domingo, 23 de junio de 2019

Velada en el ateneo

Recorte de prensa
¿Triste suerte la del merito que necesita, casi siempre, desaparecer y morir para ser por todos aplaudido y ensalzado.
José Velarde bebió muchas veces, en su vida de poeta, la amargura de grandes injusticias; su carácter apasionado y su espíritu sensible, que le hacían no poder prescindir de cierta menudas pasiones a las que está expuesto todo hombre que busca el aplauso o censura del público, sintieronse heridos repetidas ocasiones con dardos que consideraba inmerecidos; y sin que nosotros desconoscamos sus defectos, es indudable que fue objeto de exageradas criticas, en las cuales llegó a negarsele hasta que fuese buen versificador.
Anoche el Ateneo, rindiendo justo tributo de cariño y aprecio a su memoria,dio una velada en su honor. La docta casa recordaba los mejores y mas aplaudidos tiempos de su historia. Llenas por completo las tribunas de señoras, a tal punto, que muchas de ellas invadieron los escaños destinados a los socios,  y presentes multitud de literatos, eruditos, periodistas y políticos, el salón de sesiones ofrecía un variado y pintoresco golpe de vista, propio sólo de las grandes solemnidades.
el retrato al óleo de Velarde, colocado en la tribuna entre crespones negros y con una corona de laurel y oro como remate, nos recordaba las muchas veces que el joven poeta ocupó para leer sus inspiradas composiciones, llenas de sonoridad y frescura, y recibir los aplausos del publico entusiasmado.
Al oír de nuevo los versos, todos reconocían lo que algunos le discutieron en vida, y ha sido necesario que la muerte le convierta en helado despojo para que resalten con todo relieve y sin ninguna nube de condiciones de su ardiente fantasía e inspirada imaginación.
D. Federico Balart leyó primero un breve y primoroso discurso, dando cuenta de la solemnidad que se celebraba y haciendo el elogio del poeta.
Entresacamos estos dos sentidos párrafos:
Nada nuevo, pues en esta ocasión; ni el hecho fundamental, ni las circunstancias que lo acompañan. En la patria de Cervantes a nadie sorprenderá que un poeta muera dejando a sus hijos por todo patrimonio la gloria y la pobreza.
No nos quejemos a nadie: la responsabilidad es exclusivamente nuestra.
Mientras las clases laboriosas se asocian para defender los fueros del trabajo contra las ingerencias del capital, nosotros, los que tenemos la pluma por único instrumento de producción seguimos viviendo a la desbandada, y si alguna vez nos reunimos, es de ordinario para fines tan provechosos a las letras como estériles a nuestro interés particular y común. En la esfera prosaica de la vida, nuestras asociaciones suelen reducirse a verdaderas empresas funerarias, donde varios amigos nos ocupamos de enterrarnos unos a otros.
Vais pues, a ver el alma del hombre reflejada en los versos del poeta.
A vosotros os corresponde juzgarla.
A nosotros testigos de su honrada vida, solo nos toca dar testimonio de la sinceridad de esos afectos tan nobles, expresados en versos tan rotundos. El amor de todo lo bueno y el culto de todo lo grande nunca fueron para Velarde recursos artísticos, sino móviles intimos y poderosos de su intachable conducta como de su ardiente inspiración. de ello damos fe.
Y dicho esto, ni una palabra más
Basta de prosa.
Paso a la poesía.
Y en efecto, se paso a la poesía, que a su merito intrínseco, unía anoche el de ser leída por nuestros mejores poetas, Cavestany, el amigo inseparable cariñoso casi un hermano, leyó una sentidisima Epístola, dirigida por velarde a él en contestación a otra suya nada mas tierno y conmovedor en estas circunstancias que aquellos hermosos tercetos en que habla el amigo del alma de su dulce compañera en los azares de la vida, musa de sus inspiraciones, y de los juegos bulliciosos y alegres de sus Hijos, disputandose la posesión de sus rodillas.
Siguió después el Sr. Ferrari, leyendo, como el sabe hacerlo, el precioso poemita La Venganza.
He aquí como describe la pobre mujer de un pescador:

Del sol y el aire curtida
La tez, un tiempo de nieve,
Y la mano, que fue breve,
Rugosa y encallecida,
Crespo el pelo, que hoy descuida
Y que tanto amó doncella,
La pobre mujer aquella,
Á quien la desgracia apura,
En la edad de la hermosura
Ha dejado de ser bella.

