LA MARCHA
CANTO PRIMERO DEL POEMA INÉDITO
ALEGRÍA
I
Tanto la carretera polvorosa
Por el llano á lo lejos se alargaba,
Que, más que a pie, se hacía fatigosa
Al ánimo de aquel que la miraba.
- ¡Adelante, muchachos, adelante! _
Caminando por ella, repetía,
Volviendo atrás la cara, un comandante
Al medio batallón que le seguía,
Despeado y el pecho jadeante.
II
Ni un árbol, ni una fuente
Que alivien del soldado la jornada
En aquella marisma, solamente
De sosas y de almajos salpicada.
En vano buscan los heridos ojos
Donde llevar la vista fatigada;
Sólo la animan los flamencos rojos
Que al paso de la tropa se alzan luego,
Y á la laguna salitrosa parten,
Semejando al volar cruces de fuego.
III
Ya entre sí los soldados no departen,
Ni alegran con cantares el camino;
Que el sol y el polvo les fatigan tanto,
Que renegar les hacen de su sino.
Y rindiéndose alguno á su quebranto
Dejárase caer en la cuneta,
Si repetir no oyera al comandante,
Con voz que vibra más que una corneta:
- ¡Adelante, muchachos, adelante! -
IV
En aquellas regiones el solano
Es tan ardiente, que en el mismo invierno,
Como el simoun su hermano,
Se creyera que sopla del infierno;
Causando, si se encalma, tal bochorno,
Que palpita la atmósfera encendida
Como el aliento abrasador de un horno.
V
¿Qué mucho que rendida
Vaya la tropa por aquel desierto,
Cuando está la perdiz, como en estío,
Bajo una mata, con el pico abierto,
Sufriendo las angustias del ahoguío?
Quién cree sentir en la cabeza loca
El zumbido tenaz de la marea;
Quién de la sangre en la empolvada boca
El sabor herrumbroso paladea;
Éste reniega del fusil, airado;
Se duele triste aquél de la correa;
Otro maldice su áspero calzado,
Y todos con acento gemebundo
Juran que en el morral les han echado
La pesadumbre colosal del mundo.
Y sigue repitiendo el comandante,
Con tesón que á la tropa maravilla:
-¡Adelante, muchachos, adelante!-
VI
Abrasa el sol de suerte, que la hoja
Se reseca en la rama y se abarquilla
Cual si fuese trocándose en coscoja
Y perdido el aliento,
Sobre la tierra que el calor recuece
Se echa á dormir emperezado el viento.
La planta, el animal, la tierra misma,
Todo acabar parece
Bajo el sol que se explaya en la marisma.
Corriendo el toro va por el atajo,
Del tábano enojoso perseguido,
Á buscar la frescura del regajo;
El ave está á la sombra de su nido,
Y el labriego sestea en el sombrajo;
Mientras llama con trémulo berrido,
Ardiendo en sed, el recental zaguero
A su madre, que triste lo ventea
Rumiando las salgadas del estero.
Más hay quien se recrea
En el sol para tantos desabrido;
Saliendo cauteloso de la umbría,
Aspíralo el lagarto embebecido;
Con canto interminable de alegría
La ventruda cigarra lo celebra;
En el verde zarzal donde se embosca
Reanimada, al sentirlo, la culebra
Sus pintados anillos desenrosca,
Y á buscarlo, cual vivo meteoro,
Surge la mariposa del capullo
Batiendo el aire con sus alas de oro.
VII
Pero ¿qué de la tropa, Dios clemente!
En alegre murmullo
Ha roto la columna de repente,
Al oír de una tórtola el arrullo;
Que á tal hora, su lánguido suspiro
Se escucha sólo al lado de la fuente
O de la amiga sombra en el retiro.
Y más veraz su enamorado acento
Que la luz espectral que dichas miente
Dibujando el oasis en el viento,
No anima en balde á la cansada gente,
Que al dominar la rampa de una cuesta,
Gastando en ella su postrero brío,
Ve ante sus pies, por mágica floresta,
Serpentear precipitado un río.
Ni la vista del Rey causa tal fiesta.
Uno, sin desatarse la mochila,
Bajo el árbol más próximo se acuesta;
Otro, hojas secas en montón apila
Para dormir más cómodo la siesta,
Éste de la levita se despoja;
Aquél, dado al demonio en cuerpo y alma,
Desnudo al río de rondón se arroja;
Y por no ver sin duda el comandante
Relaja la santa disciplina,
Se aleja de aquel campo de Agramante,
Á la sombra de un olmo se reclina,
Con el cansancio en batallar se empeña,
Y al irlo, á su juicio, dominando,
Se va durmiendo, y al dormirse sueña
Que se gana la cruz de San Fernando.
