sábado, 19 de noviembre de 2022

Alfonso Velarde habla de su padre


JOSÉ VELARDE

 Don Alfonso Velarde, el hijo del gran poeta, siente por la memoria de su padre un culto conmovedor.


Al amor filial, a la admiración al talento, que su padre merece, se une un melancólico y triste sentimiento de piedad hacia el hombre noble y bueno, que luchó en vida con tantas asperezas y cayó en un injusto olvido, después de su muerte, en plena juventud, cuando comenzaban a sonreírle la gloria y la fortuna.

-Velarde era andaluz- le digo-. Tal vez se pueda buscar en esto la causa del inexplicable olvido. Los andaluces tenemos el pecado de no saber honrar y recordar nuestras glorias, como lo hacen las otras regiones de España. Quizás por lo mucho que en nuestra región abundan. ¿En qué pueblo de la provincia de Cádiz nació su padre?

-En Conil, un lugar que él adoró siempre; se le representaba en su imaginación con los colores más bellos y siempre influyó en su poesía. Mil veces describía su iglesia, el campo santo unido a ella, en el que deseaba reposar, y la placidez de su ambiente; Recuerdo que hablando de la campana que interrumpía su sueño de niño, dijo: 

*Ni en San Pedro de Roma,

Hay campana que suene como aquélla*

-¿Sabe usted en qué año nació?

-En 1849. Yo era aún muy niño cuando murió, pero mi madre que lo adoraba, nos hablaba frecuentemente de él a mis hermanos y a mí, sé que en su juventud estudió medicina, en Cádiz. Él decía que toda su vocación de poeta la debía al maestro de su pueblo que le enseñó Gramática.

Sé que en Sevilla fundó un periódico republicano, cuyo nombre no recuerdo, y publicó su primer libro de versos, “Voces del alma”.

-¿Cuándo vino a Madrid?

-En 1877, ya casado con mi madre, doña Lucía de Castro, y ya nacida la mayor de mis hermanas. Mi padre la adoraba y a ella dedicó sus versos:

 

*Prefiero a todo triunfo, a toda palma,

a ver mi nombre en pórfido o granito

que la hija de mi alma

lea sin rubor lo que su padre ha escrito

 

Era tan amante de la familia que en una de las veladas en que aplaudían sus versos en el teatro y lo llamaban a escena, salió al público, y llevó consigo a mi madre para ofrecerle la ovación.

-¿Y de qué vivía?

-Modestamente, de un destinillo en Gobernación, en una oficina cuyo jefe era Campoamor, y donde había empleados tantos poetas que le llamaban el Parnasillo.

-Tengo entendido -le digo- que su situación en la sociedad era excelente. Le bastó su primera lectura en el Ateneo para tener la consagración.

-Sí, su fama y su gloria eran superiores a sus medios de fortuna –me dice don Alfonso con el noble orgullo de quien prefiere su linaje a sus tesoros-. Mi padre era noble, honrado y caballeroso, ajeno a toda intriga y todos lo estimaban. Tenía grandes amigos entre la aristocracia empezando por el Rey Don Alfonso XII, al que lo presentó Moreno Nieto. Por cierto que fue un día al salir de la oficina, en traje de trabajo, cuando lo cogió y lo llevó a Palacio. Don Alfonso era muy sencillo e inteligente, amaba la poesía y aprendió de memoria los versos de mi padre, que le dedicó su “Fray Juan” cuya lectura, hecha por Calvo en el Ateneo, fue un triunfo. El rey  se complacía en recitar sus versos delante de él y le preguntaba: “¿Lo hago bien, Velarde?” Asistía mucho a las tertulias del duque de Almodóvar y de la duquesa de Medinaceli, la Duquesa Ángela, tan amante de los artistas que se complacía en entrar cada noche en su palco del Teatro Real del brazo de un escritor o un poeta célebre. Por cierto que una noche en su salón hizo falta un cuarto para la partida de juego y la duquesa llamó a mi padre. Este acababa de cobrar un trabajo y llevaba el dinero en su bolsillo, destinado esterar nuestra casa. No pudo evadir el compromiso y se sentó a jugar diciendo a la duquesa: “Me estoy jugando las esteras de mi casa”. Pero la duquesa Ángela, lo tomaba a broma y decía riendo a los otros jugadores: “¡Qué cosas tienes Velardito!” Por fortuna no lo abandonó la suerte y ganó siete mil reales.

