Torre de Guzmán
CANTO V (1). SEGUNDA PARTE.
VIII.
Apenas se apartó del señor Cura,
Joaquín corrió al encuentro de Manolo,
Quien, con su negra pesadilla solo,
Ardía en rencorosa calentura.
— ¡Hola—Joaquín le dice—buena pieza! —
Y procurando hablar con mimo y gracia,
Este breve discurso le endereza,
Lleno á su parecer de diplomacia:
— Ni tienes tú para el oficio rejo,
Ni puedo consentir que apenas mates
Con tonterías á tu pobre viejo.
¿Qué haces tú con nosotros? Disparates.
Ni acechas con la astucia de la zorra,
Ni atacas como el lobo;
A pesar tuyo te repugna el robo,
Y miras el dinero con pachorra:
En fin, que eres un bobo
Que en nuestro oficio se metió de gorra.
¡No me mires así ni te alborotes!
Vuelve á tu vida antigua,
Y déjate de andar en estos trotes,
En los que apenas sirves de estantigua.
Tu padre, como fruto que se agosta,
Se ha quedado en les huesos y el pellejo,
Y se irá de este mundo por la posta,
Sin tu amor, tu compaña y tu consejo.
A su lado, Manuel, te llama el sino.
Aquí eres, ya lo sabes, un engorro;
Con que en marcha, y que alumbre tu camino
La Santísima Virgen del Socorro.
Babeando de rabia
Le contestó Manuel fuera de tino. —
Cuando yo estaba en babia
¿Quién á echarme al camino me inducía?
¿Quién mató mi esperanza,
Y abriendo al crimen mis cerrados ojos
Me empujó fieramente á la venganza?
Tú fuiste, tú, que con mentido alarde
De valor y cinismo
Me lograste entrañar, para hoy que arde
En mi pecho el furor venir cobarde
A darme una lección de catecismo.
Me iré, sí, de tu lado,
Pero no á obedecer como un cordero
Los consejos de monja que me has dado.
Sino á vengarme como lobo fiero. —
Temblando de coraje.
Encañonó Joaquín con la escopeta
A aquel hombre á quien da claro lenguaje
Y lógica discreta
El fuego de su cólera salvaje.
Y así le dice: —Suelta ese trabuco.
De mi presencia quítate en seguida,
O de un escopetazo te desnuco.
¡En marcha! pero advierte
Que tu venganza no verás cumplida.
Pues antes, te lo juro por mi vida,
Como á lobo feroz te daré muerte. —
A su mudez, estúpida volviendo,
Manuel dejó el trabuco, y poco á poco,
Como alelado se alejó gruñendo.
Al mirarle partir, Joaquín se dijo:
--¿A dónde irá á parar ese asno loco?
A hacer alguna atrocidad de fijo.
Preciso es que le siga
Hasta que al lado de su padre vuelva,
Aplacada la furia que le hostiga.
¡Se dirige á lo espeso de la selva!
Le seguiré los pasos,
Aunque me lleve al puesto de la Guardia.
La Virgen del Socorro, en tales casos,
Es, ha sido y será mi salvaguardia.
Aquí escondida la escopeta dejo,
Y me marcho tras él á la ventura.
¡Ya ve usted cómo expongo mi pellejo
Por cumplir mi palabra, señor Cura!—
Y esto diciendo, parte decidido
De aquel salvaje en pos, que por el monte,
Haciéndose pedazos el vestido,
Se abre paso como un rinoceronte.
Ora corre en ziszás como culebra,
Ora desanda como can lo andado,
Ora como una cebra
Salta por el arroyo y el vallado.
Se para, corre al pueblo, atrás se torna,
Indeciso á la par y arrebatado
Corno la vil pasión que le trastorna.
Acércase por último á la aldea,
Se confunde aturdido con la gente
Que en la feria, gozosa, se recrea,
Y después de vagar á trochemoche,
En un tenducho se entra de repente,
Del cual viene á salir á prima noche
Ebrio al par de furor y de aguardiente.
Con andar inseguro
Y la mirada como el paso incierta,
Toma del pueblo el arrabal obscuro.
Con los bardales de su casa acierta,
Y alborotado por la furia el pecho,
Ojo avizor y la navaja abierta,
Como tigre en acecho,
Se esconde tras el quicio de la puerta.
IX.
¿Cómo pintar la gracia, la alegría,
La hermosura, el bullicio de la feria
De aquel bello lugar de Andalucía?
Todo es ventura allí, gloria y encanto,
En lujo convertida la miseria,
En placer el dolor, en risa el llanto.
Alborota la infancia enloquecida;
La vejez achacosa
En el fuego se enciende de la vida;
La arrebatada juventud hermosa
Va vertiendo á raudales el tesoro
Del ardiente placer en que rebosa,
Y llena el aire el animado coro
De la voz que suspira enamorada,
De la alegre canción, del chiste alado
Y de la abierta y loca carcajada.
Por el ejido extiéndese el ganado;
La yegua aquí que adelgazó la trilla
Con el potro cerril que aun no ha sentido
La tortura del freno y de la silla.