Sólo á poco se oía,
De las aguas uniéndose al murmullo,
En lo más apartado de la umbría,
De la espantada tórtola el arrullo.
VIII
Enemigo del sueño es el cuidado,
Y pronto el comandante se despierta;
Que nunca en el oído del soldado
Deja el deber de murmurar ¡alerta!
De si mismo levántase enojado,
Sacude fiero su empolvada ropa.
Se refresca lavándose en la orilla,
Y vuelto hacia la tropa
Que con bríos tamaños acaudilla,
A gritos ensordece la ribera,
A éste increpando y al de allá gruñendo,
Hasta hacerles tomar la carretera;
Forma en ella á sus gentes al instante,
Y echa á andar, ya tranquilo, repitiendo:
-¡Adelante, muchachos, adelante! >> -
IX
Pero no la marisma
Cruza la tropa ya, ni bajo el rayo
De un sol inclementísimo se abisma.
Marchando va por cultivada vega,
Donde fecundo Mayo
Sus riquezas magníficas despliega.
Ya los rayos solares,
Tendidos como niebla luminosa,
Penetran en los verdes olivares,
Y madre del benéfico rocío,
Al levantarse el aura vespertina
Sus alas moja en la humedad del río.
Ni ya por muda soledad camina;
Ora ve la carreta perezosa
Que de sed lamentándose rechina;
Caballero en su yegua pasilarga,
Al mayoral que al hato se encamina;
Y cual sultán en palanquín indiano
Al trajinero, encima de la carga
Del macho de su recua más lozano,
Que al pausado compás se balancea
De la enorme cencerra del liviano.
Ora requiere su mirada amiga
La mies que al madurar amarillea
Y desfallece al peso de la espiga,
O bien de labradores la patrulla
Que aquí el terrón del cortinal quebranta,
Allí amanoja la encendida zulla
Y allá el sarmiento al rodrigón levanta.
X
>> ¿Dónde irá á descargar ese nublado?>>-
Mirando al batallón dice un labriego
Que teme más que á un toro á un alojado.
Otro que se las da de mujeriego:
-<< ¡Si al pueblo van, murmura, me han baldado!
Y con voz conmovida
Un viejo, que de joven fue soldado,
- << ¡ Qué bravos mozos!>>- suspirando exclama;
Y en ellos la mirada embebecida,
La memoria derrama
Por los años floridos de su vida.
XI
De pronto entre las frondas, á lo lejos,
De erguido campanario
Relumbran los pintados azulejos.
Entonces: -<< ¡Alto!>>- el comandante grita,
Y la esparcida tropa se repliega.
Este oficial se abrocha la levita;
Se atusa aquél las barbas y el cabello;
Uno con ambas manos se restriega;
Otro muda de puños y de cuello;
El soldado que ha poco renqueaba
Corre ya como un galgo;
Éste, que cual un niño se quejaba,
Bravea más que portugués hidalgo;
Y aquél que de la muerte renegaba
Porque en matarlo hallábase indecisa,
Tal ríe, que se aprieta los ijares,
Temiendo acaso reventar de risa.
XII
Ya en marcha se pusieron como atletas,
Y ya salen del pueblo á centenares
Los chiquillos que oyeron las cornetas.
Al saber que se acercan los soldados,
Bulle el pueblo en las calles, y corona
Balcones, azoteas y tejados.
Corre al espejo la mujer aprisa,
Donde, al par que se aliña y apersona,
Coqueta ensaya su mejor sonrisa.
Marchando cual si fuese de parada,
O á ceñirse del triunfo la corona,
Ellos, del pueblo, acércanse á la entrada.
Llegaron. ¡Qué bullicio! ¡Qué alegría!
¡Con cuánto afán los miran las mujeres!
Y á ellas ellos ¡con cuánta picardía!
Algunas, olvidando sus deberes,
Oponen el descaro á la osadía;
Otras, mirando hipócritas á tierra:
- << ¡Ay qué oficiales! >> - callandico dicen;
Y las que tienen hijos en la guerra
Al soldado agasajan y bendicen.
Rompe el pueblo en ruidosa gritería,
De placer los soldados se estremecen,
Se animan y se engallan;
El entusiasmo y la locura crecen,
Y universales vítores estallan
Cuando entran en la plaza de la aldea,
Marchando con la gracia y lozanía
Con que al salir á pasear bracea
El más bravo corcel de Andalucía.