-¿Y entre los escritores?

-La mayoría lo querían y consideraban mucho. Iba con frecuencia a las reuniones que daba don Pedro Antonio de Alarcón en su quinta cercana a Madrid, donde se leían versos. Era muy amigo de Grilo y de Navarrete, aunque contendían en “El Imparcial”, mi padre defendiendo las corridas de toros y Navarrete atacándolas.

-La defensa de las corridas de toros me es simpática desde que las ataca Noel –interrumpo. Velarde ríe y dice:

-Tamayo lo propuso para la Academia, pero la influencia de Cánovas hizo triunfar a un político. Él no fue nunca político ni intrigante.

Hay un momento de silencio en el cual pienso qué suerte es renunciar a triunfos y vanidades para dejar en el alma de los descendientes este respeto y este cariño, a una conciencia pura y limpia.

-Era también muy amigo –continúa Velarde- de Montoto, de Méndez Bejarano, de Rodriguez Marín y  de Sánchez Moguel. De Todos.


-Pero no le faltarían enemigos.

-Naturalmente. Núñez de Arce no lo quería.

-Como que era un mal rival; Velarde tiene la misma sonoridad y pureza en el verso y más sencilla facilidad en las descripciones.

-Pero él no lo imitaba. El Padre Blanco hace notar eso mismo que usted dice y afirma que mi padre le ganaba en inspiración y era mucho más popular, tanto en España como en América. A pesar de que Núñez de Arce no lo quería, se trataban. Todos los años se reunían en un famoso banquete que daba un carnicero de Chanberí a los poetas que admiraba. Excuso decirle a usted que no faltaban platos y platos de suculenta carne y abundancia de vino; pero lo más gracioso era que el carnicero hacía que su mujer les sirviera la mesa, porque decía que no era digna de sentarse con ellos. Cuando mi padre murió le preguntaron a Sánchez Moguel si Núñez de Arce había ido al entierro, y respondió:”Si; ha ido para ver si era verdad que lo enterraban”.

-Tengo entendido que “Clarín” tampoco era amigo suyo.

-No. Se lo presento un día a mi padre en la Librería de Fernando Fe, Núñez de Arce, y mi padre que no gustaba de sus matonismos críticos, dijo: “No lo conozco”. Le tomó tal odio que se ensañaba con el criticándole todo. Dio la casualidad que el mismo día en que murió mi padre “Clarín” acababa un artículo en “Madrid Cómico”, diciendo “Basta ya, que la pluma me pide carne de Velarde”.

Lamento en silencio esas pequeñeces de envidias y mal gusto en que suelen incurrir los más llamados a dar ejemplo de justicia y mesura, y don Alfonso continúa:

-Zorrilla era el más grande amigo de mi padre. Este, cuando vino Zorrilla arruinado de Méjico, escribió en favor suyo. Zorrilla le dedicó sus “Recuerdos del Tiempo Viejo diciendo: “Al más joven y más grande de los poetas contemporáneos”. Yo lo recuerdo cuando venía a casa, ya anciano, con su cabeza llena de lobanillos y el cabello largo”. Cuando seáis grandes – nos decía- quizás veáis en alguna plaza de Madrid una estatua y digáis; Este era aquel viejecito que nos quería tanto”. Y desgraciadamente no la hemos visto aún. Por cierto que le teníamos miedo  porque nos decía que él se iba pero que se destornillaba la cabeza y la dejaba con nosotros y de noche no nos atrevíamos a estar a oscuras por temor a la cabeza de Zorrilla, Pero veo que me separo del asunto: quería contarle que Zorrilla  indignado de la persecución de “Clarín” una noche que había mucha gente en el Ateneo recitó versos de la leyenda de mi padre “El último beso”. “Clarín” pensó que eran suyos y se entusiasmó prodigando grandes alabanzas: “Eso es escribir – decía- y no como Velarde” “Pues son suyos y se los oirá usted pronto” –contesto Zorrilla.

