miércoles, 30 de abril de 2025

A Murillo


I

    Los dulces tonos con que apunta el día,
Del campo florido los colores,
Los vívidos cambiantes y fulgores
En que quiebra a la luz la pedrería,
Todo cuanto es matiz, destello o brillo,
Hasta el sol de la hermosa Andalucía,
Resplandece en los lienzos de Murillo.
    En ellos interpreta
El humano ó divino sentimiento,
Con la luz, con la fe, con el aliento
Del pintor, del cristiano y del poeta.

A Juan Antonio Cavestany

Extramuros

A MI QUERIDO AMIGO
NIÑO DE QUINCE AÑOS
JUAN ANTONIO CAVESTANY
CON MOTIVO DEL ESTRENO
DE SU MAGNIFICO DRAMA


                                         EL ESCLAVO DE SU CULPA

Ay! ¡con cuánto furor, con cuánta pena
    Miro sobre la escena
Donde vibró de Calderón la estrofa,
Turba vil de procaces histriones
    Con palabras y acciones
De lascivia, de escándalo y de mofa!

No es su burla, la burla que corrige
    Y a los vicios aflige
Ni el delicado juego del idioma;
Es el escarnio, el epigrama obsceno,
    El torpe desenfreno
Que vengaron los bárbaros en Roma.

A mi madre

Calle José Velarde

Al recordarte, madre, aunque maltrecho
Está mi corazón, vivo golpea
La quebrantada cárcel de mi pecho;

Mi labio bendiciones balbucea,
Y truécase en suspiro, en leve brisa,
El grito de furor que en mí bravea.

¡Cuán triste llego a ti! ¿Ves mi sonrisa?
Es del dolor la amarga crispatura,
¡Ay! del dolor que hoy llevo por divisa.

En ti busca consuelo mi amargura;
El hombre es sordo a la desdicha ajena;
Tú, fuente inagotable de dulzura.

¿ Quieres, madre, saber cuál es mi pena?
Mi pena es el vivir. ¡Ay! que la vida
Al tormento del mundo me condena.

Tengo en el corazón tan mala herida,
Que cuanto más la curo más se encona.
¡Ay, déjame llorar, madre querida!

¡Sólo el llanto consuelo proporciona!
¡Las lágrimas del triste son las perlas
que engarza el Hacedor a su corona!

A mi Padre

Agustín Velarde (Padre de Jose Velarde)

Tu nombre ¡oh Padre! Sírvame de égida:
Otro no acierta a pronunciar mi lengua
En los recios combates de la vida.

No pido al grande, de mi honor en mengua
Arrimo que en la lucha me sustente...
Valor prestado es un valor que amengua:

Me agravia la merced, y solamente
Tu paternal consejo humilde acato,
Y ante Dios y ante ti bajo la frente.

Pensamientos


La Tertulia c/ General Gabino Aranda

A LA SEÑORITA
DOÑA CARMEN FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y PEREZ BARRADAS
VERSOS ESCRITOS EN EL ABANICO QUE, COMO REGALO DE BODA
LE ENVIÓ EL AUTOR

 
I

Como en toda alma grande es la poesía
El ser primero que el amor engendra,
Mis versos mirarás con simpatía.
En tu alma, bella Carmen, los acendra;
No los desdeñes por su aspecto grave;
Tienen, míralos bien, como la almendra,
Cáscara dura y corazón suave.

II

La mariposa y la flor
Sólo viven para amar,
Y mueren por el amor.

A la muerte de José Moreno Nieto

C/ San Sebastian
A LA MUERTE
DE
DON JOSÉ MORENO NIETO (1)

I

Pasó por la sociedad
Con la pobreza por cruz,
La mente llena de luz
Y el corazón de bondad.
¡Cuántos hoy en orfandad!
Llora el artista al hermano,
La religión al cristiano,
La cátedra al profesor,
La tribuna al orador
Y la patria al ciudadano.

Nada que iguale al pensar
De este Centro del saber,
Que fue su amor, su placer,
Su templo, casi su hogar.
¿Quién le dejó de admirar
Y de amarle, si le oyó?
¿Quién del sabio no aprendió?
¡Cuánta ciencia que aquí brilla
Es fruto de la semilla
Que su palabra sembró!

