con elegante facilidad, y aunque el asunto de sus composiciones es limitado, porque no pinta ni describe sino escenas campestres y paisajes; en esto es tan grande y maravilloso, que bastan las producciones que ya tiene publicadas para
asegurarle preferente y distinguido puesto en la posteridad.
El Sr. Velarde posee el idioma castellano en toda su extensión. La riqueza de su vocabulario es infinita, y un gusto
supremo para elegir los mas adecuados hacen de sus páginas verdadera acuarela. Más
que la palabra que indica el color, es el color mismo io que Velarde pone bajo
el tipo de su pluma.
Su poema alegría es una de las mejores
pruebas, y un a modo de síntesis de las condiciones distintas que palpitan en
el espíritu del vate. Admirador de la naturaleza andaluza en que se ha criado,
entusiasta paladín de sus méritos, se prosterna como ante un altar ante un jardín
: las flores son para él como divinidades que merecen el holocausto, y ante las
que, en nombre de la religión a lo bello , hay que descubrir la cabeza.
Tiene
Alegría escenas en que admirablemente se representa la naturaleza en diversos
estados y situaciones: ya es el verano con sus rigores meridionales, cuando la
era se halla llena de mies, que cruje bajo
la planta y brilla como si fuera oro. Velarde describe el girar monótono y
lento del trillo, que va separando la espiga de la paja; hace danzar ante los
ojos del lector la brizna dorada que, a impulsos del aire, flotan en el
espacio; y en medio de esta atmósfera luminosa se destacan las siluetas
vigorosas de los gañanes andaluces, de negros ojos, alta estatura y esbelto
talle; el paso tardo del buey que arrastra el trillo; el alegre paso
castellano; el caballo del aperador , que llega con el
avío de la semana y las
anchas alforjas; la noche misteriosa y estrellada en que aquellos labriegos
entonan al compás de las guitarras las endechas de amor; el amanecer con sus
tintas rosadas y pálidas, y la aparición del sol, astro refulgente y poderosísimo,
que inunda de rayos el espacio y vierte sobre Andalucía sus torrentes de oro
derretido, son otros tantos asuntos para Velarde, que retrata, no sólo las
grandes síntesis de la naturaleza, sino que, con amor especialísimo, con
vehemencia apasionada, va añadiendo detalle a detalle, y pintando con
pacienzudo y colorista pincel aquello que ha visto en su juventud.
“Mon verre est trés
petit,
Mais je bois dans mon
verre.”
Así dijo Alfredo de Musset en una de
sus inspiraciones mas espontaneas y admirables. En efecto: muy pequeño es el
vaso en que bebe Velarde, pero es del más fino cristal, y llénale el liquido
dorado de las bodegas jerezanas, que nació, sin duda, un día en que el sol se
metió a cosechero de vinos; y así el liquido que saborea el vate, como la
refulgente copita de cristal que lleva a sus labios, son tan suyos, tan
propios, tan personales, que no podría pasar a otras manos sin romperse y
derramase.
Estos poetas, que, no por falta de
inspiración, se circunscriben a un asunto y eternamente lo están sintiendo, son
en el arte de la literatura lo que el especialista en la ciencia: en fuerza de examinar
siempre iguales escenas y personajes semejantes, la atención produce un aumento
de las cualidades perceptivas, que hace que los ojos del escritor penetren a
través de la materia en el fondo de las cosas y extraigan de ese fondo la quinta
esencia maravillosa del arte. Es más: la grandeza del asunto no tiene nada que
ver con la grandeza
artística de la obra. Tal poeta, entonando sus himnos de
triunfo y recordando las proezas de Alejandro Macedón, acaso no acierte sino a
producir insignificante e insustancial fárrago rimado. En cambio, otro poeta,
cantando las desdichas de un niño ciego y huérfano, que ni tuvo nombre en la
sociedad ni fatigó jamás a la historia con los hechos de su triste y corta
vida, eterniza la propia inspiración, dejándola perdurablemente arraigada en el
corazón de los lectores. Así como el arquitecto vulgar que construye edificios
modernos morirá con sus obras y nadie tendrá curiosidad en saber cómo se
llamaba, así también el artífice prodigioso que esculpió un sepulcro como el
del cardenal Talavera de Toledo, tanto vivirá en la imaginación de las gentes
cuanto viva el sepulcro mismo, y aún después que las ruines anonaden, en la
historia de las artes figurará con excelsos resplandores su apellido.
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