Esta y otras muchas décimas del poema fueron grandemente aplaudidas.
La enérgica composición Tempestades, en la que Velarde se muestra como poeta vigoroso y de alientos, la leyó el señor José de Echegaray terminando así la primera parte de la velada.
ocupada de nuevo la tribuna por los lectores dio principio el Sr. D. Manuel de Palacios con las bellísimas quintillas tituladas A orillas del mar.
Tocóle al Sr. Fernandez Shaw leer las magnificas décimas Ante un crucifijo, y el publico a la terminación de cada una prorumpia en atronadores aplausos. no podemos resistir la tentación de copiar las dos siguientes, realzadas por el modo magistral que tuvo de leerlas Fernandez Shaw:

Sin ternura y sin amor
La mente desatentada
Te busca en lo que anonada,
En lo que infunde terror:
En el rayo asolador,
En la batalla cruenta,
En el volcán que revienta,
En el esquilón que brama,
En el torrente, en la llama,
En la noche, en la tormenta

Y el corazón te va a hallar
A donde ve sonreír,
Y hay que amar, y bendecir,
Y lágrimas que enjugar:
Y te mira palpitar,
Prestando vida y calor,
En cuanto respira amor,
En el iris, en la bruma,
En la aroma, en la espuma,
En el nido y en la flor.

Y por ultimo, cerró tan agradable velada la lectura de El otoño, por D. José Zorrilla.
Grandes aplausos saludaron al venerable anciano, gloria de nuestro siglo, en cuanto se levantó de su asiento. El otoño esta impregnada de una dulce melancolía y una plácida sencillez que recuerda, aunque no la iguale, a la que con el mismo titulo escribió Zorrilla. Buena prueba de ello son los siguientes versos

Ya el árbol está seco, el monte cano;
El vapor de la tierra humedecida,
Cual si fuese de tumba removida,
Habla a los hombres de su fin cercano;
La luz que el sol en el ocaso vierte,
Por la nube parduzca reflejada,
La tierra tiñe de color de muerte.

No hay que decir cuantos fueron los aplausos a la terminación de esta poesía, que concluyó la velada, así como también a la de todas las anteriores.
Para terminar, copio un soneto que Rodriguez Correa improvisó durante la lectura, y que pude arrancar a su cariñosa amistad, haciéndole ver que el sentido objeto en que está inspirado, eclipsa las incorrecciones que pudiera tener.

A Velarde

Hijos sin padres, Esposa sin abrigo.
Despojo inerte en la callada tumba.
Castillo que de pronto se derrumba...
¡Hé aquí la sola herencia del amigo!
ha matado al morir todo enemigo;
a su alrededor la envidia no Zumba.
y porque su memoria no sucumba
todos aplauden a la par conmigo.
El olvido su nombre ya respeta;
la antorcha de la fama  brilla y arde
en su tumba:¡su gloria es ya completa!
Pero una voz, al declinar la tarde,
murmura ante la fosa del poeta:
¡No tienen pan los hijos de Velarde!

Como contestación a este soneto, la prensa de hoy dice que el señor marqués de Comillas ha remitido 5000 pesetas a la viuda del poeta, prometiéndole además cuidarse eficazmente del mayor de sus hijos.
Siempre se ha dicho que más difícil que ganar dinero es saber gastarlo. si todos los potentados poseyeran esa ciencia como el marqués de Comillas, no tendrían fundamento alguno las protestas de los desheredados de la fortuna.
estamos seguros que no ha de quedar solo en tan caritativa empresa.

C. Ruiz Martinez

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