-Pero –continúa Velarde-, mi padre murió joven, a los cuarenta y dos años, de insuficiencia mitral. Había luchado para sacar adelante a mi madre y sus siete hijos. Sin pedir nada al Rey ni a nadie. Rodríguez Marín dice aludiendo a esto en un soneto que le dedicó, que tenía

*Muchos me comes y ningún mecenas*

 Comenzaba a recoger el fruto, con artículos, corresponsalías y un destino de cinco mil pesetas en la Compañía Trasatlántica. Don Adelardo de Carlos le pagaba quinientas pesetas por cada poemita y un día le preguntó Manuel de Palacio por qué le pagaba más que a ellos, y le respondió: “ Porque él vive solo de su pluma y porque cuando se anuncia algo suyo se agota la “Ilustración Española y Americana”. El pobre, enfermo, no pudo trabajar todo lo que quería. Lo vieron todos los médicos eminentes de la época, pero él, como medico también,  sabia su gravedad. El mismo día que murió dijeron Mariani y Simarro que no tenía nada. Al mismo tiempo que él, murió la más pequeña de mis hermanas. Fueron los dos en el mismo entierro.

Me estremezco pensando en la pobre madre dolorosa. Velarde me cuenta como los Reyes y la Infanta Isabel le ayudaran en su desgracia y en la educación de sus hijos y el heroísmo de la santa mujer para atender a todo; su alma está llena de gratitud a sus protectores.

-¿Cómo lo recuerda usted más? –le pregunto.

-En su lecho de muerte, en un momento en que mi hermana le tenía asida la mano. También lo recuerdo cuando entraba de la calle y todos corríamos a colgarnos de él. Era pequeño, delgado, con bigotito.

Calla lleno de emoción y yo pienso en ese fenómeno de olvido de Velarde que apuntaba Juan Valera en su estudio comparativo de José Velarde y Gustavo A. Bécquer. Este no fue conocido, casi, en vida, mientras que el primero tuvo la gloria y la popularidad; pero después de muerto sucede lo contrario. La posteridad tiene que hacer un día justicia a José Velarde y ya comienza por el extranjero y América la estimación al poeta y las nuevas ediciones de sus libros.

-¿Dónde está enterrado? –pregunto para terminar.

-En Madrid –me responde- En un sencillo nicho del cementerio del Este, en cuya lapida se lee:


 JOSE VELARDE

POETA

 

Y termina con estos versos de su poema al cementerio de su pueblo, donde deseaba ser enterrado:

                         *Y no hay más obelisco funerario

Que un ciprés que se eleva con anhelo

Por encima del mismo campanario     

Para indicar la senda que va al cielo.*


-¿Y cómo deseando él ser enterrado en ese pueblo en que nació y al que profesa tanto cariño no ha cumplido su deseo el Ayuntamiento de Conil y la Diputación Provincial de Cádiz?

Y como don Alfonso calla, yo añado:

-indudablemente, Conil pagará la deuda que tiene con el más ilustre de los hijos que ha envuelto en su propia gloria la del lugar en que nació.

Y siento un deseo de ver satisfecha la última voluntad del dulce poeta con ese imperio, ese mandato, con que quedan flotando a nuestro alrededor los anhelos de los que desaparecen, y que da la impresión de un raro fenómeno de supervivencia de voluntad 

FIN

Del libro "Hablando con los descendientes" de Carmen de Burgos Colombine 

Gracias a Rafael Coca, que me regaló esta entrada al blog

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