La Poesía y el Poeta

Detalle Cruz de Moreno
A la memoria del insigne poeta D. Gabriel García Tassara

LA POESÍA Y EL POETA

I

Ciega a los rayos de la luz del día,
    La imbécil muchedumbre
Dice, Gabriel, que ha muerto la poesía,
Cual si pudiera el sol perder su lumbre,
Su canto el ave, el aura su gemido,
    Su nieve la alta cumbre,
La flor su aroma y su calor el nido.

II

¿Acaso los instintos, las pasiones,
    La fe y el amor tierno
Se han helado en los tristes corazones
Bajo la nieve de aterido invierno,
Y ya no tiene el corazón humano
    El movimiento eterno
Y el ronco rebramar el Océano?

A la inundación de las Provincias de Levante

Titus Bar
I


IDILIO

  No acaba allí jamás la primavera:
El cierzo se entumece
Al dar en la cercana cordillera,
Y templado del sol en los fulgores,
Al llegar a los valles se adormece
Sobre un lecho de espigas y de flores.

  Es aquel un jardín todo armonía:
Canta el jilguero en la floresta umbría,
La codorniz entre la mies granada,
Tierna arrulla la tórtola cuitada,
De pino en pino errante,
Y, el trémulo fulgor de las estrellas,
El ruiseñor amante
Entona sus dulcísimas querellas.

A Giacinta Pezzana

Pozo c/ Baluarte
I

Naciste en la bellísima comarca,
Donde alcanzó Petrarca
Para su augusta sien el lauro eterno;
Donde Beatriz cruzóse en el camino
Del triste Gibelino,
Cantor del Paraíso y del Infierno.

II

Do pintó Miguel Ángel lo pasado,
Retorciéndose airado,
En la convulsa, mágica Sibila;
Y la cándida aurora en el profeta,
Del porvenir atleta,
Que lleva algo de Dios en la pupila.

martes, 29 de abril de 2025

Mis Amores



A CAVESTANY

MIS AMORES


Parécenme los cantos que hoy exhala
Mariposas que a mi llegan volando
Con átomos de sol entre sus alas;

E igual tu acento, por lo vivo y blando,
Al hilo de la fuente cristalina
Que rueda reluciendo y murmurando.

Y es que siempre en su trova más divina
Rompen gozosos, al hacer el nido,
Alondra, ruiseñor y golondrina.

Meditación ante unas ruinas


La Chanca

AL Sr. D. GASPAR NÚÑEZ DE ARCE

EN TESTIMONIO DE GRATITUD, DE RESPETO Y CARIÑO

I

Saliendo de su lánguido desmayo,
Naturaleza toda resucita
Al fecundo calor del sol de Mayo.
Las entrañas benéficas visita
De la madre común vivido rayo,
Y las semillas que ateridas duermen,
Hinchadas rompen su corteza dura,
Y se hace planta el germen,
Y brota, y crece, y cubre la cañada
De una mullida alfombra de verdura,
De arabescos de flores recamada
Todo obedece al mágico conjuro;
El vendaval se trueca en blanda brisa;
Vestido el cielo de su azul más puro
Se mira absorto en el cristal del río,
Y en el alba a la flor con su sonrisa
Le manda una diadema de rocío;
La yema se hace pámpana frondosa,
Rojo y dorado tul la densa bruma,
La oscura larva blanca mariposa,
La nieve arroyo, el arroyuelo espuma,
El brote tallo y el capullo rosa;
Entona al anidar su cantinela
El avecilla que de amor se abrasa;
El insecto parece flor que vuela
Agitando unos pétalos de gasa;
Naturaleza toda canta en coro,
Y arrastra el aire en sus revueltos giros
Aromas, y suspiros,
Y cascadas de luz en ondas de oro.

La Venganza



LA VENGANZA
José Velarde
POEMA
---
A MI QUERIDO AMIGO EL EMINENTE ACTOR

DON RAFAEL CALVO

I

Hay frente al moro una aldea,
A la mar tan inmediata,
Que en las olas se retrata
Cuando crece la marea.
Admirada se recrea
La vista en aquel lugar,
Donde Dios quiso juntar,
A los encantos del suelo
Las maravillas del cielo
Y las grandezas del mar

II

Tan vivo allí se arrebola
El cielo, al salir el sol,
Que da envidia su arrebol
Al carmín de la amapola;
Y es de ver la misma ola,
Que en la arena de la playa
Rumorosa se desmaya,
Cómo, no lejos, rugiente,
Va a estrellarse en la rompiente,
A los pies de la atalaya.