A su lado, con trémulo balido
Laméntase el cordero,
Mientras roe la cabra retozona,
Que nunca puso á su vagar lindero,
Las cuerdas de la red que la aprisiona,
Y el cabritillo, alzándose de manos,
Se da de testaradas
Al triscar juguetón con sus hermanos.
Allí el inquieto garañón se agita
Y á sus prendas amadas
Con estentóreos cánticos excita;
Plántase el terco mulo, que contesta
Con sendas coces ó bocado avieso
De igual suerte al castigo que á la fiesta;
Gruñe ó ronca, tendiéndose á la larga,
El cebado lechón, á quien el peso
De su gordura el movimiento embarga;
El buey robusto y manso,
Emblema de la paz, rumia y babea
Gozando las dulzuras del descanso;
Y trenzadas las crines y la cola,
Y el jaez jerezano por presea,
De su raza purísima española
El caballo magnífico alardea. '
Y enarca la cerviz, piafa, relincha,
Y tan airoso al caminar bracea
Que se da con las manos en la cincha.
Blandiendo la garrocha
Contra la mansa res, su ciencia y brío
El vaqueril conocedor derrocha;
Por lujo el pastor saca
Su pellica de pieles sin adobo;
Al picador que doma arisca jaca
Contemplan los muchachos en arrobo;
El marchante se ataca.
Mientras el trato de la res apura.
El cinto de oro que enroscado lleva
Cual pesada serpiente á la cintura.
Accionando el gitano se disloca,
De metáforas echa un avispero
Y de absurdas hipérboles su boca,
Logrando hacer pasar entre los sabios
Por prodigio hechicero
La bestia de más tachas y resabios
Que el hocico metió en abrevadero.
De ricos labradores rodeado
El marcial remontista
(Mezcla de campesino y de soldado,
Que con la guerra la labor bienquista),
Compra para el ejército ganado,
Y contrastando con los gritos miles
Y el rebullir del pueblo alborotado,
Al hombro los fusiles
Y en silencio profundo,
Mantienen con su aspecto los civiles
La paz de aquel enloquecido mundo.
Halla en las baratijas del buhonero
La moza coquetuela su ventura;
Los toscos utensilios del apero
El labrador procura:
De chicos el enjambre vocinglero
A lo que bulle ó lo que suena acude;
Este agita incesante la matraca,
Aquel el parche con furor sacude;
Uno hombrea comprando una petaca,
Otro una espada coruscante merca,
Y en éxtasis contemplan los golosos,
Formando humana cerca,
El alajú y el acitrón gustosos
Y el duro turrón-piedra de Alicante
Que, bajo palio de rasgada lona,
Ronco vocea el confitero andante.
Al son de la guitarra y los cantores,
Tratan el ganadero y el marchante
En el puesto de vinos y licores;
Y tan agrio el contrato se celebra,
Que de una riña horrible á cada instante
Se lía y se deslía la culebra.
Quién, partiendo el piñón y la avellana,
O rechupando dulces caramelos,
Los dientes se caria y se desgrana;
Quién se aceita la boca con buñuelos,
En tanto que una picara gitana,
Suelto el moño y terciado á la cintura
El bordado mantón de espuma grana,
Le dice la genial buenaventura;
Y quién huye (creyéndole un impío)
Del tuno del Perchel ó del Boquete,
Que vestido de moro ó de judío,
En árabe que no hay quien interprete,
Los dátiles pregona y las babuchas
De Damasco, Stambul y Tafilete.
Aquí la muchedumbre, se recrea
En torno del Tio-vivo
Que á la salida del lugar voltea,
O á admirar se consagra
Al payaso festivo,
Que embadurnado el rostro con almagra,
Humo de rubia pez y blanca harina,
Los miembros se disloca,
En chapurrada lengua desatina
Y apaga un hierro ardiendo con la boca.
Allí cáusale asombro la presencia
De un enano gentil, ó de un gigante,
Que vence en corpulencia
Y en gordura al más bárbaro elefante;
Entra á ver, mas allá, por cuatro ochavos
Un famoso pollino,
Que tiene dos cabezas y tres rabos,
O á contemplar el rostro peregrino
De una tierna doncella
Con mis barbas que un padre capuchino.
Todo en la tierra bendecida aquella
De la luz y las flores.
En que juntos se crían el espino,
La pita hostil, la palma cimbradora
Y la vid cuyo néctar ambarino
Con dulces sueños las tristezas dora.
Donde hacen rosas, lirios, madreselvas,
Encantados verjeles
De las ariscas selvas,
Donde es la adelfa del arroyo franja,
Destila el higo de la Arabia mieles,
Colorea la hespérica naranja,
Florece el limonero cada luna,
El plátano de América sazona
Y la pala punzante de la tuna
De enrojecidos frutos se corona.
X.
En tanto que en los goces de la feria
Aquella noche el pueblo se olvidaba
Del trabajo, el dolor y la miseria,
Hacia su hogar, por solitaria calle,
Con su mujer Perico caminaba
Llevándola cogida por el talle.
