En las tardes de verano,
No ha mucho tiempo, solía
Encontrar allí un anciano
Que, como yo, se aplacía
Contemplando el océano.
El imperio de su faz,
Su nerviosa contextura
Y su voz áspera y dura
Contrastaban con la paz
De su vida y su dulzura;
Y supliendo la alta ciencia
Y el estudio de los sabios
Con el genio y la experiencia,
Cada frase era en sus labios
Una profunda sentencia.
A pesar de nuestra edad,
Nos puso en intimidad
El mismo amor de los dos
A la hirviente inmensidad
Que sirve de espejo a Dios:
Y aunque muy niño, al olvido
Dando amor, juegos y enojos,
Le escuchaba embebesido,
Con el alma en el oído
Y abierto, sin ver, los ojos
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