La Velada


Pozo c/ Baluarte

                                                      
A MI QUERIDO MAESTRO 
EL EMINENTE POETA
DON RAMON DE CAMPOAMOR


Allá del Norte en la región sombría,
Perennes en los valles son las nieblas,
En los montes altísimos la nieve
Y en el fondo del alma la tristeza.

Pálido el sol se duerme sobre el lago,
O las nubes preñadas de tormentas,
Y es el día crepúsculo medroso
Que da en la noche cuando nace apenas.

Levántase la gótica abadía
Del río caudaloso en la ribera,
Y cual nido de halcón inaccesible,
El castillo feudal en la alta peña

La Marcha


LA MARCHA

CANTO PRIMERO DEL POEMA INÉDITO

ALEGRÍA

I

Tanto la carretera polvorosa
Por el llano á lo lejos se alargaba,
Que, más que a pie, se hacía fatigosa
Al ánimo de aquel que la miraba.
- ¡Adelante, muchachos, adelante! _
Caminando por ella, repetía,
Volviendo atrás la cara, un comandante
Al medio batallón que le seguía,
Despeado y el pecho jadeante.

II

Ni un árbol, ni una fuente
Que alivien del soldado la jornada
En aquella marisma, solamente
De sosas y de almajos salpicada.
En vano buscan los heridos ojos
Donde llevar la vista fatigada;
Sólo la animan los flamencos rojos
Que al paso de la tropa se alzan luego,
Y á la laguna salitrosa parten,
Semejando al volar cruces de fuego.

III

Ya entre sí los soldados no departen,
Ni alegran con cantares el camino;
Que el sol y el polvo les fatigan tanto,
Que renegar les hacen de su sino.
Y rindiéndose alguno á su quebranto
Dejárase caer en la cuneta,
Si repetir no oyera al comandante,
Con voz que vibra más que una corneta:
- ¡Adelante, muchachos, adelante! -

IV

En aquellas regiones el solano
Es tan ardiente, que en el mismo invierno,
Como el simoun su hermano,
Se creyera que sopla del infierno;
Causando, si se encalma, tal bochorno,
Que palpita la atmósfera encendida
Como el aliento abrasador de un horno.

V

¿Qué mucho que rendida
Vaya la tropa por aquel desierto,
Cuando está la perdiz, como en estío,
Bajo una mata, con el pico abierto,
Sufriendo las angustias del ahoguío?
Quién cree sentir en la cabeza loca
El zumbido tenaz de la marea;
Quién de la sangre en la empolvada boca
El sabor herrumbroso paladea;
Éste reniega del fusil, airado;
Se duele triste aquél de la correa;
Otro maldice su áspero calzado,
Y todos con acento gemebundo
Juran que en el morral les han echado
La pesadumbre colosal del mundo.
Y sigue repitiendo el comandante,
Con tesón que á la tropa maravilla:
-¡Adelante, muchachos, adelante!-

VI

Abrasa el sol de suerte, que la hoja
Se reseca en la rama y se abarquilla
Cual si fuese trocándose en coscoja
Y perdido el aliento,
Sobre la tierra que el calor recuece
Se echa á dormir emperezado el viento.

La planta, el animal, la tierra misma,
Todo acabar parece
Bajo el sol que se explaya en la marisma.
Corriendo el toro va por el atajo,
Del tábano enojoso perseguido,
Á buscar la frescura del regajo;
El ave está á la sombra de su nido,
Y el labriego sestea en el sombrajo;
Mientras llama con trémulo berrido,
Ardiendo en sed, el recental zaguero
A su madre, que triste lo ventea
Rumiando las salgadas del estero.

Más hay quien se recrea
En el sol para tantos desabrido;
Saliendo cauteloso de la umbría,
Aspíralo el lagarto embebecido;
Con canto interminable de alegría
La ventruda cigarra lo celebra;
En el verde zarzal donde se embosca
Reanimada, al sentirlo, la culebra
Sus pintados anillos desenrosca,
Y á buscarlo, cual vivo meteoro,
Surge la mariposa del capullo
Batiendo el aire con sus alas de oro.