— ¿Qué te entristece cuando ya eres mía?
Con lágrimas no amargues el encanto
De estas horas felices. Alegría.
— ¡Si lloro de placer, no de amargura!
Tanto he sufrido. Pedro mío, y tanto
Me acostumbré á llorar, que la ventura
Lo mismo que el dolor me arranca llanto.
— ¡Eso en mi tierra llámase locura!
—Como á mí. ¿no te causa vivo anhelo
La idea de encontrarte frente á frente
En nuestra casa con mi pobre abuelo?
— Hija, sí: más del tuyo diferente.
Yo allá voy entonando el aleluya,
Tú triste como un duelo.
— ¿Quieres que la conciencia no me arguya
Si su vida llené de desconsuelo?
— Mi sargento decía
(Y has de tener en cuenta que era un sabio
Que, por saber, hasta latín sabía)
Que quien da de estar triste en el resabio
Acaba por no ver la luz del día.
Desecha tus tristezas ó me agravio;
Volviendo á ser la sandunguera moza
A quien sólo en el labio
El cantar con la risa le retoza.
¡Cuánto bien. Alegría, nos espera!
Yo de guarda mayor en el oficio
Más pronto haré carrera
Que estando de la Reina en el servicio.
Sembraré un pegujal, criaré ganado,
La labor me saldrá casi de balde,
Y por vientos propicios empujado.
Seré tan rico que me harán alcalde.
Entonces, por las onzas inspirado,
Daré sentencias, hablaré muy recio,
A buscarme vendrán con mucho agrado
Cuantos me tratan hoy con menosprecio,
Y al verme con bastón y con futraque,
Reventará de rabia el señorío
Lo mismo que revienta un triquitraque.
¿Te ríes?
— ¡Ya lo creo que me río!
¡Qué cosas tienes!
— Pues hay más, bien mío.
Cuando á Jerez ó á Gibraltar vayamos,
Tomaremos de, ingleses el trapío.
Yo en los ojales me pondré mil ramos,
Entiesaré con yeso mi persona,
Me pintaré de salmonete rojo
E iré haciendo más gestos que una mona
Embutido un cristal dentro de un ojo.
Tú meterás el cuerpo en un capote
A modo de hopalandas,
En vez de andar al paso irás al trote
Con el garbo que lleva un santo en andas,
Y más lacia la faz que San Gilando,
Lucirás un sombrero
De esos que llevan por detrás colgando
Cinco varas ó seis de mosquitero. —.
Después de celebrada
Del veterano la picante broma
Con alegre y prolija carcajada,
La plática su antiguo cauce toma;
Y la dulce pareja enamorada
De bendiciones colma á la Marquesa,
Quien, como el señor Cura,
Por su dicha y aumentos se interesa.
Habla de la ventura
Que gozará juntándose al abuelo
Que les ha perdonado su locura;
Sueña, sumida en misterioso anhelo,
Con el ángel bendito
Que paz y dicha les traerá del cielo,
Y olvidando zozobras y dolores,
Con placer infinito
Se sumerge en el mar de sus amores.
Poco á poco á su casa se acercaba
Feliz, tranquila la pareja hermosa,
Y el rumor de sus voces se juntaba
De la feria á la bulla estrepitosa,
A las lejanas músicas y al trueno
De los raudos cohetes silbadores
Que descendían del azul sereno
En lágrimas de luces de colores.
XI.
En esto— ¿Y el alcalde?—atolondrado
Llega á la feria preguntando á todos
El alguacil avieso del juzgado.
Y apartando el gentío con los codos
(Que curioso le sigue y le rodea
Al verle con el rostro demudado)
Da, en fin, con el alcalde
Que, del juez en compaña, se recrea
Viendo todos los títeres de balde.
Y les grita:
— ¡Señores han matado
A Manuel!
— ¿Qué Manuel?
—El de Jeromo.
¡Qué puñalada tan atroz le han dado!
— Mas ¿dónde, cuándo, cómo?
—Ahora mismo á la puerta de su casa
Una pareja le encontró tendido;
Y á su vera á Alegría,
Con ese que le han dado por marido.
— A la cárcel los dos, no haya tu tía;
Esos pillos han sido
Los matadores de Manuel; corramos
A hacerles declarar—el juez exclama.
El alcalde contesta: — ¡Vamos, vamos! —
Y seguidos de inmensa muchedumbre.
En la cual la noticia se derrama
Y prende como fósforo á la lumbre,
A hacer de la justicia vil comedia,
Negocio ruin y enredadora trama
Van los tres al lugar de la tragedia.
Y siguió dando vueltas el Tio vivo,
La gitana entonando sus cantares,
El payaso festivo
Haciendo raros juegos malabares,
Y reventando en pavoroso trueno
Los rápidos cohetes silbadores
Que descendían del azul sereno
En lágrimas de luces de colores.
JOSÉ VELARDE.
(1) Este canto del poema Alegría es el último que escribió nuestro
malogrado amigo Velarde, pocos días antes de su temprana muerte
— (N. de la D.)
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