Había en el salón de sesiones, repleto y henchido de auditorio, gasas fúnebres, coronas, el retrato del señor Moreno Nieto, en lugar preferente, y un sillón vacío y de respeto, a la manera, si vale el símil, del caballo encubertado de negro y sin jinete, que los pages llevaban antiguamente tras del féretro del guerrero esclarecido.
El Sr. Cánovas del Castillo, que ha sucedido en la presidencia de aquella docta corporación al Sr. Moreno Nieto, leyó el discurso necrológico.
Baste decir, para ponderar su valía, -demostrada además de allí mismo con frecuentes, unánimes y ruidosos aplausos- que los más sañudos adversarios del insigne hombre de Estado, se han olvidado para elogiarle, del mayor de los crímenes del señor Cánovas, de haber hecho, y bien, política contraria a la suya.
José
Velarde leyó unas décimas
y Manuel de Palacios unas quintillas; pero con ser buenas unas y otras, aventajaron
a todas en éxito las magnificas estrofas de Manuel Fernández y González, leídas
con singular acierto por un joven ateneísta, el Sr. Fernández Shaw.
El homenaje en suma a la memoria del sabido profesor, fue
digno de él, digno del Ateneo y digno de España.
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