VII

Pero ¿qué de la tropa, Dios clemente!
En alegre murmullo
Ha roto la columna de repente,
Al oír de una tórtola el arrullo;
Que á tal hora, su lánguido suspiro
Se escucha sólo al lado de la fuente
O de la amiga sombra en el retiro.
Y más veraz su enamorado acento
Que la luz espectral que dichas miente
Dibujando el oasis en el viento,
No anima en balde á la cansada gente,
Que al dominar la rampa de una cuesta,
Gastando en ella su postrero brío,
Ve ante sus pies, por mágica floresta,
Serpentear precipitado un río.

Ni la vista del Rey causa tal fiesta.
Uno, sin desatarse la mochila,
Bajo el árbol más próximo se acuesta;
Otro, hojas secas en montón apila
Para dormir más cómodo la siesta,
Éste de la levita se despoja;
Aquél, dado al demonio en cuerpo y alma,
Desnudo al río de rondón se arroja;
Y por no ver sin duda el comandante
Relaja la santa disciplina,
Se aleja de aquel campo de Agramante,
Á la sombra de un olmo se reclina,
Con el cansancio en batallar se empeña,
Y al irlo, á su juicio, dominando,
Se va durmiendo, y al dormirse sueña
Que se gana la cruz de San Fernando.

Sólo á poco se oía,
De las aguas uniéndose al murmullo,
En lo más apartado de la umbría,
De la espantada tórtola el arrullo.

VIII

Enemigo del sueño es el cuidado,
Y pronto el comandante se despierta;
Que nunca en el oído del soldado
Deja el deber de murmurar ¡alerta!
De si mismo levántase enojado,
Sacude fiero su empolvada ropa.
Se refresca lavándose en la orilla,
Y vuelto hacia la tropa
Que con bríos tamaños acaudilla,
A gritos ensordece la ribera,
A éste increpando y al de allá gruñendo,
Hasta hacerles tomar la carretera;
Forma en ella á sus gentes al instante,
Y echa á andar, ya tranquilo, repitiendo:
-¡Adelante, muchachos, adelante! >> -

IX

Pero no la marisma
Cruza la tropa ya, ni bajo el rayo
De un sol inclementísimo se abisma.
Marchando va por cultivada vega,
Donde fecundo Mayo
Sus riquezas magníficas despliega.
Ya los rayos solares,
Tendidos como niebla luminosa,
Penetran en los verdes olivares,
Y madre del benéfico rocío,
Al levantarse el aura vespertina
Sus alas moja en la humedad del río.

Ni ya por muda soledad camina;
Ora ve la carreta perezosa
Que de sed lamentándose rechina;
Caballero en su yegua pasilarga,
Al mayoral que al hato se encamina;
Y cual sultán en palanquín indiano
Al trajinero, encima de la carga
Del macho de su recua más lozano,
Que al pausado compás se balancea
De la enorme cencerra del liviano.

Ora requiere su mirada amiga
La mies que al madurar amarillea
Y desfallece al peso de la espiga,
O bien de labradores la patrulla
Que aquí el terrón del cortinal quebranta,
Allí amanoja la encendida zulla
Y allá el sarmiento al rodrigón levanta.

X

>> ¿Dónde irá á descargar ese nublado?>>-
Mirando al batallón dice un labriego
Que teme más que á un toro á un alojado.
Otro que se las da de mujeriego:
-<< ¡Si al pueblo van, murmura, me han baldado!
Y con voz conmovida
Un viejo, que de joven fue soldado,
- << ¡ Qué bravos mozos!>>- suspirando exclama;
Y en ellos la mirada embebecida,
La memoria derrama
Por los años floridos de su vida.

XI

De pronto entre las frondas, á lo lejos,
De erguido campanario
Relumbran los pintados azulejos.
Entonces: -<< ¡Alto!>>- el comandante grita,
Y la esparcida tropa se repliega.
Este oficial se abrocha la levita;
Se atusa aquél las barbas y el cabello;
Uno con ambas manos se restriega;
Otro muda de puños y de cuello;
El soldado que ha poco renqueaba
Corre ya como un galgo;
Éste, que cual un niño se quejaba,
Bravea más que portugués hidalgo;
Y aquél que de la muerte renegaba
Porque en matarlo hallábase indecisa,
Tal ríe, que se aprieta los ijares,
Temiendo acaso reventar de risa.

