Campoamor, Nuñez de Arce y Bécquer reflejan y compendian la tendencia
de la lirica española en los momentos que alcanzamos. Son los maestros de la
juventud, y por la fuerza de su talento se impone como modelos. Pero lo mejor
de todos ellos es lo individual, lo propio, lo que no puede ser imitado.
Fuera injusto con la juventud que cultiva con entusiasmo la Poesía, si
no consignase algunos nombres que tal vez mañana serán timbres de gloria de las
patrias letras.
Antonio Fernández Grilo y José Velarde son los representantes más
autorizados de esa juventud ganosa de lauros y émula de nuestras celebridades
poéticas. Uno y otro, sin negar la conquista de la edad presente, parece como
que vuelven sus ojos a lo pasado, o, cuando menos, que temeroso de las luchas
del siglo, para cantar los goces y la paz de la familia, se encierran en el
recinto amurallado del hogar domestico. Uno y otro gustan, como Garcilaso y Meléndez,
como gustó el Mtro. Fr. Luis de León, de la soledad y del apartamiento del
mundo.
Velarde ama la naturaleza: sus poemas, mas épicos que líricos, abundan
en descripciones
inimitables.Fray Juan y
Fernando de Laredo acusan –el sentimiento del color- como dicen los
pintores. Grilo, incorrecto e incoherente, es fácil y sentido, ya en sus
discreteos amorosos, ya en sus meditaciones un tanto religiosas.
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