanta

suspendida de la altura.

Estático de placer

miro en las aguas caer,

como en hirviente crisol,

el rojo disco del sol

que se ensancha al descender

y al disiparse sus huellas

de acuarante y de carmín,

aparecen las estrellas

temblorosas, blancas, bellas,

como flores de jazmín.

 

RICARDO MORA CÁRDENAS

Conil, Septiembre 1987

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