XII

Ya en marcha se pusieron como atletas,
Y ya salen del pueblo á centenares
Los chiquillos que oyeron las cornetas.
Al saber que se acercan los soldados,
Bulle el pueblo en las calles, y corona
Balcones, azoteas y tejados.
Corre al espejo la mujer aprisa,
Donde, al par que se aliña y apersona,
Coqueta ensaya su mejor sonrisa.
Marchando cual si fuese de parada,
O á ceñirse del triunfo la corona,
Ellos, del pueblo, acércanse á la entrada.
Llegaron. ¡Qué bullicio! ¡Qué alegría!
¡Con cuánto afán los miran las mujeres!
Y á ellas ellos ¡con cuánta picardía!
Algunas, olvidando sus deberes,
Oponen el descaro á la osadía;
Otras, mirando hipócritas á tierra:
- << ¡Ay qué oficiales! >> - callandico dicen;
Y las que tienen hijos en la guerra
Al soldado agasajan y bendicen.
Rompe el pueblo en ruidosa gritería,
De placer los soldados se estremecen,
Se animan y se engallan;
El entusiasmo y la locura crecen,
Y universales vítores estallan
Cuando entran en la plaza de la aldea,
Marchando con la gracia y lozanía
Con que al salir á pasear bracea
El más bravo corcel de Andalucía.

La desconfianza

Patio c/ Baluarte

A........

¿Conociste a la huérfana Leonora?
Pues era bella como tú, alma mía;
Pues, como tú, tenia
En las mejillas, tintas de la aurora
Algo del cielo en los azules ojos;
Ricas hebras de sol por cabellera,
Preciado almíbar en los labios rojos,
La seducción de la mujer primera
De formas y apostura esculturales
Y el sello de ideal melancolía,
Que guiado por las artes celestiales,
Dio murillo al semblante de María

Fray Juan

Campanario desde el Campanario

Canto Primero

I

Noche horrible! El noto zumba,
Rompe la nube en granizos
Y en relámpagos rojizos,
Y sordo el trueno retumba:
El torrente se derrumba
Convertido en catarata;
Troncha el viento y arrebata
El roble añoso en la sierra,
Y se estremece la tierra
Y el rayo fulgura mata.

II

Al batir la choza el viento
Teme el pastor por su vida;
Aúlla el lobo en su guarida
Al par medroso y hambriento;
La campana del convento
Conjura la tempestad,
Y alza la comunidad
Arrodillada en el coro
El canto ó más bien el lloro
Que mueve el cielo a piedad.

lunes, 28 de abril de 2025

Fernando de Laredo


Zaguán c/ Cádiz


Al Ateneo Barcelonés
Canto Primero

I

En un valle feraz de Andalucía,
A los pies de granítica montaña
Que en altura a los Alpes desafía,
Hay un pueblo tendido en un ribazo
Que en las ondas clarísimas se baña
De un río que penetra en su regazo.

Ni aun en sueños la mente se figura
Lugar de más grandeza y hermosura.
Mil picachos, perdiéndose en la esfera,
Recortan el espléndido horizonte;
Es invierno en la cúspide del monte,
Y en el fondo del valle primavera;
Amenaza el alud, en la alta cumbre
Por quebradizas rocas sostenido,
Al llano con su inmensa pesadumbre;
Rauda la catarata se despeña,
La luz quebrando y con feroz rugido,
De tajo en rambla y de barranco en breña,
Completando lo bello del paisaje
Los juegos caprichosos del celaje
En múltiples colores encendidos,
Y el pueblo que se oculta como un nido
En la verde espesura del follaje.


En el aniversario de la muerte de Alfonso XII


                               Torre Castilnovo
I

Esperanza y anhelos juveniles,
Gloria, fortuna, alteza soberana,
Talentos y osadías varoniles,
Cuanto en un ser acumuló la suerte
Lo derrumba de súbito y lo allana
El soplo no sentido de la muerte.
¡Tan caduca, tan vana
Es con toda su pompa y su ruido
La excelsitud de la grandeza humana!

Más tenebroso que la muerte misma,
Lo que ella no acabó, viene el olvido
Y en sus entrañas lóbregas lo abisma.
Con la falacia de la sierpe artera,
Él es quien lleva al corazón herido


Bálsamo dulce que el dolor tempera,
Quien seca el llanto y vierte en el sentido
El jugo de la blanda adormidera.
Va con dedo nefando,
Hasta el nombre en el mármol esculpido,
Con incansable lentitud borrando;
Que es ¡ay! el fin de su labor callada
Á la nada volver cuanto ha surgido
Del profundo misterio de la nada.